25 de Agosto de 1825

1825 Y EL DEBATE SOBRE LOS ORÍGENES

María Luisa Battegazzore – 25/08/2020

Y aquel grito sonó… De la Florida
En los fragosos campos,
Rodeada de bravos redentores,
Arde la inmensa hoguera
Que la Patria encendió. Y arden en ella
Nombres, tratados, vínculos nefarios,
Que vuelan, en cenizas esparcidos,
Como aliento de pueblos redimidos.
(Juan Zorrilla de San Martín. La leyenda patria)

Los Estados latinoamericanos, nacidos de una revolución de independencia, parecen tener partida de nacimiento con fecha establecida. Pero cuál es esa fecha ha dado lugar en nuestro país a grandes debates. Sería interesante ver brevemente algo de la historia de las efemérides.
Pocos episodios de nuestra historia revisten un carácter romántico heroico comparable a la Cruzada Libertadora y la revolución de 1825. Asimismo pocos han sido más controversiales. La lista de los “33 orientales” y hasta su número, el lugar del desem­barco, las conductas e ideas de los protagonistas, el significado de las leyes del 25 de agosto, la diplomacia, los objetivos explícitos y las intenciones ocultas, han sido objeto de polémicas, a veces virulentas, más allá del ámbito académico.
Estas divergencias se expresaron en las leyes que instituían las fiestas cívicas. En 1834, siendo Rivera presidente, se promulga una ley que establecía el 18 de julio como la gran fiesta cívica de la República, a la que se agregaban el 25 de mayo, el 20 de febrero (batalla de Ituzaingó) y el 4 de octubre, que ya nadie recordará de qué se trata: es la fecha de la ratificación de la Convención Preliminar de Paz. No se conmemoraban el 19 de abril ni el 25 de agosto, ni acontecimientos del período artiguista.
En 1860, bajo la presidencia de Bernardo P. Berro, una ley que derogaba la anterior disponía que “El aniversario del 25 de Agosto de 1825 es la gran fiesta de la República”. Señala Alfredo Traversoni: “Aprobada en circunstancias en que se debatía el tratado de neutralización de 1859, surgía evidentemente del propósito de proclamar públicamente que el Uruguay no debía su independencia a la concesión argentino-brasileña de la Convención de 1828, sino a su propia voluntad expresada en las leyes de la Florida”.
Un gran debate sobre esta cuestión se planteó en 1879, ante el proyectado monumento a la Independencia Nacional en Florida. Juan Carlos Gómez, desde Buenos Aires, le opuso su interpretación histórica –las leyes del 25 no establecieron la independencia sino de Brasil y reafirmaron la pertenencia a las Provincias Unidas- y su tesis política favorable a la reconstrucción de la unidad platense en unos “Estados Unidos del Plata”. Alejandro Magariños Cervantes, Francisco Bauzá, José Pedro y Carlos María Ramírez lo refutaron con ardor.
En la ceremonia inaugural del monumento, el joven Zorrilla de San Martín, de 24 años, recitó su Leyenda Patria, lo que fue quizás la obra más eficaz para exaltar la idea nacional y la emoción patriótica en una población que, en gran parte, se com­po­nía de inmigrantes. Desde entonces y por más de medio siglo, fue fervoroso orador imprescindible en todas las grandes fiestas cívicas.
Poco antes, la exhibición de la obra de Blanes sobre el “Juramento de los Treinta y Tres” había constituido un hecho artístico y comunicacional sin precedentes: miles de personas desfilaron por el taller del artista para contemplarla. Esta pintura instaura el mito del juramento para lograr la imagen heroica y triunfal que no se trasmitiría con una escena de cauteloso desembarco nocturno, en una playa solitaria, desde lanchones. Más parecerían, piensa Blanes, contrabandistas que libertadores.

El Centenario
En la década de 1920 el debate se retomó en el Parlamento por una cuestión de orden práctico: cuándo celebrar el Centenario de la Nación, a ejemplo de la Argentina que lo hiciera, no sin polémicas pero con magnificencia, en 1910.
Se formó una Comisión Parlamentaria para estudiar el problema. En 1922, de acuerdo al extenso informe del diputado Pablo Blanco Acevedo, la mayoría de la Comisión se pronunció por el 25 de agosto de 1825 como fecha fundacional. La propuesta generó intercambios apasionados y de gran nivel intelectual sobre la interpretación del período 1825-1830, en particular el significado de las leyes de la Florida, la intervención inglesa y el vínculo con las provincias del Plata.
El proyecto que sostenía que el Uruguay existió como estado independiente desde la declaración del 25 de agosto de 1825 no sólo enaltecía a Lavalleja sino que otorgaba la iniciativa emancipadora a los orientales. La Cámara de Representantes lo aprobó, por 49 votos en 87: por la afirmativa, los blancos y algunos colorados, como el propio Blanco Acevedo; todos los batllistas por la negativa.
En el Senado, en base a un informe de Justino Jiménez de Aréchaga, prevaleció la tesis de que la independencia sólo se había obtenido por la Convención Preliminar de Paz de 1828, hecho escasamente carismático. Por tanto el Centenario se celebraría en 1930, conmemorando la Jura de la Constitución.

La orientalidad tuvo su año
En épocas más recientes hubo otros intentos de instalar una versión oficial de la historia. La dictadura, ansiosa por celebrar algún magno hecho histórico, decretó el “Año de la Orientalidad” en 1975, conmemorando el sesquicentenario de los que se designaron como “Hechos Históricos de 1825”, evitando definirse en el espinoso tema de la independencia. Con esa invocación anodina se formó una Comisión de Homenaje, que realizó actos y editó algunos materiales.
Sin embargo no dejó de dictaminar en materia historiográfica. Un relato oficial sobre la incorporación de Rivera a la revolución libertadora, titulado “Abrazo del Monzón”, fue de lectura obligatoria en los liceos. Pivel Devoto se ocupó de contradecirlo, eludiendo la censura, a través de la publicación, en folletos, de una serie de documentos.
El relato de 1975 –y decimos relato con toda intención- evitaba cualquier referencia a la participación de las Provincias Unidas en la guerra contra Brasil y a la intervención inglesa. Un trabajo del Departamento de Estudios Históricos del Ejército que se publicó con El País sobre las acciones militares aclaraba: “Sólo se han tenido en cuenta los hechos en los cuales intervinieron los orientales solos contra el invasor”. Con lo cual Juncal, Camacuá, Ituzaingó y la campaña de las Misiones desaparecían de la historia, mientras merecía recordarse una “sableada en Colonia”.
Como consecuencia el término “orientales” quedó algo contaminado y se pasó a ser “uruguayos”.

El Bicentenario
Más recientemente otra vez fue necesario abordar cuestiones históricas para celebrar, como otros países hispanoamericanos, el Bicentenario. Casi todos se plegaron a la fecha de 2010, en recuerdo de diversos sucesos revolucionarios que no necesariamente supusieron la independencia sino que, se consideró, conducían a ella.
Uruguay se decidió por 2011 para iniciar la conmemoración de un “proceso de emancipación oriental”, referido al período artiguista y que abarcaría varios años. Es posible que nos esperen nuevos bicentenarios en 2025 y 2030. Sin hablar de otro aniversario quizás menos discutido: el centenario del campeonato de fútbol y la aspiración a revivirlo. En 1930, desde París, Pedro Figari veía, en las celebraciones del Centenario y del campeonato, un signo del desconcierto de los tiempos.
La ley 18677 fue muy escueta y no incluyó considerandos, pero éstos fueron abundantes en el sitio oficial (www.bicentenario.gub.uy). Las fundamentaciones no aclaraban el significado de ese proceso, manteniéndose en el reino del circunloquio y la ambigüedad. Exhortaban a “conocer aquellos hechos que algunos consideran fundacionales de la nacionalidad mientras que otros los enmarcan en diversos procesos de organización de los estados en la región rioplatense…”. Asimismo se declina reconocer el carácter continental de la revolución de independencia, algo que los libertadores tenían bien claro, definiéndonos como “americanos”. Según la ley, el movimiento regional apenas sería el “marco” en el que se desarrolla nuestro propio proceso. Esta era una buena ocasión para reforzar o debilitar nuestra pertenencia e identidad latinoamericanas. Se elige subrayar nuestras “particularidades”, que “nos caracterizan y enorgullecen” y, si parece inevitable construir un mitos fundante, se vuelve a preferir el de la excepcionalidad.
Empero, tampoco hay definición sobre la cuestión de la nacionalidad. El discurso oscila permanentemente entre la unidad y la diversidad identitarias aunque, con una formulación que resalta la diversidad y la pluralidad, en el plano individual y en el colectivo. La conclusión es ecléctica, al grado de la incertidumbre, en función de la corrección política: “En estos doscientos años se ha construido una sociedad con un sentido de pertenencia a nuestro suelo, a nuestro pasado y a ciertos comportamientos culturales que nos son comunes, que nos permiten ser de un modo parecido pero ligeramente diferente, según la visión que cada uno tiene del mundo”.
Hace medio siglo Ardao escribió un ensayo titulado “La independencia uruguaya como problema” y lo cerraba proponiendo un tema dentro del campo de la filosofía de la historia: la nacionalidad uruguaya como problema. Al parecer, aún no fue resuelto.
Las interpretaciones y polémicas reseñadas, así como otras que se han sucedido en el tiempo, son doblemente históricas. Lo son por la materia en discusión y lo son porque traducen posiciones que, a su vez, son históricas, producto de cada época, su problemática y preocupaciones. Por lo que la mirada al pasado tiene un inevitable contenido político e ideológico, al tiempo que contribuye a generar e implantar ideología.

Mali: Solo la lucha del pueblo liberará al país

Vijay Prashad

28/08/2020

El 18 de agosto, soldados del cuartel de Kati, situado a las afueras de Bamako (Mali), dejaron sus puestos, arrestaron al presidente Ibrahim Boubacar Këita (IBK) y al primer ministro Boubou Cissé, y establecieron un Comité Nacional para la Salvación del Pueblo (CNSP). En efecto, estos soldados realizaron un golpe de Estado. Este es el tercer golpe en Mali, después de los golpes militares de 1968 y 2012. Los coroneles que dirigieron esta operación —Malick Diaw, Ismaël Wagué, Assimi Goïta, Sadio Camara, y Modibo Koné— dijeron que renunciarán al poder apenas el país sea capaz de organizar una elección fiable. Se trata de hombres que han trabajado en estrecha colaboración con fuerzas militares desde Francia hasta Rusia, y que, a diferencia de los golpistas de 2012 —liderados por el capitán Amadou Sanogo—, son diplomáticos sofisticados, que ya han demostrado sus habilidades para manipular a los medios de comunicación.

Ibrahima Kebe de L’association politique Faso Kanu dijo “IBK cavó su tumba con sus propios dientes”. IBK, un político con experiencia, llegó al poder en 2013 cuando Mali había perdido su soberanía debido a una intervención militar liderada por Francia, llamada Operación Serval. Los franceses afirmaron que estaban interviniendo para proteger a Mali de un ataque islamista en el norte del país. Sin embargo, en realidad, el acicate del deterioro de Mali viene de una serie de factores, entre los que destaca la decisión de Francia y Estados Unidos —a través de la OTAN— de destruir Libia a comienzos de 2011. La guerra en Libia desestabilizó la situación en la región africana del Sahel, donde los países —ya debilitados por las turbulencias económicas y la presión del Fondo Monetario Internacional (FMI)— se encontraron y se encuentran ahora sin capacidad de frenar las intervenciones militares de Francia y EE. UU.

Mali obtuvo su independencia en 1960 con una gran promesa, ya que su primer presidente —Modibo Keïta— dirigió el proceso con una perspectiva socialista y panafricanista. Los años de Keïta estuvieron marcados por políticas económicas de sustitución de importaciones y una administración honesta que intentó crear un sector público que suministrara bienes sociales. Pero el país dependía de un cultivo (algodón) para más de la mitad de su PIB, tenía poca capacidad de procesamiento e industria, y prácticamente no tenía fuentes energéticas (todo el petróleo es importado, y las plantas hidroeléctricas de Kayes y Sotuba son modestas). La pobreza del suelo y la falta de acceso al agua en la parte norte de Mali ejercen presión en la agricultura, mientras que la distancia del país respecto al mar hace difícil llevar sus productos agrícolas al mercado externo. Además, el régimen de subsidio al algodón tanto en Europa como en EE. UU. golpeó al corazón del intento de Mali de desarrollar su ya diezmada economía. Un golpe en 1968, apoyado por los imperialistas, sacó del poder a Keïta (quien murió nueve años más tarde en prisión). El nuevo gobierno, con el inquietante nombre de Comité Militar para la Liberación Nacional, dejó de lado las políticas socialistas y panafricanas, persiguió a sindicalistas y comunistas, y entregó a Mali de vuelta a la órbita francesa. La sequía de 1973 y la entrada del FMI en 1980 hicieron que el país entrara en un ciclo de crisis, que culminó en el levantamiento democrático de marzo de 1991. Esas protestas callejeras —magníficas en su entusiasmo— llevaron a la victoria de la Alianza por la Democracia en Mali (ADEMA), liderada por Alpha Oumar Konaré.

El gobierno de Konaré heredó una deuda criminal de más de 3.000 millones de dólares. El sesenta por ciento de los ingresos fiscales de Mali fueron a parar al servicio de la deuda. No se podían pagar los salarios, no se podía hacer nada. Konaré, quien comenzó siendo un marxista en su juventud pero llegó al poder como liberal, rogó a EE. UU. la condonación de la deuda, pero no tuvo éxito. Mientras más se endeudaba el gobierno de Mali, menos capaz era de contratar una burocracia honesta, y así fue cayendo en la corrupción. Esto era aceptable para Francia y EE. UU., ya que un gobierno corrupto significaba interlocutores más fáciles para que las mineras transnacionales —como Barrick Gold de Canadá y Hummingbird Resources del Reino Unido— extrajeran las reservas de oro de Mali a precios bajos. Detrás de todo lo que sucede en Mali están sus reservas de oro, las terceras más grandes del mundo. Un reportaje de Reuters que se publicó un día después del golpe tenía el reconfortante titular: “Las mineras de oro de Mali siguen cavando a pesar del golpe de Estado”.

Desde su independencia, Mali ha luchado por integrar su vasto territorio, que es el doble del tamaño de Francia. Las comunidades Tuareg comenzaron una rebelión en las montañas idurar n Ahaggar en 1962, exigiendo mayor autonomía y negándose a aceptar las fronteras que dividen sus tierras entre Argelia, Libia, Níger y Mali. El deterioro de la tierra alrededor del desierto durante un siglo, agravado por las sequías de 1968, 1974, 1980 y 1985, devastó la forma de vida pastoral, forzando a muchas personas tuareg a buscar sustento en las ciudades de Mali y en el ejército de Libia, así como en el sector informal. Los acuerdos de paz firmados entre Mali y los rebeldes Tuareg en 1991 y 2006 se desmoronaron debido a la debilidad del ejército de Mali (los salarios de los soldados se mantuvieron bajos debido a presiones del FMI) y a la llegada a la zona de diversos grupos islamistas expulsados de Argelia.

Estos islamistas —el Grupo para el Apoyo del Islam y los Musulmanes (JNIM), el Estado Islámico del Gran Sahara (ISGS) y Al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQIM)— se fusionaron y se hicieron cargo del norte de Mali en 2012-13. Estos grupos —especialmente AQIM— se habían vuelto parte de las redes de contrabando transaharianas (de cocaína, armas y personas) y recaudaban ingresos a través de secuestros y extorsiones a cambio de protección. La amenaza que representan estos grupos fue utilizada por Francia y Estados Unidos para acuartelar a los países del Sahel, desde Mauritania hasta Chad. En mayo de 2012, los franceses aprobaron un plan para intervenir en la región, que fue ocultado tras la hoja de parra de la Resolución 2085 de la ONU de diciembre de 2012. El acuerdo del G5 en el Sahel incorporó a los países de Burkina Faso, Chad, Mali, Mauritania y Níger a la agenda de seguridad de Francia y EE. UU. Las tropas francesas entraron a la antigua base colonial de Tessalit (Mali), mientras EE. UU. construía la base de drones más grande del mundo en Agadez (Níger). Construyeron un muro por todo el Sahel —al sur del Sahara— como la frontera efectiva del sur de Europa, comprometiendo la soberanía de los países africanos.

Las protestas contra la reelección de Ibrahim Boubacar Këita en marzo de 2020 se intensificaron con la salida a las calles de sindicatos, partidos políticos y grupos religiosos. La atención de los medios se centró en el carismático predicador salafista Mahmoud Dicko (llamado sensacionalistamente “el Jomeini de Mali”), pero Dicko representaba solo una parte de la energía en las calles. El 5 de junio, estas organizaciones —como el Mouvement espoir Mali Koura y el Front pour de sauvegarde de la démocratie [Movimiento de Esperanza Mali Koura y Frente para la Salvaguarda de la Democracia], junto con la asociación de Dicko— hicieron un llamado a una protesta en la Plaza de la Independencia de Bamako. Formaron el Movimiento 5 de junio – Unión de Fuerzas Patrióticas (M5-RFP), que continuó presionando para que IBK renuncie. La violencia policial (incluyendo el asesinato de 23 personas) no detuvo las protestas, que llamaban no solo a la renuncia de IBK, sino también al término de la interferencia colonial y luchaban por una transformación total del sistema de Mali. El M5-RFP había planeado una manifestación el sábado 22 de agosto, pero el golpe militar sucedió el jueves 18. No obstante, la energía de las calles no se ha disipado, y los líderes del golpe lo saben.

Francia, Estados Unidos, la ONU, la Unión Africana y el bloque regional (Comunidad Económica de Estados de África Occidental, o CEDEAO) condenaron el golpe y llamaron, de un modo u otro, al retorno al status quo, lo que es inaceptable para el pueblo. L’Association politique Faso Kanu ha propuesto una transición política de tres años impulsada por los nuevos líderes producidos por el M5-RFP, con organismos transicionales creados fuera de la estructura estatal para fortalecer la debilitada soberanía nacional. “Solo la lucha del pueblo liberará al país”, señalan.

En 1970, la marxista sudafricana Ruth First —quien fue asesinada el 17 de agosto de 1982 por el régimen del apartheid— publicó Barrel of a Gun: Political Power in Africa and the Coup d’État [El cañón de un arma: El poder político en África y el golpe de Estado]. Analizando diversos golpes, incluyendo el de 1968 en Mali, First sostenía que los funcionarios militares en el África poscolonial tenían diversas posiciones políticas y muchos de ellos llegaban al poder para cumplir los sueños de liberación nacional de sus pueblos. “La facilidad de la logística de los golpes de Estado y la audacia y arrogancia de los golpistas son equiparables a la inanidad de sus objetivos, al menos como muchos eligen presentarlos”, escribió First. No hay ningún indicador de que los actuales líderes del golpe de Estado en Malí tengan esa orientación; independientemente de su propio carácter y de sus propios patrocinadores externos, tendrán que enfrentarse a una población que una vez más está ansiosa por romper con el pasado colonial y con las miserias de la pobreza.

El imperialismo marca la historia viva del Sur Global, así como lo hace la persistente resistencia en su contra. Nuestra tercera convocatoria para la Exposición de Afiches Antiimperialistas es sobre el tema del “imperialismo”. La exposición será lanzada en conjunto con las acciones de la Jornada Internacional de Lucha Antiimperialista, planeadas para octubre de 2020. Les invitamos a compartir la convocatoria y a enviar sus afiches. También pueden leer la reseña de la exposición sobre “neoliberalismo”, escrita por el colectivo curatorial de la Exposición de Afiches Antiimperialistas.

– Vijay Prashad, Tricontinental https://www.alainet.org/es/articulo/208681