Para la burguesía, las oligarquías, los multimillonarios, para el capital financiero y los monopolios, para los racistas y xenófobos, para Dios y sus iglesias, para el especulador y egoísta, para los señores de las guerras, genocidas y fascistas, para los narcos, los Trump y los Netanyahu, el capitalismo es, sin lugar a dudas, el mejor sistema.
Julio Castillo
El Chasque 216
19/12/2025
En él, la explotación de unos pocos sobre la gran mayoría del pueblo está legalizada y permitida. Normas y leyes así lo testifican, justifican, y protegen, donde se autoriza apropiarse del trabajo ajeno realizado por la mayoría por unos pocos dueños de los medios de producción.
El capitalismo no funciona si ganan todos.
Es una utopía sugerir eliminar la desigualdad dentro del propio sistema ya que su funcionamiento genera y produce desigualdad.
El Informe sobre la Desigualdad Mundial 2026 es lapidario: el 0,001% más rico (unas 56.000 personas) posee más que los 4.000 millones más pobres. El 10% más rico concentra el 75% de la riqueza global, mientras la mitad más pobre de la humanidad debe conformarse con un 2%. Esta brecha no solo ahonda la pobreza; pone en peligro la democracia y el futuro climático.
Marx caracteriza en los célebres términos siguientes la «tendencia histórica de la acumulación capitalista»:
«La expropiación de los productores directos se lleva a cabo con el más despiadado vandalismo y con el acicate de las pasiones más infames, más ruines y más mezquinas y odiosas. La propiedad privada, ganada con el trabajo personal» (del campesino y del artesano) «y que el individuo libre ha creado identificándose en cierto modo con los instrumentos y las condiciones de su trabajo, cede el sitio a la propiedad privada capitalista, que descansa en la explotación del trabajo ajeno y que no tiene más que una apariencia de libertad… Ahora no se trata ya de expropiar al obrero que explota él mismo su hacienda, sino al capitalista, que explota a muchos obreros. Esa expropiación se opera por el juego de las leyes inmanentes de la propia producción capitalista, por la centralización de capitales. Un capitalista mata a muchos otros. Y a la par con esta centralización o expropiación de muchos capitalistas por unos cuantos, se desarrolla, en escala cada vez mayor y más amplia, la forma cooperativa del proceso del trabajo, se desarrolla la aplicación consciente de la ciencia a la técnica, la explotación sistemática del suelo, la transformación de los medios de trabajo en unos medios que no pueden utilizarse mas que en común, las economías de todos los medios de producción mediante su utilización como medios de producción de un trabajo social combinado, la incorporación de todos los pueblos a la red del mercado mundial, y, junto a ello, el carácter internacional del régimen capitalista. A medida que disminuye constantemente el número de los magnates del capital, que usurpan y monopolizan todas las ventajas de este proceso de transformación, aumenta en su conjunto la miseria, la opresión, la esclavitud, la degeneración, la explotación; pero también aumenta, al propio tiempo, la rebeldía de la clase obrera, que es instruida, unida y organizada por el mecanismo del propio proceso de producción capitalista. El monopolio de capital se convierte en grillete del modo de producción que se había desarrollado con él y gracias a él. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que se hacen incompatibles con su envoltura capitalista, que termina por estallar. Suena la última hora de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados» (El Capital, t. I)(26). elchasque.com/2025/10/27/sobre-algunos-temas-polemicos-dentro-del-frente-amplio-2/
Actualmente el capitalismo se enfrenta a su propia muerte ya que no tiene a donde ir, es decir, el excedente circulante no tiene donde reproducirse. No hay un cuerpo al cual, como un virus, colonizar. Por ahora no existen planetas ni nuevas civilizaciones a conquistar como lo propone el film Avatar.
Y en esa decadencia se hace muy peligroso y violento. Las válvulas de escapes para las crisis del sistema han sido las guerras. La destrucción de mercados, medios de producción, fuerza de trabajo para posteriormente la reconstrucción de lo destruido y reconfigurar el mercado.
Esa permanente necesidad de la guerra y de enemigos externos por parte de EEUU se justifica en la existencia del complejo industrial armamentista que luego de la Segunda Guerra Mundial, ha sido el factor decisivo para mantener a flote su economía y su lugar como gendarme de los intereses del capital financiero.
Por ejemplo, un misil cuesta unos 100 mil dólares y es lanzado por un avión de 20 millones de dólares, que vuela a un costo de 6 mil dólares/h para matar personas que viven en muchos casos con menos de 1 dólar al día. De eso vive EEUU.
Al igual que la reconstrucción a manos de los capitales de Europa y Japón, luego de la Segunda Guerra Mundial, vemos hoy los planes para colonizar y reconstruir bajo el capital inmobiliario la franja de Gaza con la idea de transformarla en una zona de turismo privilegiado y barrer definitivamente del mapa a su pueblo. Sucede igual en Ucrania (una guerra provocada por la OTAN sobre Rusia bajo la amenaza de integrar a este país al tratado de defensa) con las exigencias de EEUU sobre las tierras raras a cambio de la reconstrucción y recuperación económica.
Un sistema que premia al genocida y permite que anden libremente de aquí para allá. Premio Nobel de la Paz o mejor dicho de la Guerra a la golpista María Corina Machado, quien impulsa la guerra y la invasión a Venezuela. Premio Nobel que exige a Maduro que abandone el gobierno y silencio total con el genocida de Netanyahu y Trump. Premio Nobel que galardonó a Kissinger responsable de la guerra criminal de Vietnam y promotor del golpe de Estado en Chile en 1973.
La multinacional del fútbol y del lavado de dinero del narcotráfico (hablamos de la FIFA) le otorga el premio de la paz a Trump, pedófilo, represor de los migrantes, impulsor del asalto al Capitolio por no reconocer la derrota electoral y que hoy tiene en puerta la invasión a Venezuela.
Hipócritas todos ellos.
Trump dice combatir el narcotráfico y por otro indulta al ex presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, acusado y procesado a prisión en EEUU precisamente por narcotraficante. Interviene en las elecciones de Argentina y apoya al candidato de ultraderecha Nasry Asfura del Partido Nacional en las elecciones hondureñas; es evidente que existe una intención de volver a reeditar la triste y muy conocida por los latinoamericanos, la doctrina Monroe: «América para los americanos» es decir para Estados Unidos.
El slogan de campaña «Make America Great Again» es una aspiración y un recordatorio de lo que fueron o creyeron ser; los dueños desde Tierra del Fuego hasta el Río Bravo. Es el reconocimiento a la pérdida de la hegemonía en un mundo multipolar, es un manotazo de ahogado de un imperio y sistema capitalista en decadencia. Pero hay que saber leer entre líneas. Justamente, esta vuelta de tuerca hacia América Latina, “patio trasero” nunca olvidado por el imperialismo yanqui y siempre en disputa promoviendo golpes de estados, desestabilizando, ahogando por medio de bloqueos, atentando, asesinando e invadiendo, es el resultado de una hegemonía debilitada, sin salida a su crisis estructural y que lucha por recuperar el viejo sitial.
Frente a este futuro, el sistema se hace más peligroso, sus acciones son cada vez más agresivas y violentas destruyendo todo consenso existente, inclusive hacia el interior de EEUU. La paradoja de EEUU muestra un país que escribió “todos los hombres son creados iguales”, pero al mismo tiempo trata a miles como propiedad. La libertad en EEUU es la libertad de elegir quien te explote, siempre ha sido un club privado en que las mayorías no están invitadas. La “democracia liberal” no es una forma de gobierno aséptica y pura. Es una democracia de clase y esa clase es la clase dominante, la clase burguesa que sustenta y defiende al sistema capitalista. En pleno Siglo XXI la expansión del capital financiero y su reproducción necesita desterrar y apartar aquello que deja de ser funcional a sus intereses, inclusive la “democracia liberal” tan venerada y manoseada por las clases dominantes y a su vez violada repetidamente por los defensores del sistema capitalista.
Para Gramsci, cuando la hegemonía burguesa —el consenso social que legitima el poder— se debilita, se abre un terreno fértil para formas autoritarias de gobierno.
El fascismo no sería un accidente histórico ni una desviación política, sino una respuesta radical del capital para preservar sus intereses ante el avance de las luchas populares, los sindicatos y los movimientos socialistas. En el pensamiento gramsciano, la democracia liberal y el fascismo no son esencialmente opuestos, sino que representan fases distintas de la misma estructura económica. La primera opera mediante el consentimiento; el segundo, mediante la fuerza. Cuando el consentimiento deja de sustentar la dominación, la violencia institucional se convierte en el último recurso. La relevancia de Gramsci sigue vigente. En tiempos de polarización, desempleo estructural y crisis sistémicas, su obra nos incita a observar cómo la lucha por la narrativa —la hegemonía— decide el rumbo político de una nación. El fascismo no nace del caos, sino de un proyecto. Y que combatirlo implica construir conciencia crítica, organización popular y una cultura democrática de base.
El resurgimiento de teorías neofascistas niegan públicamente la democracia y toda institución que ponga freno a los planes de expansión del capital y lo hacen en nombre de la lucha por la libertad y en nombre de Dios. Se expresa por ejemplo en el multimillonario tecnológico estadounidense Peter Thiel con su teoría apocalíptica de la política mundial. Esa mirada implica el reordenamiento de la política global según un esquema de choque entre el bien y el mal. Esta teoría no es nueva. Bush hijo, luego del atentado a las Torres Gemelas, justificó la invasión a Irak argumentando que se trataba de la lucha entre el bien y el mal.
Siguiendo con esta línea sobre la relación de los gobiernos y líderes de ultraderecha con el misticismo y creencia monárquica de que los reyes eran de origen “divino” leemos, por ejemplo, a Steve Bannon, cuando describe a Trump como “un instrumento de la providencia divina”, argumentando que su papel político responde a un propósito más allá de lo terrenal.
Casualmente siempre Dios se encuentra del lado de EEUU.
Ya no alcanza con hablar del eje del mal, ni del peligro del comunismo, es necesario recrear en una población altamente ignorante, sometida al miedo, creyente y alienada, la imagen del Anticristo, representada en determinadas personas, instituciones o grupos humanos de tal forma de construir un enemigo externo responsable de todos los males. Algo parecido a la teoría nazi sobre los judíos. Esta teoría apocalíptica va de la mano de la visión evangelista del fin del mundo y a su vez todos los males y contradicciones del sistema son responsabilidad exclusiva de un mal representado en enemigos externos. Léase China, Venezuela, los migrantes, la ONU, etc.
Kast, el ultraderechista y ultra católico, hijo de un inmigrante nazi y defensor de Pinochet, ganó las elecciones en Chile proponiendo la expulsión de 300 mil inmigrantes y cerrar la frontera norte recreando la “teoría racial del remplazo vs pureza racial” y presentando además a los inmigrantes como los responsables de la inseguridad pública. No gana porque proponga futuro, sino porque logra vaciar de contenido palabras como libertad sin derechos, orden sin justicia, progreso sin comunidad, democracia sin memoria.
Queda claro que el sentido común se construye. En este período de decadencia del capitalismo las clases dominantes necesitan construir un nuevo sentido común basado en el individualismo extremo y la lucha contra el mal. Esta imagen del “mal” se ubica en lo público, en los derechos sociales, en los derechos humanos y sus instituciones y por último en la cultura. Para lograr la existencia y desarrollo del capital financiero es imprescindible eliminarlos.
Esta guerra de carácter “bíblico” es sostenida por argumentos morales, donde el capital y la tecnología son las fuerzas libertarias que luchan contra el mal y en el cual todos los medios son válidos para lograr el triunfo del bien.
Vuelven los brujos a levantar ideas supremacistas como el sionismo o teorías esotéricas donde Dios protege a los genocidas, elige pueblos y justifica la invasión a países soberanos. Ellos hacen la guerra en nombre de Dios y contra el mal, como ayer la Iglesia Católica bajo la Inquisición quemó y asesinó a miles de personas y conquistó con la espada y en nombre de Dios las tierras de Jerusalén y de América Latina.
En nombre de Dios y del capital, ríos de sangre han corrido y seguirán corriendo desde que llegaron a estas tierras en busca del oro tras la leyenda del Dorado.
Estados Unidos se autoproclama y dice a los cuatro vientos ser representante de Dios en la Tierra, defensor de la “libertad y la democracia” desplegando su poder militar como guardián de los intereses del capital financiero. Se proclama dueño y señor con derechos absolutos tal cual monarca feudal de estas tierras del sur.
Pero debe saber que nosotros somos lo opuesto, somos el Apocalipsis, somos el viento que va a enterrar a los falsos profetas, a los asesinos y saqueadores que invocan el nombre de Dios y se persignan hipócritamente ante la cruz.
América Latina tiene un enemigo común: el capitalismo y su perro guardián, el Imperialismo Yanki. Por esa razón lucharemos hasta vencer y si para eso tenemos que morir mil veces, entonces moriremos.
