5 de abril de 2020
¿Recuerdan a Nazim Hikmet? El poeta turco cuya vida transcurrió entre la cárcel y el exilio. Su poema “La muerte” termina así:
“Un gran poeta persa, dijo: la muerte es justa.
Con igual majestad hiere al pobre y al Sha.
Hakim: ¿De qué se asombra usted?
¿Nunca oyó hablar de un Sha que murió de un porrazo
trabajando en el puerto?
Un gran poeta persa, dijo: la muerte es justa.
Y Akup, querido viejo:
¡Qué lindo queda usted cuando se ríe!
Nunca lo vi reírse de tal manera
en vida.
Pero, aguarden un poco, a que termine.
Un gran poeta persa, dijo: la muerte es justa.
¡Deje ese frasco, Ahmed Djemil
no se enoje en balde. Sé lo que va a decir:
que para que la muerte sea justa
es preciso que la vida sea justa.
El gran poeta persa
¿Por qué amigos, por qué me dejan sólo,
tan sólo?
¿Para donde se van?”
Hikmet aborda la cuestión de la vida de los pobres en una sociedad dividida en clases sociales, ni siquiera la muerte es justa entre ricos y pobres pues la vida no lo fue. Por eso sus amigos muertos convocados por él a su celda lo abandonan cuando él, insistiendo con el poeta persa, olvida esta verdad.
Para el distraído, hoy la pandemia nos iguala a todos. Pero el coronavirus y sus consecuencias tampoco es justo. Y, en este sentido, el engaño más grande ha de ser convocar a una armonía absoluta, acrítica e irreal, basada en un nacionalismo local, prejuicioso y reaccionario. En todo caso, si algo reclama la hora de la humanidad es el internacionalismo de los pueblos.
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