Eres libre siempre y cuando crezca tu productividad.

 #ocio #libertad

En el seno de la Comisión sobre Educación Primaria de 1849, el señor Thiers decía: «Quiero recuperar con toda su fuerza la influencia del clero, porque cuento con él para propagar esa buena filosofía que enseña al hombre que está aquí para sufrir, y oponerla a esa otra filosofía que dice al hombre lo contrario: ‘Disfruta'». El señor Thiers formulaba así la moral de la clase burguesa, cuyo feroz egoísmo y estrecha inteligencia él encarnaba.

Mientras luchaba contra la nobleza, sostenida por el clero, la burguesía enarbolaba el libre examen y el ateísmo; pero, una vez triunfante, cambió de tono y de conducta; y hoy pretende apuntalar con la religión su supremacía económica y política. En los siglos XV y XVI, había retomado alegremente la tradición pagana y glorificaba la carne y sus pasiones, reprobadas por el cristianismo; en nuestros días, saciada de bienes y de placeres, reniega de las enseñanzas de sus pensadores -los Rabelais, los Diderot- y predica la abstinencia a los asalariados. La moral capitalista, lastimosa parodia de la moral cristiana, anatemiza la carne del trabajador; su ideal es reducir al productor al mínimo de las necesidades, suprimir sus placeres y sus pasiones y condenarlo al rol de máquina que produce trabajo sin tregua ni piedad.” (Paul Lafargue- El derecho a la pereza-1880)

Pero, responderán los Bastiat, Dupanloup, Beaulieu y demás defensores de la moral cristiana y capitalista, estos pensadores, estos filósofos preconizaban la esclavitud. Perfecto, pero ¿podía ser de otro modo, dadas las condiciones económicas y políticas de su época? La guerra era el estado normal de las sociedades antiguas; el hombre libre debía consagrar su tiempo a discutir los asuntos del estado y a velar por su defensa; los oficios eran entonces demasiado primitivos y demasiado toscos para que, practicándolos, se pudiera ejercer a la vez el oficio de soldado y de ciudadano; para tener guerreros y ciudadanos, los filósofos y legisladores debían tolerar a los esclavos en las repúblicas heroicas. Pero los moralistas y los economistas del capitalismo ¿no preconizan el trabajo asalariado, la esclavitud moderna? ¿Y a qué hombres la esclavitud capitalista proporciona ocio? A los Rothschild, a los Schneider, a las Madame Boucicaut, inútiles y perjudiciales, esclavos de sus vicios y de sus criados.

«El prejuicio de la esclavitud dominaba el espíritu de Pitágoras y de Aristóteles», ha escrito alguno desdeñosamente; y sin embargo Aristóteles preveía que «si cada herramienta pudiera ejecutar por sí misma su función propia, como las obras maestras de Dédalo se movían por sí mismas, o como los trípodes de Vulcano se ocupaban espontáneamente de su trabajo sagrado; si, por ejemplo, las lanzaderas de los tejedores tejieran por sí mismas, el jefe del taller ya no tendría necesidad de ayudantes, ni el amo de esclavos».

El sueño de Aristóteles es nuestra realidad. Nuestras máquinas con aliento de fuego, con miembros de acero, infatigables, con fecundidad maravillosa e inagotable, desempeñan dócilmente ellas mismas su trabajo sagrado; y sin embargo el genio de los grandes filósofos del capitalismo permanece dominado por el prejuicio del trabajo asalariado, la peor de las esclavitudes. Todavía no comprenden que la máquina es la redentora de la humanidad, el Dios que liberará al hombre de las sordidas artes y del trabajo asalariado, el Dios que le dará el ocio y la libertad.” (Paul Lafargue- El derecho a la pereza-1880)

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