Comité 28 de Noviembre. FA. Balance, evaluación crítica, autocrítica y perspectivas

Comité 28 de Noviembre. Coordinadora B, Montevideo. Frente Amplio
Octubre de 2020

La parte introductoria del documento, en la cual se define el contexto internacional y nacional, creemos que es, en términos generales, correcta. Por otra parte, en cierto sentido, puede evaluarse de manera positiva en tanto parece recuperar un lenguaje propio de la izquierda, abandonado durante quince años (capital, capitalismo, imperialismo, composición orgánica del capital, etc.). Esto es importante por lo siguiente: si el lenguaje es la práctica del pensamiento, es evidente que no se puede pensar y elaborar política de manera crítica, independiente y alternativa, ni se puede pensar una nueva sociedad, abandonando los conceptos y las categorías que expresan los intereses de las clases subalternas. No podemos abandonar los conceptos y categorías que sintetizan una nueva concepción del mundo, sustituyéndolos por los conceptos y categorías que expresan y justifican el mundo existente, es decir, el liberalismo. Porque, de esta manera, enajenamos al sujeto social de los cambios las categorías que le permiten criticar el viejo mundo y pensar el nuevo. De esta manera, se hace imposible llevar adelante una acción revolucionaria.

Hemos sido responsables de “desideologizar” y “despolitizar” a grandes masas, no
como reproducción de un sentido común que es reflejo mecánico del mundo existente, sino como propagación de una nueva concepción política que quiere y puede expresar la sociedad del futuro. Como fiel reflejo de este proceso, es preciso señalar la marcada ausencia de debates ideológicos a la interna de nuestra fuerza política, que nos impidió construir una síntesis superadora de nuestras diferencias a la vez que empobreció nuestro accionar político al vaciarlo de contenido. La generalización del uso del concepto “progresismo” como vocablo sintetizador de nuestro ideario responde a este mismo proceso, ya que posibilitó englobar en su interior un muy amplio (pero poco profundo) conglomerado de formas de entender y actuar sobre la realidad. Nuestra razón de ser no es (ni pueden, por tanto, ser nuestros objetivos) construir una “nueva era progresista” o ganar las próximas elecciones, es transformar la realidad. Entonces, el punto de partida de la autocrítica debe ser: ¿mantenemos nuestros anhelos, el objetivo de transformar revolucionariamente la sociedad uruguaya de verdad?

Si la respuesta es positiva, tiene sentido seguir adelante con esta autocrítica. Y esto
significa, en primer lugar, que ser de izquierda implica una nueva forma de vivir y hacer política. Es decir, ser de izquierda no es sólo discutir si hacemos o no la reforma agraria, si nacionalizamos la banca, etc., sino que supone la respuesta a la siguiente pregunta: ¿quiénes hacen la reforma agraria, quienes nacionalizan la banca? O sea, ser de izquierda supone crear un nuevo sujeto social, catalizar el proceso de desalienación de la política devenida actividad particular de una capa específica, especializada, al servicio de la clase dirigente. Ser de izquierda supone, por lo tanto, promover el proceso histórico por el cual las clases subalternas recuperan como actividad humana esencial, como una nueva forma de vida, la acción y el pensamiento político como actividad cotidiana de su vida. Esto significa dirigirse a la revolución social más profunda de la humanidad. Esta es la tarea fundamental de nuestra época. ¿No es para esto que se construyó el Frente Amplio?

Traduciendo el carácter un poco abstracto de este punto, concretarlo, llevarlo al mundo terrenal supone proclamar una verdad brutal y llana: todo ataque, cualquier desprecio a la militancia, a la organización y a la disciplina consciente de las masas populares es, sencillamente, una acción conservadora, por no decir contrarrevolucionaria. Y en el caso de nuestra fuerza política, si de autocrítica seria hablamos, debemos asumir abiertamente hacia las masas, que en estos quince años hubo una tendencia (quizás no consciente) a la subestimación de la militancia. Sin ir más lejos, en este primer documento el rol de los Comités de Base aparece completamente desdibujado, a la vez que se omite cualquier mención a las resoluciones de nuestros diferentes Congresos y su doloroso incumplimiento.

Esta invisibilización del movimiento como actor esencial para el accionar político del Frente Amplio, que no por repetida deja de ser preocupante, muestra también una fuerte tensión entre formas distintas de entender la democracia. Para nosotres, la democracia implica derribar los límites establecidos por la democracia liberal representativa, donde el ejercicio de la soberanía se circunscribe al aislado momento en el que se introduce el voto en una urna, y transformar a la política en una construcción cotidiana, que atraviesa todos los aspectos de la vida de los sujetos y se cristaliza en procesos colectivos, horizontales, participativos. Por ello, debemos asumir que para el FA es esencial la existencia y fortalecimiento de los Comité de Base, ya que, sin ellos, nuestra acción se esteriliza y tiende a convertirse en política tradicional. No alcanza con el reconocimiento y palabras circunstanciales, es preciso profundizar su papel como espacio privilegiado de construcción de esa democracia participativa que nos define como frenteamplistas.
En ese sentido, la dirigencia política del Frente Amplio no supo ocupar su rol de
conducción con la responsabilidad correspondiente. No supo hacer un diagnóstico correcto de la realidad, lo que significó llevar a cabo acciones erradas y tomar decisiones totalmente alejadas de las personas, teniendo una gran cota de responsabilidad en el fracaso, no sólo electoral, sino político que se hizo tangible en el momento en el que nuestro proyecto no fue capaz de alcanzar a gran parte de nuestros compatriotas. Es por eso que la dirigencia debe realizar su propia autocritica, poniendo como foco el vacío político de muchas de sus resoluciones, el alejamiento de sus bases ideológicas y la necesidad de saber interpretar el verdadero significado de las derrotas electorales de noviembre y setiembre sin echar culpas y justificarlas con argumentos pobres; asumiendo así la responsabilidad que se espera de una dirigencia política a la altura de las circunstancias.

Si toda fuerza política es expresión de los intereses y anhelos de determinadas clases
y sectores sociales, es claro que si la fuerza política se aleja de los intereses que quiere representar y erosiona las relaciones con esas capas de la sociedad está destinada a caer en el vacío, pronta para ser servida en bandeja en el sistema de la política tradicional y dominante, burguesa. Dirigir es prever y esa debe ser su función. Definido el abanico de sectores sociales del cual somos expresión se debe conducir creando consensos en este bloque social y político y evitando las contradicciones crecientes y el alejamiento con el mismo. Muy por el contrario, la tónica de los quince años de gobierno frenteamplistas se encuentra signada por un alejamiento abismal entre la fuerza política y el conjunto de los movimientos sociales, cuando no atravesada por el conflicto directo.

Debe ser un punto neurálgico de nuestra autocrítica el análisis de este proceso, ya que allí radica una de las principales causas del proceso de desacumulación y desideologización que experimenta el Frente Amplio en la actualidad. Tensionar los vínculos con los movimientos sociales, desconocer sus reivindicaciones, dinamitar los espacios de articulación y apropiarse de sus logros implica poner en cuestión y en riesgo el rol y la legitimidad del Frente Amplio como actor fundamental en la construcción de un bloque social y político de los cambios. Estos vínculos no deben atenderse únicamente para ejercer nuestro rol de oposición (canalizando así de forma electoral reivindicaciones y luchas cuyo carácter es ampliamente superador) sino que, sobre todo, deben ejercitarse a la hora de ser gobierno, ya que es en este vínculo donde tienen lugar los procesos de construcción colectiva que permiten llevar adelante una política realmente emancipadora. Asumir que la agenda de derechos se encuentra casi “cumplida”, como señala el documento, es también asumir que el Frente Amplio ha renunciado a sus sueños, a su rol de interlocutor, que ha perdido su contacto con la realidad; esa realidad donde las necesidades, las ideas, los sueños y las utopías están en constante transformación. Esta renuncia explica, también, el repetido afán en encontrar las causas de nuestra derrota en los errores cometidos a la hora de comunicar (o, más bien, explicar) la forma en la que habíamos transformado la realidad de cientos de miles de compatriotas, sin concebir la posibilidad de que los sujetos hacia los que se dirigían los procesos de transformación que pretendimos impulsar no hubiesen visto o sentido éstos cristalizados en su vida cotidiana. Cargar las tintas de la derrota en nuestro pueblo (de forma directa o indirecta) implica necesariamente que hemos perdido nuestra capacidad de escuchar y, sobre todo, de visualizar nuestros propios errores, mostrando también una profunda subestimación hacia la gente.

Si acordamos con lo antes expuesto, llegaremos necesariamente a una definición clara y precisa. El “modelo” del dirigente o gobernante de izquierda no puede asemejarse nunca al del “déspota ilustrado”. Esto no es un agravio a ningún compañero/a sino, por el contrario, el cuidado y la protección de nuestros objetivos, dirigentes y gobernantes. Los mismos deben ser portadores de un programa consensuado por el bloque social de los cambios, deben de concentrarse en la aplicación y defensa del mismo apoyado en la participación de ese bloque social. Lo cual no significa esterilizar la iniciativa personal, sino que la misma debe estar a la
evaluación y consideración real de los organismos de la herramienta política y de las fuerzas sociales en las que nos apoyamos. Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana. Esta afirmación del más grande de los orientales es, para el político burgués, un odioso “vestigio” que se vio obligado a aceptar, pero para nosotros ha de ser un principio ineludible e inalienable.

En cualquier caso, es preciso definir cuál es el “vosotros” del que nuestra autoridad
emana. Resulta necesario señalar lo siguiente: en los últimos años, el Frente Amplio construyó un sujeto político hacia el que orientar su discurso de forma bastante definida, caracterizado por su condición de montevideano, de “clase media”, intelectual o universitario. Hacia este sujeto, representativo de un sector completamente minoritario de nuestra sociedad, parecieron orientarse todos los esfuerzos comunicativos de la fuerza política y el gobierno, bajo la presunta convicción de que allí se encontraba la llave del triunfo electoral en 2019. De este modo, al ya mencionado deterioro de la capacidad de interpretar y, por tanto, atender las necesidades y convicciones de numerosos sectores de la población se sumaba una profunda invisibilización simbólica de los mismos, construida tanto por acción como por omisión. Fuimos dolorosos testigos y partícipes de una fuerza política que se encerró en sí misma, en la autocomplacencia de sus logros (sin entender que éstos se volvían intangibles para grandes sectores de la población que sufrían en carne propia la incertidumbre y así lo gritaban), en la metropolización de un accionar político que, en los hechos y en las palabras, parece reproducir aquel viejo clivaje civilización o barbarie, Montevideo y campaña, que el artiguismo, proceso histórico nacional y popular del que somos herederos, supo combatir
ferozmente.

Los sendos bofetazos recibidos en la abrumadora mayoría de los departamentos
ubicados más allá del Área Metropolitana de Montevideo en octubre de 2019 y setiembre de 2020, respectivamente, no parecen haber hecho mella en una dirigencia que, haciendo uso de sus lentes metropolitanos, prefiere atribuir las causas de estas derrotas al caudillismo, al “atraso” o la ignorancia de esa heterogeneidad de realidades que se simplifica bajo el rótulo de “interior”, en lugar de prestar atención a sus (nuestros) propios errores. Nuevamente, civilización o barbarie. El documento que aquí comentamos no deja dudas al respecto, toda vez que dedica un brevísimo párrafo a las dolorosas derrotas sufridas en departamentos hasta ahora gobernados por el Frente Amplio (como Rocha, Río Negro o Paysandú) y en aquellos donde pretendíamos conquistar el gobierno, sirviendo éste además como simple prólogo del ejercicio de autocomplacencia derivado del triunfo en Montevideo, marcando así la desigual consideración que merece, en la perspectiva de algunos compañeros, la elección en uno y otros departamentos. Debemos cuestionarnos, de forma urgente, si es posible construir una política realmente emancipadora, popular y democratizadora desde la exclusión simbólica y práctica de más de la mitad de nuestra sociedad.

En la izquierda hay (debe haber) jefes políticos, jefes revolucionarios. Pero, estos son
esencialmente distintos al caudillo (¿o líderes?). Éste es reproducción mecánica, espontánea, de las relaciones y concepciones sociales existentes (relaciones de dependencia personal, clientelismos, “amigos de…”, etc.). El dirigente de izquierda debe ser un tipo de actor absoluta y esencialmente nuevo. Enrabado con lo anterior, cuando nosotros levantamos por décadas valores y principios relacionados con la ética y la transparencia política y electoral, no es correcto abdicar de los mismos creyendo, erróneamente, que las inconsecuencias que los pueblos ven en nuestros adversarios y enemigos no las van a ver en nosotros (“un programa, un candidato” no es lo mismo que “un programa, muchos candidatos”). Peor aún es apelar a un concepto tan sagrado como la Democracia para justificar estas (nuestras) inconsecuencias.

El uso profuso e indiscriminado de la Ley de lemas, objeto de nuestras más duras críticas en las primeras décadas de nuestra existencia, debe llamarnos a la reflexión sobre el aparente abandono de algunos de los principios centrales que nos constituyen.

Por otra parte, para nosotros, que tanto nos gusta citar al compañero Seregni, sería
bueno no olvidar una sugerencia en la que insistía: hay que simplificar al Frente Amplio, no debe haber tantos grupos. Vergüenza causaría que el General fuera testigo de lo que ocurre hoy. La historiografía nacional suele denominar a los partidos de izquierda como “partidos de ideas”. Cuando nació nuestro FA, se conformaba por distintos partidos y grupos políticos que expresaban diversas tendencias políticas-ideológicas e incluso diversas concepciones tácticasestratégicas: marxistas, marxistas-leninistas, maoístas, trotskistas, demócratas cristianos, anarquistas, blancos y colorados avanzados y progresistas. ¿Qué expresan desde el punto de vista político, ideológico, táctico, estratégico, la multiplicidad de grupos (¿listas?) que hoy nacen con tanta facilidad y pululan en la estructura orgánica? Cuando en la izquierda los grupos políticos son huérfanos de ideología y concepciones táctico-estratégicas que los diferencian, ¿qué queda? ¿Acaso sólo la ambición personal y el arribismo? Sin duda. Esto expresa un momento de crisis de nuestra fuerza política y lo peor ha de ser ocultarla y justificarla en nombre de una supuesta democracia.

Este aspecto también debe formar parte no solo del proceso de autocrítica sino, más
bien, de perspectiva: ¿qué Frente Amplio queremos? La lógica de que el Frente Amplio debe ser una herramienta para la satisfacción de ambiciones individuales en elecciones contrasta con la cultura frenteamplista de construcción colectiva de una sociedad más justa, considerando las distintas miradas que existen en nuestra fuerza política. En otras palabras, la multiplicación de listas y sectores que se presentan a elecciones utilizando nuestro lema lesiona la unidad frenteamplista, genera problemas logísticos para el acto electoral, dificulta el acceso de las mujeres a cargos electivos (generalmente estas listas están encabezadas por varones) y, lo más importante, no necesariamente implica más democracia. La deliberación participativa y la búsqueda de consensos a pesar de las diferencias, tal como lo marca nuestro estatuto en su artículo 21, es nuestra forma frenteamplista de construir democracia real.

En este sentido, debemos pensar en medidas que tiendan a que se respete la búsqueda de consensos y síntesis política. Entendemos que para que una lista se presente bajo el lema Frente Amplio debe mostrar que no se trata de un proyecto individual o de disputas sectoriales, sino de un aporte más para el proyecto colectivo Frente Amplio. Los órganos de dirección de la fuerza política deberían poder incidir más en qué listas están habilitadas para utilizar nuestro lema.

El único antídoto para todo lo antes reseñado es, creemos, la autocrítica abierta y
sincera ante las masas populares. Hacia ella, nuestro pequeño granito de arena.

Comité 28 de noviembre de 1971 – Coordinadora B, Frente Amplio

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