Algunos fragmentos del documento:
En primer lugar, reivindicamos la autocrítica en clave de proceso: se trata de una actividad permanente que busca interpelarnos en nuestra praxis promoviendo pensar haciendo y hacer pensando. Concebirla en clave de proceso evita que la reduzcamos a actos puntuales que burocraticen su tramitación puesto que no se trata de pasar por la autocrítica, sino de integrarla -a punto de partida de este debate- a nuestro quehacer cotidiano, reconociendo que nos ha costado hacerlo y allí radica una de nuestras principales debilidades.
La crítica y la autocrítica sólo son eficaces cuando se incorporan a nuestras prácticas cotidianas, y para no esterilizarse deben expresarse en acciones concretas y rectificaciones que permitan trascender el mero debate teórico.
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A escala global se patentiza la contradicción fundamental del sistema capitalista entre las relaciones sociales y las fuerzas productivas, la concentración del capital y el crecimiento de las masas de desheredados y desheredadas, así como el deterioro del ambiente.
La única salida posible implicaría el control democrático de las fuerzas productivas y su aplicación con criterios de racionalidad para resolver las necesidades de la humanidad, preservando el ambiente, lo que exigiría una gobernanza mundial democrática, avanzando hacia un orden global más justo y racional.
Salvar la vida, la salud y las necesidades de la humanidad no puede ser nunca resultado de las fuerzas del mercado.
II) LOS LÍMITES DEL MODELO PROGRESISTA
Si bien en nuestro país las propias políticas adoptadas por los gobiernos del Frente Amplio nos dieron cierto grado de blindaje y protección ante los avatares del mercado global y sus crisis, a partir de 2013 el modelo de desarrollo que fundamentalmente se había seguido, empieza a experimentar la retracción de la capacidad de generar ganancias y eso incrementa la disposición de la burguesía local a incidir para que el proceso de acumulación le vuelva a ser favorable.
El modelo, con cierta similitud con otras experiencias de la región, se basaba en el agro-negocio, la exportación de commodities, la inversión extranjera directa, el crecimiento del mercado interno, la formalización de la economía, el desarrollo de los servicios globales y la expansión del sector público como regulador y en algunas áreas también productor. Al mismo tiempo, el desarrollo de las políticas sociales, la legislación a favor de las y los trabajadores y las políticas salariales, hacían posible el mejoramiento de amplios sectores, en el marco del desarrollo en conjunto del país.
Desde esta perspectiva cabría por tanto preguntarse críticamente si debimos avanzar más en nuestras transformaciones sociales, económicas e institucionales, aún a costa de agudizar el conflicto con el bloque dominante, haciendo uso de las mayorías políticas legítimamente conquistadas y del amplio respaldo social del movimiento popular, para consolidar nuestro proyecto, y si al no hacerlo, permitimos que se crearan las condiciones para nuestra derrota política y electoral. Deberíamos cuestionarnos además dónde estuvieron las fallas de la fuerza política y porqué no tuvimos capacidad de producir una síntesis que nos permitiera superar estas tensiones.
La confianza y el entusiasmo fueron decayendo con el tiempo, instalándose la idea de que éramos una fuerza que aspiraba a gobernar lo mejor posible, más que portadores de un proyecto de transformación social.
Hacer “política con” y hacer “política para” son dos enfoques de construcción muy distintos, y muchas veces equivocadamente planteamos y defendimos proyectos valiosos “desde arriba” con una articulación inadecuada de medios y fines. Hemos hablado con ajenidad de los sujetos sociales del cambio y por momentos hemos confundido al sujeto protagonista de la política con objeto de intervención o destinatario.
De la reflexión que realizamos surge también la necesidad de tomar medidas más estrictas sobre la participación en listas electorales de compañeros o compañeras que han incumplido compromisos con la fuerza política.
El fortalecimiento y jerarquización de los organismos y de los espacios de seguimiento del programa en la fuerza política, es crucial.
Autocríticamente reconocemos que las tensiones antes descritas no han sido administradas de la mejor manera y una de sus razones puede radicar en haber concebido el poder casi exclusivamente en la órbita del Estado y no reconocer aquel que se gesta desde la sociedad, que no se posee ni radica en un lugar, sino que se produce colectivamente y circula.
La gestación del poder popular no se detiene nunca, se esté en la oposición o en el gobierno y una de sus dimensiones pasa por potenciar a las organizaciones sociales del campo popular.
