Marxismo y revisionismo

– V.I. Lenin
16 de abril de 1908.

El Chasque -Lenin 100 años
21/01/2024

Un conocido aforismo dice que si los axiomas geométricos chocasen con los intereses de los hombres, seguramente habría quien los refutase. Las teorías de las ciencias naturales, que chocaban con los viejos prejuicios de la teología, provocaron y siguen provocando hasta hoy día la lucha más rabiosa. Nada tiene de extraño, pues, que la doctrina de Marx, que sirve directamente a la educación y a la organización de la clase de vanguardia de la sociedad moderna, que señala las tareas de esta clase y demuestra la sustitución inevitable – en virtud del desarrollo económico – del régimen actual por un nuevo orden de cosas: nada tiene de extraño que esta doctrina haya tenido que conquistar en lucha cada paso dado en la senda de la vida.

No hablemos de la ciencia y la filosofía burguesas, enseñadas de un modo oficial por los profesores oficiales para embrutecer a las nuevas generaciones de las clases poseedoras y «amaestrarlas» contra los enemigos de fuera y de dentro. Esta ciencia no quiere ni oír hablar de marxismo, declarándolo refutado y destruido; tanto los hombres de ciencia jóvenes, que hacen carrera refutando el socialismo, como los ancianos caducos, que guardan el legado de toda clase de anticuados «sistemas», se abalanzan sobre Marx con el mismo celo. Los avances del marxismo, la difusión y el afianzamiento de sus ideas entre la clase obrera, provocan inevitablemente la reiteración y la agudización de estos ataques burgueses contra el marxismo, que de cada una de sus “destrucciones” por obra de la ciencia oficial, sale más fortalecido, más templado y más vital.

Pero, entre las doctrinas vinculadas a la lucha de la clase obrera y difundidas predominantemente entre el proletariado, el marxismo tampoco afirmó su posición de golpe, ni mucho menos. Durante el primer medio siglo de su existencia (desde la década del 40 del siglo XIX) el marxismo luchó contra las teorías que le eran profundamente hostiles.

En la primera mitad de la década del 40, Marx y Engels ajustaron cuentas con los jóvenes hegelianos radicales, que se situaban en el punto de vista del idealismo filosófico. A fines de esta década pasa a primer plano la lucha, en el campo de las doctrinas económicas, contra el proudhonismo 1 . Esta lucha llega a su final en la década del 50: crítica de los partidos y de las doctrinas que se habían revelado en el turbulento año de 1848. En la década del 60, la lucha se desplaza del campo de la teoría general a un campo más cercano al movimiento obrero propiamente dicho: expulsión del bakunismo de la Internacional.

A comienzos de la década del 70, se destaca en Alemania, por breve tiempo, el proudhonista Mühlberger; a fines de este período, el positivista Dühring. Pero la influencia de uno y otro sobre el proletariado es ya sumamente insignificante. El marxismo triunfa ya, incondicionalmente, sobre todas las demás ideologías del movimiento obrero.

Hacia la década del 90 del siglo pasado, este triunfo, en sus rasgos fundamentales, estaba ya consumado. Hasta en los países latinos, donde por más tiempo se habían mantenido las tradiciones del proudhonismo, los partidos obreros estructuraron, de hecho, sus programas y su táctica sobre bases marxistas. Al reanudarse – en forma de congresos internacionales periódicos – la organización internacional del movimiento obrero, esta se colocó inmediatamente y casi sin lucha, en todo lo esencial, en el terreno del marxismo. Pero, cuando el marxismo hubo desplazado a todas las doctrinas más o menos completas hostiles a él, las tendencias que se albergaban en estas doctrinas comenzaron a buscar otros caminos. Cambiaron las formas y los motivos de lucha, pero la lucha continuó. Y el segundo medio siglo de existencia del marxismo (década del 90 del siglo pasado) comenzó con la lucha de la corriente hostil al marxismo, en el seno de este.

Esta corriente debe su nombre al ex marxista ortodoxo Bernstein, que es quien más ruido hizo y quien dio la expresión más completa a las enmiendas hechas a Marx, la revisión de Marx, al revisionismo 2 . Incluso en Rusia, donde el socialismo no marxista, lógicamente – en virtud del atraso económico y del predominio de la población campesina, oprimida por los vestigios feudales –, se mantuvo más tiempo, incluso en Rusia, este socialismo se convierte claramente, a nuestros ojos, en revisionismo. Y lo mismo en la cuestión agrario (programa de municipalización de toda la tierra) que en las cuestiones generales programáticas y tácticas, nuestros socialpopulistas sustituyen cada vez más con «enmiendas» a Marx los restos agonizantes y caducos del viejo sistema, coherente a su modo y profundamente hostil al marxismo.

El socialismo premarxista ha sido derrotado. Ya no continúa la lucha en su propio terreno, sino en el terreno general del marxismo, a título de revisionismo. Veamos, pues, cuál es el contenido ideológico del revisionismo.

En el campo de la filosofía, el revisionismo iba a remolque de la «ciencia» académica burguesa. Los profesores «retornaban a Kant», y el revisionismo se arrastraba tras los neokantianos; los profesores repetían, por milésima vez, las vulgaridades de los curas contra el materialismo filosófico, y los revisionistas, sonriendo complacidamente, mascullaban (repitiendo ce por be el último manual) que el materialismo había sido «refutado» desde hacía mucho tiempo. Los profesores trataban a Hegel como a «perro muerto» 3 , y predicando ellos mismos el idealismo, solo que mil veces más mezquino y trivial que el hegeliano, se encogían desdeñosamente de hombros ante la dialéctica, y los revisionistas se hundían tras ellos en el pantano del envilecimiento filosófico de la ciencia, sustituyendo la «sutil» (y revolucionaria) dialéctica por la «simple» (y pacífica) «evolución». Los profesores se ganaban su sueldo del Estado ajustando sus sistemas, tanto los idealistas como los «críticos”, a la «filosofía» medieval imperante (es decir, a la teología), y los revisionistas se acercaban a ellos, esforzándose en hacer de la religión una «incumbencia privada», no en relación al Estado moderno, sino en relación al partido de la clase de vanguardia.

Huelga decir qué significación real de clase tenían semejantes «enmiendas» a Marx: la cosa es clara de por sí. Señalaremos solamente que Plejánov fue el único marxista dentro de la socialdemocracia internacional que hizo, desde el punto de vista del materialismo dialéctico consecuente, la crítica de aquellas increíbles banalidades acumuladas por los revisionistas. Es tanto más necesario subrayar esto decididamente, por cuanto en nuestro tiempo se hacen tentativas profundamente erróneas para hacer pasar el viejo y reaccionario fárrago filosófico bajo el pabellón de la crítica del oportunismo táctico de Plejánov*.

Pasando a la Economía Política hay que señalar, ante todo, que en este campo las «enmiendas» de los revisionistas eran muchísimo más multifacéticas y minuciosas; trataron de sugestionar al público con «nuevos datos del desarrollo económico». Decían que en el campo de la economía rural no se opera de ningún modo la concentración y desplazamiento de la pequeña producción por la grande y, que en el comercio y en la industria se opera con extrema lentitud. Decían que, ahora, las crisis se han hecho más raras y más débiles, y que era probable que los cártels y los trusts diesen al capital la posibilidad de eliminar por completo las crisis. Decían que la «teoría de la bancarrota», hacia la cual marcha el capitalismo, es inconsistente a causa de la tendencia a suavizar y atenuar las contradicciones de clase.

Decían, finalmente, que no estaría mal enmendar también la teoría del valor de Marx con arreglo a Bohm-Bawerk 4 . La lucha contra los revisionistas, en torno de estas cuestiones, sirvió para reavivar fecundamente el pensamiento teórico del socialismo internacional, al igual que, veinte años antes, había ocurrido con la polémica de Engels contra Dühring. Los argumentos de los revisionistas fueron analizados con hechos y cifras en la mano. Se demostró que los revisionistas embellecían sistemáticamente la pequeña producción actual. El hecho de la superioridad técnica y comercial de la gran producción sobre la pequeña no sólo en la industria, sino también en la agricultura, está demostrado con datos irrefutables. Pero, en la agricultura, la producción mercantil está mucho menos desarrollada, y los estadísticos y economistas actuales no saben, por lo general, destacar aquellas ramas (y, a veces, incluso las operaciones) especiales de la agricultura que expresan cómo esta se ve englobada, progresivamente, en el intercambio de la economía mundial. La pequeña producción se sostiene sobre las ruinas de la economía natural, gracias al empeoramiento infinito de la alimentación, al hambre crónica o a la prolongación de la jornada de trabajo, al descenso de la calidad del ganado y cuidado de este; en una palabra, gracias a aquellos mismos medios con que se sostuvo también la producción artesana contra la manufactura capitalista.

Cada paso de avance de la ciencia y de la técnica mina, inevitable e inexorablemente, los cimientos de la pequeña producción en la sociedad capitalista. Y la tarea de la economía socialista consiste en investigar este proceso en todas sus formas, no pocas veces complejas e intrincadas, y demostrar al pequeño productor la imposibilidad de sostenerse bajo el capitalismo, la situación desesperada de las haciendas campesinas en el régimen capitalista y la necesidad de que el campesino adopte el punto de vista del proletariado. Ante el problema de que tratamos, los revisionistas cometieron, en el aspecto científico, el pecado de incurrir en un generalización superficial de algunos hechos unilateralmente desglosados, al margen de su conexión con todo el régimen del capitalismo, y, en el sentido político, cometieron el pecado de llamar o empujar inevitablemente al campesino, de modo voluntario o involuntario, al punto de vista del propietario (es decir, al punto de vista de la burguesía), en vez de empujarle al punto de vista del proletario revolucionario.

El revisionismo salió aún peor parado en lo que se refiere a la teoría de las crisis y a la teoría de la bancarrota. Sólo durante un tiempo muy breve, y únicamente gentes muy miopes, podían pensar en modificar las bases de la doctrina de Marx bajo el influjo de unos cuantos años de auge y prosperidad industrial. Muy pronto, la realidad se encargó de demostrar a los revisionistas que las crisis no habían fenecido: tras la prosperidad, vino la crisis. Cambiaron las formas, la sucesión, el
cuadro de las distintas crisis pero éstas seguían siendo parte integrante, inevitable, del régimen capitalista. Los cártels y trusts, unificando la producción, reforzaron al mismo tiempo, a la vista de todos, la anarquía de la producción, la inseguridad económica del proletariado y la opresión del capital, agudizando de este modo, en un grado nunca visto, las contradicciones de clase. Que el capitalismo marcha hacia la bancarrota – tanto en el sentido de las crisis políticas y económicas aisladas, como en el sentido del completo hundimiento de todo el régimen capitalista – lo han venido a demostrar, de un modo bien palpable y en proporciones particularmente extensas, los modernos y gigantescos trusts. La reciente crisis financiera en Norteamérica, la espantosa agudización de paro en toda Europa, sin hablar de la próxima crisis industrial, de la que apuntan no pocos síntomas, todo ello ha hecho que las recientes «teorías» de los revisionistas hayan sido olvidadas por todos, incluso, al parecer, por muchos de ellos mismos. Lo que no se debe olvidar son las enseñanzas que esta inestabilidad de los intelectuales dio a la clase obrera.

En cuanto a la teoría del valor, sólo es necesario decir que, aparte de alusiones y suspiros muy vagos, a la manera de Bohm-Bawerk, los revisionistas no aportaron aquí absolutamente nada ni dejaron, por tanto, ninguna huella en el desarrollo del pensamiento científico.

En el campo de la política, el revisionismo intentó revisar lo que realmente constituye la base del marxismo, o sea, la teoría de la lucha de clases. La libertad política, la democracia, el sufragio universal – nos decían los revisionistas – destruyen el terreno para la lucha de clases y desmienten la vieja tesis del Manifiesto Comunista de que los obreros no tienen patria. Puesto que en la democracia prevalece «la voluntad de la mayoría», no debemos ver en el Estado, según ellos, el órgano de la dominación de clase, ni negarnos a hacer alianzas con la burguesía progresista, socialreformista, contra los reaccionarios.

Es indiscutible que estas objeciones de los revisionistas se reducían a un sistema bastante armónico de concepciones, a saber: a las harto conocidas concepciones liberalburguesas. Los liberales han dicho siempre que el parlamentarismo burgués suprime las clases y las diferencias de clase, ya que todos los ciudadanos sin excepción tienen derecho al voto y a intervenir en los asuntos del Estado. Toda la historia de Europa durante la segunda mitad del siglo XIX, y toda la historia de la revolución rusa, a comienzos del siglo XX, enseñan palpablemente cuán absurdos son tales conceptos. Con las libertades del capitalismo «democrático», las diferencias económicas, lejos de atenuarse, se acentúan y agudizan. El parlamentarismo no elimina, sino que pone al desnudo la esencia de las repúblicas burguesas más democráticas como órganos de opresión de clase.

Ayudando a ilustrar y a organizar a masas de población incomparablemente más extensas que las que antes participaban de un modo activo en los acontecimientos políticos, el parlamentarismo prepara así no la supresión de las crisis y de las revoluciones políticas, sino la mayor agudización de la guerra civil durante estas revoluciones. Los acontecimientos de París, en la primavera de 1871, y los de Rusia, en el invierno de 1905, pusieron de manifiesto, con excepcional claridad, cuán
inevitablemente se produce esta agudización. La burguesía francesa, para aplastar el movimiento proletario, no vaciló ni un segundo en pactar con el enemigo de toda la nación, con las tropas extranjeras que habían arruinado a su patria. Quien no comprenda la inevitable dialéctica interna del parlamentarismo y de la democracia burguesa, que conduce a solucionar la disputa por la violencia masiva de un modo todavía más tajante que en tiempos anteriores, jamás sabrá desarrollar, sobre la
base de este parlamentarismo, una propaganda y una agitación consecuentes desde el punto de vista de los principios, que preparen verdaderamente a las masas obreras para la participación victoriosa en tales «disputas». La experiencia de las alianzas, de los acuerdos, de los bloques con el liberalismo socialreformista en Occidente y con el reformismo liberal (demócratas constitucionalistas 5 ) en la revolución rusa, muestra de manera convincente que esos acuerdos no hacen más que embotar la conciencia de las masas, no reforzando, sino debilitando la significación real de su lucha, uniendo a los luchadores con los elementos menos capaces de luchar, con los elementos más vacilantes y traidores. El millerandismo francés 6 — la más grande experiencia de aplicación de la táctica política revisionista en una amplia escala, realmente nacional — nos ha dado una valoración práctica del revisionismo, que el proletariado del mundo entero jamás olvidará.

El complemento natural de las tendencias económicas y políticas del revisionismo era su actitud ante la meta final del movimiento socialista. «El objetivo final no es nada; el movimiento lo es todo»: esta frase proverbial de Bernstein expresa la esencia del revisionismo mejor que muchas largas disertaciones. Determinar el comportamiento de un caso para otro, adaptarse a los acontecimientos del día, a los virajes de las minucias políticas, olvidar los intereses cardinales del proletariado y los rasgos fundamentales de todo el régimen capitalista, de toda la evolución del capitalismo, sacrificar estos intereses cardinales en aras de las ventajas reales o supuestas del momento: esa es la política revisionista. Y de la misma esencia de esta política se deduce, con toda evidencia, que puede adoptar formas infinitamente diversas y que cada problema un poco «nuevo», cada viraje un poco inesperado e imprevisto de los acontecimientos – aunque este viraje sólo altere la línea fundamental del desarrollo en proporciones mínimas y por el plazo más corto -, provocará siempre, inevitablemente, esta o la otra variedad de revisionismo.

El carácter inevitable del revisionismo está condicionado por sus raíces de clase en la sociedad actual. El revisionismo es un fenómeno internacional. Para ningún socialista un poco enterado y reflexivo puede existir ni la más pequeña duda de que la relación entre ortodoxos y bernsteinianos en Alemania, entre los guesdistas y jauresistas (ahora, en particular, los broussistas) en Francia 7 , entre la Federación Socialdemócrata y el Partido Laborista Independiente en Inglaterra 8 , entre De Brouckere y Vandervelde en Bélgica 9, los integralistas y los reformistas en Italia 10 , los bolcheviques y mencheviques en Rusia es, en todas partes, sustancialmente, una y la misma, pese a la gigantesca diversidad de las condiciones nacionales y de los factores históricos en la situación actual de todos estos países. La «división en el seno del socialismo internacional
contemporáneo se desarrolla ya, ahora, en los diversos países del mundo, esencialmente, en una misma línea, lo cual muestra el formidable paso adelante que se ha dado en comparación con lo que ocurría hace 30 ó 40 años, cuando en los diversos países luchaban tendencias heterogéneas dentro del socialismo internacional único. Y ese «revisionismo de izquierda» que se perfila hoy en los países latinos con el nombre de «sindicalismo revolucionario» 11 se adapta también al marxismo «enmendándolo»: Labriola en Italia, Lagardelle en Francia apelan a cada paso del Marx mal comprendido al Marx bien comprendido.

No podemos detenernos a examinar aquí el contenido ideológico de este revisionismo, que dista mucho de estar tan desarrollado como el revisionismo oportunista y que no se ha internacionalizado, que no ha afrontado ni una sola batalla práctica importante con el partido socialista de ningún país. Por eso, nos limitaremos a ese «revisionismo de derecha», que hemos dejado esbozado más arriba.

¿En qué estriba su carácter inevitable en la sociedad capitalista? ¿Por qué es más profundo que las diferencias debidas a las particularidades nacionales y al grado de desarrollo del capitalismo? Porque en todo país capitalista existen siempre, al lado del proletariado, extensas capas de pequeña burguesía, de pequeños propietarios. El capitalismo ha nacido y sigue naciendo, constantemente, de la pequeña producción. El capitalismo crea de nuevo, infaliblemente, toda serie de «capas medias» (apéndices de las fábricas, trabajo a domicilio, pequeños talleres diseminados por todo el país en virtud de las exigencias de la gran industria, por ejemplo, de la industria de bicicletas y automóviles, etc.).

Estos nuevos pequeños productores se ven nuevamente arrojados también, de modo no menos inevitable, a las filas del proletariado. Es perfectamente natural que la mentalidad pequeñoburguesa irrumpa de nuevo, una y otra vez, en las filas de los grandes partidos obreros. Es perfectamente natural que deba suceder así, y así sucederá siempre hasta llegar a las peripecias de la
revolución proletaria, pues sería un profundo error pensar que es necesario que la mayoría de la población se proletarice «por completo» para que esa revolución sea realizable. Lo que hoy vivimos con frecuencia en un plano puramente ideológico: las disputas en torno a las enmiendas teóricas hechas a Marx; lo que hoy solo se manifiesta en la práctica a propósito de ciertos problemas parciales, aislados, del movimiento obrero, como discrepancias tácticas con los revisionistas y las escisiones sobre este terreno, lo tendrá que vivir sin falta la clase obrera, en proporciones incomparablemente mayores cuando la revolución proletaria agudice todos los problemas en litigio y concentre todas las discrepancias en los puntos de importancia más inmediata para determinar la conducta de las masas, obligando a separar, en el fragor del combate, los enemigos de los amigos, a echar por la borda a los malos aliados, para asestar los golpes decisivos al enemigo.

La lucha ideológica del marxismo revolucionario contra el revisionismo, librada a fines del siglo XIX, no es más que el preludio de los grandes combates revolucionarios del proletariado, que, pese a todas las vacilaciones y debilidades de los filisteos, avanza hacia el triunfo completo de su causa.

NOTAS
1 Proudhon (1809-1865): socialista pequeñoburgués francés, anarquista, fundador del prouhonismo, corriente anticientífica y antimarxista. Al criticar la gran propiedad capitalista de acuerdo con su posición pequeñoburguesa, Proudhon aspiraba a perpetuar la pequeña propiedad privada, proponía organizar la Banca del Pueblo y la Banca de Cambio, con ayuda de las cuales  obtendrían los obreros – según él – sus propios medios de producción, se convertirían en artesanos y asegurarían la venta “equitativa” de sus productos. Proudhon no comprendía el papel histórico y el significado del proletariado y negaba la lucha de clases, la revolución proletaria y la dictadura del proletariado. Como anarquista, negaba también la necesidad del Estado. Marx y Engels mantuvieron una lucha consecuente contra los intentos de Proudhon de imponer sus ideas a la I
Internacional. El proudhonismo fue sometido a una crítica demoledora en la obra de C. Marx Miseria de la filosofía. La lucha resuelta de C. Marx y F. Engels y sus partidarios contra el proudhonimo terminó con la completa victoria del marxismo en la I Internacional.Lenin caracterizó el proudhonismo de “teoría del pequeñoburgués y del filisteo obtuso”, incapaz de colocarse en el punto de vista de la clase obrera. Las ideas del proudhonismo son utilizadas en gran escala por los “teóricos” burgueses para propugnar la colaboración de clases.
2 Lenin alude al bernsteinianismo: corriente hostil al marxismo en la socialdemocracia internacional, surgida a fines del siglo XIX en Alemania, y que debe su nombre al socialdemócrata oportunista alemán Eduardo Bernstein. Después de la muerte de Engels, Bernstein propugnó la revisión descarada de la doctrina revolucionaria de Marx, de acuerdo con el espíritu del liberalismo burgués (en los artículos Problemas del socialismo y en el libro Premisas del socialismo y tareas de la socialdemocracia), pretendiendo convertir al Partido Socialdemócrata en un partido pequeñoburgués de reformas sociales.
En Rusia fueron partidarios del bernsteinianismo los «marxistas legales», los bundistas y los mencheviques.
3 Lenin cita las palabras del epílogo de C. Marx a la segunda edición del primer tomo de El Capital.
4 Teoría de la utilidad límite fue elaborada por el economista burgués austriaco Bohm- Bawerk en oposición a la teoría del valor de Marx. Bohm-Bawerk determina el valor de lasmercancías en dependencia de su utilidad para los hombres y no en dependencia de la cantidad de trabajo socialmente necesario invertido en su producción.
5 Demócratas constitucionalistas (“partido demócrata contitucionalista”): partido principal de  la burguesía imperialista de Rusia, fundado en octubre de 1905. Los demócratas constitucionalistas se denominan partido de la “libertad del pueblo”, pero en realidad aspiraban a un entendimiento con la autocracia a fin de mantener el zarismo en forma de monarquía constitucional. Al estallar la guerra imperialista (1914-1918), exigieron continuar “la guerra hasta la victoria”. Después de la
revolución de febrero y como resultado de una confabulación con los líderes socialistas revolucionarios y mencheviques del Soviet de Petrogrado, ocuparon los puestos de dirección en el gobierno provisional burgués y aplicaron una antipopular política contrarrevolucionaria.
Triunfante la Gran Revolución Socialista de Octubre, los demócratas constitucionalistas – enemigos encarnizados del Poder soviético – tomaron parte en la lucha armada y en todas las intervenciones de la contrarrevolución. Después de la derrota de los intervencionistas y los guardias blancos, los demócratas constitucionalistas continuaron su actividad contrarrevolucionaria
antisoviética en la emigración.
6 Millerandismo (ministerialismo): corriente oportunista en los partidos socialistas de Europa Occidental a fines del siglo XIX y comienzos del XX; debe su nombre al socialista francés A. Millerand, que en 1899 entró a formar parte del gobierno burgués reaccionario de Francia y aplicó juntamente con la burguesía una política imperialista.
7 Guesdistas y jauresistas, broussistas (posibilistas): Guedistas: partidarios de Julio Guesde y Pablo Lafargue, corriente marxistas de izquierda, que propugnaba una política proletaria revolucionaria independiente. Los guesdistas conservaron el
nombre del Partido Obrero de Francia y continuaron apoyando el programa del partido, aprobado en 1880 en el Havre, cuya parte teórica fue escrita por C. Marx. Ejercían una gran influencia en los centros industriales de Francia y unieron a los elementos avanzados de la clase obrera. En 1901, los guesdistas formaron el Partido Socialista de Francia.
Jauresistas: partidarios del socialista francés Juan Jaurés, que encabezó el ala derecha, reformista, del movimiento socialista francés. Encubriéndose con la exigencia de la «libertad de crítica», los jauresistas trataban de revisar las tesis fundamentales del marxismo y propugnaban la colaboración de clase del proletariado y la burguesía. En 1902, los jauresistas formaron el Partido Socialista Francés, que mantuvo posiciones reformistas.
Broussistas (posibilistas): miembros de la corriente oportunista surgida en el movimiento obrero francés en los años 80 del siglo XIX, encabezada por Benito Melon y Pablo Brousse. Los  posibilistas eran adversarios a un partido revolucionario del proletariado y se pronunciaban por la renuncia a la lucha revolucionaria, considerando que el paso paulatino al socialismo era posible únicamente con el concurso de los organismos de la administración local, es decir, de los municipios. Por su política oportunista, que se reducía a la llamada “política de posibilidades”, fueron calificados irónicamente por Guesde de posibilistas. A fines de la década del 80, los posibilistas, con el apoyo de algunos elementos oportunistas de otros países, y en particular de Hyndman (Federación Socialdemócrata de Inglaterra), intentaron apoderarse de la dirección del movimiento obrero internacional. Sin embargo, la mayoría de las organizaciones socialistas de los distintos países no siguieron a los posibilistas y participaron en el Congreso de marxistas celebrado  en París del 14 al 20 de julio de 1889. Este Congreso fue el comienzo de la II Internacional. Engels sostuvo una lucha perseverante contra los posibilistas, desenmascarando su actividad escesionista. En 1902, los posibilistas, junto con otros grupos reformistas, fundaron el Partido Socialista Francés.
En 1905, el Partido Socialista de Francia y el Partido Socialista Francés se unificaron en un solo partido. Durante la guerra imperialista de 1914-1918, Guesde, con toda la dirección del Partido Socialista Francés, se pasó a las posiciones del socialchovinismo.
8 Se refiere a la Federación Socialdemócrata de Inglaterra, fundada en 1884. A la par con los  reformistas (Hyndman y otros) y los anarquistas, formaba parte de la Federación Socialdemócrata de Inglaterra un grupo de socialdemócratas revolucionarios partidarios del marxismo (Harry Quelch, Tom Mann, Edward Eveling, Leonora Marx y otros), que constituían el ala izquierda del movimiento socialista de Inglaterra. F. Engels criticó rigurosamente a la Federación Socialdemócrata de Inglaterra por su dogmatismo y sectarismo, por apartarse del movimiento  obrero de masas de Inglaterra y por ignorar sus peculiaridades. En 1907, la Federación Socialdemócrata de Inglaterra empezó a llamarse Partido Socialdemócrata. Este, junto con los elementos de izquierda del Partido Obrero Independiente, formó en 1911 el Partido Socialista Británico; en 1920, la mayoría de sus afiliados tomó parte en la fundación del Partido Comunista de la Gran Bretaña.
Independent Labour Party (I.L.P.) (Partido Laborista Independiente) fue fundado en 1893. Lo encabezaban James Keir Hardie, Ramsay MacDonald y otros. Aunque pretendían mantener la independencia política respecto a los partidos burgueses, en realidad, el Partido Laborista Independiente solo era “independiente” del socialismo, pero muy dependiente del liberalismo” (Lenin). Al comienzo de la primera guerra mundial (1914-1918), el Partido Laborista Independiente publicó un manifiesto contra la guerra (el 13 de agosto de 1914). Luego, en febrero de 1915, en la Conferencia de Londres de socialistas de los países de la Entente, los independientes se adhirieron a la resolución socialchovinista adoptada por la Conferencia. A partir de entonces, los líderes de los  independientes, encubriéndose con frases pacifistas, mantuvieron una posición socialchovinista. En 1919, los líderes del Partido Laborista Independiente, bajo la presión de las masas radicalizadas del partido, tomaron el acuerdo de abandonar la II Internacional. En 1921, los independientes  ingresaron en la llamada Internacional II y media y, después de la disgregación de esta, volvieron a ingresar en la II Internacional. En 1921, el ala izquierda del Partido Laborista Independiente de Inglaterra se separó de este e ingresó en el Partido Comunista de la Gran Bretaña.
9 En el Partido Obrero Belga, Brouckere y sus partidarios se pronunciaban contra la participación de los socialistas en un gobierno burgués reaccionario y luchaban contra Vandervelde, que encabezaba a los revisionistas belgas. Posteriormente, Brouckere pasó a las posiciones  oportunistas.
10 Los integralistas: partidarios del socialismo “integral”, variedad del socialismo pequeñoburgués.
11 “Sindicalismo revolucionario”: corriente pequeñoburguesa semianarquista, surgida en el movimiento obrero de diversos países de Europa Occidental a fines del siglo XIX. Los sindicalistas negaban la necesidad de la lucha política de la clase obrera, el papel dirigente del partido y la dictadura del proletariado, y consideraban que los sindicatos, mediante la huelga general de los obreros, pero sin revolución, pueden derrocar el capitalismo y tomar en sus manos la dirección de la producción. Lenin señalaba que “el sindicalismo revolucionario ha sido en muchos países el resultado directo e inevitable del oportunismo, del reformismo y del cretinismo parlamentario”.
*Plejanov, Jorge (1856-1918): destacada personalidad del movimiento obrero ruso e internacional, primer propagandista del marxismo y fundador del primer grupo marxista ruso “Emancipación del Trabajo”. Después del II Congreso del POSDR se sumó a los mencheviques. En 1907-194 combatió a los liquidadores. En los años de la primera guerra mundial mantuvo una posición socialchovinista. Adoptó una actitud negativa ante la Revolución Socialista de Octubre, pero no participaba en la
lucha contra el Poder Soviético.

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