Somos o no somos, esa es la cuestión

Julio Castillo
El Chasque 209
24/10/2025

Si debemos explicar la tragedia que describe Shakespeare en la obra de Hamlet es claramente la indefinición, la duda y por lo tanto la inacción frente a un hecho terrible como fue el asesinato de su padre.
En el cementerio, Hamlet recoge la calavera de Yorick, quien fuera bufón en la corte de su padre y contemplándola da inicio a una profunda reflexión:

Ser o no ser, esa es la cuestión:
¿Es más noble para la mente sufrir
los azotes de la infame fortuna,
o alzarse contra un mar de problemas,
y oponiéndose a ellos, acabar con ellos?…”

La inacción de Hamlet –su rechazo a la aventura, al heroísmo o el temor a equivocarse – provoca directa o indirectamente ocho muertes, incluida la suya. Si hubiera actuado, probablemente sólo habría fallecido su tío Claudio, autor del crimen..

La historia ha mostrado más de una vez que efectivamente hay riesgo en la acción, en ella existe la posibilidad de equivocarnos, pero el mayor riesgo reside en no hacer nada, en la inacción e inmovilismo por temor a cometer errores o molestar a tirios y troyanos.

Ese espíritu y visión política e ideológica se ha ido impregnando en el Frente Amplio de tal forma que poco a poca ha llevado a alejarnos cada vez más de sus características históricas y definiciones fundacionales. Hoy somos cada vez más Bernstein y menos Rosa Luxemburgo, más reformismo y menos revolución. Y ante esto muchos nos preguntamos ¿somos o no somos? ¿El Frente Amplio es de izquierda o dejó de serlo?

Sobre fines del Siglo XIX, Bernstein llegaba a la conclusión de que la revolución es innecesaria y solo es válido el camino de las reformas sociales. Al decir de él, sobre el cambio necesario del Partido Socialdemócrata alemán, señalaba que debía transformarse de partido para la revolución social en partido para la reforma social. Y así terminó, en un partido de centro derecha, que traicionó los intereses de los trabajadores, asesinó a Rosa Luxemburgo, promovió las condiciones para el ascenso de Hitler y luego de la guerra y un período de reconstrucción de Alemania y la reunificación, hoy prácticamente ha desaparecido dando lugar al ascenso nuevamente de la ultraderecha y el neonazismo.

Partiendo del supuesto que el único camino son las reformas sociales, el paso a paso (sin el salto cualitativo) como método de aproximarnos a la construcción de una nueva sociedad, vemos que durante quince años de gobierno progresista, la mayoría de las reformas realizadas provocaron modificaciones relativas y “mínimas” que no afectaron el corazón de las estructuras en el cual se asientan las injusticias y las desigualdades.

A pesar de haber sido mayoría en el Parlamento (en ambas cámaras) durante 15 años y existir condiciones subjetivas para incorporar a la lucha por cambios más profundos a amplios sectores del pueblo, no se quiso y se desaprovechó el momento.

Se tuvo la oportunidad de acumular y consolidar un verdadero bloque social necesario provocando un verdadero cambio cultural y estructural, pero no se hizo; primó la idea de no confrontar con el sistema, con los modelos de propiedad, impulsando la vieja fórmula de hacer crecer la torta para después repartir que obviamente funcionó mientras existió un ciclo positivo de la reproducción del capital promovido por el incremento del precio de los commodities. En ese período se impulsaron cambios tributarios sobre la idea de que pague más el que tiene más pero en lo concreto fue un impuesto al trabajo y no a las ganancias quedando por fuera el gran capital. En realidad nos movimos dentro del marco del sistema, subvencionando al gran capital por medio de exoneraciones a la inversión, disminución de los aportes, renuncias fiscales que hoy alcanzan los 1289 millones de dólares y por otro lado realizamos una administración paternalista redirigiendo recursos hacia sectores y áreas más postergadas, si bien, desde el punto de vista estructural esas medidas no cambiaron ni consolidaron nada.

Basta ver hoy los niveles inmorales de desigualdad y pobreza que dan muestra de lo inútil que es querer construir una sociedad más justa solamente por medio de reformas sociales y dejando de lado los cambios revolucionarios.

¿Se podría haber reformado más la sociedad? Creo que sí, en tanto se hubiera impulsado las reformas en la dirección de cambios estructurales unidas a la incorporación real del pueblo en la tarea de la construcción de las mismas. Sin embargo se prefirió en forma totalmente utópica y cargada de un pensamiento por momentos social cristiano de “repartir los panes y los peces” pero no tocar al poderoso, en la ilusión de hacer menos malo al sistema capitalista o tratar de “reeditar la experiencia batllista del “Estado de bienestar” y por otro, el paternalismo demagógico, el “caudillismo” que no forma ni educa y niega el papel consciente y protagónico del pueblo en los cambios históricos verdaderos.

Más allá del tiempo y el contexto en el cual se desenvolvió la polémica de reforma o revolución, hoy sigue estando presente. Tomando esos recaudos, Rosa Luxemburgo (principal polemista a la teoría de Bernstein) señalaba lo siguiente: “…Entre la reforma social y la revolución existe, para la socialdemocracia, un vínculo indisoluble. La lucha por reformas es el medio; la revolución social, el fin”.

La tragedia de los dichos de Vallcorba no fue cuando reconoció que “este gobierno no va a estar en condiciones de cumplirlo” sino cuando señalóque se sabía de antes: “Cuando se votó el programa del congreso, ya sabíamos que si pensábamos que era para un período de gobierno, estábamos razonando mal. Porque es impagable, es imposible de pagar. ¿Es una buena orientación de hacia dónde tenemos que ir? Sí, pero no se puede hacer”. Agregó: “Al contemplar presupuestos como el 6% del Producto Bruto Interno (PBI) para la enseñanza y el 1% para la investigación y desarrollo, vivienda, seguridad, pobreza, salarios y escuelas de tiempo completo “pasás la cuenta y te lleva como cinco o seis puntos del PIB. Creo que como FA, cuando damos la discusión que damos en el congreso, después nos tenemos que hacer cargo. Ese no es el programa de gobierno para un período. No lo puede ser, no hay fórmula que sea, y no porque la situación hoy sea peor de la que nos imaginábamos. En la situación que conocíamos con los datos que teníamos en el momento del congreso, no había chance. Nadie podría pensar que eso se podía hacer”.

Él participó en la elaboración del documento programático, no queda claro porqué no lo explicó en esa instancia.

Al final, todo ese esfuerzo de tiempo, de energía, de inteligencia significó un simple ejercicio intelectual, una expresión de deseo como lo es el 6+1 de la educación que viene desde el primer gobierno del Frente Amplio.

No entendemos tampoco como aceptó un cargo de tanta responsabilidad si sabía de antemano que no podía cumplir con lo prometido.

Aquí vale leer un comentario de Engels en una carta a Auguste Bebel en 1875 (el cual deberíamos tener presente) referido a la importancia del programa del PSD aprobado en la ciudad de Gotha.

«… En general, importan menos los programas oficiales de los partidos que sus actos. Pero un nuevo programa es siempre, a pesar de todo, una bandera que se levanta públicamente y por la cual los de fuera juzgan al partido…”

Por eso señalamos que el programa debe ser uno solo como lo expresara Rosa Luxemburgo en su crítica al programa de Erfurt: “Nuestro programa se opone deliberadamente al principio rector del Programa de Erfurt; se opone tajantemente a la separación de las consignas inmediatas, llamadas mínimas, formuladas para la lucha política y económica, del objetivo socialista formulado como programa máximo” El programa debe tener presente los objetivos inmediatos unidos y en relación a la conquista de los objetivos estratégicos. Y claro está, debemos alejar todo voluntarismo y oportunismo “honesto” en la construcción del mismo.

Y en esa duda existencial de “ser o no ser” se ha dejado de lado la pretensión revolucionaria, condenándonos a “… sufrir los azotes de la infame fortuna…” y aceptar como realidad inamovible el espacio fiscal, único territorio posible para realizar los cambios. Mientras tanto, la gran mayoría de los uruguayos, tendrán que sufrir los azotes de “la falta de suerte” para una vida mejor.

Otra vez las mismas ideas. En el período anterior todo el accionar político fue secuestrado por la economía(que también encierra un profundo contenido político e ideológico) y a su vez toda la política económica quedó circunscrita al equilibrio fiscal. Según Astori, la economía se resume en el orden fiscal.

Actualmente sucede lo mismo, el equilibrio fiscal y la macroeconomía es lo que ordena el accionar político. Aparentemente nada se puede hacer por fuera de esos límites y como ya sabemos y hemos escuchado como excusa principal, el gobierno de derecha de los malla oro y su representante, Lacalle Pou, nos dejó una herencia terrible que hace imposible aplicar algunos de los objetivos propuestos en el programa del FA.

Lo cierto es que los gobiernos del Frente Amplio han quedado circunscritos en su accionar político exclusivamente a los aspectos y mecanismos redistributivos de la riqueza creada, de impulsar determinadas reformas sin tocar las estructuras del sistema capitalista que reproducen la desigualdad y las injusticias. Actuar sobre las consecuencias y no sobre las causas, y en esta lógica, si no hay para distribuir, no hay nada que se pueda hacer. Nuevamente la vieja fórmula de hacer crecer la torta para luego repartir.

Es muy difícil cambiar el rumbo de los acontecimientos si se quiere “estar bien con Dios y con el Diablo” o siendo más terrenal, un proyecto que no es “ni chicha ni limonada” y conformarnos en pasar por la historia sin pena y sin gloria, de ser un país “incapaz de estorbar a nadie”.

El centro de la batalla cultural e ideológica de la izquierda pasa por sacar a la luz del día los trapos sucios y las lacras que genera el capitalismo en su responsabilidad directa de los niveles de injusticia y desigualdad que se encuentra sumergida la inmensa mayoría de la humanidad. Sin embargo nuestra principal preocupación es demostrar que somos más responsables y mejores administradores del capitalismo que los propios defensores del sistema.

La izquierda no existe si no tiene propuesto en sus objetivos subvertir el orden establecido, si no tiene la valentía de la crítica a lo dado, a la realidad, inclusive a sí misma. La izquierda es lucha social y revolución social. No existe si no muestra un futuro diferente, sueños audaces, épica y esperanza en una vida donde “el hombre no sea el lobo del hombre” y luche contra toda injusticia allí donde se encuentre.

En definitiva, la resignación al cambio es el triunfo del pensamiento metafísico que coloca a los procesos históricos por fuera de la acción humana, inalcanzables e imposibles de incidir en el rumbo de los acontecimientos. Los cambios en la historia siempre implicaron la participación de grandes mayorías y esta participación no se logra por generación espontanea sino en la lucha concreta por mejoras y en la acción política por su construcción.

El Frente Amplio no nació para reformar o simplemente administrar el capitalismo o practicar el “gatopardismo: cambiar todo para que nada cambie”; mientras los gobiernos cambian, las estructuras permanecen.
Por el contrario, nació para desplazar a la oligarquía y poner el pueblo a gobernar.
Nació para hacer realidad el sueño de Artigas donde “los más infelices sean los más privilegiados” y alcanzar así la “pública felicidad”.

Por lo tanto, como Hamlet, nos preguntamos: ¿seguiremos padeciendo la injusticia y las desigualdades o nos alzaremos contra los problemas, y acabaremos con ellos?

Esa, y no otra, sigue siendo la cuestión.

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