Julio Castillo
El Chasque 133
12/04/2024
(Ilustración: Chino Cuesta)
“Es lo que hay, valor’”, le dijo el cantinero, porque era el único whisky que tenía. Entonces yo empecé a repetirlo, al primero que se lo dije fue a (Alejandro) Etchegorry en canal 12. Y la gente empezó a repetirlo. (Alberto Kesman. Relator de fútbol uruguayo)
La filósofa y ensayista española Marina Garcés en una de sus intervenciones aborda la situación en que se encuentra el pensamiento crítico actual.
“¿Qué podemos ver?
En casi todas sus acepciones y tradiciones, la crítica tiene algo que ver con la idea de mostrar o iluminar algo que no vemos: una verdad escondida, unas condiciones de posibilidad, una contradicción, una irracionalidad, lo intolerable, los límites de lo que somos, etc. Por tanto, la crítica es un efecto de visión que no es contemplativo sino que se le supone un poder de transformación: transformación de la conciencia, del sujeto, de la historia, de las formas de vida, etc.
Sin embargo, una de las características principales del capitalismo globalizado, de este capitalismo que se presenta a sí mismo como el único mundo posible, es que ya no lleva máscaras. No tiene nada que esconder. Ya no hay ningún secreto de la producción. Tras la caída de todas sus máscaras, sólo nos queda su obviedad como forma de legitimación. «Esto es lo que hay» nos dice el mundo.
Tras la caída del comunismo como horizonte de la transformación social, se ha hablado mucho del triunfo del capitalismo. Pero si observamos el estado real del mundo hoy mismo, incluso en su apariencia más superficial, es evidente que el triunfo del capitalismo no es un verdadero éxito. Sus promesas, sus virtudes y sus logros no son ya la base de su legitimidad. Se sostiene en la verdad obvia con que declara ser el único mundo posible. Sin necesidad alguna de defensa o de justificación, su obviedad es una nueva forma de dogmatismo. Un dogmatismo sin máscaras que no puede ser iluminado ni atacado a través de ningún tipo de revelación”
Podemos estar de acuerdos en sus grandes líneas y en su crítica a la crítica, es decir al lugar o papel que desempeña hoy la propia crítica (o la no – crítica) a raíz del surgimiento de “un solo mundo” luego de la caída del campo socialista y por lo tanto “es lo que hay”. Es una versión del fin de la historia donde se ha decretado la muerte de las ideologías, de los grandes relatos, de la lucha de clases, de cualquier discurso que remita a aquellos ideales de la Ilustración o de la Revolución Socialista que abrazan una perspectiva emancipatoria para el conjunto de los humanos.
Marina Garcés agrega:
“El mundo no puede ser hoy desencantado mediante la operación de iluminarlo, pero sin embargo la obviedad sigue teniendo el efecto de un encantamiento. Este encantamiento es la neutralización de la crítica. La obviedad del mundo neutraliza la crítica a través de una triple reducción:
1. La reducción a un juicio moral: podemos aprobar/condenar el estado de cosas.
2. La reducción a un juicio estético: la realidad nos puede agradar o desagradar y en su interior podemos escoger diferentes estilos de vida.
3. La reducción a un juicio psicológico: podemos sentirnos bien o mal respecto a lo que nos rodea. Crecientemente mal, si tenemos en cuenta las cifras de los nuevos trastornos mentales y del estado de ánimo en Europa y en las sociedades desarrolladas …
Bajo estas tres formas de reducción, la crítica se encuentra atrapada entre la impotencia y la indiferencia. Esta oscilación entre la impotencia y la indiferencia es lo que analicé, desde un punto de vista ontológico, en mi libro En las prisiones de lo posible (Ed. Bellaterra, Barcelona, 2002). En él proponía un análisis de la paradoja de vivir en un mundo donde todo es posible pero al que no hay alternativa”
Supuestamente es inútil romper con las limitaciones de la crítica actual si partimos de la idea que el capitalismo es el fin de la evolución de la civilización humana. Hoy por hoy no existe nada fuera de sus fronteras, de sus límites, y como la tierra es redonda y orbita en el espacio infinito es obvio que no hay nada más allá de eso. Es real que la caída del campo socialista producto de sus propias debilidades ha creado la idea de lo irreversible e irrefutable del sistema capitalista.
Lo único que nos queda como actitud “crítica” bajo esta idea es el juicio moral; podemos aprobar o condenar un hecho, como es por ejemplo, el caso del genocidio cometido contra el pueblo palestino en Gaza por parte de Israel. Contemplamos y convivimos con el horror, ya como un hecho natural que permite al otro día levantarnos y continuar nuestras vidas sin mayores remordimientos.
“…No tiene nada que esconder. Ya no hay ningún secreto de la producción. Tras la caída de todas sus máscaras, sólo nos queda su obviedad como forma de legitimación. «Esto es lo que hay» nos dice el mundo”.
Esta supuesta paradoja “de vivir en un mundo donde todo es posible pero al que no hay alternativa” se expresan también en la vida cotidiana de las personas. La corrupción, la miseria, el hambre, la pobreza, mientras por otro lado vemos la opulencia, la riqueza y la desigualdad. Por un lado se levantan torres de viviendas y por otro miles siguen viviendo en el barro. Que en el país de 13 millones de cabeza de ganado, el país de las vacas gordas, crezca la economía y por otro lado haya hambre, ollas populares, aumente la pobreza y lo peor, a nivel de la infancia. Que un país con una cobertura nacional en salud registre el mayor aumento en la tasa de mortalidad infantil de la historia de Uruguay. Eso es paradójico, deja al descubierto la esencia del capitalismo: La desigualdad.
Pero en este mundo no todo es posible, y efectivamente las clases desposeídas no tienen alternativas bajo el sistema capitalista. Y a pesar de que rompe a los ojos no provoca ninguna reacción en la gran mayoría de las personas. Simplemente se acepta. Fue más que claro durante el proceso de discusión y aprobación de la reforma jubilatoria en Uruguay por el gobierno de coalición de derecha.
Evidentemente ha ido ganando la idea de lo inútil que significa la lucha colectiva; al final de todo el esfuerzo, nada va a cambiar. La impotencia culmina en la indiferencia y en la salida individual. El verse solo ante el mundo y depender de cuanto uno se esfuerce, lleva por ejemplo a los repartidores de aplicaciones, trabajar, por fuera de lo establecido por ley, 58 horas semanales.
La desarticulación y precarización del trabajo o haciendo a cada trabajador una empresa, empuja a la superexplotación y evidentemente dificulta la organización gremial. Todos compiten con todos. Por otro lado esta sociedad promueve el consumo como factor de satisfacción y realización. El premio a tanto esfuerzo es, al final del día, las cosas que se pueden comprar. La medida del éxito en la vida se encuentra por la capacidad de consumo que tengamos.
“La reducción (de la crítica) a un juicio estético: la realidad nos puede agradar o desagradar y en su interior podemos escoger diferentes estilos de vida”.
Actualmente la crítica se encuentra limitada por un juicio estético: la realidad me agrada o no, pero discrepamos cuando se señala que dentro del sistema podemos “elegir o escoger libremente” diferentes estilos de vida; algo así como quién va de compras al supermercado. En este aspecto Marina Garcés deja de lado la composición de clases del capitalismo que lleva en su ADN la desigualdad, donde la explotación de unos pocos sobre la gran mayoría es la condición para su existencia. Por lo tanto, el común de los mortales no se encuentra en condiciones de “elegir o escoger” un estilo de vida, en su lugar el estilo de vida se encuentra determinado por las condiciones materiales en la que se desenvuelve en la sociedad.
El asalto a la Embajada de México por parte del gobierno de derecha de Ecuador termina de cruzar todo realismo mágico. Si lo más absurdo y paradójico podía suceder en el mundo de Macondo, entonces ya superamos por lejos la imaginación de García Márquez. Esta obviedad de la impunidad, en un mundo donde las normas son derrumbadas todos los días sin rendir cuentas a nadie, es comprensible que gane la impotencia por un lado y por otro, la indiferencia.
Nada cambia, nada se transforma, todo sigue igual; los ricos son cada vez menos y más ricos y los pobres cada ves son más y más pobres.
Y como forma de ocultar el contenido de cuales son las verdaderas causas de la actual crisis, surgen las teorías del azar, a diagnósticos psiquiátricos o “demoníacos” de sus aristas más brutales: Milei está loco, se dice (también se dijo de Hitler) ignorando que es producto de un contexto dado, apto para llevar adelante la tarea de saqueo del capitalismo.
Lo real es que esta desmoralización transformada en indiferencia es uno de los resultados de la batalla cultural e ideológica que el capitalismo ha logrado instalar en este siglo. Es necesario para su política de saqueo y reproducción a niveles superiores una población pasiva y sometida. Destruir todo sueño emancipatorio y revolucionario es fundamental para actuar con impunidad.
Esta concepción de que nada puede suceder que no sea dentro de los límites del capitalismo ha terminado de permear a la propia academia, intelectuales y a las fuerzas de izquierda que otrora cuestionaban al sistema en forma radical y sin rodeos. Visto así, en el mundo actual no existe un puerto al cual llegar, una razón por la cual luchar, más allá de la supervivencia, porque ante cualquier intento de cambios, la derrota esta garantizada de antemano. No hay puerto ni horizonte ni tierra prometida, solamente nos queda navegar eternamente.
La izquierda dejó de lado el cambio para quedarse únicamente en la reforma.
Una vez que se dejó de lado la razón por la cual nació la izquierda; ser la fuerza para revolucionar, para subvertir el orden de las cosas, para alumbrar un nuevo horizonte, la acción política no tiene sentido más allá de la lucha por un lugar en el poder, transformándose definitivamente en un juego de roles donde todos ya conocen el final: nada cambia.
En 1971 el Frente Amplio levantaba en su programa la reforma agraria, la nacionalización de la banca y del comercio exterior entre otras tantas. Esas simples medidas eran de contenido revolucionario porque atacaban las trabas estructurales y el poder de las clases dominantes que impedían el desarrollo de la justicia social y de una sociedad más democrática y libre.
En la actualidad en el programa del FA vemos que no existe nada que se proponga limitar el poder de las clases dominantes en el plano económico y político. Ni siquiera para explicar las causas de la pobreza y la desigualdad. No encontraremos un texto donde se arriesgue salirse de los límites que establece el sistema capitalista. Que de en el clavo y no en la herradura.
Vale el ejemplo que propone Mujica, donde sugiere que el próximo ejecutivo que surja de las elecciones done el 40% de su sueldo para aportar a solucionar la pobreza. La caridad hace tiempo que existe y no ha resuelto el problema de fondo de la miseria y la pobreza. Además lo oculta, reforzando la idea de que la pobreza es por falta de “bondad y alma caritativa” y una “actitud individualista y egoísta” y no un problema inherente a la estructura social y económica de clase.
“Que vengan o que no vengan;
Al pueblo nadie lo asfixia.
Que acabe la caridad
Y que empiece la justicia”.
(Cielito del 69 – Los Olimareños)
Kesman, el relator de fútbol, dijo la famosa frase, “es lo que hay valor”. Puesta en perspectiva y frente a esta realidad refleja claramente el conformismo que existe en grandes sectores de la izquierda que ante la obviedad del capitalismo han decidido dejar de lado todo pensamiento crítico y revolucionario. Este ha sido el mayor triunfo cultural e ideológico de las clases dominantes.
Cabe preguntarse que cosas nos diferencian con la derecha. Para algunos es una competencia de números y cifras para demostrar cuan mejores somos pero la verdad es que se perdieron las elecciones. Y no podemos pensar que la culpa la tiene la gente. ¿Qué nos hace diferente? ¿Simplemente la distribución de la riqueza y el destino de esa distribución?
La izquierda nació para poner en cuestión a la derecha y cambiar el sistema. Como fuerza crítica y de confrontación con las ideas conservadoras y obsoletas desde el punto de vista histórico. Nada nuevo puede surgir de la derecha porque su lucha es por mantener con vida una clase privilegiada y al sistema capitalista que hoy se enfrenta a una crisis estructural demostrando que no es ni ha sido la solución a los problemas de la humanidad. Por el contrario los ha agudizado hasta límites antes desconocidos. Y esta batalla implica barrer o vaciar las democracias que le dieron contención y desarrollo en determinado momento de la historia porque hoy no lo representan. Su estructura jurídica, las leyes se han transformado en obsoletas para permitir una mayor libertad para el saqueo. Esta nueva época se caracteriza por el asalto por parte de corrientes autoritarias y neofascistas a la propia democracia liberal y republicana; significa un nuevo “asalto a la razón” (“György Lukács. El asalto a la razón. La trayectoria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler”) y la liquidación definitiva de las ideas de la Ilustración nacidas de la revolución francesa.
Ante el actual papel del pensamiento crítico, Marina Garcés se pregunta:
“¿Qué podemos hacer?
Lo que hemos dicho hasta ahora tiene efectos importantes sobre cómo construir el discurso crítico hoy. Si pretendemos que el discurso crítico tenga efectos de liberación tal como los hemos descrito hasta aquí, nuestro objetivo tiene que ser provocar el nosotros como dimensión de nuestra existencia, despertarlo o levantarlo. En este sentido, la crítica continúa siendo, de alguna forma, un discurso práctico que pretende mostrarnos algo que no vemos. Pero esta visión ya no es una visión de la conciencia ni puede ser simplemente enunciada o declarada. Debe ser hecha…”
El triunfo del gran capital de las últimas décadas, además del económico ha sido principalmente en el terreno cultural. Pero triunfo no quiere decir legitimidad histórica más allá de su esfuerzo por convencernos que ha tenido éxito. Algo que se puede resumir en que nunca la humanidad tal como la concebimos ha estado tan cerca de la destrucción, que la única ética que el capital conoce (la de la tasa de ganancia) se soporta en la actualidad por la impunidad y el autoritarismo como mecanismo de dominación.
“El ascenso del hiper-imperialismo tiende a reducir a los Estados-nación occidentales a meros peones, a medida que el gran capital financiero internacional gana control sobre todas las instituciones democráticas, despojándolas de su esencia nacional y democrática. En los principales países capitalistas todavía queda un remanente del tipo de democracia burguesa, pero se está volviendo cada vez más vacío”. (Samir Amin)
Ante este embate la izquierda ha sido tibia e insiste en mantener un consenso que ya dejó de existir. Las fuerzas de la derecha y la ultraderecha se han agrupado para dar la batalla final contra todo intento de desplazar a los dueños del mundo. La izquierda debe y tiene la obligación de construir las fuerzas para el cambio sobre la base de un objetivo de esperanza y emancipador, de un mundo mejor, digno y justo para unir a todos los sectores verdaderamente democráticos, populares y progresistas para confrontar esta embestida y con las banderas de la democracia avanzar a otro nivel de participación popular que abra una nueva esperanza para la humanidad y particularmente para Uruguay.
