De hegemonías y recambios electorales / De triunfos y derrotas, fuerza y debilidad

María Luisa Battegazzore
El Chasque 167
20/12/2024

Los resultados electorales han traido de nuevo al discurso político, académico y mediático el término “gobernabilidad” que parecía caído en desuso.

Cuando oigo hablar de gobernabilidad siento escalofríos. ¿Estamos ante un recurrente déjà-vu? Se oye el eco del pacto blanquicolorado que permitió a Sanguinetti aprobar la ley de caducidad y en su segunda presidencia, imponer la reforma del sistema de seguridad social, introduciendo el sistema de capitalización, individual y obligatorio, de una parte de los aportes previsionales, en las AFAPs.

La implantación en 1995, de este sistema mixto, menos innovador que el modelo chileno, favorito de Lacalle Herrera y Jorge Batlle, se justificó instalando la idea de la crisis inminente del BPS. Otro déjà-vu. Cada vez que se quiere reformar algo –la educación, el sistema jubilatorio, las leyes penales o lo que sea- se empieza por machacar (impregnar, en el vocabulario del Marco curricular 2020) con un relato apocalíptico, anunciador de la catástrofe inminente. Es una regla del marketing: primero se crea la necesidad de un producto y luego se lo ofrece, envuelto para regalo.

La ola privatizadora, enarbolando el discurso de la “reforma del Estado”, formó parte de la declinación, en los hechos, del Estado de Bienestar, rematado por las directivas del Consenso de Washington y de los organismos financieros internacionales. Según Hobsbawm el “estado de bienestar” habría sido una anomalía en el sistema capitalista, consecuencia de la prosperidad de posguerra y de la competencia con el socialismo triunfante en buena parte del planeta.

La cadena de crisis que se suceden desde 1968 y 1973, hizo incompatible la recuperación de las tasas de acumulación con la distribución del ingreso, que para el capitalismo de los países centrales había significado una expansión enfocada en el desarrollo del mercado interno. El llamado neoliberalismo, que reflota las ya añejas propuestas de von Hayek, Schumpeter, von Mises, Friedman y otros, fue una necesidad impostergable. Liberar al capital implicó atacar la fuerza relativa del trabajo y una recomposición profunda del sistema de poder, que en el cono sur requirió la implementación de una red de dictaduras, coordinadas en el Plan Cóndor. Consciente de ello, Hayek declaró a El Mercurio su preferencia por una dictadura liberal -en lo económico- sobre una democracia que no lo fuera. Los libertarios del capitalismo saben que necesitan un Estado fuerte que imponga la desregulación. A sangre y fuego si es preciso.

Cuando las dictaduras ya no garantizaban la estabilidad política y social se recurrió a las democracias gobernables.

“Para hacer compatible la democracia con la gobernabilidad, es decir, para impedir que la democracia interfiera con los intereses capitalistas (ingobernabilidad), la Trilateral impulsó una transformación profunda de la sociedad para hacerla menos demandante, junto a un cambio en las relaciones políticas para reforzar el control sobre los conflictos que surgieran ante la negativa del sistema de convertir las demandas sociales en políticas públicas.

La identificación de la ingobernabilidad como crisis de autoridad (dominación) es inherente con la noción de gobernabilidad (governability) como la estabilidad política que se obtiene con la obediencia de los gobernados”. Dichas transformaciones fueron presentadas “no sólo como un fenómeno inevitable sino también como necesario para la expansión de la democracia, y por lo mismo, deseable”. 1

En Uruguay la ola privatizadora de los años 90 fue frenada, aunque parcialmente, por la lucha popular, sobre todo desde las organizaciones sociales, que apelaron a un instrumento de democracia directa como el referéndum.

Sanguinetti, luego de haber usufructuado la férrea mano de yeso de los blancos, no se sintió tan obligado con la gobernabilidad, desde que contribuyó al referéndum que frenó la privatización de Antel y dejó a Lacalle Herrera en la estacada. Esta alianza de gran parte de las izquierdas con el Foro Batllista influyó para que se derogaran sólo algunos artículos de la ley, por lo que, si bien se impidió la enajenación de las empresas públicas, quedaron resquicios para privatizar –“tercerizar”- sectores o actividades.

El discurso privatizador, revestido con el manto de la reforma del Estado o el antimonopolio, fue convirtiéndose en ideología dominante, incluso dentro de la izquierda que no atinaba a diferenciarse cabalmente y en parte, lo incorporó, reconvirtiéndose en progresismo. El último gobierno frenteamplista creó mecanismos como los PPP2 que, sorprendentemente, algunos jóvenes hoy creen que constituye un diferencial de izquierda respecto al gobierno coaligado. De hecho, en gobiernos anteriores se había recurrido al sistema de pergeñar empresas públicas de derecho privado, para eludir las normas de contratación y despido de funcionarios, flexibilizar las operaciones comerciales y escapar al control estatal.

Según Mujica, en 2011, había unas 60 empresas de este tipo, como ALUR, DUCSA, República AFAP, además de algunos planes dependientes de la Presidencia, como el Ceibal y Juntos. “Como no podemos reformar el derecho público, estamos construyendo otro Estado que no sabemos lo que es, por ahí. Esta es una tragedia que van a tener que zurcir en el porvenir algunos que vengan”,3 Pero, aunque está relacionado, este es otro tema, que merecería mayor reflexión y discusión. Al menos debería hacerse visible.

Un viraje ideológico y político en la mítica “restauración democrática”

La gobernabilidad se justificó, en aquellos tiempos lejanos, agitando el espectro golpista y la amenaza militar para convocar a la unidad nacional, al respaldo y la sujeción al gobierno, identificado con “la democracia” o “la restauración democrática”.

No se acudió a la gobernabilidad para legitimar la coalición multicolor: se autovalidaba como instrumento para derrotar al progresismo y permitir una acelerada reestructura en todos los órdenes a través de la LUC. La derecha tiene claro su programa y carece de complejos de culpa a la hora de aplicarlo.

El término gobernabilidad reaparece con el triunfo electoral del FA y la perspectiva de gobernar sin mayoría parlamentaria. ¿Alude sólo a la necesidad de negociar con otros sectores y de llegar a compromisos o acuerdos para aprobar leyes? En el trabajo parlamentario la negociación y los acuerdos son normales. En el período reciente los hubo, incluso por fuera –o por dentro, según se mire- de la coalición que se quería gobernante. Por ejemplo, hubo acuerdos entre frenteamplistas, colorados e independientes, en torno al fallido proyecto de legalización de la eutanasia, que murió por encajonamiento, con media sanción desde octubre de 2022.

Pensamos que el retorno del vocablo tiene un sentido más profundo y una finalidad de mayor alcance: controlar o limitar a un gobierno progresista y someterlo –aún más- a las “necesidades” del capital y la lógica del consenso con las fuerzas de derecha. Éstas, con su agresividad permanente, sus falsedades manifiestas y la continuación sin pausa de la campaña electoral, dificultan el proceso. Porque aún en el gobierno, no detuvieron la confrontación ni un instante, mientras algunos dirigentes opositores hablaban de diálogo, acuerdos nacionales y políticas de Estado. También es posible que sea una vía para negociar desde posiciones de fuerza, aunque sea discursiva, y cobrar más caro el menor acuerdo.

La izquierda en la democracia gobernable

La izquierda uruguaya, si bien fue inmediatamente excluida del pacto de gobernabilidad, se mantuvo demasiado tiempo apegada a una táctica de “concertación” con los partidos burgueses que, prolongada más allá de su contexto original, la colocó, de hecho, en una situación subordinada. Admitió, inconfesadamente, el ideologema de la gobernabilidad. Las sucesivas “actualizaciones ideológicas” y los renunciamientos programáticos respondieron, entre otros factores, a esa circunstancia.

Es posible que tampoco se percibieran las limitaciones, en el tiempo y en el contenido, de las alianzas políticas y sociales anudadas en la lucha contra la dictadura. Era perfectamente previsible que los partidos burgueses dieran la espalda a las fuerzas populares, a las organizaciones políticas y sociales que habían pagado el más alto precio en esa lucha, una vez que el objetivo común fuera alcanzado. Me pregunto si esa miopía no se explica por una razón de clase y un cambio en la correlación de fuerzas en las organizaciones políticas y sociales. También habría que reflexionar sobre los efectos ideológicos de la derrota y más de una década de represión encarnizada. Para muchos dirigentes, ser aceptados en el escenario político oficial, luego de haber sido proscritos y discriminados, ya constituía un logro a preservar.

A la izquierda hubiera correspondido, actuando con independencia: 1. Exigir el estricto cumplimiento de todas las normas en la “restauración” institucional y estar dispuesta a dar la lucha en ese sentido; 2. Hacer públicas las negociaciones, acuerdos y concesiones, empezando por las del Club Naval y siguiendo por las efectuadas en la llamada concertación, de modo que se hicieran conscientes en la militancia y en las masas; 3. Incentivar la lucha social y política como forma de avanzar en democracia.

No hago más que retomar, por mi parte, debates de aquella época. Es posible que cuando digo “debates” exagere, ya que esos cuestionamientos, si formulados, no trascendían; no recuerdo que se hayan planteado clara y públicamente en esos términos ni en otros equivalentes, aunque sí hubo protestas contra la “democracia tutelada” y otras manifestaciones de decepción, más bien marginales o acalladas.

Sólo pretendo traducir a la práctica posiciones que planteó claramente Arismendi, desde 1984. Con la perspectiva del tiempo, debo concluir que no fueron entendidas o que fueron descartadas en su significado profundo, revolucionario. Su destino parece haber sido, en el discurso político, ser adaptadas a lo posible, en el reino del realismo pragmático e inmediatista, que en palabras de Gramsci, no ve más allá de su nariz.

“La expresión ‘democracia avanzada’ o ‘avanzar en democracia’, supone hoy la movilización y la unidad del pueblo por afirmar esta democracia, pero para lograr soluciones de justicia social e independencia económica. Supone al mismo tiempo la lucha por un programa de gobierno del FA, o del FA y sus posibles aliados”.4

En el pensamiento de Arismendi la defensa de “esta” democracia sólo es posible imponiendo el avance hacia una democracia real. En ese sentido, es lo opuesto a la “gobernabilidad”, asentada en la alianza de los partidos tradicionales, que, desde 1985 se transformó en la consigna de las clases dominantes. La defensa y profundización de la democracia no prohíbe sino que supone el despliegue de la lucha popular. Arismendi se pronunció tajantemente en contra de las propuestas de “pacto social”, al estilo Moncloa.

Con la perspectiva del tiempo, habría que analizar si no hubo un pacto implícito, más peligroso cuanto más oculto. Asimismo plantearse cómo fue cambiando el bloque social de la izquierda para derivar en el progresismo. No en balde Arismendi reclamaba que la “columna vertebral” del movimiento debía ser el proletariado. Es particularmente sensible el viraje de los intelectuales y la academia que vive la época del desencuentro, ya no con la revolución, sino con cualquier iniciativa de transformación radical y estructural. En este sentido, están muy por detrás del desarrollismo de la CIDE.

Hay que subrayar, en el planteo de Arismendi, la vinculación democracia – justicia social que deberá imponerse con la lucha de masas. Se marca la dimensión social insoslayable de la democracia, la exigencia de la realización práctica -no la mera proclamación abstracta- de valores tales como la libertad, la igualdad, la solidaridad, la justicia, que la ideología del mercado desecha o tergiversa.

La lucha por avanzar en democracia entrañaba el cambio de clases o fracciones de clase hegemónicas, la transformación radical de las estructuras y las relaciones económico-sociales existentes, pero también del orden jurídico, de la cultura, que traducen, aunque no mecánicamente ni en una dirección única, las relaciones de poder realmente existentes.

Acerca de las negociaciones

Lenin, que solía llamar a las cosas por su nombre, es diáfano.

“El deber de un partido auténticamente revolucionario no consiste en proclamar la renuncia a cualquier compromiso, sino en saber cumplir fielmente a través de todos los compromisos -en la medida en que sean inevitables-, con sus principios, su clase, su misión revolucionaria, su obra de preparar la revolución y de educar a las masas populares para triunfar en la revolución”.5

Además de que no se deben hacer concesiones “en lo que toca a la teoría, programa o bandera” Lenin plantea que la socialdemocracia y la clase obrera dan su apoyo a todas las fuerzas que se oponen a la autocracia, a todas las nacionalidades y religiones perseguidas, a todo sector oprimido, pero al mismo tiempo se deben hacer ver a la clase obrera la contradicción de intereses que ella tiene con sus aliados, “el carácter condicional y temporal de esta solidaridad”, que los aliados de hoy pueden ser adversarios mañana. Si se aduce que estos postulados debilitarían la lucha por la libertad política, Lenin señala que “sólo son fuertes quienes luchas apoyándose en intereses reales, reconocidos de determinadas clases; todo factor que vele esos intereses de clase (…) no puede sino debilitar a los que luchan”.6

La claridad rotunda de Lenin, sin eufemismos ni subterfugios, se entiende porque después de Octubre, su finalidad era preparar el largo camino para la futura extinción del Estado, lo que significaba educar a las masas trabajadoras para enfrentar las tendencias a la burocratización o a la conversión de los soviets en órganos de tipo parlamentario. El mismo objetivo inspiraba el proyecto pedagógico de Krupskaia, que buscaba desarrollar la autonomía y la autogestión desde la infancia. Asimismo sostiene que la dirección de la actividad educativa no debía estar sólo en manos de las autoridades o los expertos, sino que debían intervenir los padres, los sindicatos, las asambleas de fábrica, los koljoses y todas las organizaciones de masas, y no como simples “comisiones de fomento”.

“Nuestro objetivo es hacer participar prácticamente a toda la población pobre en el gobierno del país (…) Nuestro objetivo es lograr que cada trabajador, después de “cumplir la tarea” de 8 horas de trabajo productivo, desempeñe sin retribución las funciones estatales. El paso a este sistema es particularmente difícil, pero sólo en él está la garantía de que se consolide definitivamente el socialismo”.7

Considera que ocultar errores o retrocesos a las masas sería engañarlas y “descender al nivel de los politicastros burgueses”.

La democracia gobernable trae cola

Estos días releí el mencionado trabajo de Beatriz Stolowicz,8 al que los 25 años transcurridos desde su publicación otorgan mayor pertinencia. Quizás hoy podamos calibrar más precisamente que entonces el significado concreto de sus planteos.

Señala la “debilidad intelectual” como uno de los factores de la “parálisis política” de las izquierdas: “la crítica a ‘este’ liberalismo no es la crítica del liberalismo en tanto forma histórica de ejercicio de la dominación burguesa; se cuestiona a la ‘democracia realmente existente’ pero no se hace la crítica histórica y política de la democracia liberal, que sigue apareciendo (sobre todo después de la crisis del llamado socialismo soviético) como la democracia en general”. (P. 197)

La resistencia al neoliberalismo y su llamado “pensamiento único” por parte de las izquierdas, se va debilitando con el advenimiento del nuevo siglo y se incorporan al discurso propio, como datos de la realidad, términos tan discutibles como globalización. Stolowics define: “la ‘globalización’ es la ideologización del imperialismo convertida en realismo.” (P. 198).

Este realismo pragmático, unido a la concepción de la política como “el arte de lo posible”, entendido en un sentido estático y mecánico, resulta útil para plegarse, de manera acrítica, a las directivas emanadas de los organismos internacionales, y no sólo en cuanto a la política económica. Esta sumisión incondicional y universal es evidente en materia educativa, con la adopción del Enfoque por Competencias, basado en la doctrina del capital humano, atento a las necesidades del mercado laboral, pero también de la gobernabilidad.

La UTEC fue una creación destinada a implantar esta orientación en la educación universitaria, que ya se había logrado en la UE con el llamado Proceso de Bolonia, y que es dominante en las universidades privadas en Uruguay. Además la UTEC tenía el mérito de no ser autónoma ni cogobernada. Porque el liberalismo no es proclive a la participación y favorece la supremacía del poder ejecutivo. Si el gobierno coaligado elevó la intervención del MEC en educación, ya estaba presente en la ley Ley 18437 de 2008, a contrapelo de las propuestas de la Unidad Programática de Educación del propio FA, que funcionaba orgánica y regularmente, para ser ignorada y desoída, también orgánica y persistentemente, hasta convencerla de su propia inutilidad.

Se ha ido asumiendo implícitamente la idea de la “mano invisible” de los mercados, su capacidad de determinación, cuando, en realidad, la liberalización del capital es un hecho político; implica decisiones políticas, como dejaron claro Thatcher y Reagan. Como bien dice Juan Ponte “los mercados no flotan al margen de los estados, sino que son estos su condición de existencia y fuente nutricia”.9

Esas decisiones, que implican la expropiación creciente de los trabajadores, se alimentan con otras decisiones políticas, que pueden ir desde la represión al condicionamiento ideológico, mucho más duradero y eficaz –según la relación costo-beneficio.

En este sentido, en los marcos curriculares de 2017 y de 2022, especialmente en la sección llamada “visión –o mirada- ética”, el objetivo es modelar la personalidad y la conducta de niños y adolescentes, inculcar valores, actitudes y hasta emociones, todo lo cual será minuciosamente evaluado en los “perfiles de egreso” y “las progresiones de aprendizaje”. Se busca producir personas conciliadoras, eficientes, adaptables, resilientes, conformistas y, sobre todo, hacerlas sentir responsables de su suerte, buena o mala.10 El MCRN de 2017 se preocupaba por la conciliación de los contrarios, la concordia y la cohesión sociales, la integración armoniosa de los individuos en una sociedad concebida como organismo o como sistema, en función de las teorizaciones posmodernas de la diferencia, con un sentido idílico y moderador. Da razón a Ponte cuando señala que “lo que caracteriza al capitalismo, más que el individualismo, es el armonismo”.11

Y agregaría, la uniformización, paradojalmente, en el marco de las declamaciones a favor de la diversidad. Pero hay diversidades inaceptables; éstas serán culpabilizadas. El relativismo y subjetivismo epistemológicos de la posmodernidad deviene un férreo dogmatismo cuando llegamos a los valores y comportamientos, impregnados con el barniz de la moralidad. Este acento está en consonancia con el auge de la psicología conductista, de marcada influencia en los proyectos educativos en que, lamentablemente, y más allá de los discursos, coinciden progresistas y conservadores.

“Ese miedo a la culpa es lo que motiva el actuar denominado «políticamente correcto»; el que nos convierte, simultáneamente, en esclavos y vigilantes. Ése es el motor inmóvil de nuestro siglo”. 12 Es lo que Philip Roth, en su novela La mancha humana, llama “la tiranía del decoro”, o “el éxtasis de la mojigatería”.

En este sentido señala Ponte:

“Ahora bien, el neoliberalismo no es una reactivación del viejo liberalismo, sino una nueva forma de concebir el gobierno político. Mientras que el problema del liberalismo del siglo XVIII es cómo disponer en una sociedad política dada un lugar lo más libre de injerencias para el mercado, es decir, preservar un lugar vacío de poder político, el del neoliberalismo es inverso: cómo ajustar de la manera más eficiente el ejercicio del poder político a los parámetros de la economía de mercado. El celo liberal se centra en qué aspectos sociales conviene no intervenir en demasía. La obsesión neoliberal consiste en conocer cómo intervenir lo máximo y mejor posible en los comportamientos humanos. ¿No es esto lo que algunos llaman totalitarismo?”. 13

Las dimensiones de la gobernabilidad

Vamos a cerrar con algunas citas del mencionado trabajo de Stolowics, que pueden ser controversiales pero que, me parece, anticipan problemáticas que han cobrado concreta actualidad.

  1. “Que la democracia pueda jugar ese papel de garante del statu quo y tenga legitimidad en sociedades como las latinoamericanas, implica no sólo la transformación de la concepción que se tiene sobre la democracia, sino un cambio fundamental en la sociedad para transformar a sus actores políticos en funcionales al sistema”. (P. 199)
  2. “La imposición de pautas de consumo suntuario (con el abaratamiento de muchos productos) induce a los sectores empobrecidos a consumirlos con un desplazamiento adicional de sus necesidades básicas (calidad alimenticia, salud, vivienda, educación, información), lo que aumenta su condición dependiente y marginal y fuerza las actividades. El desempleo y la pobreza incrementan las conductas delictivas de los pobres y con ello la percepción de inseguridad, haciendo a la sociedad más proclive a formas de privatización de las acciones coercitivas, y más permisiva con las prácticas autoritarias. Y en ese mismo plano de la deseabilidad dispersiva se encuentran las organizaciones no gubernamentales, unidades preferenciales de la poliaquía”. (P. 201)
  3. Las estrategias de gobernabilidad se orientan a aislar los conflictos tratándolos como particularidades (étnicos, religiosos, generacionales o de género, entre otros) y explotando su especificidad para impedir que se articulen en una noción de lo popular. El tratamiento diferenciado va desde cooptaciones y programas focalizados hasta represiones abiertas. Las agregaciones micro sociales (comunitarias, barriales) son manipuladas para reforzar prácticas clientelísticas sin mayor alcance en cuestionamientos de tipo sistémico, en lo que puede radicar la funcionalidad de lo ‘local’ para la gobernabilidad conservadora”. (P. 201)
  4. “Las élites políticas construyen los equilibrios mediante consensos entre sí, que es la única forma que puede adoptar la política democrática, consensos hacia los intereses dominantes y no confrontación de proyectos de sociedad distintos. Porque no hay alternancia de proyectos, los consensos presuponen acuerdos estructurales básicos, que incluyen naturalmente la convicción de que los asuntos económicos son privativos del mercado. Al existir esos consensos básicos, las diferencias sólo pueden ser de carácter procedimental y sólo en esa medida las diferencias son negociables, concertables”. (P. 203)
  5. “En suma, los partidos se limitan a ser la instancia de reclutamiento de las élites. El reclutamiento se realiza a través del juego de la oferta y la demanda, con los atributos de libertad de todo mercado: oferentes en libre competencia y consumidores también libres igualados solamente en la posesión de la ciudadanía (…). La política es marketing periódico y concertación fuera de los tiempos de la competencia, allí se acaba el asunto de la política”. (P. 203)

Según Stolowics, la izquierda sucumbió a una práctica política de cúpulas, distanciándose de sus bases sociales. Sus debilidades conceptuales no le permitían entender la diferencia entre “ser la izquierda en el sistema o ser la izquierda del sistema”, todo lo cual la condujo al “desperfilamento programático”. (P. 205)

La mayoritaria oposición de los partidos frenteamplistas al plebiscito promovido por las organizaciones sociales contra la reforma previsional es signo de ese distanciamiento y desperfilamiento, de su sumisión a las necesidades del capital; al mismo tiempo, la masiva desobediencia de los votantes a sus directivas y la indiferencia a sus relatos catastrofistas, deberían hacer reflexionar a los dirigentes. Gran parte de los votantes de esos sectores apoyaron al Sí; otra parte no puso la papeleta por acatamiento y por no causarle problemas al posible futuro gobierno progresista.

Y hay miles de ciudadanos que apoyaron el plebiscito pero votaron en blanco. Pienso que habría que prestar especial atención a esa expresión que puede ser interpretada como desencanto con el progresismo desde la izquierda, porque la decepción con los políticos puede convertirse en decepción por la política y prohijar el abstencionismo o el ascenso de algún personaje con aura trasgresora y presencia mediática. Quizás ya haya sucedido algo por el estilo con el inesperado apoyo al tonante Gustavo Salle que obtuvo las dos bancas parlamentarias que el FA necesitaba para tener mayoría. Y no me vengan con el verso de Delgado de que es bueno estar obligado a negociar –“el mensaje de la gente”- y menos con el discurso, que supo estar de moda, sobre la alternancia de los partidos en el gobierno.
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NOTAS

1 Stolowics, B. La democracia gobernable: instrumentalismo conservador. En: Vigencia y actualización del marxismo en el pensamiento de Rodney Arismendi. I Encuentro Internacional. 2001. P. 199/200Disponible en www.fundacionrodneyarismendi.org/publicaciones

2 Participación Público Privada

3 Mujica, J. El Observador. 18/6/2011. https://www.elobservador.com.uy/nota/empresas-publicas-de-derecho-privado-201161817310

4 Informe a la Conferencia Nacional del PCU. 1985. Congresos y Documentos –1988 – Montevideo. Pág. 299. Énfasis mío

5 Lenin V.I. Acerca de los compromisos. https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1917/sept/03.htm

6 Lenin, V.I. Las Tareas de los Socialdemócratas Rusos. Escrito en 1897; publicado en Ginebra en 1899. https://prtarg.com.ar/ P. 16

7 Lenin, V.I. Las tareas inmediatas del poder soviético. P. 52 https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oe12/lenin-obrasescogidas08-12.pdf

8 Stolowics, Beatriz. La democracia gobernable: instrumentalismo conservador. En: Vigencia y actualización del marxismo en el pensamiento de Rodney Arismendi. I Encuentro Internacional. 2001. Disponible en www.fundacionrodneyarismendi.org

9 El capitalismo es una economía de antimercado (entrevista con Juan Ponte). https://www.sinpermiso.info/textos/el-capitalismo-es-una-economia-de-antimercado-entrevista-con-juan-ponte

10 Entre las palabras más reiteradas en el Marco Curricular 2020 figuran responsabilidad, respeto, monitoreo, evaluación y sus derivadas. Particularmente en la “Competencia de ciudadanía local, global y digital”, que implica una banalización o trasmutación del mismo concepto de ciudadanía. En el 2000 la Comisión de la UE decía que “los individuos deben tener la voluntad y los medios de hacerse cargo de su destino”, haciendo referencia a la capacidad de adecuarse a los cambios en el mercado de trabajo y la precariedad laboral.

11 Ponte, J. Cit

12 Carlos Herrera de la Fuente. Manifiesto contra nuestro siglo. Kalewche

13 Ponte, J. Cit.

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