El precio de la neutralidad uruguaya

Socióloga Liliana Pertuy
El Chasque 205
26/09/2025

Escribía Bertolt Brecht:
“Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.
Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.
Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
Luego vinieron por mí, pero para entonces ya no quedaba nadie que dijera nada.”

Este texto, tantas veces recordado, nos advierte sobre los riesgos de la indiferencia y la aparente neutralidad.

La doctrina de la no intervención

En el caso uruguayo, la neutralidad no ha sido solo un principio ocasional de política exterior, sino una doctrina fundante. Para ajustarnos a nuestra especificidad conviene recordar a uno de los grandes intérpretes de la peculiar situación geopolítica del país: el Dr. Luis Alberto de Herrera.

Así como Batlle moldeó decisivamente la conciencia “interna” de Uruguay, puede decirse que Herrera encarnó su conciencia “externa”. Él resumía la esencia de nuestra política internacional en una fórmula: “Ni con Brasil, ni con la Argentina; pero completándolo procede a agregar: ni contra uno ni contra otro”. Su corolario fundamental fue el principio de la No Intervención.

Más que una doctrina entre otras, la No Intervención ha sido la razón misma de la existencia nacional. Inglaterra alentó la creación de un campo neutralizado en la boca del Río de la Plata para impedir que la Cuenca quedara bajo control de un poder regional capaz de resistir y desarrollarse autónomamente. Uruguay nació en ese espacio geopolítico como territorio neutralizado.

La neutralidad a prueba

Sin embargo, nada en la historia de los países permanece estático. La Segunda Guerra Mundial puso a prueba este principio. Uruguay inició el conflicto en posición de neutralidad, pero los acontecimientos pronto lo empujaron a tomar partido. La Batalla del Río de la Plata y el hundimiento del Graf Spee en 1939 evidenciaron las tensiones de mantener la neutralidad frente a un conflicto global.

Hacia 1942, bajo la presidencia de Juan José de Amézaga, Uruguay abandonó su postura neutral para inclinarse hacia los aliados. Si bien el Senado rechazó la instalación de bases aeronavales solicitada por Estados Unidos, se habilitó el abastecimiento militar. Finalmente, el 23 de febrero de 1945, Uruguay declaró la guerra a Alemania y Japón.

La etapa de neutralidad tampoco estuvo exenta de riesgos: el país sufrió la infiltración de grupos nazis que desarrollaron actividades de espionaje y de persecución a opositores.

La lección es clara: incluso un país pequeño se ve arrastrado a jugar un papel en el escenario internacional.

Entre la “Suiza de América” y la inserción regional

El ideal de un Uruguay como “la Suiza de América” se ha ido desdibujando con el tiempo y está perimido. Nuestra inserción internacional se ha construido, primero, a partir de los vínculos regionales y luego proyectándose hacia el mundo. En un continente marcado por la desigualdad y moldeado históricamente a la medida de intereses foráneos —primero España y Portugal, luego Inglaterra y más tarde Estados Unidos—, Uruguay buscó equilibrar su neutralidad con una identidad propia.

Entre los pilares simbólicos de esa identidad se encuentran la democracia y el respeto a los derechos humanos. En nombre de estos principios, la política exterior uruguaya ha sido muchas veces un espacio de solidaridad activa.

Un ejemplo paradigmático fue el reconocimiento del genocidio armenio en 1965: Uruguay se convirtió en el primer país del mundo en hacerlo, asumiendo un compromiso que reafirmó su tradición humanista.

Neutralidad y derechos humanos

El genocidio se define por la intención de destruir total o parcialmente a un grupo humano específico. A diferencia de los crímenes de guerra, las víctimas no son seleccionadas al azar, sino por su pertenencia a un colectivo determinado.

No existe contradicción alguna entre la tradición uruguaya de No Intervención y la condena a los genocidios. Por el contrario, nuestra historia demuestra que la neutralidad no puede significar indiferencia frente a los crímenes de lesa humanidad.

Uruguay supo alzar la voz por Armenia en 1965. Esa misma coherencia lo interpela hoy ante la tragedia, el genocidio del pueblo palestino. El precio de la neutralidad, cuando deriva en silencio cómplice, es demasiado alto. La verdadera fidelidad a nuestra tradición está en sostener el principio de no intervención sin renunciar jamás a la defensa universal de los derechos humanos

Un comentario sobre “El precio de la neutralidad uruguaya”

Replica a jovial2ba2e3dd18 Cancelar la respuesta