Rosana Porteiro
El Chasque
04/11/2025
«De los pobres sabemos todo: en qué no trabajan, qué no comen, cuánto no pesan, cuánto no miden, qué no tienen, qué no piensan, qué no votan, qué no creen… solo nos falta saber por qué los pobres son pobres… ¿Será porque su desnudez nos viste y su hambre nos da de comer?»
Eduardo Galeano
Uruguay no es la excepción a esta reflexión de Galeano que forma parte de su novela “Los Hijos de los Días”. Desde el año 1852 cuando, luego de finalizada la Guerra Grande, se realizó el primer Censo General de población, Uruguay, a través del Instituto Nacional de Estadística, ha perfeccionado las metodologías para recabar la más completa información acerca de la población y en especial de los niveles de pobreza. Esto no ha evitado que, con períodos con picos máximos y otros en los que ha llegado a su tope más bajo, la pobreza sea una problemáticas que ha acompañado en forma continua al país hasta hoy.
Los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) acerca de la pobreza en Uruguay extraídos del Censo de Población y Vivienda 2023, “golpean los ojos” de todos incluso de aquellos que niegan esta realidad crítica o no la quieran ver. La tasa de pobreza infantil, de 29%, duplica la de las personas adultas, lo que el sociólogo Juan Calos Terra denominó en 1989 infantilización de la pobreza, una situación que se ha venido profundizando a lo largo de los años en Uruguay hasta convertirse en un fenómeno estructural.
En Montevideo, la mayor cantidad de niños, niñas y adolescentes se ubican en los barrios de las zonas periféricas de la ciudad, en los Municipios A, D, F y G. Estas zonas coinciden también con los territorios en los que una cuarta parte de la población no completó la educación media, con mayor precariedad habitacional, un promedio de personas por hogar mucho mayor que otras regiones del departamento y las tasas más altas de informalidad laboral, subempleo y trabajo precario.
En el marco de la discusión parlamentaria del Proyecto de Presupuesto Nacional 2025-2029 se ha asignado el 40% del total del presupuesto a lo largo del quinquenio para la infancia y la adolescencia. Estos fondos están destinados principalmente a programas como el bono escolar, el aumento del bono crianza y la financiación de becas, extensión del tiempo pedagógico, y fortalecimiento de hogares y centros de cuidado familiar y comunitario.
Una asignación presupuestal que priorice esta problemática tan urgente solo puede alegrarnos como sociedad. La historia ha demostrado que el rol del Estado es fundamental para disminuir los niveles de pobreza. En los períodos en los que se aprobaron e instrumentaron políticas públicas compensatorias dirigidas a las poblaciones más vulnerables, como sucedió entre 2005 y 2017, los niveles de pobreza bajaron a su pico mínimo y llegaron a su punto máximo cuando los gobiernos “se retiraron” y disminuyeron el gasto en políticas públicas.
No obstante, estas políticas son las que se han aplicado a o largo de la historia en el mundo y en Uruguay, primero en forma de filantropía o asistencialismo a través de la iglesia y posteriormente del Estado, luego llegado el siglo XX a partir de la idea de la seguridad social y el Estado social y de bienestar, y la problemática de la pobreza con sus altos y bajos nunca desapareció. Las políticas públicas actuales destinadas a revertir esta situación parten de la misma concepción de pobreza que plantea el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la insuficiencia de ingresos para satisfacer necesidades básicas, como alimentación, salud, educación y vivienda y en un sentido más amplio incluyen la falta de oportunidades, seguridad y poder y aunque han disminuido los niveles de pobreza en Uruguay, no han logrado contestar la pregunta de Galeano, «¿por qué los pobres son pobres?», un cuestionamiento que supo enarbolar la izquierda uruguaya entre los años 60 y 70 y que hoy desapareció de los discursos progresistas.
No obstante, en la actualidad existen también voces de economistas como Prabhat Patnaik que pone sobre la mesa esta pregunta y concibe a la pobreza como un fenómeno estructural del capitalismo. El economista indio expresa: «La pobreza bajo el capitalismo adopta una forma específica asociada a la inseguridad y la indignidad que la hace particularmente insoportable» y plantea cuatro características de la pobreza asociada al capitalismo: la inviolabilidad de los contratos independientemente de sus condiciones; la pobreza pasó a ser individual; los bajos salarios y el desempleo hacen que sean los trabajadores los más afectados por la pobreza; y la escasa claridad de los factores que la causan.
Patnaik plantea también que las políticas públicas basadas en transferencias apuntan al acceso al consumo y en general son insignificantes además de ineficaces para resolver el problema de la pobreza capitalista ya que esta no solo implica la falta de acceso a valores de uso sino también «un trauma psicológico, un robo de autoestima a través del desempleo». Por ello entiende que «superar la pobreza capitalista en este verdadero sentido requiere, entre otras cosas, la provisión de empleo universal». Uno de los impedimentos para lograr esto en el marco de un sistema capitalista es que el desempleo es un factor funcional al capitalismo ya que permite a los empresarios manejar de forma más favorable a sus intereses las condiciones de empleo y aumenta el trabajo informal.
En Uruguay esta desigualdad de poder a la hora de negociar las condiciones de trabajo se ha profundizado debido a la acumulación de capital en pocas manos, hay aproximadamente 17.675 personas con un patrimonio neto superior a 1 millón de dólares, según estadísticas de 2024, en el extremo opuesto, el 17,3% de la población, lo que equivale a alrededor de 620.000 personas según datos del primer trimestre de 2025, está bajo la línea de pobreza. Esa desigualdad estructural que condena en Uruguay a personas a la situación de pobreza extrema, es una realidad al mismo tiempo que inaceptable, que escasamente se cuestiona desde los gobiernos de cualquier signo político. Hoy más que nunca el mismo sistema que aprueba leyes, normas o reglamentaciones que apuntan a la protección de los derechos humanos, los ignora o “hace la vista gorda” cuando empresarios o empresas multinacionales los pasan por alto, naturalizando así la no obligatoriedad del cumplimiento de los acuerdos.
«La izquierda no reflexiona sobre el mundo del trabajo porque ha dejado de pensar en la transformación del mundo», sostiene el profesor de Sociología brasileño, Ricardo Antunes.
Si esto es cierto, y la izquierda perdió su objetivo de transformar la realidad y ya no reflexiona sobre el mundo del trabajo ni se plantea la pregunta de Galeano, «¿Por qué los pobres son pobres?», su distancia con los postulados de los partidos políticos conservadores, neoliberales o de derecha cada vez es más sutil. Por otra parte, el descontento cada vez más amplio que manifiestan las bases frenteamplistas últimamente por la gestión del gobierno parece indicar que es la hora de volver a las raíces de izquierda que forjaron al FA.
Sabemos que esto suena a utopía y las utopías están hoy más que nunca mal vistas o adjudicadas a locos soñadores, pero ¿no será que son las utopías precisamente las que marcan el rumbo a los movimientos de izquierda y si estos las pierden quedan sin el motor que les permita avanzar en una transformación social que apunte a una sociedad mas justa e igualitaria?
