El progresismo, la democracia y el perdón de la derecha.

Julio Castillo
El Chasque 110
3/11/2023

Parece de Perogrullo decir que “la derecha no perdona”, si bien, no está de más recordarlo, y no solamente por los últimos acontecimientos sucedidos en la primera parte del Siglo XXI. Históricamente los sectores retrógrados, las clases dominantes y las fuerzas políticas que las representan sostenedoras del sistema capitalista más de una vez han demostrado que no perdonan. Lo saben muy bien los pueblos latinoamericanos por el precio que han pagado en esta larga lucha por la liberación definitiva. Cada vez que las clases dominantes han visto peligrar su poder político y económico por parte del movimiento popular, no dudan en promover ajustes de cuentas con las fuerzas democráticas populares, de izquierda y con la “democracia”. No solamente avanzan sobre aquellas fuerzas contrarias a sus intereses que disputan la hegemonía y el poder, sino que avanzan inclusive contra las propias instituciones que de una forma u otra resguardan el sistema capitalista.

Ayer golpes de Estados violentos, hoy, desestabilización política, económica, “golpes blandos al estilo Honduras, Perú” y la judicialización de la política en contubernio con los medios de comunicación hegemónicos como punta de lanza para sostener el modelo económico neoliberal que favorece a la oligarquía y el capital financiero, tirando abajo si es necesario, toda barrera institucional para hacer posible sus planes.

El progresismo de la primera oleada era rupturista. Se iniciaba el mundo con ellos: un nuevo sistema político, un nuevo sistema de ideas, una nueva economía. El segundo progresismo es administrativo. “Tranquilos, muchachos, administremos lo que hay, ajustando un poquito por aquí o por allá”. Quieren ser parte de un sistema político, mientras el primer progresismo no quería ser parte de ningún sistema político”. García Linera

Según Linera “el primer progresismo fue rupturista, donde se iniciaba una nuevo sistema político, de ideas y una nueva economía”. Nosotros creemos que no fue así. No rompió las estructuras económicas ni modificó la base material del sistema, ni frenó la concentración de riquezas en pocas manos, ni cambió el sistema, ni creó un nuevo sistema de ideas. Lo único que podemos señalar como novedoso es el hecho que por primera vez, salvo Chile y Guatemala, sectores de la izquierda unidos a sectores democráticos populares (progresismo) llegaban al gobierno en varios países latinoamericanos, en particular se destaca Brasil por su significación con Lula y el PT.

Luego de lo sucedido en Chile de 1970 con el triunfo en las elecciones de Allende y la UP, en donde por primera vez una fuerza de izquierda accedía por elecciones democráticas y pacífica al gobierno, “la derecha que no perdona”, derrocó con un golpe sangriento dicha experiencia. En Guatemala tampoco perdonó. En 1954 Jacobo Árbenz fue derrocado por un golpe de Estado dirigido por EEUU, con el patrocinio de la United Fruit y ejecutado por la CIA mediante la operación PBSUCCESS (PBFORTUNE o “plan de emergencia” ) que lo sustituyó por una Junta militar que finalmente entregó el poder al coronel Carlos Castillo Armas. Fue acusado de ser comunista y atacar los intereses de los monopolios  fruteros estadounidenses y oligopolios agrícolas nacionales, principalmente con la reforma agraria. Luego de casi setenta años de una historia trágica, las fuerzas democráticas y progresistas de Guatemala ganan las elecciones, si bien la derecha recalcitrante aun se resiste a reconocer el triunfo de Bernardo Arévalo.

Quedó demostrado una vez más lo poco que le importa la democracia a las clases dominantes y al capital. En el Cono Sur fueron necesarios más de 13 años para el retorno a una democracia magullada con signos de autoritarismos adquiridos bajo las dictaduras y un largo período de gobiernos de derecha para que otra vez pudieran acceder por vía electoral fuerzas políticas “progresistas”, de izquierda y de centro izquierda que dependiendo de las realidades y características de los países, impulsaron cambios importantes en la agenda de derechos, promovieron el *neo-desarrollismo y los Estados de Bienestar impulsando políticas distributivas y de cobertura social. Pero de ahí a cambios rupturistas estructurales, hay mucha distancia. No tiene nada que ver el programa que levantó la Unidad Popular de Allende o el Frente Amplio de Seregni a los programas actuales de los llamados progresismos. Efectivamente aquellos programas atacaban la base material que sostenía el poder y la existencia de las clases dominantes y el imperialismo yanqui.

Luego de haber vivido la brutalidad y el terrorismo de Estado de las dictaduras, escuchamos decir a integrantes de la izquierda, “aprendimos a valorar la democracia”, como si las fuerzas de izquierdas fueran responsables de sabotearla. Esta “culpa” en sectores de la izquierda soslaya el desarrollo de la lucha de clases que empujó a las oligarquías a pulverizar las democracias en complicidad con los partidos políticos que la representaban. El negar este hecho deja de lado todo intento de análisis sobre los límites de la misma y el papel del Estado que anidó el huevo de la serpiente.

Habernos atrevido a denunciar el poder de la oligarquía y de ese Estado liberal que la sostenía y que aún la sostiene refleja la incapacidad o negativa por parte de la izquierda de poner arriba de la mesa la discusión del papel de la democracia, de qué democracia hablamos, de su contenido de clase, y menos, de la necesidad del cambio revolucionario.

Al no existir un nuevo puerto al cual llegar tampoco existe la necesidad de cambiar la ruta. Estamos condenados a navegar sin rumbo. De ahí que el progresismo no “acumula fuerzas” en el sentido de educar y construir consciencia de la necesidad del cambio, del salto.

¿Entonces para qué queremos ganar las elecciones si en realidad no creemos en la posibilidad de la “necesaria emancipación” del pueblo hacia una nueva sociedad?

La izquierda debe tener la voluntad política de proponerse el debate sobre la construcción de un destino donde desplacemos a la oligarquía del poder y pongamos al pueblo a gobernar, es decir, un proceso democrático avanzado y popular como período de transición hacia horizontes superiores. El hecho de tener la voluntad política, no significa voluntarismo, actitud infantil y mesiánica que la izquierda uruguaya vivió en 1970 por parte del MLN al partir de un análisis subjetivo (lo que ellos estaban dispuestos a hacer) de la realidad uruguaya y desconociendo el proceso de acumulación de fuerzas en la sociedad, de la etapa y el momento histórico que vivía Uruguay.

En ese sentido destacamos este pensamiento de Gramsci en su escritos sobre “Análisis de las situaciones. Correlaciones de fuerzas”.

Hay que moverse en el ámbito de dos principios: 1) el de que ninguna sociedad se plantea tareas para cuya solución no existan ya las condiciones necesarias y suficientes, o no estén, al menos, en vías de aparición o desarrollo; 2) el de que ninguna sociedad se disuelve ni puede ser sustituida si primero no ha desarrollado todas las formas de vida implícitas en sus relaciones”

Podemos afirmar que los movimientos progresistas nunca se han propuesto un horizonte revolucionario. Hablan de eliminar la injusticia, la pobreza, pero no de sustituir el sistema capitalista como responsable directo de esa situación, ni como transitar para cambiarlo, por el contrario, los programas progresistas hacen sus propuestas dentro de los límites del sistema. No hay una sola idea que lo cuestione radicalmente y proponga romper con esos límites que impone la actual realidad. Los progresismos hoy son parte del status quo, funcionales al sistema capitalista, mejor dicho, a la reproducción de un tipo de capitalismo que desde el punto de vista histórico ya está perimido en el mundo del capital financiero y de las grandes corporaciones. Esta visión reformista que niega la lucha de clases en el plano político y le quita importancia al papel del imperialismo por medio de EEUU en nuestro continente nos ha colocado en un “bucle en el tiempo” donde aparentemente estamos condenados a repetir la historia.

Basado en el sistema FODA para establecer fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas, en la propuesta programática del FA para el 2025-2030 no existe la lucha de clases. Habla de los “poderosos”, de amenazas a la paz, a la democracia, pero no señala a los responsables de esas amenazas. ¿Para qué existimos? En la medida de que no se explica el porqué del FA y contra quienes vamos, es decir a quiénes vamos a sustituir, qué vamos a sustituir y qué vamos a proponer en su lugar, es imposible que se logre avanzar en la historia. Hablando de la democracia no existe una caracterización de la misma, simplemente que es una “permanente construcción colectiva”, donde se destaca la importancia de prestigiar la política y los partidos políticos, pero no se habla de avanzar y profundizar con la participación directa del pueblo en los asuntos del país. ¿Es la misma democracia hoy que la de ayer? Tengamos en cuenta que se instaló una conjunto de leyes autoritarias por medio de la LUC. ¿Qué vamos hacer al respecto?

Un gobierno democrático popular exige cambios en las formas y contenidos, profundizando los aspectos democráticos que permitan una relación más directa entre los electos con sus electores. A su vez todos los políticos y cargos de dirección en administración pública deben de ser electos, rendir cuentas y ser revocables por mandato social. Tienen que existir mecanismos de control efectivo por parte del pueblo.

Por ejemplo, no deberían ganar mucho más que un salario medio por su trabajo político, ya que los salarios elevados los aleja de la realidad que vive el pueblo y además no es republicanamente ético. En el caso de Uruguay es un despropósito los salarios que perciben los políticos en relación a la mayoría de los uruguayos. Es necesario avanzar en la construcción de estructuras verdaderamente democráticas si queremos recuperar su verdadero valor.

La corrupción es un flagelo que atenta directamente contra la democracia. Lo que hoy vivimos con el gobierno de Lacalle hace más que necesario dotar de mecanismos de control ciudadano al sistema democrático republicano, de acciones revocables ante la falta ética y administrativa, al margen de las acciones a nivel de la justicia.

Por otro lado presuponemos que los poderosos, las clases dominantes van a aceptar de buenas maneras que se las limite en su poder económico y político. El propio EEUU, por medio de la comandante de las fuerzas del Comando Sur, a expresado explícitamente la importancia estratégica en recursos que tiene América Latina para su país, dejando en claro a quién le pertenece el patio trasero. Una advertencia a China y a Rusia y hacia los propios gobiernos que quieran desafiarlos.

El capitalismo es esencialmente violento y en su desarrollo a lo largo de la historia ha quedado claro. Necesita destruir mercados, bienes materiales, fuerza de trabajo para poder reiniciar el círculo de su reproducción. Dos Guerras Mundiales muestran claramente que los sectores políticos y económicos que sostienen el capitalismo llegado el momento no perdonan y van contra todo aquello que impida la reproducción del capital. El progreso de un mundo multipolar con Rusia y China liderando este proceso, es una amenaza vital para el poder global de EEUU. Esta disputa por la hegemonía a despertado en algunos el espíritu aventurero para llevar las tensiones hasta el borde de una Tercera Guerra Mundial, alimentando conflictos regionales de importancia estratégica.

Al capitalismo hay que destruirlo o él destruirá a la humanidad. No existe posibilidad alguna de hacerlo menos agresivo o más humano. Ayer las oligarquías y el imperialismo respondieron violentamente al avance de la revoluciones populares y al miedo frente a la idea del comunismo. Hoy no es necesario hablar de nacionalizar el cobre o hacer la reforma agraria para que la derecha despliegue toda su furia. Y a medida que pasa el tiempo la respuesta de la derecha es cada más violenta porque el capitalismo necesita una válvula de escape a su crisis que sigue profundizándose. El denominador común es la tendencia a la disminución de la ganancia a pesar de los niveles de inversión en tecnología para bajar los costos. El mundo no puede consumir todo lo que se produce y en la medida de que el sistema expulsa a miles a la desocupación o la informalidad debido a la aplicación de nuevas tecnologías en el mundo del trabajo, son miles a su vez que dejan de consumir.

El giro hacia posiciones de ultraderecha, el asenso de los neofascismos, autoritarismos violentos que proponen un horizonte de odio, de eliminación de unos, los más débiles, por los otros, los fuertes, no se debe solamente al fracaso de la socialdemocracia en Europa o los progresismos en América Latina por no dar respuestas a la crisis del capitalismo y sus consecuencias en la vida de las personas.

También debemos agregar a ese contexto material y subjetivo el derrumbe del campo socialista, el cuestionamiento a las ideas del socialismo, al desencanto, a la pérdida de la utopía y la esperanza emancipadora, al repliegue de las fuerzas de izquierda y por ende, a la construcción de un nuevo mundo superador del capitalismo. Podemos agregar la debilidad de la democracia liberal ante el embate actual del capitalismo que necesita otra cosa y empuja hacia propuestas autoritarias que se encuentran latentes en su interior. Caso la LUC o el peso del ejecutivo y el presidencialismo en nuestro sistema de gobierno. Como en la película “Aliens”, el monstruo anida en el cuerpo del oficial ejecutivo Kane y da a luz una larva que lo destruye cuando este ya no le sirve.

Ese contexto de frustración y crisis – recordemos Alemania y sus doce millones de desocupados previo al ascenso de Hitler por vía electoral-hacen caldo de cultivo para que hoy surja un Milei en Argentina, con una propuesta antisistema, destructiva de la Nación – Estado para dar lugar a un territorio basado en la libertad individual y la propiedad privada como únicos valores reales. Lo paradójico es que a cuarenta años de la vuelta a la democracia en Argentina aparezcan estos personajes anunciando su destrucción.

La izquierda perdió la iniciativa y la batalla ideológica y cultural. La construcción colectiva como salida a los problemas de la humanidad fue desplazada y derrotada por el individualismo, por el mercado y la competencia como única verdad. Si en el capitalismo termina la historia de la humanidad, entonces no hay futuro y el único camino que nos queda es luchar para sobrevivir, y como sabemos, sobrevive el más fuerte, el que está más preparado para adaptarse a un mundo hiperviolento.

El “cambio revolucionario”, ha sido sustituido o se ha refugiado en la lucha de los derechos de amplios y diferentes sectores de la sociedad; el feminismo con sus reivindicaciones y cuestionamientos al capitalismo, la lucha antirracial en América Latina como en Europa frente a la migración y la represión de los pueblos originarios, la lucha por la diversidad, el medioambiente, las libertades y también en defensa de la democracia como significó la lucha contra la **LUC en Uruguay. Estas expresiones son globales y hacen visible la crisis del propio sistema y la necesidad de un mundo más libre de toda cadena e injusticia señalando al sistema capitalista como el principal responsable. Estas luchas en sus diferentes dimensiones y profundidad han ampliado los límites de las democracias, si bien por sí solas no son suficientes para derribar al sistema pero crean condiciones para confluir en la lucha política y económica por un nuevo mundo.

Las fuerzas más reaccionarias y conservadoras lo saben y ven como enemigo todo movimiento que luche por los derechos sociales y contra ellos levantan el poder mediático construyendo discursos de odio, aprovechando la ignorancia y los prejuicios de los pueblos. Estos movimientos sociales cuestionan el individualismo y promueven la acción colectiva. No es el individuo aislado que lucha por abrirse camino en la sociedad. Por el contrario, son individuos unidos a una idea común, que de tener éxito, lleva al fortalecimiento de la acción colectiva, a la toma de consciencia de la fuerza de la comunidad y como ya lo señalamos, en estas acciones se encuentra en esencia la idea del comunismo.

Ante la barbarie y la negación al derecho a vivir en una sociedad sin miedos, libre y con justicia social, solo nos queda a los pueblos insistir en sacudirnos de encima al capitalismo y construir un nuevo horizonte. Y ese nuevo horizonte debe incorporar lo mejor de la historia de los movimientos revolucionarios y de liberación del mundo.

* Se considera al neo-desarrollismo como una serie de intentos nacionales de construir vías de desarrollo alternativas al neoliberalismo, en el marco de la emergencia de una nueva fase de desarrollo del capitalismo cuya dimensión espacial es la globalización. Se concluye que el neo-desarrollismo no logra romper con poderosas inercias estructurales del neoliberalismo, en tanto que se avanza mínimamente en el desarrollo de una nueva base tecnológico productiva.

**LUC: Ley de Urgente Consideración. Más de 500 artículos de carácter autoritarios y antidemocráticos impulsada por el gobierno de Lacalle Pou y la coalición de derecha.

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