A 50 años del Frente Amplio.
19/02/2021
La pandemia ha puesto en relieve la amplitud de la crisis tanto en los aspectos estructurales de un sistema largamente obsoleto como en su institucionalidad; esa “democracia liberal y republicana“ acechada en la actualidad por corrientes ultraconservadoras y neo-fascistas que surgen (como los virus) en este tipo de contexto histórico caracterizado por la incapacidad del sistema político para dar salida a los grandes conflictos y contradicciones hoy exacerbados y amplificados por el cuadro de pandemia. Se ha puesto de relieve el drama que encierra el sistema capitalista, exhibiendo en forma impúdica, al igual que en un estriptís,toda su podredumbre. La riqueza se muestra, ya no se oculta. Deja el ámbito privado para ganar el espacio público justificando el derecho “natural” de unos a ser ricos así como otros, por “falta de aptitud natural” a ser pobres.
Con total honestidad y sin tapujos, Gabriel Capurro (fiel representante de la élite terrateniente) presidente de la Asociación Rural del Uruguay (ARU), en la clausura de la Expo Prado 2020 señaló: “Aunque todos podemos estar de acuerdo en que la desigualdad extrema no es deseable, la realidad es que la desigualdad de ingresos va a existir siempre por la propia naturaleza humana, y es justo que así sea. Las personas somos todas distintas, tenemos objetivos de vida diferentes, actitudes y aptitudes diferentes, y actuamos y trabajamos en consecuencia. Las diferencias existen y van a existir siempre entre las personas, y por lo tanto en los ingresos, que no pueden ni deben ser iguales”.
Palabras que explican la esencia del pensamiento de las clases dominantes uruguayas, fundamentada en la vieja teoría darwiniana de la evolución de las especies aplicada al ámbito social donde sobrevive el más apto, o como “el superhombre” de Nietzsche; una persona que alcanza un estado de madurez espiritual y moral superior al del hombre común, capaz de generar su propio sistema de valores. Esta rancia oligarquía, ese 1% se percibe a sí mismo como seres especiales, con condiciones especiales y dotadas de cualidades únicas, tocados por alguna divinidad o por “cualidades natural” cuando en realidad ha tenido más que ver en los procesos de concentración de la riqueza el tan preciado derecho a la herencia así como las repetidas crisis del capitalismo.
El 2020, además de capicúa, lo recordaremos como año bisagra, dejando atrás un “después o antes de Cristo”, por un “después o antes de la peste del 2020”, no por el hecho de ser la primera peste que sufre la humanidad, sino por su alcance global, el impacto económico-social que acelera a escala mundial las debilidades y contradicciones del sistema capitalista.
La humanidad está atravesando la mayor recesión económica desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Por primera vez los principales bloques económicos sufren sin excepción graves impactos, las cadenas industriales y de suministro globales afrontan obstáculos, y las actividades económico-comerciales se encuentran en recesión empujando a una aceleración y profundización de la crisis estructural del capitalismo.
La llamada Gran Depresión (1929) trajo consecuencias nefastas para las economías de cientos de países, destruyendo fuentes de trabajo, mercados y capitales. Fueron millones los desocupados, ciento de empresas quebraron, los mercados se redistribuyeron a favor de unos y en contra de otros. Los caídos en esa batalla fueron absorbidos por los triunfadores. La riqueza se concentró. Este proceso fue acompañado por el auge de los sindicatos, de las movilizaciones obreras, de los partidos socialistas y comunistas y una creciente influencia de la URSS en los pueblos sometidos al hambre y a la miseria. Pero no estaba en los planes del capitalismo entregarse sin dar pelea, por el contrario, al son de los tambores del chovinismo y nacionalismos engendró el Fascismo y el Nazismo; hijos directos de la crisis y expresión más radical y violenta del capital, llamados a imponer el mayor ajuste de cuentas en su nombre a las fuerzas revolucionarias.
“El sistema buscará destruir al enemigo: o sea, las organizaciones populares que pueden ponerlo en riesgo. Esto era comprendido como autodefensa de las clases dominantes ante el avance de las fuerzas populares. En aquella época la dialéctica de revolución y contrarrevolución tendía a platearse en un solo sentido y para muchos militantes, incluso post festum, podía resultar sorprendente la frase de Lenin “… la revolución avanza por el hecho de que crea una contrarrevolución fuerte y unida, es decir, obliga al enemigo a recurrir a medios de defensa cada vez más extremos…”,aunque tenían muy presente el razonamiento inverso”.( Lenin, V.I. Las enseñanzas de la insurrección de Moscú. O.E. 1970. Moscú: Progreso. T. I. P. 595. María Luisa Battegazzore en Apuntes sobre los orígenes –Chasque 61)
La crisis del capitalismo que dio comienzo en 1929 y provocó una de las guerras más trágica y devastadora con la muerte de 70 millones de personas. Ella inició un proceso de aceleración y síntesis, actuando de catalizador de diferentes procesos que dieron origen a un nuevo mundo y una nueva era.
Las crisis profundas provocan cambios profundos y hoy como ayer nos encontramos ante una crisis estructural del sistema capitalista agudizado en este caso por la pandemia. Se ha puesto en relieve la magnitud del desastre que ha significada el neoliberalismo aplicado a todos los ámbitos de la vida de una sociedad. La privatización de los sistemas de salud, visibilizando la contradicción entre lo privado y lo público, cuestionando la ausencia de políticas públicas en los servicios esenciales, la concentración de la riqueza mundial a niveles inimaginables como contracara de millones de personas presa de la miseria más brutal, un profundo desgaste y cuestionamiento de las instituciones estatales,en particular “la democracia liberal”, la destrucción del medio ambiente provocado por un modelo productivo devastador que instala la duda de la continuidad o no de la vida en la Tierra; son algunos aspectos generales que describen al actual momento histórico que vivimos. Este contexto deja claro la necesidad de un cambio en el rumbo del desarrollo de la humanidad y claro está, instala el debate de cual es el camino a recorrer, cuales son las fuerzas que van a participar de esta gesta y pone en discusión lo hecho hasta ahora en el intento por superar el sistema capitalista.
Las crisis dejan al descubierto las debilidades, el grado de descomposición del propio sistema y muestra a su vez los niveles de desarrollo de las fuerzas que lo enfrentan. No solamente interpela al sistema, sino que también lo hace con las fuerzas que lo niegan.
En el caso de Uruguay debemos preguntarnos el porqué del fracaso del “progresismo” y los límites posibles de la política. Entendemos ese “progresismo” como el período que gobernó el Frente Amplio, no así el proceso que gestó y permitió alcanzar el gobierno por parte de la izquierda.
Las características de “ese modelo” estuvo signado por un fuerte impulso a la inversión directa de capital sobre la base de amplias renuncias fiscales por parte del Estado con el fin de hacer crecer la torta para luego distribuir la riqueza con un sentido “progresista” o de “justicia social”, entendiéndose esta por una política económica que abarcara con sus beneficios a los sectores más postergados. Esa visión fue acompañada por una fuerte recuperación del papel del Estado y de la restauración de las políticas públicas. El período “progresista” en Uruguay se caracterizó por una fuerte reproducción y concentración del capital, incremento de la renta, principalmente del sector agropecuario con el impulso de la agroindustria en un contexto favorable de aumento en los precios internacionales de los comodities. No se modificó la relación de poder existente de las clases dominantes sobre los medios de producción, principalmente la propiedad y tenencia de la tierra. La otra cara de este período significó un importante avance en el reconocimiento y formalización de una serie de derechos para amplios sectores de la sociedad, unido a la recuperación de las políticas públicas permitiendo al conjunto de la población accesibilidad a determinados beneficios.
Esta concepción de “administrar el sistema de una forma más justa” parte de la premisa de que al sistema capitalista no se lo puede cambiar o no es necesario hacerlo, alcanza con ajustar la distribución de la riqueza y ponerle límites a la concentración de capital.
No es casual ni es una teoría nueva. Lenin y Kaustky, Rosa Luxemburgo y Berstein son algunos de esos ejemplos en el debate entre “Reforma o Revolución”. Rosa ejemplifica de la siguiente manera la visión idílica del reformismo: “Cuando Bernstein propone transformar el mar de la amargura capitalista en un mar de dulzura socialista volcando progresivamente en él botellas de limonada social reformista, nos presenta una idea más insípida, pero no menos fantástica”.
Actualmente esta de moda el economista francés Thomas Piketty, donde nuevamente se habla de las políticas públicas del Estado, de la distribución, de poner un límite a la concentración de capitales y alcanzar el “consenso de clases” o la pretendida conciliación entre capital y trabajo. En Uruguay ese famoso sueño de la socialdemocracia del “consenso de clases” funcionó hasta que las clases dominantes dejaron de obtener la ganancia necesaria.
Las buenas intenciones de introducir únicamente reformas al sistema no tuvo, ni tendrá, posibilidad histórica de prosperar. Fracasó por varios motivos, pero el principal se debe a que esas reformas no modificaron el poder económico de clase, no significaron cambios en la estructura de dominación, es decir, no fue desplazada la clase dominante del poder y puesto al “pueblo a gobernar”. Esas reformas se hicieron dejando de lado al pueblo como protagonista central; objeto y sujeto de los cambios. Esas reformas no se consolidaron en una nueva acumulación de fuerzas, en una conciencia superior, ni una nueva cultura hegemónica que derrotara en el terreno del “sentido común” a la ideología burguesa.
Al no haber garantizada la base social para sostener el “período progresista”, para defenderlo frente a una situación adversa y profundizarlo; el haber creído que era suficiente con lo hecho; la sustitución del trabajo político por el trabajo burocrático del Estado atentó contra la posibilidad de mantener lo logrado, pasar a una etapa superior rompiendo los actuales límites de la política hacia otros más avanzados.
Lo cierto es que no existió claridad ni acuerdo en el FA de que sociedad construir una vez en el poder. Siendo una fuerza de izquierda terminamos impulsando una serie de reformas sin la pretensión ni la convicción de hacer de ellas el trampolín para saltar hacia una mejor sociedad. Así como el batllismo impulsó el “Estado de bienestar” sobre el contexto internacional favorable para nuestros productos y el impulso al desarrollo económico, el FA reeditó esa visión recuperando parte de la estructura pública incrementando la presencia del Estado en la vida de los uruguayos. Y como un drama la historia vuelve a repetirse.
Del momento que se enlentece la reproducción del capital junto con la caída de los precios internacionales de los comodities, la renta generada ya no fue atractiva para los dueños del capital y por lo tanto su distribución no fue de su agrado. Desde ese instante comenzó a romperse el “consenso de clases”. Surge “Un solo Uruguay” contra una supuesta “solidaridad obligatoria” y meses siguientes, la conformación de una coalición partidaria que impulsó la cruzada restauradora de los derechos del capital a fluir libremente sin pagar prebendas a nadie y menos disculparse por preferir a unos pocos elegidos frente a una mayoría incapaz de alcanzar el éxito.
Eduardo Bernstein publicó una serie de artículos en los que trató de refutar las premisas básicas del socialismo científico, fundamentalmente la afirmación marxista de que el capitalismo lleva en su seno los gérmenes de su propia destrucción, y que no puede mantenerse para siempre. Negó la concepción materialista de la historia, la creciente agudeza de las contradicciones capitalistas y la teoría de la lucha de clases. Llegó a la conclusión de que la revolución era innecesaria, que se podía llegar al socialismo mediante la reforma gradual del sistema capitalista, a través de mecanismos tales como las cooperativas de consumo, los sindicatos y la extensión gradual de la democracia política. El PSD -dijo- debe transformarse de partido para la revolución social en partido para la reforma social.
A esto respondió Rosa Luxemburgo:“…¿Es posible que la socialdemocracia se oponga a las reformas? ¿Podemos contraponer la revolución social, la transformación del orden imperante, nuestro objetivo final, a la reforma social? De ninguna manera. La lucha cotidiana por las reformas, por el mejoramiento de la situación de los obreros en el marco del orden social imperante y por instituciones democráticas ofrece a la socialdemocracia el único medio de participar en la lucha de la clase obrera y de empeñarse en el sentido de su objetivo final: la conquista del poder político y la supresión del trabajo asalariado. Entre la reforma social y la revolución existe, para la socialdemocracia, un vínculo indisoluble.La lucha por reformas es el medio; la revolución social, el fin”.
Durante los 15 años que gobernó el FA escuchamos de las reformas graduales, de los “cambios paso a paso”. A su vez no todas las reformas o “cambios” fueron hechos con el sentido de modificar en algo la estructura material del sistema, por el contrario, en muchos casos implicó fortalecerlo. Como señala Rosa, el tema no es oponernos a la reformas, lo que se trata es que esas reformas estén en manos del pueblo y permitan acumular fuerzas y elevar la conciencia en la necesidad de cambiar el sistema capitalista.


Vemos con preocupación que no existe un claro análisis teórico y autocrítico en la relación dialéctica entre “reforma o revolución”. Hasta ahora la autocrítica se centra principalmente en los aspectos formales y no en la necesaria redefinición de los objetivos estratégicos que den respuesta a la pregunta ¿para qué existe el Frente Amplio?
Hoy, a cincuenta años de su creación, debemos ser honestos y no eludir la pregunta central: ¿El Frente Amplio nació como fuerza política para los cambios revolucionarios o para impulsar reformas sociales?
Algunos como Fuerza Renovadora, sugieren lo siguiente:
“… Este es solo un repaso que no hace más que mostrar que el instrumental teórico y metodológico utilizado otrora ha caído por vetusto. Su obsolescencia es parte de los duelos que debemos hacer pues, a pesar de hablar de concepción científica lo transformamos en dogma religioso…” Aparentemente tal conclusión es posible por la aplicación de nuevos métodos e instrumentos teóricos. Sin embargo no es claro a que método refieren cuando dicen que “ha caído por vetusto”. Sería bueno explicitarlo y a su vez señalar cual sería “el nuevo método e instrumental teórico” para abordar la realidad.
“El Frente Amplio fue creado en base a otro mundo, otro país y otras concepciones dominantes de izquierda. Su cincuentenario reclama renovar votos en todo sentido. Un nuevo acuerdo político y social es imprescindible…”
Da la idea de ser una fiesta para conmemorar la bodas de oro donde se renuevan los votos y se proclama amor y fidelidad eterna. Pero por otro lado se sugiere un nuevo acuerdo (como el contrato matrimonial) político y social, no dejando claro si es con los mismos o con otros.
A su vez queda en evidencia que el FA (según ellos) pasó a la historia, dado que nació “en otro mundo, otro país y otras concepciones dominantes de izquierda”. Tenemos que establecer (en acuerdo con un nuevo método e instrumentos teóricos y no los vetustos) cuales son los cambios en esencia en el mundo, en el país y particularmente cuales son las concepciones actuales dominantes de la izquierda para imponerse en el nuevo contrato político- social que dará origen a algo “nuevo”.
“…Del mismo modo que se logró aquel del 1971 entre fuerzas tan diversas que convergieron en base a un programa, hoy hay que reeditar esa matriz: juntarse con gente impensada por un proyecto que rompa el empate ya demasiado largo y que nos hace ir y venir, como estamos viendo. Lo anterior implica revisar todo, sin miedos o prejuicios. Lo bueno y sólido, quedará; lo caduco, burocrático, limitante, cambiará. Con el principio democrático “un frenteamplista, un voto”, más participación de las formas más variadas y flexibles, y la incorporación de nuevos conceptos y experiencias organizativas como las redes y colectivos, y lo que surja en el proceso, se puede reforzar un FA con anclaje más profundo e incisivo en el territorio y en los ámbitos culturales…”.
Parece ser que juntarnos con “gente impensada” y “reeditar la matriz” en un acto voluntario sería suficiente para alumbrar algo nuevo. Sin embargo es más complejo que simplemente la voluntad de “reeditar la matriz”. Romper el empate suena más a realizar acuerdos electorales (¿similar a lo que hizo el PT?) más que acuerdos programáticos producto del avance y síntesis de la conciencia del pueblo.
El surgimiento del FA fue resultado de un largo proceso de lucha social y política que culminó en una síntesis superior con la conformación de la unidad de las fuerzas democráticas populares, antioligárquicas y antiimperialistas. Fue síntesis y materialización de la conciencia popular del largo período de crisis que vivió Uruguay y América Latina. Fue primero que nada resultante de un contexto en crisis, de la necesidad de dar una solución a esta, pero fue además de todo fruto de una justa interpretación de esa crisis; sus tensiones principales, las fuerzas capaces de llevar adelante un cambio real en contraposición a un modelo constituido por la oligarquía en contubernio con el imperialismo. Junto con ese análisis y definido los caminos posibles para provocar el cambio se estableció la táctica a seguir, es decir el trabajo político ha realizar para alcanzar dicho objetivo.
En resumen:
1 El FA es el resultante y síntesis de un largo período de crisis con la caída del Estado protector – modelo nacional reformista batllista– el deterioro y enlentecimiento desarrollo de las fuerzas productivas y la pérdida de la iniciativa histórica de los PPTT para dar respuesta a las necesidades más elementales del pueblo.
2 Su existencia no estaba predeterminada, ni fue por generación espontánea; ni obra de un conciliábulo de elegidos, por el contrario, fue producto del trabajo político concreto para crear las condiciones subjetivas que permitieran esa síntesis.
3 No fue un acuerdo electoral o un simple “contrato” entre afines, por el contrario, ese fue el último capítulo de un largo período de lucha.
A la luz de la experiencia y de los hechos históricos nos preocupa que hasta ahora no haya una palabra de autocrítica sobre “el progresismo”, el alcance y significado de la categoría; los caminos recorridos en la política económica, el abordaje de la pobreza, la extranjerización de la tierra, la tenencia y concentración de la misma, en definitiva lo programático, etc. Nada de nada, toda la autocrítica está dirigida a los aspectos organizacionales, de relación con la gente, formales, etc. Por lo tanto si vamos a discutir y a desarrollar la autocrítica entonces debemos discutir TODO y no algunas cosas.
Esa “frontera de la política” – es decir, aparentemente el mejor logro de la sociedad uruguaya – el llamado “progresismo”, síntesis de la sociedad uruguaya en determinado período histórico, fue desafiada por la propia realidad y por otro lado “desmantelada” en lo subjetivo por medio de un relato conservador – renovado que buscó rediseñar un nuevo sentido común en la medida que triunfa y establece una “nueva” hegemonía cultural.
Como todo proceso de crisis, encierra más incertidumbres que certezas y en perspectiva debemos preguntarnos cuales serán las consecuencias de esta y si podemos hacer algo para incidir en su derrotero. Es evidente que la clase dominante pretenda reinstalar un nuevo relato que justifique su existencia e intentan crear y consolidar una nueva subjetividad (síntesis) para perpetrarse en el poder. Necesita refrescarse y lo hace con relativo éxito. Por otro lado el FA tiene la obligación de analizar la nueva realidad y las características del momento histórico en que vivimos para rediseñar una nueva estrategia a largo plazo y una táctica que permita desarrollar el trabajo político.
Debemos hacernos muchas preguntas, mirar lejos, estudiar y analizar las tendencias hacia donde camina el mundo, sus contradicciones, desafíos, y en ese contexto, América Latina y Uruguay. Cuales deben ser los caminos a seguir para lograr los cambios; en resumen, debemos determinar el horizonte al cual pretendemos llegar para saber que hacer para lograrlo. Si no tenemos claro hacia donde vamos, qué sociedad queremos, difícilmente podremos saber
que hacer y cual es la razón de nuestra lucha.
Es necesario recuperar la utopía. La consecuencia de esta imprescindible recuperación es doble: por una parte nos coloca frente a la necesidad no sólo de ser “críticos implacables de todo lo existente” sino también de delinear los contornos de un nuevo horizonte. Por la otra, pone al descubierto la raíz profundamente conservadora de quienes renuncian a hablar de la superación del capitalismo. Bajo un manto pretendidamente riguroso, lo que en realidad hacen con mayor o menor conciencia según el caso, es una vergonzante apología de la actual sociedad capitalista. El repudio a todo intento de proyectar el pensamiento en la búsqueda de un horizonte superador al sistema capitalista y de dibujar los contornos de la nueva utopía, significa en términos políticos la capitulación del pensamiento crítico y aceptar la “muerte de la historia”. Es así que la autocrítica – como expresión política – privada de su horizonte utópico se convierte en un ejercicio retórico, en una acción totalmente superficial, inofensiva e irrelevante.
El FA cumplió cincuenta años y no se muestra como aquella fuerza nueva, esperanzadora, audaz y rupturista con las viejas formas de hacer política. A cincuenta años de existencia corre el riesgo de diluirse en el status quo y desaparecer en la historia. Por lo tanto se impone la necesidad de romper con la siesta reformista y el camuflaje político. Nació como fuerza de cambio, con un programa que sintetizaba las necesidades populares y contra el sistema y el poder económico de una oligarquía opresora. Era una fuerza contra hegemónica, revolucionaria, era lo nuevo. A la luz de los hechos queda en evidencia que renunciar a esas características es perder la esencia y la razón de su existencia.
Es imprescindible retomar el camino para volver a ser esa fuerza esperanzadora, de cambio, innovadora y con un propósito: culminar la obra artiguista de “que los más infelices sean los más privilegiados”. Las crisis necesitan una salida. El FA tiene la responsabilidad de ser la fuerza que construya junto con el pueblo la salida que signifique un cambio de paradigma, donde lo central sea la vida de la gente; como bien decía Rosa Luxemburgo al describir la utopía: “luchamos por un mundo que seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.
Si la única preocupación es ganar las próximas elecciones sin saber que hacer con el poder, si desconocemos que nacimos para cambiar la sociedad, para revolucionarla y erradicar la injusticia, entonces la historia nos pasará por arriba al igual que en Macondo, la ciudad de los espejismos; arrasados por el viento y desterrados de la memoria de hombres y mujeres.
