Jack London
«He visto sostenedores de iglesias que contribuían con gruesas sumas para las Misiones extranjeras, pero que en sus talleres hacían trabajar a jovencitas diez horas diarias por sueldos de hambre..»
El Chasque
10/12/2025
——-
Estos párrafos corresponden a una increíble obra de anticipación, escrita en 1907 en Estados Unidos. Jack London, su autor, premonitorio y con gran lucidez se adelantó al fenómeno del fascismo, describió como los monopolios, los trust y lo cárteles generaban el una nueva etapa del capitalismo, el imperialismo, al que llamó el Talón de Hierro.
Descarnadamente, describe la lucha de clases, con todo el horror que implica para los explotados y el más oscuro cinismo de los explotadores para justificar sus crímenes.
A través de estas páginas escritas hace más de un siglo, hoy podemos reconocer a Trump, Netanyahu o Milei y a los grandes capitales que los sostienen en el poder. También veremos a los pequeño burgueses que giran en su órbita, con miedo, vacilaciones, débiles, ceden ante el poder, del que no alcanzan a defenderse. Veremos a la Iglesia, la intelectualidad y a una “aristocracia obrera”, transformarse en mercenarios al servicio del Talón de Hierro.
——————— Continuación
Cap. Quinto – Los Filómatas
“He encontrado hombres que, en sus diatribas contra la guerra, invocaban el nombre del Dios de la paz y que distribuían fusiles entre los Pinkertons[44]para abatir a los huelguistas de sus propias fábricas. He conocido gentes a quienes la brutalidad del boxeo la ponía fuera de sí, pero que eran cómplices de fraudes alimenticios que provocaban todos los años la muerte de más inocentes que los que masacró Herodes, el de las manos rojas. He visto sostenedores de iglesias que contribuían con gruesas sumas para las Misiones extranjeras, pero que en sus talleres hacían trabajar a jovencitas diez horas diarias por sueldos de hambre, con lo que de hecho fomentaban directamente la prostitución.
Tal señor respetable, de finos rasgos aristocráticos, no era más que un testaferro que prestaba su nombre a sociedades cuyo secreto fin era despojar a la viuda y al huérfano. Tal otro, que hablaba reposada y sentenciosamente de las bellezas del idealismo y de la bondad de Dios, había hecho una zancadilla y traicionado a sus socios en un buen negocio. Y aquel de más allá, que dotaba de cátedras a las universidades y contribuía a la erección de magníficas capillas, no vacilaba en ser perjuro ante los tribunales por cuestiones de dólares o de céntimos. Tal magnate ferroviario renegaba sin vergüenza de la palabra empeñada como ciudadano, como hombre de honor y como cristiano, al acordar comisiones secretas, y las acordaba a menudo.
Este director de diario que publica anuncios de remedios patentados me trató de asqueroso demagogo porque lo desafiaba a publicar un artículo diciendo la verdad a propósito de esas drogas[45]. Este coleccionista de hermosas ediciones, qué patrocinaba la literatura, pagaba barriles de vino al patrón brutal e inculto de una máquina municipal[46].
Tal senador era el instrumento, el esclavo, el títere de un patrón de máquina política, un individuo de espesas cejas y de mandíbula cuadrada; lo mismo ocurría con el gobernador tal y con el ministro de la Corte Suprema cual. Los tres viajaban gratis en el ferrocarril; y, además, tal capitalista de piel lustrosa era el verdadero propietario de la máquina política, del patrón de la máquina y de los ferrocarriles que entregaban los pases.
«Y fue así cómo, en lugar de un paraíso, descubrí el árido desierto del mercantilismo. Allí no encontré otra cosa que estupidez, salvo en lo referente a los negocios. No encontré nada limpio, noble y vivo, como no fuese la vida que bulle en la podredumbre. Todo lo que encontré allí fue un egoísmo monstruoso y sin corazón y un materialismo grosero y glotón, tan practicado como práctico».
(Avis acota). Me fijé en sus caras y vi que conservaban un aire de superioridad satisfecha. Ya Ernesto me había prevenido que ninguna acusación contra la moralidad podía conmoverlos. Advertí, sin embargo, que el atrevimiento de su lenguaje había afectado a la señorita Brentwood. Daba muestras de aburrimiento y de inquietud.
«Y ahora —declaró Ernesto— voy a hablaros de esta revolución».
Continuará
**********
I- Los metafísicos
III- Los Mercenarios -El Talón de Hierro
