Socióloga Liliana Pertuy
El Chasque 213
21/11/2025
Asistimos a momentos muy complejos en el mundo. La geopolítica se reacomoda, como también lo hace el clima, y la existencia caótica del sistema se reconfigura.
En este maremágnum, las personas, sus formas de agruparse, sus sistemas, sus principios y valores, sus hábitos, sus costumbres, sus normas y reglas, su superestructura, se ven cuestionados, desafiados por diferentes fuerzas. No crean que misteriosas, ni divinas, ni satánicas: son las fuerzas en pugna por la dominación.
¿Qué hacer?
Lo primero es tener claro de dónde venimos:
qué fuerzas, principios y valores nos trajeron hasta aquí.
Volver a los fundamentos, no como un mantra, sino como una guía para la acción.
El desajuste y la falta de perspectiva en los progresismos y en las izquierdas es una característica de esta época. Recuerdo cuando Francis Fukuyama pronosticaba allá por los noventa, luego de la implosión del socialismo real, “el fin de la historia” como un destino inexorable. Decía Fukuyama que terminarían las guerras y las revoluciones sangrientas; la caída del comunismo supondría el fin de la evolución ideológica de la humanidad. No habría más ciclos ni retornos de la historia. La democracia liberal sería el destino final de todas las naciones.
Los noventa fueron muy difíciles, el neoliberalismo arreció, pero en la década siguiente apareció en este lado del mundo una nueva perspectiva. Los progresismos duraron unas dos décadas y reavivaron la esperanza, recordándonos que no está muerto quien pelea.
Ya he hablado de algunos problemas del progresismo en otros artículos. El principal aquí es no haber podido dar respuestas duraderas a los problemas de la gente. Distribuyó mejor, sí, pero no alcanzó. Sobrevino un malestar y un desencanto en inmensas mayorías.
Por otro lado, se alejó de su masa crítica, de quienes hicieron posible sortear todos los escollos, incluso largos períodos de dictaduras y crímenes atroces. Se alejaron de los movimientos sociales; se enajenaron de su sustento social.
En tercer lugar, para enumerar solo algunas cuestiones, se agotó un relato basado en condiciones materiales de otra época. Ese relato, que en Uruguay dio como resultado —único en el mundo— la unidad de la izquierda en torno a objetivos políticos, estratégicos, programáticos, principios y valores, fue clave en el camino de la emancipación.
Ese relato de corte nacional-reformista, que impregnó una parte muy importante del Uruguay desde el batllismo hasta los sesenta, permitió acumulaciones en varios sentidos, en particular en el político-ideológico. Tenía su correlato en un espíritu de época construido a partir de la modernización del país, las grandes reformas, la ampliación de derechos, etc.
En un sentido cultural, ese Uruguay y sus instituciones adquirieron su personalidad histórica, una identidad colectiva.
Llegados al gobierno, no alimentamos más ese espíritu. El FA no logra gobernar, construir y desarrollar una fuerza capaz de dar sustento y trascender la mera campaña electoral. La lógica de la gestión se tragó la política, y la fuerza política fue absorbida por las responsabilidades de gobierno. El FA pasó a ser un partido de gobierno.
Gobernar también es elegir. Recuerdo haber dicho esto en el primer gobierno del FA. Muchos serán los argumentos, pero dos décadas después vemos el vaciamiento, la confusión entre táctica y estrategia, la falta de una mirada larga.
La táctica —que puede y debe ser flexible— se mueve, negocia y ajusta para caminar hacia su objetivo: la estrategia. Pero camuflarse en la selva del capitalismo, intentar hacerlo “humano”, es peligrosísimo. Mucho más cuando no hay brújula, cuando se agotó la estrategia de los sesenta y no se generó otra, cuando no se comprenden las bases materiales, los cambios sociológicos, el espíritu de época. No hay creación política con sentido de izquierda. El marketing sirve para un rato. Claro que puede ganar elecciones: vence, pero no convence.
La estrategia, el rumbo, se desdibujó, e incluso tenemos dirigentes que no lo saben o que dicen abiertamente que “una cosa es una cosa y otra es otra cosa”.
Mucho se ha perdido. Pero no todo está perdido.
La fuerza política se desdibuja de aquello que pretendió ser; por eso lo del título. Se aleja incluso de su impresionante historia, del respeto a sus forjadores, a sus anónimos, a sus invisibles.
Volver a las fuentes, recrear la historia, tener audacia y desafiar el statu quo: eso es lo que siempre hemos sido.
La amplitud y las alianzas deben ir en consonancia con la profundidad del conocimiento, de las ideas, de la ideología. Si no, no es estrategia: es “entrismo”. La derecha permea a la izquierda y la licúa.
Renovar y avanzar en el camino de la justicia social y de la emancipación requiere conocimiento de las bases materiales, ideas, principios, escucha activa, respeto, inteligencia, generosidad, humildad, organización, solidaridad. Todos principios y valores que han orientado las luchas de la humanidad por un mundo mejor. Incorporar un corpus nuevo de valores, derechos y principios: eso es un nuevo espíritu de época.
Todos tenemos un lugar. Nadie sobra.
Claro que los jóvenes tienen siempre el porvenir, pero si no se conjuga con lo que viene de antes y se aprende de ello, ese porvenir no será de gloria ni de libertad. Lamentablemente, ser joven, pobre, discriminado, explotado, mujer, etc., no es suficiente para ser de izquierda. Solo la toma de conciencia, entender la situación que nos toca y luchar para transformarla —lo que Marx llama conciencia para sí— nos lleva a esa otra categoría.
Como podemos ver, la renovación no es solo un problema de cédula de identidad.

Muy buen artículo de mi amiga Lilian.
Comparto totalmente su análisis.
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