El Chasque Nº50

20/11/2020
AMÉRICA LATINA, URUGUAY Y LA CRISIS DE UN IMPERIO

Dicen que la Cordillera
deja pasar malos vientos
que un maremoto de intento
le ha bajado la cimera
(Alfredo Zitarrosa – Mi tierra en invierno)

Fidel dijo que si seguían las condiciones sociales como hasta ahora «la

cordillera de los Andes sería la Sierra Maestra de América». (Ernesto “Che” Guevara, Discurso en la OEA, Punta del Este, 1962)

La derrota de la dictadura boliviana, con el arrollador triunfo del Movimiento al Socialismo, fue seguida por el aplastante triunfo en Chile del si a la reforma de la constitución y por la vía más avanzada que era la constituyente elegida plenamente por la ciudadanía y no solamente la mitad, pero los sacudones que están viviendo los Andes no se acabaron en las tierras de Allende, en pocos días, las gigantescas movilizaciones populares de Perú derrotaron un golpe realizado por los elementos más reaccionarios del  parlamento peruano, abriendo posibilidades históricas de procesos de cambios mucho más profundos, que entierren la herencia fujimorista como en Chile se está enterrando la herencia de Pinochet. Son procesos que podríamos llamar “democrático avanzados”, que de llevar hasta las últimas consecuencias las reivindicaciones democráticas pueden abrir el paso a procesos revolucionarios socialistas. La posibilidad de que esto último se pueda concretar, dependerá de la capacidad de las fuerzas revolucionarias de dirigir el proceso en forma amplia y unitaria, sin caer en vanguardismos ni sectarismos que se transformen en un obstáculo al avance real de los procesos. Lo que se trata es de realizar la difícil tarea de construir una fuerza contrahegemónica, que solo se puede concretar tejiendo amplios consensos, y no con mecanismos impositivos, el desafío es la construcción -a nivel del bloque contrahegemónico y de la sociedad civil- de verdaderas instancias de democracia participativa, donde el pueblo se transforme cada vez más en protagonista real de la historia.

La tarea no es nada sencilla, pero todo indica que en América Latina las denominadas “condiciones objetivas” están maduras para procesos revolucionarios avanzados, que el gran problema pasa por el “factor subjetivo”, por la construcción de un movimiento político revolucionario que abra los caminos a las necesarias transformaciones profundas que necesitan nuestros países.

Esas condiciones objetivas tienen mucho que ver con diversos elementos que se han abordado en los últimos números de El Chasque: la crisis cada vez mayor del capitalismo tiene una de sus raíces más profundas en la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, fenómeno particularmente estudiado por marxistas como Michael Roberts, lo cual se expresa en toda una serie de contradicciones y en una crisis que no solo es coyuntural del capitalismo, sino estructural, y que afecta todas las esferas de la vida. Pero debido al carácter dependiente y subdesarrollado de los capitalismos latinoamericanos esta crisis del sistema en su conjunto se expresa en forma más violenta en nuestros países. Si en los 50 y 60 los capitalismos latinoamericanos vivieron profundas crisis, lo hicieron en el marco de un capitalismo global que se encontraba en un período expansivo, que sería conocido como la “edad de oro” del capitalismo, pero hoy la crisis profunda de nuestro capitalismo dependiente y subdesarrollado, llamada “crisis estructural” por Arismendi y otros revolucionarios marxistas latinoamericanos, se da en el marco de una crisis estructural no solo del capitalismo latinoamericano, sino del capitalismo en su conjunto. Esta agudeza de la crisis se expresa en fenómenos como la incapacidad de los gobiernos de la derecha neoliberal de lograr una hegemonía y un consenso perdurable, accedan por vía democrática a los gobiernos o por vías golpistas como en Bolivia. Ni el gobierno de Macri en Argentina y mucho menos el de Áñez en Bolivia lograron consolidar una legitimidad perdurable. Ni la coacción abierta y terrorista de la dictadura boliviana, ni el sofisticado bombardeo ideológico del macrismo parecen ser herramientas efectivas para la perpetuación de gobiernos abiertamente oligárquicos y obscenamente proimperialistas.

La situación generada por la pandemia del coronavirus solo logró postergar procesos de movilización social que tienen un claro contenido revolucionario democrático y que pueden llegar a desarrollar un contenido socialista, si las fuerzas revolucionarias son capaces de dirigir con una concepción amplia y no sectaria, como en un pasado fueron capaces de hacerlo los bolcheviques en Rusia o Fidel y el 26 de Julio en Cuba. Si antes de la pandemia América Latina se vio sacudida por gigantescas movilizaciones populares en Ecuador, Chile y Colombia, tras el levantamiento de las medidas más extremas de confinamiento vemos como renacen las luchas sobre todo en los países andinos. Tampoco es ajeno a estos sacudones continentales un país que por sus dimensiones es de primera importancia para los procesos latinoamericanos como es Brasil. Si bien en el gigante sudamericano no se constatan grandes movilizaciones contra el gobierno fascistoide de Bolsonaro, si parece confirmarse en las últimas elecciones un desgaste y aislamiento político del bolsonarismo que puede anunciar su futura derrota. Si bien la izquierda no ha obtenido una buena votación, y quien ha crecido electoralmente son los sectores de la derecha no bolsonarista, el aislamiento de las fuerzas más reaccionarias del espectro político brasilero, representadas por Bolsonaro, es un paso adelante. La izquierda brasilera fue muy fragmentada a estas elecciones, y, sin embargo, aun en esas condiciones políticas, logra pasar a segunda vuelta para disputar dos ciudades de relevancia fundamental como son Porto Alegre y San Pablo, con figuras jóvenes como Manuela D’Avila y Boulos, que pertenecen al Partido Comunista do Brasil y al Partido Socialismo e Libertade. Como señalaba Arismendi en su tesis sobre la revolución continental, hay un proceso revolucionario compartido en Nuestra América, pero cada país tiene sus ritmos, sus peculiaridades, sus niveles de profundidad, y este proceso es además parte de una dialéctica revolución-contrarrevolución que siempre debemos tomar en cuenta.

Ese ritmo diferente se visualiza claramente en Uruguay. La reacción oligárquica logro recuperar más tardíamente el gobierno en nuestro país que en la mayoría de los países de América Latina, donde hubo procesos de cambio progresistas o de izquierda. La situación actual no es de grandes movilizaciones populares, lo cual no quiere decir que no haya resistencia y movilizaciones contra los grandes retrocesos y recortes presupuestales y de derechos que promueve el gobierno multicolor. La capacidad de respuesta del movimiento popular, como así también el resultado de las elecciones departamentales, demuestran que hay importantes reservas a nivel popular, pero aun no parecen existir condiciones para movilizaciones masivas que den un vuelco a la actual correlación de fuerzas , como en otros países de América Latina. Sin embargo, toda la experiencia reciente latinoamericana, en particular la de Argentina, parece demostrar que el desgaste de los gobiernos de la ortodoxia neoliberal llega más temprano que tarde, y que probablemente en los años siguientes entren en acción nuevas generaciones como podemos ver en los procesos de Chile y Perú, los cuales tienen un gran protagonismo de “insurgencia juvenil” al decir de Arismendi, que -como señala Atilio Borón en entrevista reciente- demuestran un importante nivel de politización de sectores relevantes de la juventud de esas naciones hermanas. Las peculiaridades de nuestro país harán de la recolección de firmas para la derogación de la Ley de Urgente Consideración una lucha fundamental, donde se puede empezar a concretar el vuelco de la correlación de fuerzas y donde nuevas generaciones pueden entrar a participar activamente en el terreno de la historia.

Estos procesos de América Latina se dan en el marco de una crisis estructural del capitalismo a nivel global, donde se agudizan las contradicciones económicas, pero también ambientales de un capitalismo profundamente destructivo de la naturaleza y el ser humano como señalábamos en el último “Chasque”. La tendencia de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia se combina con una contradicción cada vez más clara de capitalismo y naturaleza. En ese marco más amplio es que podemos comprender la actual crisis política que viven los EEUU, en que se enfrentan cada vez más abiertamente facciones de la burguesía con intereses contradictorios, y que según más de un analista, entre ellos Noam Chomsky, puede desembocar en una guerra civil, lo cual nos da cuenta de la profundidad de la crisis más allá de que este extremo se termine concretando o no. Parece claro que del resultado de este enfrentamiento depende la sobrevivencia o no de determinados sectores de la burguesía, y esto explica en gran medida la agudeza de la crisis. Todavía no ha podido desarrollarse en EEUU una fuerza política autónoma que sea capaz de expresar los intereses de la clase trabajadora, lo nuevo todavía no alcanza a nacer con toda su fuerza, y la clase trabajadora aparece subordinada a distintas facciones de la burguesía, se puede constatar que importantes sectores de la precarizada clase trabajadora blanca se subordina al Partido Republicano y en particular al “trumpismo”, así como gran parte de los trabajadores afrodescendientes aparecen subordinados a una mayoría Demócrata conservadora y agresivamente imperialista, sin embargo es promisoria la fuerza cada vez mayor que adquiere la izquierda del Partido Demócrata con figuras como Sanders o Alexandría Ocasio Cortez. La derrota de Trump es motivo de alegría para las fuerzas de izquierda y progresistas, aunque no tanto la victoria de Biden, aunque tal vez pueda representar un respiro para Venezuela y Cuba particularmente afectados por la agresividad extrema del gobierno de Trump. La historia, tanto en América Latina como en el centro del imperio no está clausurada, se puede constatar tanto al norte del Río Bravo como al sur, la agudización de condiciones objetivas para procesos de transformación profunda. Algunos de los desafíos parecen ser incluso comunes, como es la construcción de una fuerza política y cultural capaz de dirigir los procesos de transformación, para lo cual será imprescindible -aquí y allá- superar ese espíritu de resignación propio nuestra época, y que impregna a gran parte del progresismo y de la izquierda, según el cual no hay alternativas al capitalismo. En un contexto de crisis global como el actual, tal vez muchos de los países del capitalismo central ya no sean tan claramente en el futuro los eslabones “más fuertes” de la cadena.

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