RELACIÓN EN LENIN DE LA DEFENSA DE LOS PRINCIPIOS Y LA CREATIVIDAD

Rodney Arismendi
[Discurso pronunciado en la Academia de Ciencias de la URSS, noviembre de 1977] *

El Chasque -Lenin 100 años
21/01/2024

Con Marx y Engels el socialismo pasa de utopía a ciencia. Con Lenin y la Gran Revolución Socialista de Octubre se toma, frente al capitalismo, una alternativa concreta para la humanidad. Por ello se integra a la vida de todos los pueblos, define la época y transforma a la Unión Soviética, en estos 60 años, en eje histórico de todos los procesos revolucionarios y transformadores del mundo. En lapso tan breve, jalonado dramáticamente por la ordalía tremenda de la guerra contra el nazifascismo, se ha vuelto irreversible la marcha de la humanidad hacia el socialismo y el comunismo. En el gran cañamazo de este período histórico en que se entretejen, avanzan, retroceden y vuelven a avanzar todas las revoluciones y procesos liberadores que la Revolución de Octubre ha evocado, ya nadie puede cambiar las señales en los postes indicadores de ruta de la historia.

Luigi Longo dice bien:
Hallamos en los hechos de hoy como en las principales tendencias del desarrollo social -por muy distintas y originales que sean las formas de su expresión- la confirmación de que la Revolución de Octubre ha constituido y constituye piedra angular en el desarrollo de la civilización moderna.

En el plano ideal, teórico y práctico, significa el triunfo del marxismo y la incorporación del nombre de Lenin -el leninismo- al de los maestros fundadores por su desarrollo creador. Lenin concibe la teoría de la revolución socialista en las condiciones del imperialismo, dirige la Revolución Rusa, desarrolla la teoría marxista del Estado particularmente del período de transición y edifica la concepción del Partido. Traza las directivas básicas para la construcción del socialismo, etc. Es una obra sin precedente, de cuyo éxito dependían la suerte de la humanidad y el carácter de nuestra época, es decir el signo con que el siglo XX entrará en la historia. Para construir el socialismo sólo había indicaciones teóricas generales de Marx y Engels, entre ellas la célebre Crítica al Programa de Gotha y, acerca del carácter del Estado del período de transición, sólo la efímera aunque gloriosa experiencia de la Comuna de París. Por lo demás, contra la audaz empresa soviética pesaban las tesis consagradas, mecanicistas y economistas, de la II Internacional, que condenaban a la clase obrera a esperar la revolución sólo en grandes países capitalistas o en función de crecimientos cuantitativos de las fuerzas productivas.

Por increíble que parezca, todavía aparecen historiadores y publicistas que echan en cara a Lenin el haber realizado la revolución socialista en las condiciones de la vieja Rusia y pensado la perspectiva del socialismo en un solo país, sin haberle pedido antes permiso a tanto sabihondo. Parecería ser algo así como el pecado original en los textos “sagrados”.

Al nombre de Lenin se vincula la fundación y el desarrollo del movimiento comunista internacional. La expresión marxismo-leninismo contiene por definición el fundamento teórico y la aptitud creativa. No clausura la avidez del pensamiento creador, por el contrario la presupone. El propio Lenin retoma la fórmula de Engels de que el marxismo no es dogma, sino guía para la acción. Esa doble calidad, de reafirmación de los principios angulares del marxismo y de constante apego creador al proceso real, encarnada en la praxis contemporánea, hizo del leninismo reflejo conceptual de la esencia de nuestra época. Lenin es, a la vez, defensor de lo que llama pureza del marxismo, incluso restaurador de los textos de Marx púdicamente ocultados por lumbreras de la II Internacional, y sostenedor de una actitud agresivamente antidogmática, contra todo letrismo y sacralización de las citas, que se confunde con la vida misma. Metodológicamente, lo resume en su célebre enfoque: el análisis concreto de la situación concreta. O en la afirmación, de honda raíz filosófica, reiterada con encarnizamiento polémico, de que la verdad siempre es concreta.

Combate la adulteración del marxismo, el revisionismo, el acomodamiento oportunista, que significaría abdicar de la revolución, combate la vulgarización y las concepciones voluntaristas. Llega a sumergirse en la filosofía y en la física para escribir Materialismo y empiriocriticismo, que por cierto significa creatividad, pero también preservar la concepción del mundo de Marx, el materialismo dialéctico e histórico. Con Cuadernos filosóficos, entre otras aportaciones, limpia la teoría de Marx de las adherencias positivistas, cientificistas vulgares, sociologistas, de algunos epígonos. Y se regocija con el dinamismo infinito de la dialéctica poniendo a Hegel sobre los pies. Y tanto lecturas como búsquedas nutren el método de pensamiento con el que aborda las cuestiones de la guerra y la revolución. Y encara, teórica y prácticamente, la actualidad histórica de la revolución socialista en la época del imperialismo. Sobre este enfoque dialéctico esencial desarrolla el papel del partido, de la política como ciencia y arte. En particular, de Febrero a Octubre de 1917, Lenin ostenta no sólo sus dotes de teórico, sino de político. Recopila en Cuaderno azul lo escrito por Marx y Engels acerca del Estado. Se basa en el marxismo, pero la teoría es para él inseparable de la variable fenomenología de la revolución, es decir, es fiel a su aforismo de 1905: no sólo aprender, sino también enseñarle a la revolución. ¿Y quién si no un revolucionario y político de larga vista podía haber bregado con tal pasión por la Paz de Brest? Podríamos seguir. . . La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo, el discurso en defensa de la táctica de la Internacional, toda su concepción de las relaciones entre la hegemonía de la clase obrera y la política de alianzas y su enfoque del problema nacional y colonial, así como la política exterior de Estado de nuevo tipo, el Estado socialista, exhiben la sagacidad política de Lenin, ajena al ideologismo, a la especulación abstracta y al sectarismo. Severo crítico de la socialdemocracia, aprecia, sin embargo, el valor del trabajo de algunos de sus diputados en el parlamento, a la vez que su capacidad para agrupar a las masas en algunos períodos.

El leninismo no es, pues, ni el “marxismo de la III Internacional”, ni un “marxismo para países subdesarrollados”, ni una fuente que empezó a agotarse, dadas determinadas condiciones históricas. Es la gran teoría revolucionaria de nuestra época.

Claro está, en Lenin no hay recetas para todo, ni siquiera para la propia continuidad de la sociedad soviética. Inspirándose en Lenin, el PCUS debió cumplir la vasta y difícil labor teórica y de experimentación hasta el actual enfoque de los problemas del socialismo desarrollado y la utilización de la revolución científico-técnica, del Estado de todo el pueblo, incluso de la nueva Constitución. Así como de las nuevas cuestiones referentes a la coexistencia pacífica y otras, proceso éste que nadie puede creer terminado.

Lenin escribe: nos basamos enteramente en la teoría de Marx, pero no la consideramos algo acabado e intangible. . . esta teoría no ha hecho sino colocar las piedras angulares de la ciencia que los socialistas deben impulsar en todos sentidos. También es Lenin quien afirma agudamente: El admitir algo como artículo de fe, el excluir la explicación y el desarrollo con espíritu crítico constituye un grave pecado y la simple interpretación es. . . insuficiente para explicar y desarrollar.

Dicho de otra manera, Lenin repugna el dogmatismo, pero no cae jamás en el relativismo y mucho menos en el empirismo. La verdad es siempre concreta, pero no es la mezquina verdad del empirista ni la desolada del relativista. Con esta óptica de Lenin deberían contemplarse algunas contradicciones y problemas que a veces asoman en nuestro movimiento comunista internacional. Los 60 años de Octubre no sólo conmovieron el mundo, sino que lo trastocaron radicalmente. Las revoluciones socialistas y de liberación nacional, los movimientos progresistas más variados y a veces insólitos que a ella se conectan, cubren todo el proscenio; las más variadas fases del curso revolucionario y las vías más singulares se multiplican. El movimiento comunista y obrero internacional es una inmensa fuerza, y la gama de sus aliados se sigue ampliando extremadamente. La novedad es lo cotidiano.

Como lo previera Lenin la revolución socialista cubre una época histórica; avanza abierta o sinuosamente desde países con estructuras tribales a países de capitalismo desarrollado dominados por el capitalismo monopolista de Estado, pasando por la singularidad de los países latinoamericanos. A ello se agregan diferencias de nivel y ritmo, incluso las distinciones propias a cada historia nacional o regional, a instituciones, costumbres y psicología social. Al campo de la revolución se incorporan grandes masas de las capas medias, de la intelectualidad, incluso de la “nueva clase obrera” y de asalariados nacidos de la revolución científico-técnica, etc. Es natural que aparezcan enfoques singulares, contradicciones y debates. Reflejan o refractan complejos procesos sociales, de perspectivas, de vías de la revolución. Incluso pueden aparecer verdades a medias en los planos ideales y políticos, a veces, con adherencias ideológicas variadas. Es fácil comprender que la estrategia y la táctica varíen según los componentes del proceso revolucionario. Y parece lógico que todo lo que enriquece en la vida la marcha tumultuosa de la liberación nacional, la democracia y el socialismo se refunda en la experiencia general del movimiento, se vuelva teoría y crítica o por lo menos supuesto metodológico. Pero, ¿quién puede creer que todo esto suponga la precariedad de las verdades científicas, la existencia sólo de verdades relativas sin nada de absoluto, correspondientes sólo a alguna región del mundo, o qué campo del pensamiento teórico se vuelva yuxtaposición de verdades paralelas?

Al no existir centros dirigentes o vínculos orgánicos de carácter internacional, realza como uno de los rasgos actuales la combinación del internacionalismo con el respeto de la autonomía y la libertad de elección de vías por cada uno. Pero la autonomía de elaboración, que puede acrecentar el papel nacional de cada partido y ser un método para construir correctas relaciones interpartidarias, no puede reducirse a una nueva jurisprudencia más o menos necesaria. Puede estimular incluso la transformación de los partidos en fuerza política real, ya que ello supone capacidad de asimilar críticamente la propia experiencia, abrir el camino de las masas y transformar en realidad el papel de vanguardia. Sin embargo, parece que no alcanza para cubrir otro extremo: para elevar la experiencia al nivel de generalización científica, capaz de enriquecer teoría y praxis de todo el movimiento. Se sobreentiende: una sola revolución triunfante vale por miles de debates. Pero la relación entre teoría y práctica sigue siendo válida como en la época de Lenin.

Comprendemos que en muchos lugares la investigación y la elaboración teórica retrasan respecto a la vida y al papel histórico de cada partido. Incluso se enfocan tardíamente nuevos fenómenos. Para dar un ejemplo, pensamos que se subestima el fascismo en América Latina en su proyección internacional y en su significación regional. ¡Cuántos otros ejemplos podrían darse!

Además, en este momento en que crece inmensamente el papel de los factores subjetivos ¿cómo no ver que, cuando el mundo en conjunto está históricamente maduro para el socialismo, los desniveles y las desproporciones del movimiento nos lanzan a la cara toda clase de interrogantes teóricos y políticos? Y no siempre se puede recurrir al expediente de culpar de nuestras propias dificultades a las dificultades generales.

Lenin advertía que la dialéctica comprende el relativismo, pero no se reduce a él. La historia no es la carrera tras grandes mitos, que disfrazan los objetivos inmediatos de cada generación -como pensaba Sorel inspirándose en Bergson-.

Por lo mismo, considerar que no existen principios generales -angulares los llamaba Lenin- del marxismo- leninismo y pensar que cada período, y aún cada vía singular de la revolución conduce a una suplantación de estos principios, o pensar que no existen leyes generales del tránsito y la construcción del socialismo, parece resbalar hacia el relativismo. Entiéndase bien: no pensamos que esas leyes generales sean categorías lógicas que se aplican al dinamismo del curso histórico social. Pensamos, con Lenin, que lo singular y lo particular comprenden lo general y viceversa. Lenin dice bien que el fenómeno es más rico que la ley, pero ésta es reflejo de lo esencial en el movimiento del universo.

Cuando Lenin escribe que Octubre muestra a todos los países algo, y algo muy esencial de su futuro próximo e inevitable, no piensa en aplicar el calco de la Revolución Rusa a cada país o región más allá de tiempo y lugar. Y no sólo por aquello de que el hombre y el río nunca serán iguales cuando el segundo baño, sino también porque todas las revoluciones triunfantes, como también lo previera Lenin, recorrieron rutas formalmente diferenciadas. Pero, dentro de la originalidad del proceso, en última instancia, se han confirmado visiblemente determinadas leyes generales. Las principales han sido señaladas reiteradas veces y no es necesario repetirlas aquí.

Se sobreentiende que las leyes generales no se encuadran en un “modelo”, palabra, por lo demás, impuesta por nuestros enemigos. Lo que es discriminable en el campo del pensamiento y las categorías no lo es en la vida: las leyes generales se expresan siempre concretamente, es decir son inseparables de la singularidad. Por lo mismo, no hay nada más vicioso desde el punto de vista polémico que contraponer las vías nacionales o singulares de la revolución socialista a la experiencia histórico-universal de Octubre, al papel mundial de la URSS y el PCUS y a la práctica de las revoluciones socialistas triunfantes. Bien se ha dicho que los nuevos caminos que pueda tomar la revolución socialista se contraponen y son antagónicos al capitalismo y parece, por lo menos, perjudicial oponerlos a la experiencia del socialismo triunfante.

En lo esencial, el pensamiento de Marx, Engels y Lenin se confirma incluso en las más novedosas de las novedades. Aunque siempre debemos prevenirnos contra el vicio de la exégesis o la tendencia a persignarnos ante cada astucia de la historia. Lenin habló muchas veces de aquel “hombre enfundado” de Chéjov. Nuestro tiempo, movedizo y acuciante, es un diario desafío; está pletórico de problemas abiertos que reclaman ser encarados. Y sin un debate fraternal y colectivo, constructivo y respetuoso, parece difícil penetrar en tantas tierras vírgenes. Incluso no se puede polemizar sin conocer a fondo.

Recordemos lo dicho por Lenin respecto a los filósofos idealistas –En torno a la dialéctica– o acerca de sabios y economistas burgueses –Materialismo y empiriocriticismo-, a quienes no se debía creer nada en cuanto a sus opiniones, pero era menester tomar muy en serio lo concreto de sus investigaciones científicas. En la llamada marxología no debe verse sólo una maniobra embaucadora, cosa que a veces ocurre, sino también una refracción de la irradiación inmensa del pensamiento marxista después de 60 años de Octubre.

Pero seamos francos: un factor que traba la creatividad es el peso de ciertas dificultades internas de nuestro movimiento. La segregación china fue un elemento negativo para la creatividad en hora de grandes debates. La justa preocupación actual de ayudar siempre a la unidad del movimiento sobre la justa base del respeto a la elaboración autónoma de cada partido dificulta, por desgracia, el gran estudio colectivo internacional, único medio, según Lenin, de superar los exclusivismos. No podemos sustituir el estudio científico -y por cierto la ciencia no tiene escudo nacional- por diplomacias, que son necesarias para evitar el agravio y la riña siempre que sirvan para encontrar caminos para la acción común y contrarrestar tendencias a la división. El respeto a la autonomía de elaboración de cada partido es principio de unidad, pero la verdad científica y la generalización teórica no siempre se corresponden con los estatutos formales. La capacidad de generalizar en lo posible la experiencia múltiple es rasgo de una teoría que no quiere osificarse. Pero ella será plenamente fecunda si es una obra colectiva. Es evidente que el trabajo común del movimiento comunista y obrero y, tras él, el de todas las fuerzas progresistas regaría y haría florecer ese verde árbol de la creatividad, consustancial al marxismo- leninismo. Y esto también es expresión del internacionalismo. Es gran lección de Lenin, pensador teórico marxista, científico creador y genio revolucionario.

* Vigencia del marxismo-leninismo. Grijalbo. México. 1984

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