Cincuenta años de programas de gobierno. La utopía se desdibuja

Benjamín Nahoum
26/03/2021

Hace algunas semanas analizábamos en este mismo espacio la vigencia de las emblemáticas “Treinta primeras medidas de gobierno” del Frente Amplio (FA), aprobadas pocas semanas después de la creación de la propia fuerza política. Esas Treinta Medidas constituían la síntesis de las Bases Programáticas del FA, consensuadas antes aún, en el mismo febrero de 1971 en que nació el FA, y eran la declaración de principios de la nueva fuerza política. Ésta surgía de la unión de los partidos de izquierda con los sectores progresistas desgajados de los partidos tradicionales y con una importante pléyade de militantes independientes, que venían del movimiento social y de otras experiencias políticas. Allí nació, a la vez como una coalición y como un movimiento, la fuerza que ganaría su primera elección en 1990, con el gobierno de Montevideo, que mantuvo en las seis elecciones siguientes y hasta ahora, y posteriormente el gobierno nacional, en 2004, gobierno que retuvo por otros dos períodos y finalmente perdió en el balotaje de 2019.

Los referidos acuerdos programáticos pudieron darse tan rápidamente porque, como recordábamos en aquella nota, eran el resultado de una larga acumulación, en la cual habían sido jalones fundamentales los intentos anteriores, si bien con exclusiones, de unidad de la izquierda; las resoluciones del Congreso del Pueblo de 1965; el llamamiento de los independientes de octubre de 1970, y otros hechos políticos.

Vino luego el largo interregno de la dictadura, que salteó dos elecciones, y significó el cese de la actividad política y social durante doce años, con la proscripción de partidos, organizaciones y dirigentes, y luego el retorno a la democracia, en la que tanto tuvo que ver el FA, incluso desde la clandestinidad. En 1984 se volvió a vivir una instancia electoral, y desde entonces otras siete, en cada una de las cuales, hasta 2009, el Frente aumentó siempre sus porcentajes de votación, ganando en primera vuelta en 2004 y en segunda en las dos elecciones siguientes, y teniendo la mayoría del Parlamento en todos los períodos en los que fue gobierno. Desde 1999, además, el FA es la primera fuerza política del país, lo que motivó que los partidos tradicionales impulsaran e impusieran en 1996, por escasa mayoría, la segunda vuelta en las elecciones presidenciales. Pero aún uniendo sus votos y los de algunos partidos menores, sin embargo, perdieron el gobierno en 2004 y debieron esperar hasta 2019 para recuperarlo.

Finalmente, en las elecciones de 2019, si bien el FA continuó siendo la primera fuerza política del país, su porcentaje de votación retrocedió fuertemente, a los valores de 1999, y por primera vez perdió un balotaje, si bien por escaso margen y habiendo aumentado un 10% su votación entre la primera y segunda vuelta, aunque no recibiera el apoyo de ninguno de los demás partidos políticos. En esa remontada se señaló el importantísimo papel que jugó la militancia frenteamplista, trillando todo el país para convencer a los votantes del Frente Amplio que lo habían abandonado en primera vuelta, descontentos con una cantidad de situaciones que se habían dado, y que no es nuestro objetivo discutir aquí.

Este resumen de los vaivenes electorales en los cincuenta años de vida del FA viene a cuento, porque paralelamente a ese crecimiento constante desde 1971 y a los resultados que nos fueron acercando al gobierno, se dio un cambio en las propuestas programáticas del Frente, que no puede desconocerse y que debe ser parte de la autocrítica que hemos emprendido, con diferentes entusiasmos.

Desde la recuperación de la democracia, los programas del Frente Amplio se han elaborado en la Comisión Nacional de Programa de nuestra fuerza política (cuyo funcionamiento está establecido por el art. 111 del Estatuto del FA), apoyada por cada vez más numerosas unidades temáticas, integradas por militantes frenteamplistas, técnicos y no técnicos, con conocimiento y experiencia en cada una de esas cuestiones. Las referidas propuestas son elevadas a un Congreso Extraordinario del FA convocado previamente a cada elección para discutir y aprobar el programa de gobierno a presentar a las ciudadanas y ciudadanos en cada elección y para elegir las y los candidatos mandatados para cumplirlo (art. 99 del Estatuto)1.

Pues bien, si analizamos uno por uno los ocho programas del FA en las elecciones realizadas desde 1984 a 2019, se observará que a medida que nos acercábamos al gobierno, y más aún, luego de arribados a él, las propuestas de esos programas se van desdibujando, van perdiendo fuerza, como si demasiado asoleamiento las hubiera desteñido, como si la búsqueda de los votos del centro, considerados necesarios para ganar, y la errónea suposición de que los de izquierda son cautivos, y estarán propongamos lo que propongamos, hubiera hecho que cada vez más nuestro programa fuera un programa de centro y no un programa de izquierda. Un programa -y un discurso- para reclutar a los Jorge Saravia o Gonzalo Mujica (que por cierto están más a la derecha que al centro) y no para que pudiera seguir sentado en su banca Guillermo Chifflet2.

Ese análisis permitiría advertir, además, que, como decíamos en la nota anterior, el verbo “procurar”, que en las Treinta Medidas casi no se usaba, porque están escritas en un lenguaje imperativo, de comprometerse a hacer, y nunca en el condicional de quedarse en el intento o relativizar el compromiso, inundó en cambio nuestros programas posteriores, y cuando no se usa “procurar”, se recurre a sinónimos: “propender”, “buscar” y otros similares.

No estoy hablando de levantar un programa socialista, que el del Frente nunca lo fue, sino un verdadero programa de izquierda. Un programa que, como el de hace cincuenta años, tenga propuestas concretas para la concentración de la tierra en poquísimas manos, la mayoría extranjeras; para una reestructura del sistema financiero que lo ponga al servicio de los pequeños y medianos productores y empresarios, de las necesidades del consumo familiar y del financiamiento de la vivienda social, y no de los intereses de las grandes empresas transnacionales; que reivindique el papel del Estado en los rubros estratégicos de la economía, y abandone la ilusión de que se pueden efectivizar los derechos esenciales y al mismo tiempo hacer pingües negocios; que entienda la “participación público privada” pensando en la participación de la gente de a pie y no de las grandes empresas siempre dispuestas a quedarse con las ganancias y ceder las pérdidas.

“Esa inicua y perversa explotación de la deuda externa (…) Iremos tejiendo la bandera del ´no va más´ junto a todos (…) la bandera del que se levanta y dice: ´Ya pagué muchas veces esta deuda externa´ (…) Nosotros, compañeros, queremos transformar la realidad. No la aceptamos tal cual es (…) Vamos a hacer una profunda transformación de la estructura de la propiedad y la explotación de la tierra (…) Tenemos que terminar con una indignante concentración de esa propiedad (…) Una profunda transformación industrial, iniciando nuevas experiencias colectivas de producción (…) Éstos son los sueños posibles (…) No le tengamos miedo a las palabras (…) Esto se sigue llamando revolución”. Estas frases están tomadas de un reportaje del quincenario «Movimiento», en su edición del 14/6/893. Son de un destacado dirigente frenteamplista de aquella época y de la actualidad, que poco tiempo después sería nombrado candidato a la vicepresidencia de la República, en el Congreso Extraordinario “Para hacer posibles los sueños”, completando la fórmula encabezada por el Gral. Líber Seregni: el compañero Danilo Astori. Cuando en el Estadio Gastón Güelfi se proclamó la fórmula, Astori volvió a reiterar esos conceptos y la palabra “revolución” fue seguida de un largo y estruendoso aplauso de los miles que allí estábamos.

Años después, ya con el Frente en el gobierno, otro de sus destacados dirigentes, que fue senador y ministro en dos gobiernos, el compañero Eleuterio Fernández Huidobro, dijo en otro congreso, creo que el extraordinario de fines de 2009, que el único pecado que el Frente no podía cometer era perder el gobierno. No encontré la cita, de modo que la hago de memoria, no recuerdo si dijo “pecado” o “error”, quizá yo estoy poniendo “pecado” acordándome de sus creencias religiosas, pero estoy seguro que ése fue el sentido de lo que dijo.

Las dos referencias, la cita y el recuerdo, distantes veinte años, creo que pintan bien esa distancia que se fue generando entre la utopía y la zona de confort, entre la revolución necesaria para cambiar todo, porque si no nada cambiará realmente, y la prioridad de seguir en el gobierno, porque si no las cosas van a ir peor, aunque en realidad para eso nos vayamos alejando de lo que queríamos hacer cuando todavía no estábamos en el gobierno.

Otra cosa que creo que ejemplifica bien ese alejamiento es que en los setenta hablábamos de generar conciencia para que la gente se diera cuenta de cómo funcionaba este modelo de sociedad (que pese a todos los cambios positivos que ha habido, que desde luego han sido muchos, sigue siendo el mismo), y que había que cambiarlo para llegar a la “pública felicidad” que quería Artigas. De cambiar las cabezas para que el pueblo se alineara con el pueblo y no con sus explotadores. Y ahora, cada vez más aceptamos cambiar nuestras propias cabezas, para que nuestro discurso no funcione como “pianta votos”.

La lista de temas en los cuales la utopía se ha desdibujado, es lamentablemente demasiado extensa, si bien tampoco es menor la de avances en la dirección de nuestros objetivos; en el orden en que me vienen a la cabeza, y que no refleja necesariamente su importancia, incluyo en esa lista, desde luego incompleta: la política con relación a las inversiones extranjeras, donde pasamos de oponernos a ENCE y Botnia, a abrirles las puertas a Montes del Plata y Aratirí, y construirle un tren a UPM para que aumente la rentabilidad de su segunda planta, en un momento en que cierra las que tiene en su Finlandia natal; el manejo de la deuda externa, en que pasamos de repudiarla a pagarla por adelantado; la proliferación de zonas francas, que se llevan mucho y dejan poco; una estructura impositiva en que gravamos el trabajo y no la renta, y más a las personas que a las empresas; las “viviendas promovidas” (a las que debimos cambiarles el engañoso nombre de “interés social”), que exoneramos de toda carga fiscal para que los inversores las vendan a doscientos mil dólares; una inversión en vivienda social que mantuvo niveles muy bajos, que no posibilitaron un real impacto; el mantenimiento del régimen de las AFAP, del que nuestra fuerza política era -y es- crítica; una política de seguridad con demasiados vaivenes: momentos muy compartibles y otros mucho menos; el mantenimiento de una protección excesiva del derecho de propiedad, que la propia Constitución admite limitar, y que obstaculiza seriamente la efectivización de derechos esenciales, como el del acceso al suelo y el derecho a la ciudad…

En fin, la lista es, como ya dijimos, demasiado extensa, y podría serlo más. Quizá deberíamos ponerle al lado la de los aciertos, la de los temas en los que actuamos con claridad y coherencia, y las acciones estuvieron acordes con nuestros principios y nuestras propuestas programáticas. El resultado sería sin duda más alentador, pero estamos convencidos que en la autocrítica ayuda más el cuestionamiento que el elogio repetido, entre otras cosas porque la fila de los elogiantes ya es bastante extensa.

Quizá, también, deberíamos parafrasear a Fernández Huidobro, pero cambiando el sentido de su afirmación, y sostener que el único pecado que no debemos cometer es el de olvidar para qué hacemos política, y una vez en el gobierno, para que llegamos a él. Porque, en definitiva, en este país hay una sola esperanza de cambio, y se llama Frente Amplio. Y tenemos que luchar desde adentro para que vuelva a ser la herramienta de los cambios. Se hizo mucho, es cierto. Pero mucho queda por hacer.

Notas
1 En verdad el art. 99 habla de la “plataforma” y no del programa. Alguna vez mantuvimos en un ámbito de la Comisión de Programa la bizantina discusión de si eso significaba que el programa no requería la aprobación del Congreso. Si bien el Estatuto no define ni qué es plataforma ni qué es programa, es claro, aunque a veces se considera que la plataforma es una especie de versión más sintética o mediática de los principales puntos del programa, que en nuestro Estatuto están ambos términos están tomados como sinónimos, tal como hace la Real Academia. Esto está refrendado por el hecho de que la palabra “plataforma” se usa una sola vez en el Estatuto (precisamente en el art. 99), que el art. 76 encomienda al Plenario Nacional proponer al Congreso “el programa y planes de gobierno” (¿para qué se los propondría, si no es para que los apruebe?) y que, en lo referido a lo departamental, que tiene un claro paralelismo con las disposiciones para lo nacional, se habla en todo momento y solamente de “programa”.

2 Los lectores recordarán la renuncia del compañero Guillermo Chifflet a su banca de diputado, electo por el Frente Amplio, para no votar la continuidad de la participación uruguaya en la llamada “fuerza de paz” de las Naciones Unidas en Haití, donde se había producido un golpe de Estado auspiciado por Estados Unidos. La bancada de diputados del FA había decidido apoyar la propuesta de mantener esa participación, propuesta por el Ministerio de Defensa Nacional.

3 La transcripción está tomada de la tesis de licenciatura de la socióloga Patricia Martínez Sansone. Recuerdo perfectamente el episodio y sus circunstancias, pero rápidamente no pude encontrar otra referencia.

El Chasque Nº 69- «El Pueblo unido jamás será vencido»

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