María Luisa Battegazzore
El Chasque
12/09/2024
La valiosa contribución de Ariel Petruccelli en Kalewche1 me impulsó a buscar el artículo de Henrique Canary,2 con el que polemiza. Fue una experiencia esclarecedora, además de masoquista. Mientras leía ese canto a la resignación y esa justificación del retroceso, me preguntaba en qué mundo vive este autor o, mejor, desde dónde habla, y cómo osa incluirse a sí mismo en la izquierda radical. Cierto que vivimos en el mundo de la autopercepción irrefutable. Se autopercibe un revolucionario frustrado por la triste realidad, que en su opinión es la del avance del fascismo, aunque tampoco queda claro qué entiende por fascismo o neofascismo.
¿Y de quién es la culpa? Pues del proletariado. Es refrescante, entre tanta desolación, que alguien vuelva a hablar del proletariado, cuando en estos tiempos es un lugar común declarar su ocaso a manos de “la tecnología” –con artículo determinante inseparable, que hace innecesario precisar más.
Vamos por partes. Primero, atribuye a la izquierda radical o revolucionaria, o parte de ella, tesis “objetivistas”, “cree que las «condiciones objetivas» son suficientes para que triunfe una revolución”. Es fácil rebatir dislates que uno mismo “percibe”. Como bien dijo Alexis Capobianco,3 las condiciones objetivas están bien presentes, cada vez más duras, en este que Samir Amin llamaba “capitalismo senil”. Todos podemos acordar en la importancia del factor subjetivo, que, según Arismendi, podía convertirse en objetivo ya que las ideas son una fuerza cuando penetran en las masas.
Arismendi combatió la posición del “subjetivista recalcitrante que mira la historia a la luz de las grandes ideas” y, asimismo, la del “fatalista que menosprecia la actividad subjetiva del hombre a pretexto de incontrastables ‘tendencias históricas’, inconmovibles pese a la acción racional de los hombres”.4 Y nótese que no dice leyes sino tendencias.
«La diferencia más ostensible entre el doctrinarismo y la dialéctica marxista consistirá siempre -si hablamos del plano político- en que los planteamientos teóricos de un marxista se llevan a cabo con vistas a transformarse en fuerza combativa, sólo posible por su penetración en las masas. Ello no quiere decir que las tesis teóricas o el plan estratégico puedan subordinarse a las exigencias de este u otro aspecto de la táctica».5
Esta última frase tiene singular importancia en un momento en que estamos ganados por el tacticismo, reducido, para peor, a táctica electoral.
Segundo, y para volver al tema central. Canary afirma: “En cada proceso de lucha, la ultraderecha consigue alejar a las fuerzas de izquierda del centro de la escena política. Esto habría sido inimaginable hace treinta años, y solo puede explicarse por la crisis subjetiva del proletariado. (…) Hoy el fascismo está dentro de nuestra clase. Lo que abrió espacio a la derecha fue la crisis de la subjetividad proletaria”.
Es imposible no preguntarse cuál es “nuestra clase”; habla críticamente del proletariado, desde afuera y desde arriba; por tanto no es su clase, ni se percibe dentro de ella. Está bien lejos del marxismo, porque como escribió Gramsci “…la filosofía de la praxis (…) es la conciencia plena de las contradicciones a través de las cuales el filósofo, entendido individualmente o como grupo social entero, no sólo comprende las contradicciones, sino que se coloca a sí mismo como elemento de la contradicción, eleva este elemento a principio de conocimiento y, por lo tanto, de acción”.6
Es muy terminante en su tesis sobre lo que llama “crisis de la subjetividad” del proletariado, “una crisis que involucra su identidad, sus organizaciones, su imaginario y su conciencia”. Lo describe como “disperso, precario, confuso, dividido, asfixiado por la competencia entre iguales, dispuesto a culpar de su amargura a sus compañeros de clase, siempre y cuando fueran negros, inmigrantes, LGBTQI, árabes o indígenas”, en una generalización bastante eurocéntrica. Considera que una parte ha sido ganada por el fascismo y otra por el reformismo, por lo que sería una pérdida de tiempo y un perjuicio andar hablando de revolución y socialismo.
En medio de esa acusación al proletariado, que permite a los izquierdistas autopercibirse inocentes y lavarse las manos, Canary invoca otras causales de la desorientación política reinante. Una, la crisis económica y dos, que presenta como “tercer factor” y que, pienso, es el primero y principal: “los límites de las experiencias de los gobiernos de izquierda o progresistas en los últimos años. Esto ha generado un sentimiento de frustración con la gestión y las ideas progresistas que ha sido muy bien aprovechado por las fuerzas fascistas”.
Porque son las capas medias, en particular los académicos y políticos progresistas, que adolecen de esta “crisis subjetiva (…) tan grande que no solo se cuestionan las ideas del socialismo, sino incluso las ideas de la Ilustración: la razón, la dignidad humana, la ciencia, la cultura”. Han sido estos sectores los que han impuesto el relativismo posmoderno, el pensamiento único y el lenguaje estereotipado de la corrección política, el culto a la diversidad –cuando habría tanto para luchar por la igualdad-, el miedo a desentonar, el discurso del acuerdo y el diálogo imposibles con el enemigo de clase. Pero el concepto mismo de clase y de lucha de clases ha sido proscrito.
Y hablo de académicos, no de intelectuales. En parte porque la academia parece haber adquirido el monopolio de lo intelectual, aún en un país como el nuestro donde predominaron y brillaron los pensadores autodidactas. Los pensadores, una categoría característica de nuestra América, que, según Leopoldo Zea siempre supieron conjugar el logos con la praxis.
Luego, por recordar el concepto gramsciano sobre los intelectuales, y porque la división del trabajo en intelectual y manual, en teórico y práctico, es ajena al marxismo y al primer pensamiento socialista. Dijo Arismendi: «…la perentoriedad de descarnar el contenido objetivo de la revolución, […] identifica, de cierto modo, al revolucionario proletario con el investigador».7
Una de las coartadas habituales para justificar la adaptación a la realidad y recusar los métodos y principios de la “vieja izquierda” es que las condiciones han cambiado y cualquier intento de luchar contra el sistema capitalista sería impensable.
Es casi fantástica su visión del pasado: “Esto significa que las masas ya no ven a las organizaciones de izquierda como «alternativas» naturales y obvias, ni al socialismo como un fin a perseguir”.
La ideología dominante siempre fue la ideología de las clases dominantes y la ruptura con esa orientación nunca fue “natural” ni “obvia”: requería un enorme y tenaz esfuerzo militante, pero sobre todo, mucha claridad y firmeza en la propuesta alternativa para lograr difundir concepciones consistentemente satanizadas desde los medios de prensa, el cine, la televisión.
La experiencia de salir del medio estudiantil, militar en una mesa zonal de la CNT y reunirme con las comisiones de base de las fábricas me permitió entender que la crisis orgánica que atravesábamos allá por el 69 o 70 no generaba automática ni naturalmente conciencia revolucionaria y menos, socialista. Sin embargo en muchas fábricas los trabajadores salían en la hora del almuerzo a la calle para escuchar, solidariamente, información sobre los ataques del gobierno a Educación Secundaria. Esa solidaridad activa se mantuvo a lo largo de toda la lucha contra la negativa del senado a votar la venia del Prof. Rodríguez Zorrilla para la Dirección porque, por primera vez, FENAPES había ganado las elecciones para el Consejo. Prosiguió durante la resistencia a la intervención de Secundaria y UTU, la organización de los liceos populares, que funcionaron, con la colaboración de los padres, en locales sindicales, iglesias, clubes sociales del barrio.
El relato de Canary sobre la lucha contra el fascismo en el siglo pasado forma parte de esa coartada. Sostiene que las condiciones eran entonces mejores –lo que no es aparente, si solo se atiende a los resultados. Pero creer que “La clase obrera era relativamente homogénea, tanto en lo social, como en lo económico, político y cultural. Además, había dos fuerzas esenciales en la izquierda: los comunistas y la socialdemocracia. Ambas tenían influencia de masas y se disputaban la hegemonía sobre el proletariado. Así, la lucha por la unidad era también la lucha por un programa para romper con el capitalismo y hacer avanzar el socialismo”, resulta una simplificación imaginaria de la realidad histórica. Acabo de leer Una scelta di vita, las memorias de infancia y juventud de Giorgio Amendola, justamente en los años de ascenso y consolidación del fascismo en Italia y no condicen en lo más mínimo con esa descripción. Entre otras cosas, muestra cómo muchos liberales, socialdemócratas y progresistas, de los que provenía, optan por el repliegue esperando que vinieran tiempos mejores. Amendola, por contexto familiar, siempre se había movido entre estudiantes, intelectuales y políticos de fuste, como Francesco Nitti y Benedetto Croce. Cuando, ya integrado al PCI por 1929, entra en contacto con los obreros, dice: “El proletariado ya no era más un concepto político, sino una realidad humana concreta”.8 En este artículo de Canary el proletariado es una idea, una abstracción.
Estas derechas actuales en el gobierno, a diferencia de los fascismos clásicos, no introducen cambios estructurales. Como dice bien Petruccelli “carecen de un modelo social alternativo al capitalismo liberal”. Se ensañan con elementos conspicuos y externos, como la ideología de género, apelando al buen sentido plebeyo de las masas. Puede haber otros aspectos más sustanciales pero sólo en el terreno moral e individual, como el rechazo al aborto y la eutanasia. Algo semejante a la campaña antitabaco de Tabaré, con su componente de medicalización moralizante, de disciplinamiento, sin contar con que iba de acuerdo a la tendencia global. Sin duda también habría vetado la despenalización del aborto, por lo que hubo que esperar a la presidencia de Mujica.
Hace ya muchos años Bottinelli, en su columna radial, decía “En el caso de Vázquez hay generalmente, salvo en algunos temas como pueden ser el tabaquismo o el aborto, una falta de objetivo o de rumbo preconcebido, (…) llega a la política a partir de lo que podemos llamar sensibilidades, sentimientos de cosas que le gustan o no le gustan del mundo y su país, que no es lo mismo que tener ideas elaboradas. Esto (…) le quita rigidez (…) y le da ese olfato para entender a la gente”.9 Nótense que los temas “de principios”, caen más bien en el orden de lo individual y privado. En lo demás -detalles como economía, relaciones internacionales- se estuvo a merced de gustos, sensibilidad y olfato. No han cambiado mucho las circunstancias de la política vernácula.
La academia califica a las nuevas derechas como “neopatriotas”, pero en los hechos no muestran una migaja de nacionalismo práctico. Tampoco, lamento decirlo, el progresismo tiene en su agenda la defensa de la soberanía, ni propia ni ajena. El principio de no intervención, tan caro en nuestro país, ha sido olvidado. También el de la solidaridad internacional, que tanto hizo crecer y unió a la izquierda en el pasado por su penetración en las masas. Pienso en los grandes movimientos solidarios con la revolución rusa, con la república española, con Cuba, con Vietnam.
Hablando desde y para Uruguay.
Desde el primer triunfo electoral del FA los movimientos sociales han sido los únicos que enfrentaron las políticas progresistas de aceptación de las “reglas de juego” de la globalización neoliberal y que, bajo el discurso de que la realidad ha cambiado, impulsaron sucesivas “actualizaciones ideológicas”. Celebrando el vigésimo aniversario de la crisis de 2002 había coros de autocongratulación porque la izquierda ayudó a salvar el gobierno, el orden y la estabilidad del capitalismo, aunque no se lo nombre y se lo invoque como la democracia –también con artículo determinante inseparable.
El PIT CNT y el PCU en la calle detuvieron el TLC con EEUU en la primera presidencia de Tabaré Vázquez. El PIT CNT, contra la opinión de la mayoría del FA y de académicos progresistas, en medio de la pandemia, llevó adelante la recolección de firmas y el referéndum contra la LUC. No se triunfó, pero con convicción y fuerza organizada, se llegó a amplias masas. Vale preguntarse cómo y cuánto influyó en la derrota la “confusión” e indecisión del progresismo.
Toda batalla se puede perder, pero se enfrenta. Engels dijo alguna vez que es mejor que los obreros caigan con las armas en la mano que entregarse sin luchar.
¿Acaso cuando los sindicatos de la educación hicimos en 1972 una huelga contra la ley de educación de Sanguinetti creíamos que podíamos ganar? Sin duda se iba a aprobar porque tenían regimentadas mayorías; pero no era igual que se aprobara en medio de la resistencia que de la aceptación o la indiferencia. En aquellas enormes movilizaciones participaron los estudiantes y sus padres, organizados en las APALES. La defensa de un principio como la autonomía de los entes de enseñanza había calado en las masas, aunque pueda parecer algo lejano a sus intereses inmediatos.
Cuando hablamos de principios referimos a un compromiso político pero también ético. La dictadura logró erosionar ése y otros principios. La autonomía de la educación es un valor que el FA ha abandonado, como lo demuestra su propia ley de educación de 2008.
Es por lo menos curioso que Canary no tenga en cuenta, entre los factores de confusión o crisis ideológica, a las dictaduras del cono sur, de las que su país, Brasil, fue pionero.
Actualmente, está sobre la mesa (de votación) el plebiscito contra la reforma de la seguridad social pergeñada por este gobierno. Se consiguieron más de 400.000 firmas, luchando, no sólo contra el gobierno, la derecha y los medios, sino contra la “confusión” o “crisis de la subjetividad” de la mayor parte del FA.
Los biempensantes progresistas conciliadores no solamente no lo apoyan, sino que produjeron una patética declaración de 111 economistas que, usando símbolos frenteamplistas, machacan con los mismos argumentos terroristas del gobierno en contra del plebiscito.
Los supuestos izquierdistas en ningún momento se plantean cosas bien sencillas (de pensar, no de hacer) como eliminar o disminuir las exoneraciones fiscales que se otorgan a las transnacionales y a las zonas francas. Pronostican que serán los trabajadores los que inevitablemente deberán pagar la contrarreforma. Claro que también deben pagar la reforma.
Es alarmante que la llamada izquierda se oponga abierta y agresivamente al movimiento sindical para respaldar, más allá de subterfugios como la convocatoria a un diálogo social, una reforma de la derecha. Tengo para mí, porque soy malvada, que en el fondo están agradecidos a la derecha por haberles resuelto el problema de hacer una ley fuertemente impopular, pero con la que en gran medida coinciden. Dejados a sí mismos no habrían hecho algo muy diferente. Hágase la voluntad de los organismos financieros internacionales, así en la economía como en la educación.
La izquierda renovada, después de declamar incansables loas a la democracia participativa allá por los años ’90, se muestra bastante renuente al ejercicio de la democracia directa. Tampoco hubo un apoyo unánime ni decidido a anteriores pronunciamientos como los plebiscitos de 2009 contra la Ley de Caducidad y a favor del derecho de voto en el exterior. Algunos grupos frenteamplistas, a conciencia pura, no ensobraron las papeletas.
Como dice bien Jorge Notaro, lo que más aterra a la tecnocracia es la propuesta de acabar con las AFAPs, medida prometida por el FA antes de llegar al gobierno y que no cumplió en 15 años. Quizás por temor a perder el grado inversor o ahuyentar a los sagrados inversionistas.
Se habla con impudicia del “ahorro voluntario” en las AFAPs, cuando es obligatorio. Los fondos previsionales son derivados de oficio e inconsultamente a una AFAP si el contribuyente no optó por una y superó en algún momento el límite mínimo de ingresos.
La reforma previsional vigente amplía la cobertura de las AFAP, en lo que llama “régimen previsional común” y les otorga mayor libertad para invertir los fondos, incluso en el exterior. Como, salvo República AFAP, los dueños son bancos privados, todos extranjeros, no quiero pensar en el futuro. En EEUU los fondos previsionales son uno de los más codiciados recursos volcados a la especulación financiera, con el riesgo consiguiente.
Ahora los supuestos propietarios de esos fondos, los trabajadores, se vienen a enterar que las AFAPs invirtieron en Ta-Ta, una cadena de supermercados extranjera, para financiar el sistema de cajeros automáticos. En castellano básico, el dinero aportado por los trabajadores se usó para dejar sin empleo a otros trabajadores. No importa si la inversión no es redituable: las pérdidas recaen en las cuentas de los contribuyentes que, además deben pagar comisiones por el servicio prestado. La AFAP no pierde nunca, siempre gana. ¿Quién confisca los dineros de los aportes previsionales?
Los movimientos sociales y los trabajadores organizados son los únicos que en estas elecciones tienen una propuesta antisistémica, aunque sea parcial y limitada. Se podría decir que no les corresponde otra cosa, porque no compiten por el gobierno. Son capaces de movilizarse activa y organizadamente por sus objetivos, que son políticos en el más alto sentido de la palabra pero, si miro la historia, podría aspirar a más: el programa original del FA recogía en lo esencial las propuestas del I Congreso del Pueblo de 1965, en el que participaron 707 organizaciones sociales.
Voy al título: hay que votar SI y tratar de convencer a otros para que apoyen el plebiscito. Hay que obligar al progresismo, si llega al gobierno, a obedecer una decisión concreta y clasista. Con más razón si gana la derecha. Mal que les pese a todos ellos.
1 “Cuando la mejor defensa es un buen ataque” Kalewche, 1 de set. 2024. www.kalewche.com
2 “La crisis subjetiva de la clase trabajadora”, Jacobin América Latina. No. 10. Los destacados son míos.
3 El video de la conferencia de Capobianco está disponible en El Chasque, en Kalewche y en www.fundacionrodneyarismendi.org
4 R. Arismendi. Problemas de una revolución continental. 1998. Montevideo: Fundación Rodney Arismendi-Grafinel. T. II . Pág. 293.
5 R. Arismendi. Lenin. la revolución y América Latina. 1970. Montevideo: EPU. P. 206
6 A. Gramsci. El materialismo histórico y la filosofía de B. Croce. 1975. México: Juan Pablos Editor. Pág. 99
7 R. Arismendi. Problemas de una revolución continental. Cit. T II. P. 155
8 Amendola, G. Una scelta di vita. 1977. Milán; Rizzoli. P. 261
9 ¿Cuán sorpresivo fue el “no” al TLC? (6-10-06) www.espectador.com.uy. Destacados míos.

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