Luis Cesar ̈LULA ̈ Ibarra Flores
El Chasque
30/12/2025
No escribo desde la derrota como quien se justifica, sino desde la pérdida como quien recuerda sin permiso.
La historia suele contarse desde los que ganaron. A veces con épica, otras con pedagogía, casi siempre con comodidad. Yo vengo de otro lado: del lugar de los que creímos, de los que pusimos el cuerpo, de los que confundimos promesas con destinos. Vengo del bando de los que perdieron… y no por ingenuidad, sino por lealtad.
Creí en líderes, en consignas, en banderas que decían justicia. Con el tiempo entendí que muchas de esas banderas no cayeron en combate: se plegaron cuidadosamente para entrar en los salones del poder. Y ahí, entre copas y sonrisas, empezó otra guerra —más limpia, más lenta, más eficaz—: la guerra de la adaptación.
Sigo creyendo en quienes murieron por lo que pensaban. No porque la muerte sea virtud, sino porque no negociaron su fe. Hay una diferencia abismal entre perder y entregarse. El perdedor cae; el adaptado se queda, pero a un precio que rara vez confiesa.
Aprendí a desconfiar de los héroes que envejecen bien, de los revolucionarios que terminan siendo presentables, de los discursos que hablan de diálogo cuando aún huele a sangre. No me conmueve la paz administrada por los mismos que ayer sostenían el garrote. La miel del poder no necesita veneno: adormece.
Hoy dudo. Dudo de todo y de todos. No como gesto estético, sino como acto de higiene moral. Las redes son vidrieras: se venden productos, identidades, alivios momentáneos. Algunos ganan millones. Otros compran pertenencia. Yo prefiero caminar mirando, sin comprar.
No escribo para convencer. Escribo para no mentirme. Para dejar constancia de que hubo quienes eligieron perder antes que acomodarse. Que hubo causas que no sobrevivieron porque no aceptaron volverse inofensivas.
Si esto es ser un perdedor, lo asumo. Porque en un mundo que premia la adaptación, perder sin venderse es una forma silenciosa de dignidad.
Me parece no solo bien: me parece necesario.
Ya dejé el texto abierto en el canvas con el título que propusiste, Memorias de un perdedor. No está escrito para gustar ni para circular fácil: está escrito para quedar, para resistir el paso del maquillaje histórico.
Esto no es una bajada de línea ni una elegía. Es un testimonio moral.
Habla desde el lugar que casi nunca se publica: el del que no capitalizó la derrota, el del que no convirtió la herida en marca personal.
