El Chasque Nº14

25 de Marzo 2020
LUC, CORONAVIRUS Y DESPUÉS

Cuándo el gobierno quería imponer una ley basada en urgencias que no eran tales, que eran tan solo urgencias ficticias, abarcando una amplísima gama de temáticas que apuntaban a un ajuste regresivo, una urgencia real irrumpió abruptamente, desplazando a un segundísimo plano una ley que nada tenía de urgente para la mayoría de la sociedad, que solo expresaba la reacción contrarreformista de una clase dominante que se disponía desesperadamente a desmontar los avances objetivos conquistados en los 15 años de gobiernos progresistas e imponer un programa que restaurara el orden neoliberal en toda su radicalidad.

El coronavirus ha desbordado algunos sistemas de salud del mundo, particularmente en Europa, afectando severamente a economías en las que se incubaba una crisis y que muchos economistas habían planteado que estaba por estallar. La pandemia se transformó en algo mucho más amplio que una cuestión médica, es una cuestión de salud pública que afecta profundamente a la actividad económica y a la esfera política. Podemos ver las grandes dificultades que tienen economías capitalistas desarrolladas para enfrentarla, porque una pandemia de estas características, al paralizar gran parte de la producción, impide la elaboración de muchas mercancías y la realización de ganancias. Una epidemia en el marco de las sociedades capitalistas no permite a las empresas obtener ganancias y dificulta seriamente a trabajadores, sobre todo a los informales, adquirir sus medios de vida. Los voceros del gran capital suelen hablar de la eficiencia de la empresa privada en relación a las empresas estatales (afirmación absolutamente dogmática desmentida constantemente en la práctica real), es decir, predican constantemente la eficiencia mayor de las empresas privadas orientadas al lucro que las empresas orientadas a fines sociales, ¿pero cuál es la eficiencia de las empresas capitalistas para enfrentar situaciones extraordinarias en que las mismas no pueden obtener ganancias?

Esta pandemia desata y profundiza, como ya hemos dicho, una crisis que se venía incubando hace tiempo, que posiblemente sea más severa que la de 2008, y que en nuestra región puede tener efectos muy negativos, Su raíz más profunda es seguramente la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, cuyo mecanismo Marx explicó hace más de 100 años. La cuestión es como se enfrenta la pandemia y la crisis que ya se desató. Las clases dominantes, el gran capital, intentarán imponer las políticas y reestructuras necesarias en función de sus intereses, lo cual -de concretarse- implicará grandes sacrificios para los sectores subalternos: aumento de la pobreza, del desempleo y menos derechos para los trabajadores y los pueblos. Intentarán también realizar los ajustes represivos que sean necesarios para perpetuar su dominio -lo cual ya era una tendencia muy marcada en toda América Latina y a la cual no es ajena nuestro país, particularmente con figuras como Larrañaga o Manini Ríos-, y para crear consenso ideológico -a favor de estas políticas crecientemente antidemocráticas- seguirán utilizando en forma masiva el bombardeo de los grandes medios de comunicación. Pero la historia no está fatalmente predeterminada, es un horizonte abierto, y esta pandemia y esta crisis también pueden ser una posibilidad para importantes avances de los bloques de poder contra hegemónicos, porque muchas de las limitaciones de un sistema que produce problemas cada vez más agudos se hacen mucho más manifiestas y afectan en forma mucho más profunda a sectores muy amplios de la población en estas circunstancias. Pero una situación crítica tampoco se transforma mecánicamente en posibilidad de avances populares, esto solo es posible en tanto se desarrolle una estrategia capaz de dar respuesta a los actuales desafíos. No se producirá ni una crisis automática de la hegemonía de las clases dominantes, pero tampoco es inevitable una consolidación y un ajuste reaccionario dirigido por las clases dominantes. Debemos evitar optimismos desmesurados, que después conducen a rápidas desilusiones, pero también visiones apocalípticas que ven poderes omnipotentes e insuperables. La clase dominante tiene una correlación de fuerzas que la favorece, pero el sistema que quiere sostener a toda costa vive una profunda crisis que no es posible superar en el marco de las actuales relaciones de producción. Nunca hubo un fin de la historia, pero si la imposición del mismo en el imaginario colectivo, constituyéndose en ̈sentido común ̈, permeando a gran parte de la izquierda, que renunció o postergó indefinidamente la superación de este sistema basado en la explotación, destructor del ser humano y la tierra. Y ese sentido común, ese imaginario fin de la historia ha oficiado como obstáculo real para la construcción de una nueva hegemonía, de una visión superadora que apunte a construir un nuevo mundo, por el contrario, ha alimentado una fuerte resignación en amplios sectores subalternos.

En el mundo podemos ver como las clases dominantes mueven sus fichas, como en los casos más extremos los gobiernos más reaccionarios dan prioridad absoluta a los intereses económicos del gran capital, y a toda costa quieren mantener en funcionamiento la maquinaria capitalista y evitar su parálisis, aunque el costo en vidas humanas sea muy alto, los casos más claros son los gobiernos de Bolsonaro y Trump. Dependerá de la lucha de clases en cada país como se resuelva la gestión de la pandemia y como se enfrenta la crisis. En nuestro país, se pueden visualizar señales muy claras por parte del PIT CNT, de la Intersocial, de la Facultad de Ciencias Económicas, de economistas críticos vinculados al movimiento popular y sindical, y de miles de militantes y compañeros anónimos en diversos espacios, que apuntan a enfrentar la pandemia y la crisis posterior desde una perspectiva popular, contrapuesta a los criterios neoliberales propios del actual gobierno. No visualizamos por ahora señales muy claras desde la actual dirigencia del Frente Amplio. El gobierno actual expresa claramente a las clases dominantes, sus decisiones intentarán responder a los intereses del bloque de poder hegemónico, pero a su vez esto puede conducir a una rápida pérdida de legitimidad, que el gobierno mantiene no solo entre sectores dominantes, sino en algunos sectores subalternos. La posibilidad de una cuarentena es a esta altura bastante real, pero si la misma es decretada tiene que garantizarse el sustento material de trabajadores asalariados, cuentapropistas, y de la población en general, evitando el uso abusivo de los aparatos y medidas represivas a las cuales el actual ministro del interior y este gobierno son más que afines. El PIT-CNT, el Instituto de economía, los economistas críticos han hecho propuestas sólidas y fundamentadas en este sentido, que el gobierno no quiere aceptar, a lo sumo hace alguna concesión a cuentagotas. Difícilmente las adopte, pero es posible que, si se desarrolla una estrategia firme, amplia y unitaria, tenga que hacer algunas concesiones y como fuerzas contra hegemónicas saldríamos fortalecidos para la lucha en una situación de crisis general que es expresión de la crisis de un sistema, y para plantear en el mediano plazo transformaciones radicales en un sentido socializante y superador del capitalismo.

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