Meme Altesor

Publicado en El Popular (18/07/2024)

El Chasque
20/07/2024

Tercer relato (Alice Altesor, noviembre, 2023)

Hace poco aparecieron “Los archivos del Terror”, una página web probablemente publicada por los propios milicos. No pude resistirme a la tentación de entrar y poner “Altesor” en el buscador. Me arrepentí al instante, porque después de algunos segundos se desplegaron más de 700 archivos. Miré algunos al azar y después desistí. No me aportaron datos nuevos, excepto algunas fechas que no conocía. Una fue la de la afiliación al Partido Comunista de mi padre: año 1936.

Precisamente en ese año se produjo el golpe militar en España, liderado por el general Francisco Franco contra la Segunda República; así comenzó la guerra civil española. Una guerra que enfrentó durante casi tres años al bando republicano contra los llamados “nacionales”, que en 1939 instauraron la dictadura franquista, una de las más largas de la historia reciente. Como muchas guerras, ésta fue muy desigual, los sublevados contra el gobierno elegido democráticamente contaron con el apoyo de la Alemania nazi y la Italia de Mussolini. El ejército republicano, en cambio, engrosó sus filas con internacionalistas voluntarios de distintas partes del mundo, también de Uruguay.

Mi padre se inició en la militancia inspirado por Antonio Pereira, un dirigente sindical de la construcción que murió peleando en la guerra civil española. Tengo idea de que Alberto se alistó como voluntario, pero, por alguna razón que desconozco, no formó parte del grupo de uruguayos que, incorporados a la Brigada Internacional, pelearon en defensa de la República española.

La memoria viva de esos años sangrientos y del posterior padecimiento de los presos, torturados y exiliados durante la dictadura franquista, siempre estuvo presente en mi casa. También marcaron mi infancia las canciones republicanas que eran entonadas en las fiestas familiares.

La búsqueda de los sitios de la memoria de la guerra civil fue uno de los objetivos que tuvimos con José, mi compañero, durante nuestra visita a España en octubre de 2023. En Madrid visitamos el “Puente de los franceses” que atraviesa el río Manzanares y que fue el frente de la resistencia. En mi cabeza sonaba la canción:

“Puente de los franceses, puente de los franceses,
puente de los franceses, mamita mía, nadie te pasa,
nadie te pasa.
Porque los milicianos,
porque los milicianos,
porque los milicianos, mamita mía,
qué bien te guardan,
qué bien te guardan”

En Zaragoza fue el puente sobre el Ebro quien nos trajo a la memoria las coplas republicanas:

“El Ejército del Ebro
¡Rumba la rumba la rumbambam!
Una noche el río cruzó,
¡Ay, Carmela, ay, Carmela!
Y a las tropas invasoras
¡Rumba la rumba la rumbambam!
Buena paliza les dio,
¡Ay, Carmela, ay, Carmela!”

Después de Madrid nos fuimos al sur de España; en Almería se realizaba un congreso de Ecología Terrestre al cual estábamos invitados. Allí también buscamos lugares que recordaran la guerra civil. Nos encontramos nada menos que con la existencia de una red de 4 kilómetros de túneles que construyeron los republicanos para refugiar a los habitantes de la ciudad durante los bombardeos del ejército franquista y de sus aliados nazis. El recorrido habilitado es de un kilómetro, suficiente para transportarse en el tiempo y tener la sensación de estar a diez metros bajo tierra, en un lugar húmedo y oscuro asolado por los bombardeos. En las paredes se conservan algunos dibujos infantiles con bombas y casas destruidas. Cuando nos detuvimos a mirar los dibujos, coincidimos con una mujer que, conmovida, nos contó que sus padres habían sido de aquellos niños, hijos de republicanos, que enviaron a la Unión Soviética para refugiarse de la guerra.

La memoria de esos años, pensar en los niños que se llevaron la guerra en una valija, me llevó a 1979. Cuarenta años después de la derrota de los republicanos, dos de mis hermanos, Meme e Iván, fueron a pelear a otra guerra. Ese año se unieron al Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua para luchar contra la dictadura de Somoza. Cumplieron el legado de nuestro padre.

Salieron desde Cuba junto a otros uruguayos, tres de ellos eran comunistas: mis dos hermanos y Manuel Escudero. Los tres tenían preparación militar. Llegaron a Panamá y allí los recibió un hombre del FSLN -después se enteraron de que había sido cura y que cayó en combate pocos días más tarde-. La corta estancia en Panamá fue muy dura, no tenían para comer y tampoco condiciones para descansar. Finalmente, en un viejo avión, un C47, volaron hasta Liberia, al norte de Costa Rica, en la frontera con Nicaragua. Allí bajaron y en un camión camuflado se dirigieron a Peñas Blancas. Al inicio comenzaron a enseñar a los muy jóvenes milicianos, casi niños de 15, 16 o 17 años. Los instruían en aspectos elementales de la guerrilla, arrastrarse, agarrar el fusil, preparar la trinchera y protegerse. Desde el comienzo hubo combates y pasaban los aviones bombardeando a cada rato. A los pocos días hubo una alarma y salieron rumbo al frente. Nadie sabía que Luis, el nombre de guerra de Iván, y Pedro, como llamaban a Meme, eran hermanos.

Iván se incorporó a una columna en Sapoa y Meme se dirigió a La Calera. Meme e Iván con 32 y 36 años y además con formación militar, eran de los pocos “veteranos” e iban como apoyo a los jefes nicaragüenses que tenían poco más de veinte años. La columna de Iván la dirigía un muchacho llamado Vladimir Antilo, estudiante de biología, al que llamaban Lenin. Ambos estaban en la misma zona, el frente sur, a menos de 5 kilómetros si uno trazara una línea recta. Sin embargo, la distancia real era mucho mayor, el terreno montañoso con vegetación tupida impedía la comunicación. Era un bosque con árboles no demasiado altos y que pierden las hojas durante la época seca. En ese momento la vegetación estaba en su máxima frondosidad, las lluvias de verano no daban tregua. Las trincheras se inundaban y con un tarrito debían sacar el agua. Los ataques con morteros de la guardia somocista habían arreciado. Los camiones de la guardia llegaban a la parte baja del río Ostayo y desde ahí bombardeaban. La distancia entre los somocistas y sandinistas era mínima, casi una guerra cuerpo a cuerpo. Los jóvenes combatientes caían heridos por las esquirlas, muchos morían. Corrían los últimos días de la guerra.

Años después Iván me contó que la noche del 15 de julio los sandinistas decidieron cambiar la línea del frente; debían cruzar el río que estaba muy crecido. Hicieron ese movimiento bajo lluvia. A la mañana siguiente, cuando Iván se dirigía a un puesto de observación en una lomada, otros combatientes comentaban que ese día temprano había caído en combate un compañero uruguayo: era Pedro.

Fue el 16 de julio de 1979; tres días más tarde sería el triunfo y la entrada de las fuerzas sandinistas a Managua. El 22 de julio Meme hubiera cumplido 33 años. Sus hijos, Diego con 5 años y Paula con apenas 6 meses, estaban con su madre, Vivian, en La Habana y allí se quedaron muchos años, hasta que Diego primero y después Paula decidieron vivir en Uruguay.

Hugo, mi otro hermano, y yo vivíamos en la ciudad de México. Hacía más de dos años que habíamos perdido el contacto con Iván y Meme. Los dos salieron de México rumbo a la Unión Soviética a finales de 1976. Durante todo ese tiempo se cumplieron a rajatabla las normas de seguridad, no había cartas, no había fotos, tampoco llegaban noticias.

Desde Montevideo, mi madre, que había quedado sola, mandaba regularmente cartas en las que había que leer, entre líneas, sus mensajes ocultos. Siempre con el ánimo en alto, nos contaba de los amigos solidarios, de la preparación de la bolsa para mi padre y de las visitas al penal de “Libertad”. Mi padre cayó preso en octubre de 1975, sólo diez meses después de haberse operado del corazón. Sobrevivió a catorce meses de tortura e incomunicación, peregrinando por los infiernos ubicados en cuarteles o casas clandestinas. Finalmente, llegó al penal con una sentencia de ocho años.

Una mañana de finales de julio de 1979 -sería sábado o domingo, porque yo estaba en mi casa- cuando sonó el teléfono. Era mi madre que, llorando me decía algo que yo no lograba entender. Pensé en mi padre y le pregunté si le había pasado algo, me dijo que no y escuché que nombraba a Meme.

-¿Qué pasó?- le dije. Y ella sólo repetía:
-Memito, Memito.

No pudo pronunciar la palabra muerte. El ruido en la línea –muy probablemente intervenida por la inteligencia militar-, su llanto, mi desesperación. Cortamos. Yo seguía sin saber qué le había pasado a Meme. Después de esa llamada, Hugo y yo buscamos rápidamente información a través de dirigentes del Partido en Cuba. Así fue como tardíamente nos enteramos de lo que había sucedido.

No es posible describir el dolor y la impotencia. Hugo quedó profundamente herido; Meme no sólo era su hermano, fue siempre su compinche, su compañero inseparable durante la infancia y la adolescencia. Su angustia se hizo crónica y un cáncer lo llevó a la muerte en menos de tres años. También murió prematuramente, tenía 39 años. 

A mi madre le había llegado la noticia de la muerte de su hijo a través de la embajada de la República Democrática Alemana. Tita, que era la esposa de otro dirigente del Partido Comunista, también preso, esa noche llevó a mamá para su casa. Nancy, una querida amiga de mis padres y ahora felizmente también mía, me compartió su memoria de ese día. Se vivía una época muy dura de la dictadura, la posibilidad de juntar gente que hubiera deseado abrazar a mi madre en esas circunstancias, estaba totalmente descartada. Además, la noticia debía manejarse con reserva, querían que fueran los compañeros y no los milicos quienes se la dijeran a mi padre. Tita llamó por teléfono a Nancy y le pidió que fuera para su casa esa misma noche. Ella sospechó que se trataba de algo grave, pero le era imposible dejar a la madre enferma con su hija pequeña; decidió ir muy temprano en la mañana. Cuando llegó se dio cuenta de que algo trágico había sucedido. Alice, que siempre sorprendía por su presencia de ánimo, no había dormido, estaba desencajada, lloraba y repetía “Memito, Memito”. No tenía a su lado al compañero de toda la vida, mi padre, tampoco a sus otros hijos, no había consuelo.

La desgarradora noticia finalmente llegó a mi padre en el penal. Gabriel Mazzarovich, el hijo de Jorge, quien había sido el primer secretario de la Juventud Comunista, tenía en esa época once o doce años. Era apenas un niño, sin embargo, cumplía una tarea fundamental: era el enlace entre el Partido en la clandestinidad y el Partido adentro de la cárcel. Todos los domingos iba a una cancha de bochas en el Parque Rodó y se sentaba en las gradas esperando que algún compañero se sentara a su lado y le pasara un mensaje, casi en secreto. Él debía memorizarlo y repetirlo en la visita a su padre. Así fue que recibió el aviso: “Meme murió en la selva”.

La visita regular a los presos se hacía a través de un vidrio y con un teléfono. Gabriel decidió trasmitir el mensaje al inicio del encuentro, tenía miedo de que le cortaran la comunicación por cualquier razón, cosa que sucedía con frecuencia, y no poder cumplir con su importante tarea. Lo hizo, apretó el teléfono y le dijo: “Dice Juan Carlos que Meme murió en la selva”. Cuando mencionaban a Juan Carlos se referían a la Juventud Comunista.

El siguiente paso era que Jorge hablara con mi padre durante el “recreo”. Los presos tenían 45 minutos al día para caminar, podían hacerlo en parejas, nunca más de dos. Lo hacían alrededor de una cancha cuando el tiempo lo permitía, si llovía debían caminar por los pasillos, debajo del celdario. Eran minutos muy valiosos. La compañía para las caminatas, que ellos llamaban “trilles”, se programaba con anticipación. Los presos bajaban al patio por las escaleras, a mi padre lo hacían bajar por un ascensor que servía para subir la comida, su estado de salud era frágil.

Jorge lo esperó y le dijo que necesitaba hablar urgente con él. Hubo que hacer cambios al trille programado. Así fue que Jorge y Alberto, los dos vestidos con el mameluco gris, en el pecho el número de preso y el trozo de tela cosida cuyo color indicaba el piso de la celda, empezaron el trille lentamente mientras Jorge le decía que tenía que trasmitirle algo muy duro. Estaba prohibido tocarse, mucho más abrazarse; cuando se lo dijo el paso de mi padre perdió la seguridad por unos instantes. Jorge, violando las normas, lo apretó fuerte por el codo. Mi padre le preguntó:

-¿Murió combatiendo?
-Sí- le respondió Jorge. No tenía más detalles para darle.

Alberto era conocido por su dureza, aparente, por supuesto. Sacó un pañuelo del mameluco y cubrió su cara, un segundo nada más.

Esta carta de Alberto, dirigida a mi madre, fue escrita en el penal casi dos meses después de la muerte de Meme. Ellos se escribían semanalmente, pero muchas cartas eran censuradas y no llegaban a destino. Ese período fue particularmente duro, mi padre pasó cinco meses sin recibir correspondencia. Una forma de tortura que operaba más allá de las rejas.

Despedimos 1979 en México, pudimos reunir a mi madre, a Iván y su familia, a Vivian y los hijos de Meme, Hugo con su familia y yo con la mía. Recuerdo que alquilamos durante unos días dos cabañas en Valle de Bravo, un hermoso lugar frente a un lago, en el Estado de México.

Poco después Hugo viajó a Nicaragua y pudo entrevistar a varios nicas que conocieron a Meme y estuvieron junto a él en ese último combate. Benigno Cruz, a quien llamaban el Chino, tenía 24 años y era el jefe de la columna de Meme. Era mecánico, y poeta como todo buen nicaragüense. Él relató con detalle cómo veía a Meme, su delgada figura, su ancha sonrisa y sus ojos claros, luminosos; siempre atento y solícito a las necesidades del grupo de compañeros. Compartieron días y noches difíciles, con hambre, mojados y atacados por la aviación y el fuego de los morteros. Destacaba la preparación de Meme para ubicarse en el terreno y organizar al grupo de jóvenes guerrilleros. Habló con un inmenso cariño y admiración por ese uruguayo que estuvo dispuesto a dejar su vida en tierra ajena.

Otro de los entrevistados se llamaba Petrucho, no llegaba a los 20 años. Él dijo: “Pedro marcó una especie de equilibrio entre el miedo y el deber”. En los momentos en que la lucha se ponía más dura y ellos estaban cada uno en su trinchera a 8 o 10 metros de distancia del otro compañero, Meme llegaba y preguntaba: “¿Cómo andan, qué tal? Quédense tranquilos, de aquí no nos mueve nadie”. Iba de trinchera en trinchera dando ánimo y seguridad a esos combatientes casi niños.

Este año, a iniciativa de algunos compañeros que vivieron la guerra de Nicaragua, se comenzó a filmar material para un documental. El equipo está dirigido por un joven director de cine argentino llamado Ernesto Fontán. A mi sobrino Diego, hijo de Meme, le pidieron que escribiera un pequeño mensaje para su padre y esto fue lo que entregó:

“Fuiste hijo de tu tiempo, comprometido con todo lo que te tocó vivir al igual que todos tus compañeros, ojalá la semilla de tu ejemplo no haya sido en vano. No existen palabras para expresar todo lo que no pude vivir contigo. Espero que tu ejemplo como el de tantos otros no quede en el olvido. ¡Hasta siempre!”

Deja un comentario