Julio Castillo
El Chasque 200
22/08/2025
Debemos preguntarnos qué significa hoy la esperanza. Hacernos esta pregunta se relaciona directamente con la capacidad de imaginarnos el futuro y la capacidad para hacer de él un deseo esperanzador.
Es muy difícil construir esa perspectiva cuando vemos la matanza que lleva adelante Israel sobre el pueblo palestino reforzando la idea de que “el hombre es el lobo del hombre”. Vemos la insistencia de Europa en seguir jugando a la guerra con Rusia sin preocuparle que terminemos en un conflicto nuclear y todo lo conocido, el planeta entero, desaparezca irremediablemente en una gran bola de fuego. Nuevamente se escuchan los cantos y tambores nazis y fascistas en el viejo continente olvidando lo que vivieron en carne propia.
¿Será irremediable que la humanidad tropiece dos veces con la misma piedra?
Millones de individuos viven en la pobreza extrema junto a unos once millones que mueren de hambre por año. Es espeluznante ante un mundo que hoy produce alimento para cubrir esas necesidades.
Un puñado de personas acumulan riquezas que ni en 100 vidas podrán gastar o consumir.
Se prevé que dentro de una década habrá al menos cinco billonarios en el mundo. En 2024, surgieron 204 nuevos milmillonarios en el mundo, lo cual supone un promedio de casi cuatro nuevos milmillonarios a la semana.
El 60 % de la riqueza conjunta de los milmillonarios es heredada, está marcada por el clientelismo o vinculada al poder monopolístico
En 2023, el 1 % más rico de la población del norte global extrajo 30 millones de dólares del sur global cada hora, como resultado de un sistema financiero internacional diseñado en favor de los más ricos.
Mientras eso sucede, vemos ante nuestros ojos, el deterioro casi irreversible del medioambiente en manos de las grandes corporaciones que no se frenan ante nada y no tienen reparo en quemar el planeta para obtener sus fortunas inmorales.
El capitalismo se retuerce rabioso y engendra a un ególatra empresarial Trump con su «Make America Great Again» (Hagamos a Estados Unidos grande otra vez). Formado en los Reality Show hace su aparición payasesca como si fuese el sheriff del mundo, amenaza cual matón mafioso al que se opone a sus intereses; ayer los apaches, cheroquis, sioux, mohicanos, hoy los migrantes son los enemigos internos. Vuelve a una supuesta guerra contra las drogas y despliega su flota en el mar caribe para justificar una invasión a Venezuela o a Panamá con consecuencias inimaginables.
Daría para suponer que pronto veremos a los cuatro jinetes del Apocalipsis según los Evangelios, cabalgar por las praderas anunciando el fin del mundo. En ese panorama que se nos presenta se constituye la percepción y sensación de que nada podemos hacer para evitar que la humanidad, con lo bueno y lo malo, se vaya por el caño.
La frustración y lo que es peor, la indiferencia gana el alma de las personas alimentándose de la percepción de que el capitalismo a triunfado luego del derrumbe de la URSS. Y principalmente lo hace en el terreno subjetivo, en el sentido común; constituyendo un lugar donde no existe el mañana, solamente el presente, que por más injusto que sea, es lo único posible. Hizo de la desesperanza lo común, ya no es acepción sino la norma, dejando a la política sin horizonte. Del momento de que no existe “otra cosa” que lo dado, entonces ¿para qué la política? Esta pierde su razón de ser y pasa a ser cooptada por el electoralismo y rencillas de poder o el clientelismo. Basta ver lo sucedido recientemente en Bolivia.
De ahí que es obligatorio para el Frente Amplio construir una percepción compartida sobre la situación actual y a su vez establecer claramente un objetivo estratégico de largo plazo que ponga en valor la política y nos permita confrontar radicalmente las propuestas retrógradas y regresivas de la derecha. Es necesario quebrar el descreimiento y la instalación por parte de las derechas de la idea de que somos todos iguales. No somos iguales ni somos lo mismo. Debemos tener claro que no será evitando la confrontación o negando las tensiones, por el contrario es determinante romper con la idea de que es posible construir la esperanza de la “pública felicidad” flotando en el mar del reformismo y supuestos consensos vacíos de contenido.
Es clave poner sobre el centro político nuestra visión sobre el Uruguay que queremos construir enfrentando con claridad la propuesta de “su” Uruguay. Son dos proyectos. Uno, defiende los intereses de una minoría, los malla oro, al 1% más rico del país, el otro, de origen popular, artiguista, democrático y revolucionario que busca desplazar a esa oligarquía y poner el pueblo a gobernar. Y esto significa disputar el sentido y características del Estado, la democracia, su papel y características, de la economía, del territorio y del futuro. Implica repensar el trabajo, los cuidados, la ecología y la tecnología desde el punto de vista de que “los más infelices sean los más privilegiados” y se haga realidad “la pública felicidad”. Desde aquí señalamos que la lucha contra la pobreza infantil es algo obvio y que está en la tapa del libro de la izquierda, por lo tanto debe ser el centro radical de nuestro accionar inmediato y estratégico. Este objetivo no puede ser definido desde una visión mesiánica, economicista o exclusivamente fiscal, por el contrario, implica sí una acción coordinada de políticas públicas y además dar pasos concretos para atacar aspectos estructurales que promueven la desigualdad y la pobreza.
El actual sentido común promueve la idea de sometimiento a una realidad que no podemos modificar más allá de lo que hagamos personalmente para cambiar. No existe una salida colectiva. Solo nos queda la lucha por sobrevivir, un día tras otro sin pensar en nadie más. Esa sensación de girar como el hámster en su rueda, se filtra en la vida cotidiana, en la imaginación colectiva y en el corazón como un malestar, como un cáncer, una especie de inmovilidad que no logra proyectar el mañana. Esta sensación de agotamiento, de precariedad e inseguridad económica, la erosión institucional, la incapacidad de frenar un genocidio, de evitar la voracidad de las grandes corporaciones que empujan al colapso ecológico han construido un paisaje cada vez más inhóspito, un estado de frustración donde la política parece incapaz de ofrecer una salida.
En este panorama de ausencia de esperanza, han emergido con fuerza propuestas que convierten este clima en un medio para crecer. Hemos visto como las derechas y las ultraderechas han logrado capturar el malestar sobre un discurso autoritario y de odio. No tienen grandes programas, sino que ofrecen (demagógicamente) la necesidad afectiva de certidumbre. Frente a una política que ya no ilusiona, proponen una salida: destruir lo poco que queda de comunidad. El individuo solo frente a sí luchando por sobrevivir, es sostenido y replicado por ofertas distópicas de los streaming de contenidos fílmicos y juegos digitales.
La angustia en que viven día a día grandes sectores del pueblo está sostenida por una sensación real de impotencia para cambiar su realidad. En ese contexto la derecha ha desarrollado su capacidad para conectar con las emociones: bronca, miedo, inseguridad, canalizando la frustración hacia enemigos como migrantes, indigentes, sindicatos, feministas, casta política, promoviendo un estilo gritado, circense, incorrecto, capitalizando así la desesperanza sin asumir el riesgo de la transformación. Por el contrario se comprometen con derribar los pilares que coartan las “libertades”, y en realidad busca destruir lo “común”. Es Margaret Thatcher diciendo que no existe la sociedad, sino los individuos o Lacalle renovando ese concepto con su “libertad responsable” señalando que la sociedad es la suma de individuos. Esa pretensión ideológica de destruir la idea de que el vecino importa, de que la sociedad es una construcción colectiva, como el fútbol que tanto amamos, apunta a destruir la base ideológica en el cual se sostiene el proyecto del Frente Amplio. El patrimonio social, donde lo común importa.
Vale aquí recordar la idea de la justicia como base de lo común (John Rawls, Teoría de la justicia) Señala que una sociedad justa debe proteger primero a los más vulnerables. Si se olvida lo obvio -que todos merecemos respeto y condiciones dignas de vida- se rompe el contrato que sostiene la vida en común. Defender lo obvio es recordar que sin justicia no hay comunidad posible.
En el caso de Uruguay esa batalla ha estado en parte vinculada a destruir el valor de lo “público”. Atacan a las empresas públicas, a la educación pública y las políticas públicas. De ahí el cuestionamiento a la compra de tierras por parte de Colonización y el discurso provocador de Da Silva o Bianchi con su “FAPIT”.
Esta lucha ideológica se manifiesta también en la capacidad de sostener lo evidente; la igualdad, la dignidad el derecho a ser escuchado o un plato de comida, etc. Cuando desde el poder se insulta o desprecia, se abre la puerta de un clima social donde lo obvio se debilita. Por eso defender lo obvio es mantener viva la humanidad en lo público. (Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo)
En la visión gramsciana solamente con la derrota de la cultura hegemónica y desplazando el sentido común se crearían condiciones para avanzar en los cambios revolucionarios. Por eso, junto a las luchas por los derechos y la justicia social es determinante hacerlo en el campo de las ideas y en el campo subjetivo. El triunfo del capitalismo se centra en el terreno subjetivo y de la percepción que se proyecta de su realidad. Ha instalado la idea de que no hay más alternativa que el presente, por precario y desalentador que sea y no podemos escapar de él porque no hay a donde ir. Luego de la caída del campo socialista se declaró el fin de la historia, por lo tanto pasamos a vivir en un solo plano temporal: el presente. Eso implica anular toda idea de futuro. La política, atrapada en esa lógica, se reduce a la gestión de lo dado. Ya no se promete cambios reales, ni la revolución ni nada nuevo, simplemente queda reducida a la gestión y administración del capitalismo con miedo a proponer algo que se aproxime a un acto revolucionario. La imaginación en política está muerta porque en la vida misma, en la sociedad está derrotada. Queda lejos el “Mayo Francés” con su “seamos realistas, pidamos lo imposible, prohibido prohibir, Nosotros somos el poder, ¡Haz el amor y no la guerra!, La imaginación al poder”
El capitalismo en su actual etapa se caracteriza por configurar y promover el sueño del éxito individual, la competencia, el consumo y la exposición permanente, producido así un sujeto fatigado, ansioso, fragmentado y ultra individual. Unido a la desarticulación del trabajo como campo social colectivo de intercambio de experiencia y visualización de la explotación, sustituyéndolo por el emprendedurismo. Ha destruido las condiciones mínimas para el vínculo, la empatía, el cuidado.
Así, la despolitización no se explica solo por la corrupción o la distancia de los partidos, también hay un cambio en la estructura del sistema capitalista que favorece una visión fragmentada, unipersonal y trayendo con ello la frustración en la incapacidad de la política de provocar cambios sustanciales en la vida de la gente y en una nueva perspectiva de lo “común”.
Por eso importa cual es la posición del gobierno de Uruguay, un gobierno de izquierda en relación a la situación de Palestina. No es un tema internacional más. Es un genocidio por las acciones llevadas a cabo y las declaraciones de exterminio del pueblo palestino por parte del gobierno de Israel. Su brutal demostración de desprecio humano por parte de los voceros sionistas hacia los palestinos tiene mayor gravedad y cobra a su vez relevancia porque sucede luego que el pueblo judío sufrió en su propio cuerpo la persecución y el intento de exterminio a manos del nazismo durante la 2ª Guerra Mundial.
Aquí no existen los desmemoriados. Es lo peor de la humanidad en su deshumanización, es esa brutal pintura de Goya de Saturno devorando a su hijo. Y lo peor de esto es el intento de que aceptemos plácidamente como algo totalmente normal ver tanto odio y sangre derramada. Por eso el gobierno no puede mirar para el costado porque si permitimos que esas ideas e imágenes de odio y de brutalidad florezcan en nuestras praderas terminarán enfermándonos como sociedad.
De cómo nos paremos ante este hecho también nos dice que lugar ocupa la vida, la empatía hacia el otro, qué sensibilidad tenemos ante el perseguido y sometido. Cuál es nuestro nivel de humanismo. Esto nos debe separar claramente de la derecha, políticamente, ideológicamente y humanamente.
En definitiva no podemos sentir la pobreza infantil si no somos capaces de sentir el sufrimiento del pueblo palestino. Para la izquierda debe ser un tema de principios. No podemos llamarnos de izquierda si no enfrentamos el accionar de un Estado fascista que somete y asesina a todo un pueblo impunemente. Nuestra historia habla de una izquierda comprometida en la lucha antifascista y antiimperialista y este gobierno no ha actuado en consecuencia con su origen ya que están ahí, por si lo olvidaron, gracias a la militancia y el voto de los frenteamplistas. El Frente Amplio tiene la obligación de construir consciencia y lo debe hacer sobre la base de defender y sostener lo obvio: el derecho a una vida digna, a un mundo sin guerras y contra el genocidio y toda injusticia que existe en el mundo.
En la medida que perdamos la sensibilidad por las injusticias o demos respuestas administrativas y se profundice la renuncia a imaginar un futuro diferente, de un Uruguay donde vivir con dignidad sea posible y sigamos aceptando el actual marco como único y nos dedicamos exclusivamente a la gestión y administración del capitalismo, entonces veremos como poco a poco la sociedad irá cayendo en un profundo pozo de degradación. La tecnocratización de la política, el reemplazo del conflicto por el consenso vacío y el desprestigio de las organizaciones sociales como formas legítimas de acción contribuyen a este escenario. La democracia, sin participación, deviene en un cascarón vacío.
Construir la esperanza significa necesariamente la disputa por los sentidos, por la historia y por el futuro. Es restituirle a la izquierda el carácter revolucionario. Tenemos la obligación de presentar un nuevo horizonte y como bien recordaba Gramsci en Odio a los indiferentes, aunque “parezca que la historia no sea más que un fenómeno natural que arrolla a todos”, la tarea política es precisamente disputar la dirección y rumbo de los acontecimientos. No existe el determinismo ni el inmovilismo. Si permitimos que triunfe la idea de que “no hay nada que hacer” y el “fin de la historia”, entonces la humanidad seguirá fatalmente caminando hacia su destrucción y habremos sucumbido como civilización. Es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo, es la propuesta fatalista y desesperanzadora que nos ofrece y nos dice: es inútil luchar. Por eso creemos que es imprescindible confrontar la idea del determinismo, un destino escrito de antemano y que no se puede cambiar. Hasta ahora todo lo vivido es producto del accionar de los seres humanos, por lo tanto debemos incidir en ese rumbo fatal impulsado por la el carácter insaciable del capitalismo que todo lo transforma y todo lo destruye. Por eso no alcanza con enunciados esperanzadores, es necesario construir un compromiso común que haga posible organizar la bronca, el hastío, las frustraciones, los miedos, las inseguridades y las injusticias no para aprovecharlo con un sentido electoral, sino para transformarlo en base social y fuerza revolucionaria. Esa necesidad no se apoya en la nostalgia, ni en el voluntarismo, sino en el reconocimiento radical de que vinimos para cambiar y no para administrar.
Para el Frente Amplio construir la esperanza implica también asumir la complejidad de los tiempos actuales sin reducirlos a esquemas simples ni a oportunismos mesiánicos. Frente al desencanto y desesperanza o la tentación autoritaria, es necesario sostener una promesa democrática que no sea ingenua, pero sí radicalmente comprometida con la dignidad, los derechos y la justicia social.
Esta idea esperanzadora debe ser lúcida y valiente, una esperanza que no niegue la gravedad del momento, pero tampoco claudique ante ella. Porque si algo sigue en disputa, es la posibilidad de trazar un rumbo común para construir otro Uruguay y otro mundo.

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