Carlos Vaz Ferreira. Sobre la enseñanza de Filosofía en bachillerato.

(Escrito en 1943)

El Chasque 99
18/08/2023

«Proscribir la filosofía de los estudios liceales es ejemplo de uno de los mayores errores pedagógicos. Naturalmente, la enseñanza de la filosofía es ya, en este grado, una enseñanza profundamente educadora y cultural, y las causas de que ello pueda desconocerse o no entenderse bien son falacias: errores que conviene examinar.

El primero de esos errores, la filosofía, se decía, no puede formar parte de los planes de enseñanza secundaria, porque allí, ni los alumnos pueden entenderla bien, ni los profesores pueden enseñarla bien.

Tal opinión se basa en dos errores: uno lógico, otro pedagógico.
El error lógico es la falacia de grados: opinar que lo que no puede hacerse de un modo perfecto, no debe hacerse en modo alguno. El hecho del que se parte es indiscutible: la filosofía no puede enseñarse tan bien en enseñanza secundaria como en facultades superiores.

Pero el que tenga el espíritu un poco educado en el discernimiento de estos sofismas de grado, tan comunes, comprende que aquella posición es completamente errónea. Aún donde no pueda darse ni aprovecharse completamente bien, la enseñanza de la filosofía hará bien en algún grado. (Tanto más cuanto que la mayor parte de los alumnos de enseñanza secundaria, cuando la dejan, no se encontraran más con la filosofía)

En cuanto al error pedagógico es el desconocimiento de una idea directriz pedagógica importantísima, que he llamado, idea de “penetración”. Equivocadamente, muy equivocadamente, se cree que solo lo que puede ser completamente comprendido debe ser enseñado, en tanto que lo parcialmente inteligible no solo debe ser materia de enseñanza, sino que es fermento insustituible de ella.

Una segunda objeción viene de cierto espíritu positivo (bien falsamente positivo) que quiere limitar la enseñanza a lo positivamente práctico. Absurdo sería, sin duda, no enseñar más que cosas abstractas, pero igualmente absurdo proscribir lo abstracto de la enseñanza. Pero, además, todavía, es error bien vulgar considerar la metafísica como si no comprendiera más que problemas abstractos. De la filosofía forman parte también, los más vitales de todos: los de la libertad y el determinismo, el de la existencia de Dios, y el más vital, el más importante de todos: el de la inmortalidad, el de la supervivencia de la consciencia. Dejar salir a los jóvenes de la enseñanza sin haberles hecho sentir esos problemas- comprendidos hasta donde pueden- es dejarles la inteligencia incompleta.

Otra objeción contra la enseñanza de la filosofía se basa en que es un “conocimiento incierto”. Es, tal vez, la más errónea de las objeciones. Pero, a propósito de ella, hay que hacer una aclaración importantísima: Enseñando lo incierto, se puede hacer el mayor bien o el mayor mal. El mayor bien, enseñando lo incierto como incierto. El mayor mal, enseñando lo incierto como cierto.

Otras objeciones contra la enseñanza de la filosofía se basan en falsas oposiciones: por ejemplo: la falsa oposición de lo teórico y lo práctico. En cierto movimiento pedagógico a favor de lo práctico hubo, de bueno, la parte positiva, y de malo, la parte negativa: Con aquella falsa oposición se relacionó otra, que merece más especial atención: fue la falsa oposición entre la filosofía (o su enseñanza) y la ciencia (o su enseñanza).

Lo esencial es que el efecto del aprendizaje de la filosofía es tan complejo como amplio e irreemplazable: abrir los espíritus, ensancharlos, darles amplitud, horizontes, ventanas abiertas, y por otro lado, ponerles penumbra, que no acaben en un muro, en un limite cerrado, falsamente preciso, que tengan vistas más allá de lo que se sabe, de lo que se comprende totalmente; entrever, vislumbrar, más allá de esos horizontes lejanos y apenumbrados, la vasta intensidad de lo desconocido. Enseñar a graduar la creencia, y a distinguir lo que se sabe y se comprende bien, de lo que se sabe y se comprende menos bien, y de lo que se ignora (enseñar a ignorar es tan importante como enseñar a saber).

Además, todavía, la formación o el desarrollo del espíritu crítico, de análisis y libre juicio. Y producir también la sensación de la dificultad de las cuestiones, el discernimiento entre lo que es cierto o simplemente probable, y la sensación también, de que hay problemas insolubles. La superiorización del espíritu por el contacto, a la vez, con los problemas superiores, y con los pensadores superiores que lo trataron. El cultivo de los grandes sentimientos, la sinceridad, la tolerancia. Y también los beneficios de la cultura desinteresada, de la no inmediatamente práctica. También, en cuanto a las ciencias, el enseñar a verlos desde más alto: desde la altura en que se borran las fronteras en parte artificiales que establece entre las llamadas “materias” o “asignaturas”.

Y, para acabar de recordar las discusiones que me vi obligado a sostener en aquel tiempo, me refiero a una que vino con motivo de la división del antiguo bachillerato único en enseñanza secundaria y preparatoria, división que, por razones que he explicado hasta el cansancio, hizo más mal que bien. Pues, con motivo de esa división se produjo un extraño peligro. Los profesores y autoridades de aquella época plantearon una división de materias preparatorias basadas en la especialización. Yo sostenía que, ya que el mal se había producido, si especialización debía haber en los preparatorios, debía ser mas bien especialización al revés, esto es: no dejar a los futuros profesionales privados de los conocimientos que nunca más habrán de tener ocasionar de estudiar, e intensificar esas enseñanzas para ellos. Me refiero acá a la idea absurdísima que se sostuvo entonces, de que la Filosofía ser solo cuestión de abogados. Y estuvo a punto de ser suprimida para los médicos. Yo sostuve que la filosofía debía enseñarse en todos los bachilleratos, pero, sobre todo, precisamente en el de medicina, sobre todo porque ningún profesional está, como los médicos, en relación directa y continua con los supremos problemas filosóficos. Ningún profesional, en el mismo grado que el médico, necesita la preparación de sentimientos que contribuirá a excitar en él la buena enseñanza de la filosofía: él que está en contacto continuo con la muerte, y con el dolor humano.»

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