15/01/2020
La toma del Capitolio en EEUU no fue tal vez el acto final de trumpistas fanatizados, sino -como señala el comunista belga Marc Vandepitte (https://rebelion.org/por-que-el-asalto-al-capitolio-es-solo-el-comienzo/)- el comienzo de una política cada vez más violenta de la ultraderecha norteamericana, que nadie puede saber a ciencia cierta donde puede terminar. EEUU vive un declive como hegemón mundial, y en su seno vemos aflorar una dura confrontación entre diferentes sectores de la burguesía que subordinan a importantes sectores de la clase trabajadora, en el marco de una crisis estructural del sistema mundial capitalista.
Las identidades, asociadas a ideologías y políticas identitarias sin una perspectiva de clase, han logrado que una parte sustantiva de la clase trabajadora se subordine a los sectores en disputa del gran capital. Gran parte de la clase trabajadora blanca de EEUU, muy precarizada por años de globalización neoliberal y “deslocalización” de la producción en el “tercer mundo”, con un nivel educativo muy bajo, debido entre otras cosas a las políticas predominantes en EEUU en que la educación más que un derecho es considerado un servicio que se compra y se vende, al igual que sucede con la salud, fue captada y hegemonizada por la demagogia de la ultraderecha republicana y en particular por la de un miembro de la gran burguesía como es Trump. El trumpismo ya es un fenómeno en EEUU que ha logrado que su candidato sea de los más votados de la historia después de Biden, y es evidente que sus votos no solo provienen de un sector del 1%, o del 10% más privilegiado de la sociedad, sino que ahí hay millones de votos de trabajadores precarizados y probablemente de sectores de capas medias en decadencia, que quieren volver a un idílico pasado, sin tantos inmigrantes ajenos al mundo anglosajón y preneoliberal, que ya no es realizable, y menos por el camino que propone Trump.
Pero tampoco Biden le ofrece nada a la clase trabajadora ni a la mayoría del pueblo estadounidense en general. En el contexto de EEUU, poco se puede decir a su favor más que a nivel interno no representará a las políticas más reaccionarias que apuestan a recortar derechos y promover el supremacismo anglosajón. Pero a nivel internacional su historial es muy claro, será un duro imperialista, tal vez más al modo “demócrata”, intentando consensuar con otras potencias sobre todo de la OTAN, y limando las políticas más violentas de Trump en el comienzo de su gestión, pero no mucho más. Recordemos que Trump, a diferencia de la administración de Obama en la cual Biden era Vicepresidente, no inició ninguna invasión nueva, como la de Libia o el intento en Siria que impulsó la administración Obama, con un protagonismo central de Hillary Clinton. Sin embargo, Biden ha logrado captar a gran parte del electorado afroamericano, lo que fue un factor relevante para derrotar en la interna a Bernie Sanders. Haber sido el vice de Obama y tener el apoyo de muchos referentes afroamericanos del Partido Demócrata fue fundamental para esa victoria sobre la izquierda demócrata. Como en las internas anteriores fue esencial el apoyo de algunas feministas para que triunfara Hilarry Clinton. Esto responde, a nuestro entender, a que en los movimientos de minorías o en gran parte del feminismo en EEUU, no predomina una visión que conjugue la lucha por el reconocimiento con una perspectiva de clase, como si se combina en el caso del feminismo socialista de Angela Davis o de Nancy Fraser, lo que trae como consecuencia que gran parte de los trabajadores se subordinen a fracciones de la burguesía, y que no se desarrollen las bases necesarias para avanzar sustantivamente contra el racismo o la cultura machista y patriarcal, para lo que es esencial ir por un camino superador del capitalismo. En este panorama político, figuras como Bernie Sanders o Alexandría Ocasio Cortez representan el surgimiento de algo nuevo en EEUU, que ocupa hoy un lugar insoslayable en la disputa ideológica y política pero que aun no tiene posibilidades de dar un salto político significativo que le permita disputar el gobierno, aunque -como también señala Vandepitte- existen perspectivas favorables hacia el futuro, cuando un 51% de los jóvenes declaran tener una visión positiva del “socialismo”. En un momento de declive y crisis cada vez más profunda, las grandes alternativas que parecen visualizarse hacia el futuro son las de socialismo o barbarie. Biden no puede ni quiere avanzar en transformaciones que permitan una salida de la crisis profunda del capitalismo, y no debería extrañar a nadie que en cuatro años retorne el trumpismo, a no ser que la izquierda -que apunta a transformaciones reales- logre transformarse en una opción política y electoral real. A poco menos de treinta años de proclamada la hegemonía unilateral de EEUU y la pax americana, su declive solo no es visto por aquellos que no quieren ver.
En América Latina, el 2020 debería ser recordado no solo por la pandemia del Coronavirus, sino también por la caída de tesis que sostenían un “cierre del ciclo progresista” en forma particularmente fatalista y alejada de una perspectiva histórica más amplia. Nos parece mucho más adecuado pensar América Latina desde una teorización como la de Arismendi, según la cual existe una dialéctica revolución-contrarrevolución en Nuestra América, debido a la crisis estructural de nuestras sociedades, cuyas causas más profundas son la dependencia del imperialismo y la gran propiedad de la tierra, hoy fuertemente transnacionalizada además. Pensar que la caída de los gobiernos progresistas iba a conducir a un nuevo largo ciclo neoliberal como parecían presuponer algunas visiones, es no tomar en cuanta las fuerzas subterráneas que se mueven en nuestra región, y que suelen emerger como un magma profundo. Así, el 2020 terminó con la caída por vía democrática de la dictadura en Bolivia y el triunfo del MAS con Luis Arce, que como Ministro de economía fue el arquitecto del modelo económico más exitoso de la América Latina progresista, con una amplia participación del estado que no se limita a políticas redistributivas, y que ahora demuestra como Presidente que su orientación no es precisamente la “reconciliación” con el golpismo ni mucho menos. También fue un acontecimiento fundamental, en estos avances democráticos y potencialmente socialistas, el triunfo en Chile de una nueva constitución y por la vía más avanzada: elegida en su totalidad por el soberano y no mitad por el soberano y mitad por el poder legislativo como proponía Piñera. Pero también vimos que en Venezuela, a pesar de todas sus dificultades, la derecha no puede remontar electoralmente y que tal vez haya algunos signos de estabilización económica, habiendo crecido en forma importante la producción interna de alimentos, en que Venezuela era históricamente dependiente del exterior. Y, más cercanos a nosotros, fue un avance histórico, y por una mayoría superior a la esperada, la aprobación del aborto legal, en un estado que aun no ha consagrado en forma total la separación de Iglesia y Estado como es la Argentina. Este paso es fundamental, una gran conquista del movimiento feminista argentino, que es un triunfo para todas las mujeres del mundo, particularmente para las latinoamericanas, y para toda el pueblo, porque es un paso hacia una sociedad más libre. Para completar este panorama, es posible un triunfo de fuerzas de izquierda en Ecuador, en Colombia la candidatura de Petro por Colombia Humana es la que se posiciona primero en las encuestas, y Veronika Mendoza crece en Perú. A su vez, en Brasil, si bien no hubo un avance significativo de la izquierda, emergen en esta nuevas figuras, y el fascismo de Bolsonaro sale muy golpeado.
Por último en este número, en que nos centramos en la situación internacional y en los perspectivas de futuro, queríamos hablar brevemente de la que según todos los pronósticos se transformará en la principal potencia económica mundial: la República Popular China. Existen, a nuestro juicio, una serie de “verdades” de “sentido común” sobre China que es necesario cuestionar. Se suele decir, tanto en la izquierda como en la derecha, que China es un país capitalista sin más. Pero hay toda una serie de elementos que aportan diferentes analistas que deberían hacernos poner en cuestión esa visión. En China la tierra es de propiedad colectiva, y se da en usufructo a los campesinos, pero el propietario de la tierra no es el campesino, sino que el propietario es el conjunto de la sociedad. Lo que nos da cuenta de una realidad muy diferente no solo a la Latinoamericana, caracterizada por la presencia del gran latifundio, sino también con respecto a la de EEUU, Europa o Japón. En segundo lugar, las empresas fundamentales, consideradas estratégicas, son estatales, así como el Banco Central, que no es “autónomo” del gobierno como en Europa, y también son estatales los bancos de financiación e inversión. Es además una economía planificada, no una planificación rígida como era la soviética y la de Europa del Este, más allá de algunas virtudes que también tenían, en China se sigue un plan quinquenal que da orientaciones incluso a las empresas privadas. En tercer lugar, la fuerza dirigente sigue siendo un partido comunista que plantea que su objetivo es el socialismo. Si uno revisa las declaraciones de sus principales dirigentes, desde Deng Xiaoping hasta Xi Jinping, se encontrará con que el socialismo es siempre planteado como objetivo estratégico, que se considera el actual período como una fase orientada hacia el desarrollo de las fuerzas productivas que permitan crear las bases materiales para la construcción del socialismo que no existían en una sociedad como la China. ¿Quiere todo esto decir que China sea una sociedad plenamente socialista o que no exista el peligro de una restauración capitalista? La respuesta es negativa, pero esta negación precisa ser aclarada. En China existen relaciones de producción capitalista, junto a la propiedad estatal de los sectores estratégicos, una fuerte intervención del estado y la propiedad colectiva de la tierra, pero esto nos da cuenta de una realidad muy diferente a la de la mayoría de los países capitalistas. Más que calificar a China de capitalista o socialista, tendríamos que tomar en consideración estos diferentes elementos, que nos dan cuenta que no se puede tener una respuesta categórica al respecto, tal vez China sea mejor entendida si pensamos en una especie de híbrido entre capitalismo y socialismo. Y esto puede permitirnos responder a la segunda pregunta: ¿avanza China hacia la restauración del capitalismo o hacia el socialismo? Tal vez la respuesta tampoco pueda ser categórica en uno u otro sentido, y debamos pensar que en China existe probablemente una disputa entre diferentes tendencias, algunas que si apuntan hacia una restauración capitalista y otras que no, y que estas últimas visualizan esta etapa como una especie de Nueva Política Económica al estilo de Lenin, para avanzar en un futuro a una profundización del socialismo. Lo que es cierto, es que en este año China logró acabar con la pobreza extrema, en un país de casi mil quinientos millones de habitantes, tarea que -en Uruguay- los 15 años de gobiernos progresistas no lograron realizar, aunque si hubo una reducción más que significativa, que el actual gobierno se está encargando de revertir rápidamente. También es claro que China está apostando cada vez más hacia el mercado interno y menos a la exportación, y que apunta a un desarrollo cada vez más sostenible ecológicamente y que ha tenido avances significativos en ese sentido también.
Las visiones predominantemente pesimistas y negativas con respecto al futuro que suelen hegemonizar en parte de la izquierda no condicen para nosotros con las condiciones objetivas. Si hacemos un análisis de los EEUU, vemos en la gran potencia hegemónica una debilidad creciente y señales por un lado preocupantes con respecto a su futuro político, pero también promisorias: en el crecimiento de una opción política e ideológica de izquierda que se autoconsidera socialista. En América Latina, no visualizamos un cierre trágico y por lustros o décadas de los avances progresistas y democráticos, este año que pasó fue una confirmación de que vivimos una situación en que les es crecientemente dificultoso a los gobiernos neoliberales imponer su hegemonía por períodos mayores a un par de años. Y en China no vemos a una potencia que se pueda llamar capitalista, menos pensar que en China se hayan aplicado políticas neoliberales como las de América Latina, sino un estado que es difícil de encuadrar, “híbrido”, y cuyo futuro está abierto. A las clases dominantes les conviene promover otras ideas, la idea de una crisis coyuntural y pasajera en EEUU, la idea de un cierre del ciclo progresista y de una China totalmente capitalista y neoliberal, lo que demostraría que no hay alternativas al capitalismo como le gustaba decir a Margaret Tatcher.
Dejamos por último algunas citas y enlaces que nos permiten visualizar la complejidad del fenómeno chino. Son de tres autores marxistas y revolucionarios que además documentan ampliamente sus afirmaciones:
“Ese status singular de una formación burocrática puede desembocar en varios resultados. Un curso futuro estaría signado por la consolidación definitiva del capitalismo y otro contrapuesto por una recreación de la transición socialista. Ambos caminos dependerán de circunstancias externas, luchas políticas y acciones del movimiento popular. Esta mirada es compartida por varios enfoques, inspirados en evaluaciones convergentes.
Una tesis afín a nuestra visión destaca que la economía china no está sujeta al regulador pleno de la ganancia, mantiene sectores estratégicos en manos del Estado, garantiza el control de los capitales y procesa una irresuelta disputa entre sectores pro-capitalistas y críticos de ese devenir. Remarca el continuado predominio del Partido Comunista sobre los centros neurálgicos de la economía y explica las altas tasas de crecimiento por la preeminencia de activos del sector público (Roberts, 2017, 2016a: 209-212, 2018, 2016b). Este retrato resalta los distintos rasgos de un régimen no capitalista, sin proveer una denominación específica para ese sistema.
Las categorías actuales no ofrecen un término satisfactorio para dar cuenta del modelo chino. Algunos estudiosos utilizan el término de “managerialismo” para destacar la primacía del funcionariado en la gestión de la economía. Ilustran cómo los administradores comandan ese desenvolvimiento, mediante supervisiones y asociaciones con el segmento capitalista (Duménil; Lévy, 2014, 2012).” Claudio Katz, 25-9-2020, “Descifrar a China”, en: https://rebelion.org/proyectos-en-disputa/
“Se han autorizado varias formas diferentes de propiedad en la economía china. En sectores en los que no era necesaria la propiedad estatal, como la producción de artículos de consumo, el pequeño comercio y los pequeños servicios, se ha autorizado e incluso fomentado la propiedad privada. Además, las relaciones de propiedad no siempre dicen todo del control de los poderes públicos sobre la economía. La autoridad central dirige sectores enteros a través de la atribución o no del acceso a los mercados públicos o a los créditos baratos, las ventajas fiscales, el acceso a los fondos de inversión públicos, instituciones financieras y subvenciones, etc., sin tener el control directo sobre las empresas por separado. El capital privado es bienvenido mientras esté al servicio de los objetivos de la autoridad. Inversamente, el Estado también puede tomar distancia respecto a la gestión de sus empresas sin renunciar a poseerlas porque son muy claros los límites en los que hay que trabajar (21).
Wu Jinglian, profesor en China Europe International Business School de Pekín, lo resume de la siguiente manera: «La presencia del Estado sigue siendo grande, controla las corrientes financieras y funciona como guardián de casi todas las decisiones importantes, desde las transacciones inmobiliarias hasta las fusiones. El control no se hace solo a la más alta escala. Las autoridades locales también participan en el funcionamiento de una empresa». El capital internacional no puede librarse de ello. Según el Financial Times: «De este modo China acoge el capital internacional según sus propias condiciones y neutraliza su poder»”
“Al contrario de lo que ocurre en muchos otros países, en China el crecimiento económico va acompañado de un fuerte descenso de la pobreza. Entre 1978 y 2015 los ingresos del 50 % de chinos más pobres han aumentado un 400 %. En ese mismo periodo de tiempo descendían un 1 % en Estados Unidos a pesar de que la economía ascendía un 184 %. En Estados Unidos el aumento de la riqueza se produce únicamente en la capa superior (25). En los últimos 25 años China ha sacado a una cantidad récord de personas de la pobreza extrema, 635 millones, esto es, el equivalente al total de personas que integran en este momento el África negra. Al ritmo actual la pobreza extrema se erradicará hacia 2020”
“Hace solo unos diez años las autoridades chinas cambiaron de rumbo y dieron prioridad a la problemática ecológica. En el anterior congreso hace cinco años esta prioridad se integró en el plan de desarrollo global del Partido Comunista. Aparecieron toda una batería de medidas y China se dotó de una legislación pionera en materia medioambiental, aunque su aplicación no es evidente (45).
Pero iba en serio. Mark Kenber, director de la ONG The Climate Group, considera que China es un ejemplo para los demás países en desarrollo: «Está claro que el plan chino para reducir las emisiones de CO2 y construir una economía de tecnología verde se decidió al más alto nivel del gobierno. Esperamos que India, Brasil y otros países sigan rápidamente y demuestren el necesario nivel de ambición» (46). Para The Economist, que es todo excepto fan de China, «los dirigentes actuales comprenden el reto del cambio climático mejor que sus predecesores y quizá mejor también que sus colegas internacionales. Son buenos para adoptar medidas prioritarias fuertes» (47).
Este cambio de rumbo expresa las aspiraciones de la población. Según un sondeo de 2012, un 57 % de los chinos consideraba que el medio ambiente era prioritario, incluso a costa del crecimiento económico. Una cuarta parte de las manifestaciones en el país eran referentes al medio ambiente.” Ng Sauw Tjhoi, Marc Vandepitte “Cuatro cosas que hay que saber sobre China en el marco del XIX Congreso del Partido”, 20/11/2017, en: https://rebelion.org/cuatro-cosas-que-hay-que-saber-sobre-china-en-el-marco-del-xix-congreso-del-partido/
“Pero, según argumentan Herrera y Long, si Francia o cualquier otro país occidental colectivizara toda la propiedad de la tierra y del subsuelo, nacionalizara las infraestructuras del país, pusiera en manos del gobierno la responsabilidad de las industrias clave, estableciera una rigurosa planificación central; si el gobierno ejerciera un control estricto sobre la moneda, sobre todos los grandes bancos e instituciones financieras; si el gobierno vigilara de cerca el comportamiento de todas las empresas nacionales e internacionales; y, por si aún no fuera suficiente, si en la cima de la pirámide política estuviera un partido comunista que supervisara el conjunto… ¿se podría entonces seguir hablando de un país «capitalista» sin caer en el ridículo? A todas luces, no. Evidentemente lo calificaríamos de socialista e incluso de comunista. Sin embargo, curiosamente hay una obstinada reticencia a calificar así al sistema político-económico vigente en China.” Marc Vandepitte, “China y el destino del mundo”, 23-01-2020, en: https://rebelion.org/china-y-el-destino-del-mundo/
“Como sabrán mis lectores habituales, no estoy convencido de que China sea capitalista en absoluto, dado el poder económico dominante del estado y su capacidad de planificación en comparación con el sector capitalista. El estado y las empresas deciden mucho más sobre la vida de los chinos que los caprichos e incertidumbres del mercado y la ley del valor. Como dice Milanovic, China ha crecido en su PIB real y nivel de vida medio en los últimos 70 años más rápido que cualquier otra economía en la historia humana. ¿Es esto realmente una demostración del éxito de una economía capitalista (cuando todas las demás economías capitalistas solo lograron menos de una cuarta parte de la tasa de crecimiento de China y estuvieron sujetas a caídas regulares y recurrentes de la inversión y la producción)? ¿No podría la diferente narrativa de China tener algo que ver con su revolución de 1949 y la expropiación de su clase capitalista nacional y la eliminación del imperialismo extranjero? Quizás el capitalismo no sea lo único que nos quede.” Michael Roberts, “¿Sólo nos queda el capitalismo?”, 17-10-2019, en: https://www.sinpermiso.info/textos/solo-nos-queda-el-capitalismo
“¿La economía de China un ejemplo del éxito de la política económica neoliberal? En varias notas he defendido que China no es una economía de libre mercado se miren como se miren los datos y puede incluso no ser descrita como capitalista. Es dirigida por el Estado, que controla la inversión y la producción estatal, siendo prioritario el crecimiento a los beneficios. De hecho, los datos del FMI sobre el tamaño de la inversión y de la propiedad pública sitúan a China en una liga diferente en comparación con cualquier otra economía en el mundo…La evidencia empírica apoya la visión de Marx de que, bajo el capitalismo, la pobreza (según se define) y la desigualdad del ingreso y la riqueza en realidad no han mejorado bajo el capitalismo, neoliberal o de cualquier otro tipo. Cualquier mejora en los niveles de pobreza a nivel mundial, se midan como se midan, se explica principalmente por la economía dirigida en China por el Estado y todas las mejoras en la calidad y esperanza media de vida provienen de la aplicación de la ciencia y el conocimiento a través del gasto público en educación, en el tratamiento de aguas residuales, acceso a agua potable, prevención y tratamiento de enfermedades, creación de hospitales y un mejor desarrollo de los niños. Estas son cosas que no vienen del capitalismo, sino del bien común.” Michael Roberts, “El neoliberalismo no funciona”, 03-12-2017, en: https://www.sinpermiso.info/textos/el-neoliberalismo-funciona
