Uruguay: 70 años de acumulación de fuerzas alumbran un cuarto gobierno del Frente Amplio

Ruben López
El Chasque 182
11/04/2025

Comenzamos el segundo mes del cuarto gobierno del Frente Amplio, tras el interregno de Lacalle Pou y la coalición de la derecha, y a 53 años de aquel abril de 1972 que marcaría para siempre la historia del país.

Debemos mirar con atención los 15 años de gobierno (2005-2020), con sus luces y sus sombras. También poner las luces largas, ¿cómo surgió y creció el FA y el conjunto de las organizaciones populares, en especial la unidad obrera en la CNT?

¿Cómo mantener, fortalecer, lo conseguido, con soluciones que cambien la vida de la gente, si no miramos críticamente aquel (y este) proceso, para aprender de aciertos y errores?

Rescatemos para ello conceptos de Lenin:
    “La actitud de un partido político ante sus errores es una de las pruebas más importantes y más fieles de la seriedad de ese partido y del cumplimiento efectivo de sus deberes hacia su clase y hacia las masas trabajadoras. Reconocer abiertamente los errores, poner al descubierto sus causas, analizar la situación que los ha engendrado y examinar atentamente los medios de corregirlos: esto es lo que caracteriza a un partido serio, en esto es en lo que consiste el cumplimiento de sus deberes, esto es educar e instruir a la clase, primero, y, después, a las masas.”
“ De la política y de los partidos se puede decir — con las variantes correspondientes — lo mismo que de los individuos. No es inteligente quien no comete errores. Hombres que no cometan errores, no los hay ni puede haberlos. Inteligente es quien comete errores que no son muy graves y sabe corregirlos bien y pronto. “ (Lenin. Enfermedad Infantil del izquierdismo en el Comunismo)
    “La experiencia revolucionaria y la habilidad de organización son cosas que se adquieren con el tiempo. ¡Lo que hace falta es querer formar en uno mismo las cualidades necesarias! ¡Lo que hace falta es tener conciencia de los defectos, cosa que en la labor revolucionaria equivale a subsanarlos en más de la mitad!”

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Marco histórico

Hacia 1972 la sociedad uruguaya vivía un largo periodo de acumulación de fuerzas, los sectores populares avanzaban en medio de la lucha.

En la década de 1960 se había consagrado un avanzado programa de transformaciones en El Congreso del Pueblo (Agosto de 1965), se había sellado la unidad de los trabajadores en la Convención Nacional de Trabajadores (CNT – Octubre de 1966) y con el nacimiento del Frente Amplio, unidad de la izquierda (Febrero de 1971), que desafiaba el bipartidismo tradicional.

1- El fin del batllismo.

Fin de una etapa del capitalismo en Uruguay, liberal, democrático, de conciliación de clases.
Nuestra historia comienza en la segunda mitad del Siglo XX. Tras la 2ª Guerra mundial y finalizada la Guerra de Corea, la recomposición del mundo, se recuperan los países centrales, el deterioro de los términos de intercambio (Productos industriales caros, caída de precio de las Materias Primas), la política de subvenciones a la industria local, que la hacían cara, ineficiente, dependiente.

Quedó sin margen la burguesía nacional, conservar su tasa de ganancia y acumular capital, a la vez que se mantenían salarios, jubilaciones e ingresos de los sectores medios.

Se precipita la crisis, se desata la inflación, se deterioran salarios y jubilaciones, cae la tasa de ganancia.

Sale a la luz lo que se mantenía oculto, la apropiación de plusvalía, la explotación del trabajo asalariado. La lucha de clases se manifiesta en la disputa por el excedente económico, entre las clases y los sectores de clase.
Termina una etapa y se abre otra.

2- Estancamiento y muerte del viejo Uruguay
Acumulación de fuerzas de los sectores populares

Las causas de la crisis: el imperialismo, el fin de la guerra y el carácter dependiente de la economía.
A mediados de la década de 1950, enmarcado por la Guerra Fría, por la contradicción entre capitalismo y socialismo, una América Latina bajo el dominio de USA, inicia un período de agudización de la lucha de clases en nuestro país, ante el estancamiento, un producto que no crecía y que la clase dominante hacía pagar a los asalariados, jubilados, capas medias, pequeños propietarios de la ciudad y del campo.

Las luchas obreras y estudiantiles en defensa de salarios, jubilaciones, reivindicaciones, autonomía universitaria, se encuentran en las calles, unidos contra un mismo enemigo, fortalecen la unidad y organización.

La nueva situación trae el cambio de gobierno en 1958, después de 93 años triunfa el Partido Nacional, Herrera aliado al núcleo ruralista liderado por Benito Nardone (Chicotazo), que representan el acceso de la derecha más vinculada al campo, contrarios al proteccionismo batllista, partidarios del libre mercado.

Pero este y el próximo gobierno Blanco no podrán resolver la crisis, por el contrario se profundizará. Las causas están en la estructura de la sociedad, condicionada por las fuerzas externas, el FMI y sus restricciones que favorecen a la clase poseedora.

El próximo período (1966), la reforma constitucional (el Colegiado era débil para enfrentar los grandes problemas del país, se necesitaba un Poder Ejecutivo fuerte, un presidente) y cambio de partido en el gobierno, tampoco resolverá. Nuevamente el Partido Colorado con Gestido a la presidencia, que fallece en noviembre de 1967, y después Pacheco, que asume el Poder Ejecutivo, con un giro total hacia la derecha, un gobierno autoritario al servicio de la oligarquía, que será enfrentado por los trabajadores.

Es un período con una rica experiencia que hay que rescatar, donde la clase obrera y el pueblo uruguayo, entre 1955 y 1971, forjó su unidad, cambiando al país, lo que será determinante para el período histórico posterior.

Otro elemento, son las experiencias del socialismo en el Siglo XX, la implosión de la URSS y el necesario análisis crítico (El Chasque 181), que tuvo y tiene una influencia excluyente en el mundo y en nuestro país.

Una de las enseñanzas de estos processos, es la necesidad de la participación protagónica de las masas en todas las instancias, políticas, sociales, económicas, en especial que no sean apartadas de la toma de decisiones.

Ese proceso de acumulación de fuerzas culmina con la unidad obrera en la Convención Nacional de Trabajadores (CNT-1966) y con el nacimiento del Frente Amplio (1971), conjunción de los sectores de izquierda, cristianos, independientes y desprendimientos de los partidos tradicionales, que rompen el bipartidismo.

Cuando el viejo Uruguay moría, otro se aprestaba a nacer, surgido de las entrañas del pueblo y su lucha.

Allí se marcaban dos aspectos en la coyuntura, de la lucha de clases.

Por un lado el enfrentamiento principal entre Pueblo y Oligarquía, los dos proyectos de país posibles en aquellas circunstancias (como definiera Seregni años después:  “La disyuntiva de hoy es muy clara: o la oligarquíaliquida al pueblo oriental, o el pueblo oriental termina con la oligarquía.” (Discurso 26/03/1971).

Y por otro, las dos estrategias de la izquierda para resolver esa contradicción: O la acción armada, basada en el convencimiento de un grupo que la injusticia del régimen era suficiente para iniciar su derrocamiento por la violencia, o la línea de masas, que cualquier revolución debe contar con el protagonismo popular, en primer lugar la clase obrera, concientes, en unidad, organizados, para enfrentar a un enemigo muy poderoso. No se puede ir a una batalla frontal contra un enemigo más poderoso, se debe poder elegir el momento y el lugar concreto para esa batalla, en la medida de lo posible, claro.

Dos estrategias en la izquierda de 1960-1970
La Unidad de la Clase Obrera y el Pueblo. Eje de una concepción revolucionaria

«La revolución no puede ser nunca el producto -como se piensa en algunos sectores de las capas medias- de un impacto genial que despierte súbitamente la emoción del pueblo o de ciertas acciones individuales o de grupos, aislados de las masas. Comprenderá siempre y antes que nada, además de los procesos objetivos, la capacidad de movilizar, organizar y conducir a la lucha a las multitudes populares. Entre otras cosas, el marxismo se diferencia del “blanquismo” y del anarquismo, por la valoración del papel de las masas en todos los aspectos de la acción revolucionaria, inclusive en los planteamientos tácticos inmediatos. El revolucionario que prescinde de las masas, de su movilización y educación le facilita a la contrarrevolución -mas allá de intenciones- la tarea de aislar a los combatientes de la clase obrera, a sus Partidos o grupos. No queremos decir con ello que exista una pared demarcatoria entre las distintas formas de la lucha revolucionaria; proclamamos solamente que la edificación de la fuerza social de la revolución es siempre la tarea fundamental y decisiva.” (Rodney Arismendi Informe al XVIII Congresos PCU-1962)

    El proceso histórico uruguayo se caracteriza en la segunda mitad del siglo XX, por la búsqueda de la unidad popular.
    La unidad obrera y de la izquierda, fue fruto de la acción común de los trabajadores y el pueblo, la experiencia viva de millones de orientales en la lucha concreta de todos los días, por sus reivindicaciones más sentidas, libertad, más democracia y contra todas las adversidades.
    Hay dos hechos, que podemos señalar, en la mitad de la década de 1950, uno estructural y universal, el otro coyuntural y local que van a permitir, condiciones objetivas por  un lado y subjetivas por el otro, para ese proceso, tan particular en Uruguay.
    Los 30 años dorados del capitalismo en los países centrales (USA, Europa y Japón 1945-1975), tienen  su otra cara en el llamado tercer mundo, hundido en la crisis donde se agudizan los problemas estructurales, derivados de la dependencia.
    Primer hecho, entonces,  crisis económica y social producto de las contradicciones del sistema, inflación, fin del período neo batllista, deterioro del nivel de vida de los sectores populares, caída de la tasa de ganancia, etc.
    Segundo hecho,  la crisis que vive el Partido Comunista de Uruguay,  se resuelve con un cambio profundo. La determinación conciente y la aplicación consecuente, de una estrategia de cara a la liberación nacional, una revolución democrática, para lo cual eran necesarias la unidad de la clase obrera y el pueblo, de la izquierda:

«La tarea central del Partido en estas condiciones, es hallar las vías concretas para unir a las grandes masas, aún dispersas, y encauzadas por los distintos senderos de su propia lucha, hacia el gran caudal del Frente Democrático de Liberación Nacional» (Informe al XVI Congreso, PCU, 30 de setiembre de 1955).

    Tan temprano como en 1955, maduran las condiciones para la lucha de masas, la toma de conciencia, la unidad y la organización del pueblo. Condiciones objetivas en un país y un continente que se sumerge en una grave crisis económica y social, y un Partido con una clara estrategia, de cara a las masas que ven desesperadas y desesperanzadas como se esfuma el “país de las vacas gordas”.
    Junto a la agudización de la crisis, la caída de salarios, la inflación, deterioro del nivel de vida de grandes masas, empujados a la lucha, encuentran una concepción y una razón para construir unidad popular y enfrentar la embestida del capital. Se multiplica la lucha reivindicativa, por salarios y jubilaciones, por condiciones de trabajo, por derechos, la experiencia permite comprender cual es el verdadero problema: el sistema capitalista.
     Insistiremos en “alejarnos del pizarrón”, mirar este proceso con los ojos de quienes apostaron “todos sus boletos” a la unidad de la clase obrera y el pueblo a través de la lucha de masas.

Es necesario analizar sus consecuencias, sus resultados, que llegan hasta hoy, con sus luces y sombras, fortalezas y debilidades, para enfrentar la dictadura, la vuelta a la democracia y 20 años después el acceso al gobierno.
    ¿Era justa la estrategia: la unidad popular, la formación de un Frente Democrático de Liberación Nacional, bregar en el corto plazo por la unidad de la clase obrera, de la izquierda y un gran Partido Comunista?
    Hay algo que permanece, y es fruto de aquel proceso, no se gestó solo ni salió de un zapallo. No en vano hoy, despierta tanta curiosidad y admiración en sectores de la izquierda en el mundo:

La Central Unica de trabajadores y la unidad política de la izquierda en el Frente Amplio, con su característica  particular (coalición y movimiento).

El FA no es sólo unidad de sectores, una rica historia desde su nacimiento y la resistencia a la dictadura, se han traducido en una identificación singular, donde la pertenencia al FA es muy superior a la de cualquiera de los sectores, éstos crecen, se debilitan, nacen y mueren, mientras los adherentes se mantienen.

El análisis crítico del pasado debe ser guía para las decisiones del presente.

Así como en lo nacional es importante la unidad, lo mismo pasa a nivel de América Latina.
Así La presidenta de México en la Celac, hacía un llamado a la unidad, a la complementación productiva y una propuesta.

«Ejemplos de cooperación e integración regional sin debilitamiento sino complementándonos, son muchos, menciono algunos: la autosuficiencia alimentaria que promueva el comercio de productos agropecuarios complementarios; la seguridad energética; la consolidación de un plan de autosuficiencia sanitaria que incluya una plataforma de agencias reguladoras que facilite la producción y reconocimiento mutuo de medicamentos fabricados en la región, las cadenas de suministro de equipamiento médico entre nuestros países. La complementariedad a través de acuerdos comerciales, es una opción viable, real y posible; la colaboración científica y el desarrollo tecnológico, también.»

«Por eso, el día de hoy tengo una propuesta para ustedes:
Les invito, que la CELAC convoque a una “Cumbre por el bienestar económico de América Latina y el Caribe” para hacer realidad una mayor integración económica regional sobre la base de la prosperidad compartida y el respeto a nuestras soberanías.» (9 de abril en Honduras, Claudia Sheinbaum)

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