Luiz Inácio Lula da Silva *
El Chasque
29/07/2025
El año 2025 debería ser un año de celebración dedicado a las ocho décadas de existencia de las Naciones Unidas (ONU). Pero podría pasar a la historia como el año en que se derrumbó el orden internacional construido desde 1945.
Las grietas ya eran visibles. Desde la invasión de Irak y Afganistán, la intervención en Libia y la guerra en Ucrania, algunos miembros permanentes del Consejo de Seguridad han trivializado el uso ilegal de la fuerza. La inacción ante el genocidio en Gaza es una negación de los valores más fundamentales de la humanidad. La incapacidad para superar las diferencias alimenta una nueva escalada de violencia en Oriente Medio, cuyo capítulo más reciente incluye el ataque a Irán.
La ley del más fuerte también amenaza el sistema multilateral de comercio. Las subidas arancelarias interrumpen las cadenas de valor y hunden a la economía mundial en una espiral de precios altos y estancamiento. La Organización Mundial del Comercio ha quedado vaciada, y nadie recuerda la Ronda de Desarrollo de Doha.
El colapso financiero de 2008 puso de manifiesto el fracaso de la globalización neoliberal, pero el mundo permaneció atrapado en la fórmula de la austeridad. La decisión de rescatar a los superricos y a las grandes corporaciones a expensas de los ciudadanos comunes y las pequeñas empresas profundizó las desigualdades. En los últimos 10 años, los 33,9 billones de dólares estadounidenses acumulados por el 1% más rico de la población mundial equivalen a 22 veces los recursos necesarios para erradicar la pobreza en todo el mundo.
El estrangulamiento de la capacidad de acción del Estado ha provocado el descrédito de las instituciones. La insatisfacción se ha convertido en terreno fértil para las narrativas extremistas que amenazan la democracia y fomentan el odio como proyecto político.
Muchos países han recortado los programas de cooperación en lugar de redoblar los esfuerzos para implementar los Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030. Los recursos son insuficientes, sus costos son elevados, el acceso es burocrático y las condiciones impuestas no respetan las realidades locales.
No se trata de caridad, sino de corregir las disparidades arraigadas en siglos de explotación, interferencia y violencia contra los pueblos de América Latina y el Caribe, África y Asia. En un mundo con un PIB combinado de más de 100 billones de dólares, es inaceptable que más de 700 millones de personas sigan padeciendo hambre y viviendo sin electricidad ni agua.
Los países ricos son los mayores contribuyentes históricos a las emisiones de carbono, pero serán los más pobres quienes más sufrirán el cambio climático. 2024 fue el año más caluroso de la historia, lo que demuestra que la realidad avanza más rápido que el Acuerdo de París. Las obligaciones vinculantes del Protocolo de Kioto fueron sustituidas por compromisos voluntarios, y las promesas de financiación realizadas en la COP15 de Copenhague, que preveían 100 000 millones de dólares anuales, nunca se materializaron. El reciente aumento del gasto militar anunciado por la OTAN hace aún más remota esta posibilidad.
Los ataques a las instituciones internacionales ignoran los beneficios concretos que el sistema multilateral aporta a la vida de las personas. Si hoy se ha erradicado la viruela, se ha preservado la capa de ozono y los derechos de los trabajadores siguen garantizados en gran parte del mundo, es gracias a los esfuerzos de estas instituciones.
En tiempos de creciente polarización, expresiones como «desglobalización» se han vuelto comunes. Pero es imposible «desplanetizar» nuestra vida en común. No hay muros lo suficientemente altos como para mantener islas de paz y prosperidad rodeadas de violencia y pobreza.
El mundo actual es muy diferente al de 1945. Han surgido nuevas fuerzas y han surgido nuevos desafíos. Si las organizaciones internacionales parecen ineficaces, es porque su estructura no refleja la actualidad. Las acciones unilaterales y excluyentes se ven exacerbadas por la falta de liderazgo colectivo. La solución a la crisis del multilateralismo no es abandonarlo, sino restablecerlo sobre una base más justa e inclusiva.
Esta es la comprensión que Brasil, cuya vocación siempre será contribuir a la colaboración entre las naciones, demostró durante su presidencia del G20 el año pasado y continúa demostrando durante sus presidencias de los BRICS y la COP30 este año: que es posible encontrar puntos en común incluso en escenarios adversos.
Es urgente insistir en la diplomacia y restablecer las estructuras de un verdadero multilateralismo, capaz de responder a los clamores de una humanidad que teme por su futuro. Solo así dejaremos de observar pasivamente el aumento de la desigualdad, el sinsentido de las guerras y la destrucción misma de nuestro planeta.
Luiz Inácio Lula da Silva
Presidente de la República de Brasil
* Artículo de Lula publicado en varios periódicos del mundo:
