19 de junio, 2020
El Artigas que miramos
Alguna vez escribí que “la forma en que se entienden los procesos históricos tiene una estrecha relación con la forma en que se hace política -es decir, en que se hace la historia”. También se cumple la recíproca: las orientaciones políticas del presente condicionan nuestra memoria selectiva –y también la indagación- del pasado. Nuestra mirada a la historia es también histórica.
En este sentido habría que diferenciar la investigación y elaboración científicas del manejo político-ideológico que se hace de los acontecimientos o los personajes del pasado, para la construcción de una memoria social dirigida a la implantación de valores y sentimientos, desde la apropiación de un legado, real o supuesto.
En el primer caso, es comprensible que el historiador atienda a aquellos aspectos que le parecen de mayor importancia, y esa jerarquización es, en gran medida, producto de su tiempo y sus propias preocupaciones intelectuales, axiológicas e incluso sociales o políticas.
Tampoco es posible negar legitimidad a la construcción de una memoria social, con los componentes afectivos que la integran, siempre que se atenga a la verdad histórica en su complejidad y no a una narración recortada o ficticia de los procesos del pasado para acomodarla a las necesidades y objetivos particulares del presente.
La mirada sobre Artigas ha cambiado con las épocas: de la leyenda negra a la exaltación del héroe, como presunto fundador de la nacionalidad, fundamento para la construcción del débil Estado Oriental. Artigas, como elemento de identidad nacional, también era útil para integrar a los miles de inmigrantes que afluyen en la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX.
Las recurrentes revoluciones dan relieve a la identificación de Artigas con la institucionalidad; más tarde, coincidiendo con el revisionismo histórico argentino, se resaltan los contenidos de federalismo y “patria grande”. En una época de ascenso de las luchas sociales y políticas, cobra significación la dimensión socioeconómica de la revolución y el enfrentamiento de clases en su seno. Entre 1967 y 1972, se publica la monumental obra de Sala, Rodríguez y de la Torre.
Recientemente, dentro de concepciones que ven la Historia como relato y representación, se prefiere el recuento de lo anecdótico y lo privado, podríamos decir, una historia micro, que a veces se convierte, estrictamente, en un relato.
Toda orientación enriquece la elaboración histórica, en tanto se remita, con rigor científico, a los hechos que efectivamente sucedieron en el pasado. La ingente investigación mencionada aporta la comprobación de un hecho, negado o minimizado muchas veces: la enorme magnitud que alcanzó la redistribución de la propiedad territorial durante el período, así como el origen de esa negación en el despojo de los donatarios artiguistas en el Uruguay independiente.
La reivindicación o negación de Artigas siempre tuvo color político. Las efemérides y el nomenclátor son signos de la valoración y la memoria que una época quiere construir. En los primeros años del Uruguay independiente no se conmemora ningún acontecimiento del período artiguista.
Durante la Guerra Grande el nomenclátor montevideano elimina el santoral de la colonia y exalta acontecimientos del período 1825-1830: Treinta y Tres, Rincón, Sarandí, Convención, 25 de agosto, 18 de julio, por mencionar algunas. El período artiguista es ignorado, con excepción del 25 de mayo y la batalla de las Piedras, designación luego reducida a un incomprensible “Piedras”.
El primer homenaje a Artigas proviene del campo sitiador, poniendo su nombre a un tramo de la que luego sería la avenida 8 de octubre.
Durante la época de la “política de fusión”, es lógico que se recurra a Artigas como símbolo de unidad nacional y, sin temor al anacronismo, de la superación de las divisas. La victoria de Flores y Oribe sobre los doctores “rosados” ayuda a resaltar la figura de Artigas como caudillo o protocaudillo, lo que incrementa el rechazo de la clase ilustrada que monopolizaba la prensa.
Bastaría seguir el patético peregrinaje de los restos de Artigas luego de su repatriación en 1855 para percibir las fluctuaciones de una valoración sujeta, como el destino de sus huesos, a los vaivenes de la política.
Desde que, en 1860, Isidoro de María publica su Vida del Brigadier General José Gervasio Artigas fundador de la Nacionalidad Oriental, comienza una lenta reivindicación de su persona a través de estudios históricos, con una interpretación signada por la época. En 1886 Clemente Fregeiro publica “Artigas. Documentos Justificativos”, cuyo título ya es bien expresivo. La labor se centraba en el rescate de documentos para rebatir los juicios de odio de Cavia, Mitre y otros. Hasta las Instrucciones del año XIII debían ser “descubiertas”.
Tan polémica es la apreciación de Artigas que, en el gobierno de Máximo Santos, se prohíbe la lectura en las escuelas del anti-artiguista Bosquejo histórico de Francisco Berra. Aún en 1909 Eduardo Acevedo siente la necesidad de subtitular su estudio sobre Artigas “Alegato histórico”. El interés se concentra en la “Obra cívica” que abarca el segundo volumen. Desde fines del siglo XIX el perfil cívico predomina sobre el militar, lo que condecía con las inclinaciones de las clases cultas y la necesidad de pacificación.
Lo heroico y lo apologético se despliegan en la epopeya en prosa de Zorrilla de San Martín, que Unamuno consideró un monumento más sólido que el hecho en bronce o en mármol.
La situación es muy otra en ocasión del centenario de la muerte del que ya era unánimemente considerado el Prócer. 1950 no sólo es el año de Maracaná: culmina con una apoteósica conmemoración, en la que todos los partidos se disputan la calidad de auténticos continuadores del legado artiguista. Los restos de Artigas son trasladados, como objeto de culto ciudadano, a un altar laico ubicado, con involuntaria ironía, en el Obelisco. No menos irónico resulta que el barroco monumento y el helado mausoleo se hayan erigido en la Plaza Independencia.
El Frente Amplio nace bajo la invocación y la bandera de Artigas. Líber Seregni, en el acto inaugural, dirige una plegaria laica al “Padre Artigas” rogando su guía. Luego el Frente, junto con el abandono de su programa original, declinará la reivindicación de la herencia artiguista. Asimismo ha ido perdiendo relieve el contenido revolucionario y social del movimiento emancipador. Es sintomático que la obra de Sala, Rodríguez y de la Torre, proscrita durante la dictadura, no se haya vuelto a publicar en la restauración democrática, ni siquiera parcialmente.
En este sentido, basta recordar las premisas de la celebración oficial del Bicentenario, en las que no hay nada semejante a los fervores de 1950. Apenas se exhorta a “conocer aquellos hechos que algunos consideran fundacionales de la nacionalidad mientras que otros los enmarcan en diversos procesos de organización de los estados en la región rioplatense…”. Es el reino del circunloquio y la ambigüedad. [www.bicentenario.gub.uy]
A Artigas, textualmente a “la figura de José Artigas” –o sea, a su representación desencarnada- se le “reconoce” una “participación central” en las luchas por la independencia, pero del artiguismo sólo se rescata “la idea de construcción de la república”. No hay mención de los contenidos económicos y sociales, ni una palabra acerca de democracia o de federalismo, soslayando la dimensión regional del artiguismo. Curiosamente tampoco se destacan valores caros a la cultura de la diferencia y la inclusión como la ruptura de Artigas con el racismo, propio de una sociedad basada en la exclusión, la opresión y la jerarquía.
En el bicentenario no hay nada semejante a la exaltación de 1950. Y si de efemérides hablamos, 2020 es el bicentenario de la derrota de la revolución popular y libertadora artiguista. Y no se le atribuya un forzado sentido metafórico o alusivo, de lo que no hay que abusar.
Hoy es Cabildo Abierto y el Movimiento Social Artiguista, que lo antecedió, los que hacen caudal del prestigio simbólico del personaje a través de su nombre, su bandera y las frecuentes apelaciones a Artigas. Quizás Nardone pretendió aludir a esa herencia con el término de “cabildo abierto”, aunque Artigas se remitía a los congresos representativos de los pueblos, en los que radicaba la soberanía, y no a los cabildos abiertos que eran una institución colonial y municipal. De hecho, podríamos ver en el chicotacismo un precursor más próximo a los cabildantes y combina bien con el toque populista de Domenech.
Ante los nuevos intentos de capitalizar e instrumentalizar la memoria del artiguismo por parte de algunos y la renuncia a la historia por parte de otros que la consideran un mero relato, sería bueno recuperar algunos de los conocimientos que una laboriosa investigación científica ha desentrañado, sin pensar que son un punto final y absoluto de la elaboración histórica.
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https://m10sinfo.data.blog/2020/06/18/el-artigas-que-miramos/
