¿LA REVOLUCIÓN, PASADO O PRESENTE?

El Chasque 101
01/09/2023

El desarrollo de la civilización hasta la fecha se ha caracterizado por su marcha desigual. Sin embargo, viendo las grandes tendencias de ese desarrollo, podemos señalar que el movimiento avanza en el sentido de superar los grandes desafíos planteados. La historia de esa marcha se caracteriza por contradicciones, tensiones y luchas entre clases sociales y el empuje revolucionario de las fuerzas y medios de producción. Es así, que bajo esas fuerzas movilizadoras, la civilización humana ha ido avanzando, derrotando prejuicios, modelos económicos y sociales, ideologías e injusticias, sustituyéndolas por otras que hacen de la nueva estructura social y material una sociedad más libre y justa. Como lo señalamos, este derrotero no es lineal, por el contrario, se encuentra configurado de marchas y contra marchas, de revoluciones y contrarevoluciones. De cualquier forma las grandes tendencias muestran que la humanidad ha conquistado a nivel social, cultural y económico determinados aspectos básicos que hoy definen la “condición humana”. La categoría “humano o humanidad” tiene un carácter histórico, lo que ayer era normal hoy ya no lo es. Lo que ayer no se consideraba un derecho hoy sí lo es. La esclavitud, el racismo, el hambre, la miseria, la falta de vivienda, la ignorancia, el no acceso a la salud son considerados aspectos que niegan esa “condición humana” y que, a pesar de eso, hay millones de personas que aun lo sufren.

En la actualidad nadie discute la jornada laboral de ocho horas, se entiende que es “correcto y humanamente normal”. Sabemos que no siempre fue así. La conquista de la reducción de la jornada laboral estuvo marcada por una larga lucha de los trabajadores en el Siglo XIX en la cual se pagó un alto costo en vidas. Todos los 1º de mayo en la mayoría de los países (salvo EEUU) se recuerda esta gesta y a los mártires de Chicago. Sin que lo supieran esta conquista significó un gran “avance relativo” para el conjunto de la sociedad haciéndola más “libre y más humana”.

Hemos creado recursos sin precedentes de conocimientos y riqueza, fruto de un largo trabajo humano colectivo, pero que permanecen cautivos de la codicia y violencia de una clase dominante minoritaria, que no realiza ningún trabajo productivo, responsable directo de sostener y reproducir la dictadura del capital financiero.

Pero a pesar del potencial acumulado por la humanidad y su desarrollo estos siguen sin resolver los grandes desafíos; en cambio, continúa la explotación y la pobreza, el imperialismo y la guerra, el hambre y las enfermedades.

Por ejemplo: En Uruguay de 2023, con apenas 3 millones de habitantes y de 12 millones de cabezas de ganado, con el suficiente desarrollo en la cadena cárnica, hay sin embargo (por decir algo) 70 mil personas que pasan hambre – para no repetir lo de la “inseguridad alimentaria”- un eufemismo inventado por la sociología moderna. En el país de las vacas, hay gente que se muere de hambre. ¡De hambre!

Es una vergüenza, es inmoral y no hay excusas.
Ningún Partido Político, ni el gobierno ni los parlamentarios deberían eludir este tema.

¿DÓNDE RADICA EL PROBLEMA?
La perspectiva que se presenta actualmente predice un final catastrófico. El capitalismo ha desarrollado las fuerzas productivas hasta un nivel desconocido. Ellas se ven impulsadas por los imperativos económicos y militares de la acumulación voraz. En consecuencia, pese a su potencial para emancipar a toda la humanidad de las necesidades materiales, amenazan con lo contrario: destruir la propia civilización.

El corazón del capitalismo es siempre el mismo: la búsqueda de ganancias, de mayor rentabilidad y acumular riquezas. Crece y se transforma, llegando hasta los rincones más distantes del globo, pisoteando cuanto encuentra a su paso o se cruza en el camino de su incesante expansión. El sistema capitalista afronta ahora una crisis estructural que tiene dimensiones económicas, sociales y ecológicas no pensadas jamás.

A nivel global comienza a perfilarse un mundo multipolar con la consolidación del BRICS y China como nuevo centro económico que le disputa a EEUU su papel hegemónico. Este nuevo mundo multipolar crea condiciones para impulsar una nueva ola de “descolonización” de los países africanos contra el saqueo histórico de los países europeos -principalmente Francia- de sus riquezas. Niger y ahora Gabón se suma a esa corriente emancipadora.

Por otro lado la democracia se resquebraja, cruje ante el avance de fuerzas populistas de derecha. El republicanismo y el sistema democrático ya no dan respuesta a las necesidades de expansión del capital financiero, por lo tanto es necesario asaltarla y derribar sus últimos bastiones para vaciarla y ponerla a trabajar a favor de sus intereses. Lo vemos en Europa y en forma más cercana en Argentina con la aparición reciente de Milei y la Libertad Avanza. También fue la experiencia de Bolsonaro en Brasil con su cruzada evangelizadora anticomunisma, antifeminista, anti derechos y criminalmente negacionista de la pandemia del Covid-19.

La civilización humana ha creado fuerzas productivas con un potencial sin precedentes para abolir las carencias. El problema radica por lo tanto en que esas mismas fuerzas, operando fuera de nuestro control y determinadas por la necesidad del capital en obtener una mayor ganancia, se han transformado en monstruosas amenazas que empujan la cuenta atrás del calentamiento global y hace más real la posible catástrofe ecológica que pondrá fin a la vida en el planeta.

¿QUÉ NOS QUEDA?
Tenemos dos opciones. Nos resignamos a la injusticia social obscena y creciente y sumergirnos en las tinieblas del fascismo y la guerra, o decidimos derribar el dominio de una élite de ricos y dueños del mundo, promotores de guerras para crear una nueva sociedad más libre, basada en los valores de la solidaridad y de justicia social.

La clase dominante solo puede resolver la crisis cayendo en la barbarie. Ya lo han demostrado a lo largo de la historia y lo siguen demostrando en el presente. Su papel como señores del capitalismo los convierte en una clase social parasitaria sin función histórica. La única alternativa viable a la pobreza, la guerra, el desastre ecológico consiste en desmantelar todo el sistema sobre el que se basa la riqueza y el poder, ya que no es ella la que puede hacerlo. Para que la vida en la Tierra tenga una oportunidad y continuar su desarrollo depende del derrocamiento de la clase dominante que sustenta el sistema capitalista y por consiguiente promover la reorganización de la vida económica y social bajo valores de libertad, solidaridad y justicia social, cuyo objetivo no sea la acumulación de capital, sino dar respuestas a las necesidades y desafío planteados como civilización.

El capitalismo ha desarrollado las fuerzas productivas hasta un nivel desconocido. Estas se ven impulsadas por la propia crisis económica del sistema, que a pesar de los niveles de inversión, del uso de nuevas tecnologías aplicadas al trabajo reduciendo costos de producción, la ganancia sigue cayendo. El mundo no logra consumir todo lo que produce el sistema ni los capitales excedentes encuentran colocación para reproducirse y eso, precisamente es lo que hace de esta crisis un peligro potencial para la humanidad. El sistema es profundamente destructivo. La actual guerra entre Ucrania y Rusia, el desastre ecológico, el avance de la ultraderecha y el fascismo sobre las espaldas de las democracias, el odio hacia la liberación de las mujeres y los inmigrantes, indican que nos encontramos ante la crisis más violenta y grave de la historia humana.

LA IZQUIERDA Y LA REVOLUCIÓN
Es real que se ha convertido en una necesidad construir un mundo distinto. No es posible ni hay futuro para la humanidad si no comenzamos a cambiar de rumbo. El único camino que les queda a los pueblos es la revolución o sucumbir bajo la barbarie.

En ese sentido Uruguay necesita un cambio real, estructural y no una mera reforma o remiendo. En poco tiempo tenemos el desafío de las elecciones nacionales y a la luz de la realidad nacional y del contexto internacional debemos establecer con claridad que país queremos construir. Hemos leído el programa del Frente Amplio y en grandes líneas no vemos aquello que decididamente va directo a los aspectos estructurales. Nada que exprese un verdadero espíritu de cambio, ni una palabra sobre la propiedad y concentración de la riqueza, sobre la extranjerización de la tierra o la concentración de la industria frigorífica. Ni un planteo de reforma real en torno a la educación y su privatización o referido al futuro de la seguridad social entre muchas otras cosas que se pierden en eufemismos y en promesas. Si queremos marcar en cambio es necesario avanzar sobre los aspectos que hacen a la vida concreta de la gente. Trabajo, vivienda, salud, salarios, cuidados, educación y seguridad social son las áreas claves que debemos transformar estructuralmente para a su vez erradicar definitivamente la pobreza y la miseria en el país de las vacas.

La izquierda siempre significó lo nuevo, el futuro, la esperanza, lo revolucionario. El FA debe retomar ese espíritu. Tenemos la obligación de ser revolucionarios en nuestras ideas, en los caminos para dar respuestas a las necesidades de nuestra gente, en la capacidad de incorporar a miles en el “hacer entre todos” y no en sustituir la experiencia de construir colectivamente por la simple asistencia. El FA no debe de tener miedo a convocar al pueblo para que sea su propio hacedor de su futuro. Fue nuestra promesa y propuesta cuando la lucha popular nos parió en 1970. Derrotar y desplazar a la oligarquía del poder y poner al pueblo a gobernar.

Si somos de izquierda no podemos abandonar el carácter y el espíritu revolucionario. Debemos luchar y animarnos a impulsar creativamente la construcción colectiva del pueblo y confiar en esa fuerza para hacer de Uruguay un lugar en el mundo donde la dignidad y la pública felicidad se hagan realidad definitivamente.

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