Volver a pensar

Julio Castillo
El Chasque 108
20/10/2023

Desde la publicación del Manifiesto Comunista por parte de Marx y Engels, allá por 1848, el fantasma del comunismo ha seguido haciendo de las suyas a pesar de que lo han matado y enterrado muchas veces. Así no haya existido ni exista en los hechos, cada tanto lo convocan para hacerlo responsable de algún mal o para respaldar alguna excusa mediocre.

En la década del 50 y 60 en EEUU existía la segregación racial. Corría el año 1957 y en Little Rock, Arkansas, un grupo de adolescentes negros logró ingresar a la escuela local. Para denunciar el hecho, racistas blancos protestaron portando carteles que decían: “La mezcla de razas es comunismo”. No hace mucho el ex capitán del ejercito brasilero, Jair Bolsonaro, conquistó la presidencia de Brasil sobre la base de una furibunda cruzada anticomunista evangelizadora, algo parecido a la Inquisición, acusando al fantasma del comunismo de ser responsable directo de la degradación de los valores de la sagrada familia. En las elecciones pasadas de Perú, donde la derecha levantó la consigna “No al Comunismo” para enfrentar al candidato por la izquierda Pedro Castillo. Ahora vuelve a aparecer en Argentina, y es patético escuchar al tristemente payaso de Milei (el fascismo siempre tuvo un lado payasesco por lo ridículo e inverosímil de algunos planteos) acusando a diestra y siniestra de comunista a todo el mundo.

La idea del comunismo siempre ha sido una representación subjetiva y abstracta desarrollada narrativamente en el tiempo, ya que a la fecha no ha existido ninguna sociedad bajo las características sociales, económicas y jurídicas que establece dicha teoría. Muy similar a la construcción del antisemitismo que tiene profundas raíces en la historia muy bien descripta (más allá dela ficción) en la novela de Umberto Eco, “El Cementerio de Praga”. Ni hablemos de Hitler y su discurso denunciando una supuesta conspiración “judía-comunista” como responsable directa del sufrimiento del pueblo alemán, hecho incuestionable para impulsar su erradicación y eliminación. Veintitrés página consta el Manifiesto Comunista, veintitrés páginas suficientes para que media humanidad se sublevara contra la injusticia y rompieran las cadenas impuestas por el capitalismo y el neocolonialismo. Y a pesar de las derrotas y los reiterados anuncios de su muerte, agitar nuevamente el “cuco del comunismo” sigue dando buenos resultados. El anticomunismo sirve para todo y principalmente para paralizar todo intento de ir más allá del sistema y preguntarnos si es posible cambiarlo. Es muy grande el miedo que tienen las clases dominantes a la idea del comunismo porque en el fondo es la única idea que cuestiona radicalmente al sistema capitalista y lo desnuda dejando al descubierto las injusticias y su hipocresía.

Hoy no vivimos el clima de la “Guerra Fría” y el “macartismo” que lo caracterizó, pero comienzan a escucharse voces que pretenden traer nuevamente al tan mentado comunismo como enemigo de las buenas costumbres y de la inmaculada democracia uruguaya.

Escuchar a Juan Pedro Mir decir que se fue al Partido Independiente porque el “comunismo apoya tiranías” y se alejó del PCU porque cree en la democracia, es realmente paradójico. Como decíamos, el anticomunismo sirve para explicar hasta porqué te salen hemorroides o te contagiás de gripe, y en este caso, es realmente paradójico ya que se va al Partido Independiente integrante de una coalición junto a Cabildo Abierto (en su momento el PI señaló que “jamás se uniría a Cabildo Abierto) partido militar defensor del golpe de estado, de los golpistas y torturadores. Nada más y nada menos. Es evidente que Mir tiene una interpretación deformada de la democracia. Prefiere dejar el FA y a los comunistas, al PCU, el partido de la resistencia, que pagó un precio enorme en la lucha por la democracia y contra la dictadura en Uruguay, por un partido que se dice de izquierda pero que gobierna junto con los golpistas y torturadores.

Para justificarse, agrega como algo novedoso el “carácter perverso” que existe en los comunistas por apoyar a las tiranías. Siempre la idea del comunismo es asociada por sus detractores a lo “maquiavélico”, al lado oscuro de la existencia. Habría que ver a que se refiere, por ahí prefiere la democracia de EEUU, un país invasor en nombre de la libertad de cientos de países y promotor de golpes de estados, particularmente en América Latina. Con la desclasificación reciente de documentos de Estado, ha quedado demostrado con claridad de cómo la democracia representante del “mundo libre”, por medio de Henry Kissinger (secretario de estado de Nixon en 1973) se perpetró el crimen sobre Allende y la democracia chilena. Y todo por miedo al fantasma del comunismo.

Marx y Engels (La ideología alemana): «Llamamos comunismo al movimiento real que supera el actual estado de las cosas».

La palabra “comunismo” nombra algo que, aquí y ahora, parece referirse a una hecho inconcebible. Lo acontecido y lo vivido en la historia con el nombre de “comunismo” no debe ser objeto de reflexión, y no cabe imaginar un nuevo comienzo comunista. El “comunismo” significa únicamente crímenes sin fin y regímenes de terror que solamente existen en el relato y no en la vida real. Tal es así que se agrega a la larga lista de “Halloween” con el adjetivo de comunistas países como Venezuela, Nicaragua entre otros. Demonizar ha sido básicamente el componente común en el relato por parte de las clases dominantes y sus ideólogos sobre la idea del comunismo que ha terminado por impregnar fuertemente a amplios sectores de la izquierda en un sentimiento de culpa que prefieren flotar en el mar de “lo que hay”. Como un hecho incuestionable y naturalizado hoy se cree que es más probable la desaparición de la humanidad a que caiga el capitalismo. En este mundo incambiable de “es lo que hay” podremos conformarnos, en todo caso, en evitar los catastróficos efectos de las inmoralidades del capital aplicando una buena dosis de responsabilidad ética en los escalones superiores de la sociedad. De esa forma nos libraremos de los especuladores y parásitos y podremos vivir felices en lo que finalmente será (como lo bautizara Zizek) «el capitalismo con rostro humano». En consecuencia, el tratamiento de la idea del comunismo como un intento fallido en el proceso evolutivo de la humanidad sugiere que la izquierda ha aceptado con el capitalismo el fin de la historia. Apegados al fracaso histórico de la construcción de una sociedad superadora del capitalismo, hoy somos aparentemente incapaces de seguir imaginando un futuro igualitario y emancipador. Por lo tanto estamos condenados a vivir sin una idea y movernos en el terreno que suelen compartir lemas como “la vida es una sola”, “disfruta la vida” etc. Pero vivir sin una idea es reducirla a mera supervivencia y condenarnos a ser simple hojas arrastradas por el viento. La humanidad es su historia, por lo tanto, decir: “hasta aquí llegamos”, es negar el futuro y quedar atrapados una especie de repetición – en un bucle temporal – hasta la extinción final sin que podamos hacer nada al respecto.

Y en ese dilema se encuentra el mundo y en ese contexto hay que desplegar la lucha para crear las condiciones subjetivas para los cambios. De hecho, es una lucha colectiva que cambia y transforma el deseo individual de cambios a una forma común y colectiva. La “libertad” de quienes hemos crecido bajo el capitalismo es la libertad del individuo aislado, es una libertad sobre y contra otros individuos aislados, una libertad del egoísta para la que la solidaridad y la comunidad existen en el mejor de los casos como ideas reguladoras carentes de efectividad. Es la “libertad responsable” impulsada por el gobierno de Lacalle, donde todo depende del esfuerzo y la actitud individual, cada uno es dueños de su destino, etc. El individualismo es la barrera para la formación de la voluntad colectiva y para desarrollar la idea del comunismo. De ahí que sea fundamental la lucha ideológica para enfrentar las visiones de la meritocracia o por ejemplo lo que sostiene la seguridad social basada en el ahorro individual y no en la solidaridad colectiva de toda la sociedad. Y esta batalla por la hegemonía cultural debe dar paso al deseo consciente de la lucha colectiva para alcanzar una sociedad justa y verdaderamente libre. En definitiva esta es la verdadera razón de ser de izquierda.

Sin embargo hoy nos encontramos frente a una izquierda alejada de la construcción de una alternativa superadora del capitalismo, renunciado al deseo de alcanzar el “comunismo” o del cambio revolucionario, -idea de igualdad, justicia social, libertad, ausencia de clases sociales y del Estado- y ha destinado las energías revolucionarias en prácticas restauradoras que han fortalecido el dominio del capitalismo. Esta izquierda ha sustituido las luchas emancipadoras, la práctica revolucionaria contra el capitalismo, la participación del pueblo como sujeto del cambio, por la creación de ONGs, una incesante interpretación y diagnóstico de la realidad, la “inseguridad alimentaria” en lugar del hambre de la gente, las estadísticas comparativas, la macroeconomía, los discursos legislativos y la ausencia de la lucha de clases, etc.

El deseo revolucionario se ha diluido en la inevitabilidad del capitalismo, abandonando ostensiblemente su fuerza contundente contra las clases dominantes y el gran capital financiero, su responsabilidad de ayudar a alumbrar un mundo mejor, dejando de ser una fuerza consciente de su papel como herramienta para impulsar el cambio revolucionario. Y en la medida que deja de ser consciente de su papel y rol histórico, deja de tener una razón para existir (ya no hay futuro, solamente presente) permaneciendo atrapada en la repetición y en una existencia determinada por el lugar a ocupar en una futura estructura de gobierno.

A pesar de que el río no es el mismo y pasó mucho agua bajo el puente, afirmamos que la idea del comunismo está presente en toda aquella ruptura en el orden normal de la ideología y cultura dominante. El comunismo es subversivo, es revolucionario porque es algo dado al capitalismo, nace de él negándolo para superarlo. En este movimiento real que transita hacia la superación del actual estado de las cosas, el comunismo como idea ya no es un fin en si mismo, sino que es una condición. El fantasma del comunismo se expresa en las diferentes luchas que cuestionan o ponen de relieve la brutalidad del sistema capitalista y se manifiestan públicamente reclamando el fin del mismo. Toda acción, toda lucha que pretenda superar el actual estado de las cosas podemos decir que encierra en si mismo la idea del comunismo.

Es el movimiento feminista, que tanto odian las clases dominantes, exigen el fin del machismo y el fin del capitalismo. Más allá de la amplitud y corrientes, el elemento que se visualiza como perpetuador del machismo, el sometimiento de la mujer a su dominio y la violencia de género es el capitalismo. Por lo tanto, este planteo tan radical incluye (así no sea objetivado) la idea del comunismo. Encierra el deseo de una sociedad de iguales, sin dominación de ningún tipo, con la más amplia libertad y justicia social. El deseo de derrotar la ideología dominante que sostiene la lógica de géneros y aprueba el sometimiento de unos sobre otros habla del deseo por derrotar al capitalismo y construir una sociedad libre, justa y sin dominación de unos sobre otros.

Para las personas que están comprometidas con la justicia social, el derecho a una vida digna, a la paz entre los pueblos, a erradicar la explotación de unos sobre otros, a la libertad y no están dispuestas a acomodarse al “realismo capitalista” (lo único real es el capitalismo) imperante en nuestra época, constituye ese deseo; lugares desde los que pensar y actuar, y desde los que comprender el pensamiento y la acción. Por otro lado hay un amplio espectro de la izquierda contemporánea o bien se ha sometido a la inevitabilidad del capitalismo, o bien ha asumido que los fracasos prácticos y teóricos de la construcción del socialismo requieren negar las contradicciones, las clases sociales y alejarse del compromiso revolucionario como medios para derribar el capitalismo.

Y el deseo por el cambio revolucionario no nace por arte de magia, es necesario despertarlo y transformarlo en consciencia de la necesidad, en consciencia organizada.

De ahí la importancia de volver a pensar el comunismo, de interrogar y aprender del pasado para lograr esta vez algo mejor. A su vez hay luchas y experiencias específicas de los pueblos cuyos éxitos y fracasos pueden inspirar e incitar el deseo de mirar el presente de otra forma, de verlo a la luz de un horizonte comunista.

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