Construir un nuevo espíritu de época

Socióloga Liliana Pertuy
El Chasque
7/10/2025

Las sociedades del malestar

Existe un malestar contemporáneo hacia la democracia liberal. Por un lado, los sectores populares sienten que la democracia no ha resuelto sus problemas; por otro, las élites perciben la pérdida de privilegios frente al ascenso de sectores subalternos.

El descontento de los sectores populares se debe a que el progresismo no ha dado solución a sus problemas. Fue un progresismo timorato que no se animó a realizar cambios estructurales que aseguraran el bienestar de la población. El progresismo solo distribuye, no transforma las formas de producción. No se percibe descontento cuando la derecha fracasa: eso es su “metier”. Pero si fracasa el progresismo, desilusiona y rompe la esperanza de los pobres.

El progresismo de la primera década y media del siglo XXI en América Latina cae, y emergen formas de ultraderecha sin proyecto expansivo, con campañas de marketing y confrontación que validan su existencia cuasi esquizoide y de rasgos muchas veces fascistoides. En esta etapa, el progresismo mira su historia con melancolía y el presente con asombro: no logra leer las claves del momento histórico, se queda sin ideas y se confunde.

Estamos en un momento de transición hacia una nueva forma de acumulación: el interregno, según Gramsci. No hay ideas claras y, por ende, no hay nuevos liderazgos. Los viejos liderazgos no aciertan, y los nuevos a menudo se presentan como imitaciones de lo ya conocido, incluso de los adversarios, porque no hay claridad conceptual. Los nuevos liderazgos no aparecerán hasta que surja un nuevo momento cognitivo.

Puede suceder que el líder anterior transfiera su capital simbólico al nuevo líder; sin embargo, en los momentos de transición, ese capital puede no coincidir con las necesidades del momento nuevo.

Esperar el nuevo sisma cognitivo requiere grandeza histórica entre los líderes, dice García Linera. Para ello, habrá que recurrir a colectivos y líderes que surgen de la movilización social, política y, sobre todo, colectiva. Siempre hay que reconstruir desde abajo, sabiendo que las izquierdas históricamente venimos de las derrotas. Mi generación perdió mil batallas para alcanzar una victoria.

La izquierda no debe limitarse a “acomodarse” a lo que viene, hacer una lista y presentarse a elecciones; eso es instrumental desde la concepción de las élites y solo la transforma en una minoría influyente si logra marcar votos suficientes.

Qué hacer: parafraseando a Lenin

Primero, reconocer la personalidad histórica del país, la comunidad o la sociedad. Esto significa que cada sociedad, en un determinado momento histórico, adquiere una especie de identidad colectiva que la distingue y le da un lugar en la historia.

La personalidad histórica de una sociedad es el conjunto de rasgos, valores, prácticas, instituciones y formas de vida que caracterizan a una comunidad en un período determinado, configurando su modo particular de estar en el mundo y de relacionarse consigo misma y con otras sociedades. Está vinculada a la memoria histórica y a la identidad colectiva.

La personalidad histórica de Uruguay en el siglo XX podría definirse en torno al Batllismo, la construcción de un “Estado de bienestar”, la laicidad y el fuerte peso de lo público. Fue un proyecto nacional reformista que fue hegemónico, aunque coexistió con el conservadurismo de derecha, incluso con expresiones de ultraderecha.

El momento histórico actual es un interregno: el proyecto de la izquierda nacional está jaqueado por su accionar timorato, especialmente en cuestiones fundamentales de nuestra identidad, y por la creciente influencia de la derecha, tanto nacional como internacional. En este marco, podemos reconocer algunos avances tímidos de ciertos progresismos en la región y la alternancia con la derecha en el “mejor de los casos” liberal.

Cómo generar una nueva acumulación: una revolución cognitiva

Cuando sobreviene la incertidumbre, los amplios sectores populares modifican su esquema de valores; allí está el terreno para crear e incorporar un nuevo corpus de valores, lo que yo llamo espíritu de época.

Este espíritu puede alinearse con los intereses populares o con los de quienes los van a explotar: véase el caso de Argentina con Milei. La victoria política está precedida por una batalla cultural.

Es necesario:

  1. Encontrar el punto de Arquímedes: “Denme un punto de apoyo y moveré el mundo”.
  2. Identificar los sujetos del cambio y construir la alianza y bloque social de los cambios.
  3. Conocer las bases materiales de la sociedad.
  4. Entender lo nuevo popular, lo que moviliza y debilita al adversario; esta lucha cardinal la realiza la red de luchadores y luchadoras sociales.

Hay que lograr que la democracia no se limite al voto, ya que, de otra forma, solo favorecerá a las élites, que tienen una mirada instrumental y solo les interesa elegir representantes que garanticen sus privilegios. Dotar a la democracia de otras formas de participación, incidencia y escucha de reclamos y soluciones ensancha la democracia y, sobre todo, genera empoderamiento real de los sectores subalternos, encontrando formas vinculantes de esas manifestaciones. En Uruguay ya existen algunas de estas herramientas: plebiscitos, referéndums, asambleas, consultas, etc.

El interregno es el espacio entre el viejo y el nuevo orden. Allí es muy propicia la lucha ideológica: la derecha lo sabe, y nosotros debemos aprenderlo. Discutamos sin miedo, estudiemos y analicemos. No se trata solo de campañas electorales ni de camuflarnos según lo que creemos que prefiere la sociedad. Se trata de la audacia de construir un nuevo espíritu de época.

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