Julio Castillo
El Chasque 169
10/01/2025
En la historia de las revoluciones, el infantilismo de izquierda, el voluntarismo, el paternalismo o las “vanguardias iluminadas” siempre (más allá de sus objetivos) contribuyeron en el sentido contrario de lo pretendido, provocando un retroceso en la lucha política y revolucionaria, dando lugar a que las fuerzas contrarrevolucionarias y conservadoras pasaran a la ofensiva. Y ese comportamiento, en definitiva, responde a un análisis de la realidad autorreferente y subjetiva, sometiéndola arbitrariamente a una teoría y al estado de ánimo propio o voluntad de actuar sin tener en cuenta las consecuencias políticas.
La idea de que la revolución es salir con un revolver en la cintura y estar dispuestos a morir, es una vulgarización y simplificación del hecho creativo y conmovedor más importante de la humanidad. Tampoco es un acto de rebeldía, o un simple impulso juvenil. La revolución es un proceso mucho más complejo que un acto de heroísmo o sacrificio. No alcanza la sinceridad, lo loable de los motivos ni estar dispuestos a morir en la cruz para que sea una auténtica revolución; las revoluciones verdaderas siempre son con el pueblo o no lo son. Es una obra colectiva. Lo fue la revolución de los esclavos contra el imperio romano, la revolución burguesa contra el feudalismo en Inglaterra y Francia y lo fue la revolución proletaria en Rusia. Y para quienes miraron la revolución cubana como un acto de unos pocos, se equivocaron; vieron solo una parte.
Para algunos representantes de aquella vanguardia iluminada la revolución comenzó con ellos y terminó el día que fueron derrotados.
La revolución es un momento de la historia donde se produce la síntesis de un largo proceso de lucha y madurez de la conciencia social, de la agudización a niveles desconocidos de las contradicciones y deterioro de las condiciones materiales y por lo tanto se presenta la necesidad objetiva del cambio. El voluntarismo siempre negó y confrontó con el materialismo dialéctico y por lo tanto, esa concepción idealista de la revolución hace que se perciban como principio y fin de la historia. No hay nada más. Lo que queda es ser “referentes” cargados de experiencias y sabiduría que supuestamente dan los años.
Aquella urgencia adolescente, infantil y cortoplacista se transformó hoy en un profundo reformismo donde la idea del cambio revolucionario fue sustituida por “hacer algo por el pobrerío”.
Es importante aclarar, para los jóvenes y el que no sabe o se hace el distraído, que la unidad de la izquierda y del movimiento popular no fue el resultado de unos iluminados o de simple diálogo (como se insiste hoy) sino de una larga lucha política, social e ideológica en la cual, la batalla por la defensa y la profundización de la democracia siempre estuvo en el centro. Y desde esos tiempos, a partir de 1950, muchos se jugaron la vida sin revolver en la cintura contra el pachecato y pagaron con su sangre la defensa de la democracia. Y esa lucha no fue producto de una calentura juvenil, todo lo contrario. Y al calor de esa lucha por la educación pública, contra la carestía y las medidas prontas de seguridad el movimiento político y social se fogueó madurando la conciencia popular en una gran creación: El Frente Amplio. No fue por decreto ni por la sola voluntad de unos pocos ni acuerdos de cúpula. Fue la lucha concreta y en ella, el pueblo comprendió la necesidad de la unidad en torno a un programa revolucionario para derrotar a la oligarquía. Y ese mismo movimiento político y social (esa conciencia hecha unidad) fue quién enfrentó, batalló y derrotó a la dictadura y al fascismo. En primer lugar los trabajadores que tomaron en sus manos las banderas de la democracia y asumieron la responsabilidad histórica de llevar adelante la resistencia y estar dispuestos inclusive a dar la vida por esa causa.
Y la dictadura duró trece años. Los miles de presos y torturados no fueron resultado de dos ejércitos en lucha. Cientos de desaparecidos que cada tanto y a pesar de todos los intentos por evitarlo con información falsa, la tierra los devuelve, confirmando lo que tantas veces negaron los Snguinetti y ocultó el Ejército.
Más allá de lo que piense Topolanski sobre los “pobres viejitos”, aquí se cometieron crímenes de lesa humanidad y es necesario, por el bien del futuro de nuestro país y no por rencor, que se sepa la verdad, se haga justicia y se construya la memoria colectiva para que nunca más haya dictadura.
Y hablando de sinceridad (porque hasta ahora no se han preocupado por aclarar) en esa batalla central por la democracia y contra la dictadura, inscripta en el camino de construir un mundo mejor, el MLN no tuvo nada que ver. No fueron parte de ella porque habían sido derrotados en 1972.
Como Melquiades acumulan libros sobre las memorias de un pasado que pretende proyectarse hacia el presente y futuro con un relato donde ellos son el centro en la lucha contra la injusticia, con medias verdades cuando en realidad lo que encontramos en su pasado es un accionar funcional a los planes e intereses de las fuerzas reaccionarias.
Mujica le explica a Gabriel Pereira: “Se equivocaron los que dormían la siesta esperando como “el Uruguay no hay” y este Uruguay de hoy, es hijo de la indiferencia de los que no se equivocaron y no hicieron nada mientras el país se desmoronaba”
Es una característica política y una interpretación equivocada de lo sucedido al responsabilizar del fracaso de su línea política a los demás. (Ellos no hicieron nada mientras nosotros lo intentamos. No nos entienden. La culpa la tiene el pueblo por ser indiferente a la situación que vive el país.)
En realidad nunca entendieron que “no hay revolución temprana, crece desde el pié”.
No participaron del largo proceso que culminó con la creación del Frente Amplio y por esa razón no comprenden como se cristalizó la unidad política en torno a un programa de liberación nacional, con un horizonte claro para el pueblo, un espíritu artiguista, antiimperialista y antioligárquico. Era un programa revolucionario porque proponía el cambio en las estructuras económicas y en las relaciones sociales. El propio FA era un acontecer revolucionario en el panorama político del país porque cuestionaba el poder histórico de los Partidos Tradicionales, el poder económico de la oligarquía y mostraba otro futuro. Y esta fue la verdadera razón del golpe de Estado; frenar el avance del movimiento popular y evitar el triunfo del FA.
Hubo que zurcir con muncha paciencia la unidad popular, elevar la conciencia del pueblo para construir la necesidad del cambio revolucionario y este trabajo gris, de todos los días, de educar y formar conciencia fue despreciado por el MLN. Para los poderosos el Frente Amplio ponía verdaderamente en peligro su poder, no así el MLN. Lo verdaderamente nuevo y revolucionario era el nobel frente de izquierda y principalmente por el contenido de su programa. La oligarquía y el imperialismo yanqui sabían perfectamente que este nuevo fenómeno político no era un simple rayo de luz; era la fuente que lo creaba.
Cuando escuchamos opiniones de aquellos que en la década del 70 acusaban de patrinqueros a los frenteamplistas vemos que sin pudor
abandonaron toda idea del cambio revolucionario y lo trocaron por la creencia nostálgica de restituir un supuesto “Estado de bienestar”, de un capitalismo piadoso si somos capaces de dialogar, ya que en base a esa capacidad es posible encontrar puntos en común con la coalición de derecha. Entender la política simplemente como algo instrumental, metodológico o pragmático es, nada más y nada menos, la ausencia de una estrategia que le de argumento a su comportamiento y una razón de ser.
De las cualidades que más han destacado de Orsi es su capacidad de diálogo. Y como sabemos las palabras capturan la realidad y la limitan.La derecha no dialogó y no dialoga. Queda en evidencia con la firma del proyecto de Arazatí por parte de Lacalle Pou. Sin embargo la prensa y la propia derecha insisten, cual advertencia, el FA debe dialogar.Para ellos es diálogo de alcoba, entre pares, lejos de las miradas y oídos del pueblo.Según el sentido común, “dialogando la gente se entiende”, obviamente mientras no se toquen los intereses de la clase dominante.
En primer término el diálogo debe ser con el pueblo, con los trabajadores y las grandes mayorías sometidas por las grandes corporaciones, los malla oro y el capital financiero internacional. El diálogo debe ser para concretar el programa y avanzar junto al pueblo movilizado hacia nuevos objetivos económicos, sociales y democráticos. En definitiva, se trata de construir una fuerte base social para aislar a la oligarquía y a los sectores reaccionarios y ultra conservadores que frenan e impiden la construcción de un nuevo Uruguay.
En esta etapa de desarrollo capitalista globalizado, finaciarizado; de las grandes corporaciones con un proceso acelerado en la concentración de la riqueza en unos pocos, hace imposible volver a reeditar el Estado de bienestar bajo un nuevo “consenso social”, de equilibrio entre el trabajo y el capital. Lo vemos en el mundo, las viejas democracias ya no interpretan ni sirven al desarrollo que necesita el capitalismo. Son una traba y por lo tanto, son tomadas por asalto por la ultraderecha y utilizadas contra el pueblo para imponer los objetivos del gran capital financiero. Lo vemos en Argentina, EEUU, Israel y en otros países que se está librando esta lucha entre los neofascismos y los sectores democráticos y de izquierda.
Hablando de la batalla cultural e ideológica concluimos que el mayor triunfo del capitalismo sería lograr que la izquierda deje de lado la idea del cambio revolucionario. Y para pensar en esa posibilidad es condición necesaria negar la lucha de clases y por consiguiente abandonar la posición de clase.
Dejar de proponerse un objetivo superador del capitalismo y simplemente llevar adelante acciones cortoplacistas y reformas que no acumulan en ninguna dirección y sin un propósito, sería el resultado de haber abandonado la idea del cambio revolucionario, de una utopía que permita avanzar hacia un nuevo horizonte.
Quedaríamos atrapados en una especie de purgatorio, condenados a deambular eternamente y sin tener claro para que existimos. Sin la idea de la revolución la izquierda desaparece, no tiene razón de ser y cada vez más nos iremos confundiendo con la derecha y efectivamente habremos perdido la batalla irremediablemente.
Alcanzar una sociedad superadora del capitalismo no es definitivamente una tendencia per se. Es inherente solamente en el reconocimiento subjetivo de las clases subalternas de que la supresión de las injusticia y desigualdades por medio de la revolución social es una necesidad absoluta, y para que eso suceda es fundamental la existencia de una izquierda que trabaje para ello.
