El Chasque Nº 54: El año que vivimos (casi) encerrados

18/12/2020

Está llegando a su fin un año que quedará grabado en la memoria colectiva, se lo recordará como el año de la pandemia por COVID 19 probablemente, por lo menos en lo inmediato, pero es un año en que también se ha desatado una profunda crisis del capitalismo, una crisis que no es sólo económica, sino que es estructural y afecta a la sociedad en su conjunto. Es crisis económica pero también política, cultural, ecológica, una crisis que compromete a la humanidad en su conjunto.

En América Latina, el año comenzó con la inquietud por una lejana enfermedad que provenía de extremo oriente y que se temía que tarde o temprano llegara a nuestro continente. La enfermedad llegó y la mayoría de los gobiernos adoptaron duras medidas de cuarentena que sin embargo no detuvieron los contagios ni las muertes. El problema de la salud es un problema no sólo biológico, es un problema económico y social, en la mayor parte de occidente han imperado a nivel de la salud criterios de mercado o de cuasimercado que supusieron recortes y austeridad a nivel de derechos, incluido lo que algunos economistas llaman “salario indirecto”, que incluye salud, educación y otras prestaciones sociales. ¿Es casual que los países con un mayor número de muertos por habitante sean países capitalistas que tienen sistemas de salud mayormente privatizados o que han padecido políticas de austeridad recientemente? Mientras que Cuba ha logrado un excelente desempeño en esta pandemia, su vecino EEUU, el país más poderoso aún en términos económicos y políticos, es de los que peores desempeños han tenido. En nuestro país, el crecimiento del presupuesto de la salud y las mejoras realizadas durante 15 años en salud e investigación científica, no fueron en vano, y permitieron enfrentar la pandemia en condiciones mucho mejores que la mayor parte de los países de América Latina.

Las medidas de cuarentena restrictiva que se impusieron en América Latina supusieron un impasse en la lucha de clases, el año 2019 fue de grandes movilizaciones populares, que ponían en cuestión las versiones más fatalistas del por algunos llamado “fin del ciclo progresista”, estas visiones desde nuestra perspectiva no analizaban las cosas en forma profunda, no tomaban en cuenta el largo plazo, y el poderoso motor histórico de la lucha de clases. El impasse de la cuarentena tal vez confirmaba para algunos este fin de ciclo, pero los últimos meses trajeron importantes novedades en Nuestra América: el triunfo arrollador del MAS en Bolivia, y una gestión que ha dejado atrás los temores bastante infundados de algunos compañeros de que se Lucho Arce fuera un segundo Lenin Moreno, el triunfo del si a la reforma de la constitución en Chile, y por la vía más avanzada, grandes movilizaciones en Perú y Guatemala, contra las medidas de ajuste neoliberal y los intentos de golpes “técnicos” que realizan los sectores más conservadores, un desgaste del Bolsonarismo, que si bien aun no ha beneficiado mayormente a la izquierda, supone un creciente aislamiento de uno de los presidentes más reaccionarios y subordinados al imperio en América Latina. Asimismo, en pocos meses habrá elecciones en Ecuador, donde la izquierda puede recuperar el gobierno, y en Perú, donde también puede haber sorpresas por abajo y a la izquierda. También en Colombia las fuerzas progresistas han logrado ciertos grados de unidad que permiten perspectivas positivas para el 2022. La conclusión que podemos sacar de todo esto, es que América Latina se mueve. Más que fin de un ciclo progresista, lo que se vive en América Latina es como señalaba Rodney Arismendi una dialéctica revolución-contrarrevolución, que tiene sus peculiaridades y manifestaciones nacionales, pero que atraviesa todo el continente.

Las causas estructurales que creaban condiciones objetivas para procesos revolucionarios democráticos que podían tomar una orientación socialista en tiempos históricos relativamente breves, siguen no solo vigentes, el análisis de las mismas nos dice que se han profundizado, lo que está faltando, como lo hemos dicho en otros números, son las llamadas condiciones subjetivas, la construcción de una fuerza política y cultural contrahegemónica, que sepa superar sectarismos, cuestionar radicalmente las ideas dominantes sin caer en un lenguaje incomprensible para las mayorías y que sepa elaborar y renovarse en un sentido revolucionario, en un sentido transformador, y no como una “adaptación pasiva” ante la realidad capitalista.

Desde hace tiempo se ha asociado renovación con una aceptación más o menos explícita del capitalismo como el único orden posible, pero el capitalismo es cada vez más inviable, en términos humanos y ecológicos, sus crisis son cada vez más agudas y violentas, su destructividad respecto al medio ambiente es manifiesta e insuperable en los marcos de este sistema, la tendencia decreciente de la tasa de ganancia no es ya solo una mera predicción de EL Capital de Marx, sino una tendencia verificada por todo el desarrollo capitalista, y que ha llevado a que cada vez sean menos viables políticas de “bienestar” en el marco del capitalismo.

Si la izquierda no puede responder, las respuestas pueden venir por las derechas populistas, reaccionarias y fascistizantes o fascistas, y las respuestas que debe dar la izquierda deben tener en cuenta las transformaciones del capitalismo y su destructividad e inviabilidad creciente, Necesitamos una renovación sí, pero que vaya a las raíces, que nos reencuentre con nuestras mejores tradiciones revolucionarias y críticas, que no sea un simple retorno a un liberalismo y una serie de políticas de reformas que no se propongan una superación de esta enloquecida locomotora capitalista que nos está conduciendo al abismo, para retomar una imagen de Walter Benjamin, que a su vez retomaba una metáfora que uso en su momento Friedrich Engels.

Yendo a nuestro país, que se encuentra en este mare magnum tormentoso de América Latina, las aguas parecen calmas, pero eso se debe a determinadas condiciones coyunturales que no perdurarán eternamente. En este sentido, es preocupante la reglamentación del artículo 38 de la Constitución que limitaría el derecho de reunión. Si uno toma las cifras del gobierno, no aportan ningún dato sobre focos de contagios en plazas o lugares públicos, si en ámbitos laborales, educativos e intrafamiliares. Podemos recordar, además, que tras cada movilización contra las políticas neoliberales de este gobierno, que recortan derechos, presupuestos y salarios, se anunciaban desde los medios estallidos de la pandemia que nunca se concretaron. No es de extrañar que en el gobierno existan sectores que propusieran medidas más duras de confinamiento que incluyeran medidas prontas de seguridad. Es claro, que la opción de subsidiar a ciertos sectores de trabajadores temporalmente para bajar la movilidad no está en la agenda del gobierno. Esta reglamentación es, por tanto, preocupante y peligrosa, sobre todo si tomamos en cuenta el largo plazo, y la necesidad de recolectar las firmas para la derogación de los 133 artículos de la LUC. En la historia de América Latina, y nuestro país no es ninguna excepción, no es nada nuevo que sectores autoproclamados “liberales” recorten libertades. De hecho, si vamos a la historia de nuestro país, los principales defensores de estos derechos y libertades individuales, por lo menos desde la década del 30, han sido los sectores progresistas y la izquierda, lo cual se expresó en forma más que clara durante el pachecato y la dictadura posteriores. Muchos de los autoproclamados “liberales” de América Latina lo son más que nada en lo que ellos entienden como “sacrosantas” libertades económicas, tan “sagradas” como el derecho de propiedad. Y estas “libertades” y el programa neoliberal que se asocia con estas, lleva tarde o temprano a un deterioro de las condiciones de vida de la mayoría de nuestros pueblos, que “exigen” recortar las otras libertades para detener la movilización popular. El caso más claro y extremo en este sentido fueron las dictaduras del Plan Cóndor, en particular la de Pinochet, que combinaron liberalismo económico con recorte brutal de las libertades individuales.

Por último, es de destacar el hecho de que se haya llegado a un amplio consenso a nivel popular para impulsar un plebiscito contra la Ley de Urgente consideración, es sin duda una buena noticia, uno de los peores errores que se podían cometer era no encontrar caminos unitarios para enfrentar esta pieza clave en el ajuste económico, político, legal y cultural que se propone la coalición de las derechas. Desde nuestra perspectiva, era claro que esta ley sienta un peligroso antecedente antidemocrático, y como señaló el compañero Korseniak se trataba de un “mamotreto inconstitucional”, lo que justificaba que fuera rechazada en su totalidad a nivel parlamentario. Pero se tomaron otras opciones, que supusieron desacuerdos en el campo popular que afortunadamente han sido mayormente superados. Pero es prudente reflexionar y repensar autocríticamente sobre estas cuestiones para evitar posibles desencuentros futuros, en los años próximos, que todo indica que serán de profundización del modelo neoliberal por parte del gobierno y de agudización de la lucha de clases.

Deja un comentario