Bear markets, deudas y pymes: o por qué el Peje no está tan loco

Emiliano Zolla Marquez
México. Abril de 2020

En vez de perder tiempo con Zizek y estar cavilando si ha llegado la hora final del capitalismo, mejor lean algún periódico financiero (entre más a la derecha, mejor). Ahí verán que muchos analistas están pensando que la pandemia puede llevar a un «bear market», en el que precio bajo de las acciones y el pesimismo de los inversionistas puede resultar beneficioso para quienes se arriesguen a negociar acciones a través de posiciones cortas, opciones de venta y otros mecanismos bursátiles de gran riesgo y altamente especulativos. Es decir, hay capitalistas que hoy -en medio de la crisis- están pensando en la posibilidad de hacerse de empresas que han perdido su valor de mercado, aprovechar que sus competidores han caído en desgracia y que apuestan a cambiar el orden del juego.

En una versión un tanto simplificada del ciclo capitalista, suele esperarse que un «bear market» se convierta en un «bull market», caracterizado por la tendencia al alza de las acciones y por un entorno de crecimiento y expansión económica.

Desde la óptica del capital, la pandemia puede ser la crisis que se necesita para renovar la estructura capitalista, deshacerse de aquello que «no sirve» y abrir paso a los ganadores que impondrán las nuevas pautas del comportamiento económico. Es lo que Schumpeter (un genio casi siempre ignorado por la izquierda) llamaba destrucción creadora o creativa, y que definía como el “proceso de mutación industrial… que revoluciona incesantemente la estructura económica desde dentro, destruyendo interrumpidamente lo antiguo y creando continuamente elementos nuevos.»

Ahora bien, una crisis como la del Covid es inusual porque no viene de adentro del capitalismo. La dinámica habitual de la «destrucción creativa», que tiene que ver con la innovación y con el reemplazo de formas menos eficientes por otras más dinámicas y efectivas, no es el centro de lo que está ocurriendo.

Por el contrario, estamos frente a un elemento externo, completamente imprevisible y que no parece tener una solución rápida. La pandemia ha hecho caer todas las acciones, ha impactado todas las monedas y ha devaluado los bonos soberanos de todos los países. Ha destruido el valor de cambio o de mercado de absolutamente todo.

Se ha producido una parálisis generalizada que nunca habíamos visto, porque hasta ahora las crisis estaban siempre localizadas: «el efecto tequila» en América Latina en 94, el «contagio asiático» del 97 y más recientemente la crisis del 2008, que llegó al corazón de las economías desarrolladas occidentales, pero que fue fundamentalmente una crisis europea y norteamericana (fue casi global y no se manifestó de igual manera en Asia). Lo que hoy vivimos tendrá un alcance mayor y parece que será realmente mundial (es por ello que muchos marxistas piensan que están en el umbral de que se describía en el volumen III de El Capital).

Pero el alcance mundial no implica que el capitalismo se detenga y renuncie a crear una gigantesca oportunidad a partir de algo que para millones de personas es dramático y muy duro. Las posibilidades de un «bear market» global están allí y muchos actores, sobre todo financieros, sueñan con las oportunidades doradas que se pueden abrir en un escenario así.

Ahora bien, ¿si todo el capital está devaluado y no hay instrumento seguro, entonces quién puede tener dinero con el valor y en las cantidades adecuadas para especular en mercados deprimidos o destruidos? Aquí es donde aparece el Estado: en un escenario como el que vivimos, el proceso de destrucción creativa sólo se puede lograr si la arquitectura financiera internacional recurre a los Estados para generar deuda soberana que luego pase a los bancos y permita salir a comprar valores bursátiles devaluados por la crisis.

Hasta ahí la cosa no suena tan mal: pareciera que hay posibilidad de inyectar dinero a empresas decaídas y reactivar el mercado y con ello el empleo para millones de personas. El problema, es que aunque el Estado pueda crear dinero a partir de generar deuda, esa deuda se tiene que pagar y los grandes capitales que buscan recursos para meterse en el «bear market» (bajo la promesa de convertirlo en un «bull market») necesitan pasar el costo de la deuda a alguien más, y ese alguien más son las personas.

Aquí es donde debemos alejarnos de los conceptos abstractos de la economía y llamar a las cosas por su nombre: «la destrucción creativa», no es sólo el reemplazo de un producto «malo» por uno «bueno» o de una tecnología inferior por una superior o de una empresa «sana» por una «enferma»: en una crisis como ésta, la destrucción creativa implica rebajar las condiciones de empleo de las personas, reducir la inversión en servicios sociales e infraestructura, con el propósito de generar deuda que pueda ser utilizada por algunos pocos en el mercado financiero.

Lo que las grandes instituciones financieras privadas están buscando es salir a comprar con dinero prestado y que la deuda contraída no lo paguen ellos, sino que la paguemos nosotros.

A los europeos se les propuso el mismo trato luego del 2008: dejen que la Troika (el FMI, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea) genere deuda en cantidades astronómicas para reactivar el mercado y eso llevará a que se active el empleo. ¿Cuál fue el resultado? Que la reactivación no tuvo lugar o fue mediocre y, mientras tanto, se redujeron todos los servicios sociales, incluyendo los de salud. ¿Quienes fueron los países más afectados por los recortes sociales ?: Italia, España,Grecia y Portugal.
Eso sí, la circulación de billones de euros respaldados por deuda pública sirvieron para fortalecer a Alemania y enriquecer a algunos pocos bancos y fondos de inversión que hicieron magníficos negocios con dinero ajeno. (¿Entienden cómo la epidemiología refleja también la economía?)

Un escenario parecido, solamente que de alcances mucho mayores es lo que nos están ofreciendo hoy:
Estados Unidos, los grandes bancos, los fondos de inversión internacionales y las calificadoras están presionando para que aceptemos su paquete de «rescate», mientras que las grandes empresas mexicanas y las trasnacionales que operan en el país, intentan que el gobierno acepte el endeudamiento (que sería una inyección de dinero para ellas) y, encima, que les sean condonados los impuestos para tener liquidez y operar en un mercado deprimido.

El gran capital mexicano (sobre todo el que están en manos de accionistas institucionales y algo menos el que es propiedad de grupos familiares o de individuos) está buscando su propia ruta para la destrucción creativa. Quiere un ajuste para la crisis y ese ajuste incluye modificar la relación con las pymes. Al gran capital no le importa si se mueren las pequeñas y medianas empresas, mientras tenga una inyección de liquidez a través del gobierno, se pueden dar el lujo (o eso creen) de que desaparezcan o de exigirles nuevas condiciones.

El despacho de diseño, la empresita de marketing o el proveedor de partes industriales que tenía como cliente a una gran empresa, tendrá que aceptar cualquier condición que ésta le exija: si antes tenía que dar crédito a 60 días, ahora tendrá que darlo a 90 y se verá obligado a aceptar precios a la baja, pues los únicos que tendrán liquidez serán las corporaciones, aunque se trate de dinero que, en definitiva, es público. Si los pequeños empresarios creen que la ruta del endeudamiento es la correcta y que sólo un populista delirante como AMLO puede rechazar el dinero del exterior, deberían pensarlo otra vez. Un rescate como los que hemos visto desde 1994 no dará respiro a la clase media empresarial (que en México vive en condiciones de precariedad), sino que la ajustará a la baja y la someterá todavía más a los dictados de empresas que suelen ser oligopolios. Por supuesto, la clase media empresarial tendrá que pasar los costos a sus empleados y eso se traducirá en peores empleos, salarios y condiciones de vida.

Es por ello que el plan del Presidente no es una tontería, ni la obra de un loco o un ignorante. Su política está expresada a partir de un principio muy básico, pero no por ello menos válido: impedir que las pérdidas de los mayores conglomerados privados se conviertan en deuda pública y evitar que la reactivación económica se haga a partir de concentrar aún más la riqueza.

AMLO trata de evitar una ruta que sólo ha beneficiado a un grupo muy pequeño de empresas y que consiste en intentar reactivar la economía solamente de arriba hacia abajo. Hay que revisar qué se propone y cómo se ejecutará, pero no deberíamos rechazar a priori la posibilidad de estimular la actividad económica de abajo hacia arriba.

Optar por no rescatar a quienes tienen más recursos no es completamente inédito. Malasia lo hizo en 1997 e Islandia rechazó la ruta europea y norteamericana en 2008. Y les salió mejor que a sus vecinos.

La clase media y las pymes tienen que presionar para hacerse oír. Pero eso no pasa sólo por el gobierno sino que tienen que presionar a las empresas grandes y eso implica moverse en contrra de sus instintos y de la lógica habitual. Al gobierno le tienen que pedir que los planes dejen un margen para la reorganización de las empresas pequeñas, sin el centralismo y el celo controlador que a veces muestra en sus políticas.

Eso sí: es importante aprender la lección argentina: cuando Cristina Kirchner fue elegida presidenta, abandonó a las pymes y le dio la espalda a la clase media para concentrarse en las transferencias directas de planes sociales. Los programas sociales del kirchnerismo (necesarios dada la situación de emergencia que vivía ese país desde 2001), no incentivaron suficientemente la reorganización autónoma de la economía y generaron relaciones clientelares y paternalistas que no resolvieron la pobreza de la gente, pues los beneficios que aportaban se esfumaron debido a la inflación (además de perpetuar modos políticos bastante cuestionables). Esto lo advirtieron muchos actores cercanos y opuestos al gobierno, pero pesó más el interés por recoger votos que la búsqueda por la reconstrucción económica.

AMLO tiene a favor que las soluciones ya clásicas del neoliberalismo están desacreditadas, aunque hay quienes por interés o falta de imaginación van a intentar que se apliquen otra vez. Es muy difícil pensar que el capitalismo simplemente va a dejar lugar a otra cosa, pero lo que es cierto, es que hay un margen enorme e inédito para intentar algo distinto.

Emiliano Zolla Marquez

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