La autocrítica y la necesidad de pensar nuevos caminos
Los 90 no fueron años fáciles para la izquierda a nivel mundial, la caída del socialismo real afectó a toda la izquierda, se tuviera o no como referente a la experiencia Soviética y a los procesos de Europa del este. Estos acontecimientos estuvieron indisolublemente ligados a un cambió drástico en la correlación de fuerzas a favor del imperialismo y las clases dominantes a nivel global. La ofensiva política e ideológica del capital fue en gran medida avasallante. No solo se decretó el fin de la historia, sino que este fue asumido como sentido común a nivel social, incluso por una parte muy significativa de los sectores subalternos. Estas nuevas condiciones posibilitaron una ofensiva neoliberal que permitió al capital contrarrestar la tendencia a la baja de la tasa de ganancia que desde la década del 70 se había manifestado en forma cada vez más aguda en todo el mundo. Las privatizaciones, la expansión y el saqueo de Europa del Este y la ex URSS, la desregulación y deslocalización, permitieron a través de la acumulación por desposesión y el aumento de la plusvalía absoluta recomponer la tasa de ganancia. Pero el neoliberalismo fue mucho más que un proyecto político-económico, implicó también la imposición de una nueva subjetividad caracterizada por el individualismo extremo.
Nuestro país no fue ajeno a ninguno de esos fenómenos de la década del 90. La caída del socialismo real afectó severamente a la izquierda y particularmente al PCU. Gran parte de sus dirigentes y militantes optó por un camino de renuncia a algunos de los principales postulados del marxismo, otros directamente renunciaron al marxismo como visión del mundo y al socialismo como horizonte histórico. Esa crisis repercutió en muchas de las estructuras políticas, sociales y sindicales que se nutrían en gran medida de la organizada militancia comunista. Pero no solo en el PCU surgieron tendencias que dejaron de lado el marxismo como visión del mundo y el socialismo como horizonte histórico. Un nuevo «realismo» se impuso entre muchos militantes de izquierda, la idea de que ̈no es posible construir una sociedad sin clases ̈, o que ̈solo podemos hacer al capitalismo más humano y más justo ̈ fueron siendo aceptadas como verdades por una parte significativa de aquellos que se identificaban con la izquierda. El fin de la historia era asumido no como una construcción ideológica sino como una realidad objetiva.
Pero como en todos los procesos no dejó de haber contradicciones. Mientras caía la Unión Soviética, el Frente Amplio, que había nacido como un elemento clave del proceso revolucionario uruguayo, conquistaba el gobierno departamental de Montevideo. En 1992 la ley de privatizaciones promovida por el gobierno de Lacalle fue derrotada en un plebiscito, que constituirá uno de los primeros golpes duros a la oleada privatizadora en América Latina. También nos encontraremos con importantes movilizaciones de trabajadores, como la huelga del SUNCA de 1993 y las movilizaciones, ocupaciones y huelgas tanto de estudiantes secundarios como de la FEUU en defensa de la enseñanza pública, por mayor presupuesto y contra una serie de cambios y reformas regresivos. En todas estas diversas luchas, se expresaban corrientes de pensamiento de izquierda que no pensaban que la estación terminal de la humanidad fuera el capitalismo. Si bien a nivel sobre todo de la izquierda política, la hegemonía pasaría a ser de los sectores más pragmáticos o moderados, se podía visualizar la presencia de corrientes de acción y pensamiento anticapitalistas o radicalmente críticas que no eran solo expresiones testimoniales.
También a nivel mundial nos encontraríamos con movimientos como el denominado «altermundista», el zapatismo en México, o el Movimento sem Terra en Brasil, que planteaban críticas sustantivas al capitalismo y la necesidad de superar el neoliberalismo y avanzar hacia un mundo post capitalista en mayor o menor medida. Mientras tanto Cuba permanecía como una estrella solitaria de dignidad y rebeldía a pesar de la creciente agresividad del imperialismo.
Hacia fines del milenio, y tan solo una década después de la caída del socialismo real, llega a la presidencia en Venezuela el militar Hugo Chávez. La reacción predominante en la mayoría de la izquierda en aquel entonces fue de desconfianza, sin embargo, su discurso y sus acciones irán adoptando -cada vez más fuertemente- una orientación antiimperialista y democrática radical, que lo llevarán a cuestionar crecientemente al capitalismo y plantear nuevamente la necesidad histórica de la construcción de una sociedad socialista. En este proceso del pueblo venezolano y Hugo Chavez jugó un papel fundamental Fidel y el apoyo solidario de la revolución cubana, lo cual sellará una línea de continuidad entre las luchas del siglo XX y las del siglo XXI.
También el pueblo boliviano, tras intensas luchas y movilizaciones populares, logrará que un militante campesino e indígena como Evo Morales llegue al gobierno, en un proceso de revolución democrática que significó avances significativos para Bolivia y que también pondrá en el orden del día la critica al capitalismo y la posibilidad de avanzar hacia un socialismo comunitario.
Pronto en muchos países de América Latina accederán al gobierno diversas fuerzas de izquierda o progresistas, incluido el Frente Amplio en Uruguay.
En algunos procesos predominarán visiones más críticas y radicales, en otros visiones más pragmáticas. Todos estos procesos realizaron cambios significativos en muchos aspectos, que mejoraron las condiciones de vida de mucha gente.
En nuestro país, hubo aumentos significativos en el salario real, aumentos del presupuesto en salud y educación, se aprobaron leyes de negociación colectiva y derechos para sectores históricamente excluidos de los mismos, como trabajadores rurales y trabajadoras domésticas. Se pudo avanzar en derechos democráticos como la despenalización del aborto, el matrimonio igualitario y la legalización del cultivo y venta de cannabis.
Sin embargo, los actuales retrocesos de los procesos progresistas en América latina, incluida la derrota electoral del Frente Amplio, deben llamarnos a la reflexión y a una profunda evaluación política e ideológica.
Fueron muchos los avances en estos años, sin lugar a dudas, lo cual permitió mejorar las condiciones de vida de la gente y conquistar avances democráticos sustantivos. Pero no podemos soslayar las limitaciones y errores de estos procesos. Limitaciones y errores que están en gran medida condicionadas, desde nuestra perspectiva, por la hegemonía en la izquierda de concepciones que han sido llamadas pragmáticas, moderadas, o progresistas y que a nivel económico promovieron un modelo de caracter neodesarrollista. Estas no apuntaban a un objetivo estratégico superador del capitalismo o lo visualizaban para un futuro muy lejano, asimismo no tomaban en cuenta las profundas problemáticas estructurales de los capitalismos periféricos que hacen que muchas propuestas, por más realistas y pragmáticas que parezcan, sean utópicas en el sentido de inviables e irrealizables. Empezando por la idea de que es viable en América Latina un desarrollo
capitalista que nos coloque entre los países del denominado ̈primer mundo ̈.
Tampoco se tomó en cuenta el carácter de clase del estado ni se visualizó la necesidad de profundizar la democracia en forma mucho más radical, apunatndo a una transformación sustantiva del poder del aparato burocrático y represivo, con el pueblo movilizado participando en la toma de decisiones.
No sé trata tampoco de pensar que el socialismo se encontraba o se encuentre a la vuelta de la esquina, pero si existe la necesidad de dar la batalla ideológica que demuestre la inviabilidad del capitalismo. Lo cual trajo aparejado, entre otras consecuencias, que no se realizaran cambios fundamentales o se realizaran muy limitadamente. Una de las consecuencias fundamentales de esto fue que no pudiéramos consolidarnos con más fuerza a nivel popular y que retrocediéramos en ciertos sectores, creándose una y otra vez contradicciones a nivel popular que no fueron bien manejadas ni resueltas. Una concepción que apunta a la construcción de una democracia radical hubiera impulsado mucho más fuertemente el protagonismo popular, pero aquí nos encontramos una y otra vez con temores, limitaciones y apuestas tecnocráticas que no abrieron los espacios suficientes a la participación de trabajadores y la sociedad civil organizada.
También parece haber habido una ingenuidad importante en relación a los aparatos represivos, la necesidad de desmontar y promover cambios radicales en un sentido democrático, erradicando a los elementos que en su seno perpetúan ideologías golpistas y reaccionarias. No sé promovió algo tan sencillo como integrar a los estudiantes del liceo militar en la educación común, y las instituciones educativas militares siguieron funcionando como espacios de adoctrinamiento y perpetuación de nuevas versiones de la doctrina de la seguridad nacional.
Tampoco se impulsaron cambios más audaces a nivel de la economía. Si bien se llevó adelante una reforma tributaria que fue en su momento progresiva con respecto a la política impositiva de los gobiernos de la derecha, no se profundizó, como en un principio se había planteado, la consigna de ̈que paguen más los que tienen más ̈. No se avanzó en impuestos mayores al capital ni se aflojó la presión tributaria sobre sectores y capas medias, lo cual produjo desgaste y pérdida de apoyo en esos sectores, que tendríamos que haber acercado hacia concepciones de izquierda y transformadoras. También parece haber predominado una visión de desconfianza hacia el estado que impidió avances más sustantivos en aspectos relevantes y que promovió en algunos casos tercerizaciones o mecanismos como la «participación público-privado» que son más costosas, y que no permiten la consolidación de un proyecto económico enmarcado en una estrategia de desarrollo autónomo.
También hubo temores o limitaciones a la hora de enfrentarse a los grandes medios y no se fue capaz de impulsar siquiera otros medios de comunicación que permitieran una visión alternativa a la de la ideología dominante y su constante bombardeo de medias verdades o falsedades abiertas. Asimismo, a nivel internacional no se apostó fuertemente a procesos de integración latinoamericana que fueran mucho más allá de lo comercial. Una integración pensada desde otras lógicas que las del liberalismo económico y tendiente a profundizar niveles de integración y unidad política que nos fortalezcan ante el imperialismo, estuvo ausente.
Las transformaciones nunca son fáciles, tal vez muchas de las ideas que aquí planteamos no se hubieran podido concretar por condiciones adversas o por una correlación de fuerzas que lo impidiera, pero para poder avanzar hay que plantearse determinados objetivos estratégicos, que muchos elementos indican estuvieron ausentes en las concepciones que predominaron en la izquierda. Y esto tiene una historia larga, es desde la crisis de los 90 que estas ideas comenzaron a transformarse en hegemónicas en diferentes versiones. Muchas veces esas concepciones enarbolaron la bandera de la renovación, pero en general no propusieron más que un retorno a postulados liberales o a concepciones que ya en su momento impulsaron otras figuras dentro del movimiento de los trabajadores o la izquierda que también plantearon la imposibilidad, de una u otra forma, de superar el capitalismo y aspirar a una sociedad donde ya no existiera la explotación entre los seres humanos. Sin embargo, las contradicciones y limitaciones de este tipo de sociedad retornan una y otra vez como obstáculos insuperables dentro del actual modo de producción, con todas las consecuencias de miseria, alienación y sufrimiento que tienen para millones de seres humanos.
En este contexto se hace necesario retomar los postulados fundamentales del marxismo y las tradiciones avanzadas y revolucionarias del Uruguay, no para repetirlos en forma dogmática, sino para repensarlos creadoramente en la imprescindible tarea de transformar radicalmente la realidad. Cuestiones como superar contraposiciones entre una agenda de cambios estructurales que descuida los derechos de minorías y grupos subalternizados y otra que solo hace foco en las minorías descuidando lo estructural, o como encarar la problemática ecológica superando tanto un romanticismo conservador como un productivismo destructor, y poder realizar transformaciones que nos permitan avanzar hacia una segunda independencia y hacia una economía cada vez más socializada -con un gran protagonismo político organizado de trabajadores y fuerzas contrahegemónicas en general- son desafíos tanto teóricos como prácticos que se nos plantean en forma cada vez más urgente. Porque el socialismo en nuestra América no puede ser ̈ni calco ni copia, sino creación heroica ̈ como sostenía José Carlos Mariátegui hace casi cien años.
