Jorge “cabeza” Vignolo
El Chasque
08/10/2025
Los pasados días 2, 3 y 4 de octubre se llevó a cabo en Caracas, República Bolivariana de Venezuela, el Coloquio Internacional “América Latina y el Caribe ante el expansionismo norteamericano”. Este importante encuentro reunió a delegaciones de más de 60 países -movimientos sociales, organizaciones políticas, representantes de distintos estados- comprometidas con la defensa de la soberanía de los pueblos y el antimperialismo. En un contexto de creciente ofensiva imperialista y de múltiples formas de dominación -económica, cultural, mediática y militar- el coloquio se propuso debatir, analizar y fortalecer las estrategias de resistencia y unidad de Nuestra América frente a estas amenazas.
El Coloquio permitió realizar una lectura profunda de la actual etapa de la lucha antiimperialista, marcada por una ofensiva de dominación global del capitalismo en crisis. El expansionismo norteamericano no puede comprenderse como un fenómeno coyuntural o de política exterior agresiva, sino como la expresión concreta de la fase imperialista del capitalismo, tal como la definió Lenin: «la etapa en que la concentración del capital y la hegemonía del capital financiero obligan a las potencias a disputar el control de mercados, materias primas y rutas estratégicas a escala planetaria».
Imperialismo y crisis estructural del capitalismo
El capitalismo atraviesa una crisis estructural y multidimensional, económica, política, ambiental y moral. Ante la imposibilidad de sostener su tasa de ganancia mediante la producción, el imperialismo recurre a la guerra, a la especulación financiera y al saqueo de recursos naturales.
Estados Unidos, potencia hegemónica en declive, busca mantener su dominación a través de un conjunto de estrategias que combinan coerción militar, guerra económica y guerra ideológica. En ese sentido, lo que el Coloquio denominó “guerras híbridas” no es más que la forma contemporánea del mismo mecanismo de dominación que históricamente el imperialismo ha utilizado para someter a los pueblos: intervenciones directas o encubiertas, bloqueos, golpes blandos, financiamiento de oposiciones internas, manipulación mediática y sanciones.
La doctrina Monroe, nacida en el siglo XIX bajo la consigna “América para los americanos”, encuentra hoy su actualización en las operaciones de la OTAN, el control de los organismos financieros internacionales y el despliegue de bases militares en toda América Latina y el Caribe. Es la continuidad de una misma lógica de dominación bajo nuevas formas tecnológicas y discursivas.
La guerra híbrida y la dominación cultural
Uno de los aspectos más significativos discutidos en el Coloquio fue la llamada guerra cognitiva, componente esencial de la guerra híbrida. El imperialismo ha comprendido que no basta con controlar los recursos materiales, debe también dominar la conciencia de los pueblos.
El bombardeo ideológico, el control mediático y la imposición de valores individualistas buscan desarmar ideológicamente a las masas, borrar su memoria histórica y sustituir la idea de soberanía por la ilusión del consumo. En esta etapa, la batalla de ideas se convierte en el terreno central de la confrontación de clases.
Desde la mirada de clase, esto confirma que la lucha ideológica es una forma concreta de lucha de clases. El poder mediático actúa como instrumento del capital monopolista para reproducir las condiciones de dominación cultural y política. Por eso, la tarea de los pueblos no es sólo resistir, sino construir contrahegemonía, forjar conciencia socialista y disputar el sentido común de los pueblos. En este sentido Venezuela, es símbolo de resistencia y soberanía.
El caso venezolano, ampliamente abordado en el Coloquio, ilustra de manera clara el carácter de la ofensiva imperial. Venezuela es hoy un laboratorio de resistencia popular frente a la agresión económica, diplomática y mediática del imperialismo norteamericano. Lo que se busca destruir no es solo un gobierno, sino un proyecto histórico que viene de la mano de Simón Bolivar, Hugo Chávez y hoy Nicolas Maduro Moro. La posibilidad de que un pueblo ejerza su soberanía y construya poder popular al margen del capital financiero internacional, es una osadía imperdonable por parte del imperialismo Yanky.
Desde la óptica internacionalista, la experiencia bolivariana encarna la contradicción principal de nuestra época, la pugna entre el imperialismo y los pueblos que luchan por su emancipación nacional y social. Defender a Venezuela es, por tanto, una tarea internacionalista, no solo solidaria, porque en cada ataque contra la Revolución Bolivariana se juega también el destino de los procesos emancipatorios de toda América Latina. Es por ello que no hay tiempo para las vacilaciones. No podemos esperar a que el imperio lance sus misiles en nuestra América para reaccionar y darnos cuenta, que no estamos alejados del Plan Cóndor en el siglo XXI.
El imperialismo no puede enfrentarse con aislamiento nacional. Lenin ya advertía que la lucha de los pueblos oprimidos debía articularse con el movimiento obrero internacional para debilitar la estructura global del capital.
Hoy, ante el reacomodamiento del orden mundial y el surgimiento de un mundo multipolar, se abren nuevas posibilidades de cooperación entre naciones del Sur Global. Sin embargo, esta multipolaridad no debe entenderse como un fin en sí mismo, sino como un campo de disputa, que puede ser una oportunidad para el desarrollo soberano. Solo la articulación antiimperialista y socialista puede garantizar que esta nueva etapa contribuya a la liberación de los pueblos, donde quedan en evidencias dos modelos claramente antagónicos.
Por eso, el fortalecimiento de los mecanismos de integración latinoamericana, como el ALBA, la CELAC, Petrocaribe o el Banco del Sur, no puede limitarse a lo económico o lo diplomático, debe estar acompañado de una profundización del poder popular, del internacionalismo militante y de la conciencia de clase continental.
La ofensiva ideológica y las tareas revolucionarias
Frente a la guerra cognitiva y mediática del imperialismo, la respuesta debe ser la organización de una ofensiva cultural revolucionaria. Esto implica democratizar la información, impulsar medios populares, promover la educación crítica y fortalecer la formación política.
En palabras de Gramsci, la hegemonía se conquista también en el terreno de la cultura. La revolución no puede sostenerse sin conciencia revolucionaria, y esa conciencia se forja en la práctica, en la lucha, y en la educación política de las masas.
El expansionismo estadounidense es la forma contemporánea del imperialismo. En su decadencia, se vuelve más agresivo, más irracional y más peligroso. Pero también más vulnerables, los pueblos han despertado, y la solidaridad internacional crece.
El desafío que emerge del Coloquio es claro, construir la unidad antiimperialista de América Latina y el Caribe, articulando la lucha nacional con la lucha de clases, la soberanía con el socialismo, y la resistencia con la organización.
Porque sin socialismo no hay verdadera independencia, y sin conciencia revolucionaria no hay victoria posible.
El deber de nuestra clase, de los revolucionarios, de los pueblos conscientes, es sostener en alto la bandera del internacionalismo proletario.
Defender a Venezuela, a Cuba, a Palestina, no es un acto de caridad, es parte del mismo combate contra el enemigo común de la humanidad, el imperialismo y el capital. En este sentido los pueblos y gobiernos tienen que ser claros en sus conceptos antiimperiales.
La historia nos convoca a elegir bando. Como decía Fidel: “Dentro de la Revolución, todo, contra la Revolución, nada.”
Y como enseñó Lenin: “El imperialismo es la víspera de la revolución socialista.”
